Teledeberes: La perfecta herramienta de discriminación en educación actualizada en tiempos de coronavirus

Es absurdo, y sólo se le puede ocurrir a alguien que no es docente, pretender seguir con la normalidad de las clases sin las clases, con la normalidad de avanzar en las asignaturas sin las maestras, con la normalidad del aprendizaje que se hace en el cole sin el cole.

25 jun 2020 10:00

“Hola, me llamo Lucía y tengo un hijo de diez años en quinto de primaria”. Me gusta empezar así este artículo monologueado, como si esta frase me sirviera para entrar en un grupo tipo alcohólicos anónimos donde se me permitiera hacer terapia, sentirme acompañada y comprendida y compartir mi historia. De hecho, a eso vengo.

Nuestras historias casi nunca son sólo nuestras y esta tampoco lo es; es también la historia de mis amigas con hijes menores escolarizados y la de muchas madres y maestras que sigo y leo y me escriben por redes sociales. Así que, como decíamos en los recreos de la EGB: por mí y por todas mis compañeras.

El patriarcado ha utilizado históricamente la culpa como una de las herramientas de control fundamentales para delimitar y castigar las vidas y los cuerpos de las mujeres. La culpa se activa en lo social pero también opera con resorte autónomo en una misma cuando se nos enciende el botón del pánico ante la posibilidad de ser expulsadas del cielo de las buenas madres. En estos meses de encierro que hemos vivido, la culpa no ha dejado de acechar.

Las madres (utilizaré a lo largo de todo este texto el femenino genérico para el plural) hemos pasado todo el estado de alarma ocupadas no sólo siendo el soporte físico-emocional de nuestres pequeñes, sino también desarrollando labores de docencia. Unas compaginando el teletrabajo, otras el ERTE y otras el paro y la precariedad, pero todas llevado adelante la no-telecasa y las no-teletareasdomésticas, lxs no-telehijes y, por si esto fuera poco, los teledeberes. Sí, amiguis, la culpa es mucho más potente y mucho más discreta que el consumo de cualquier estupefaciente.

La culpa se activa en lo social pero también opera con resorte autónomo en una misma cuando se nos enciende el botón del pánico ante la posibilidad de ser expulsadas del cielo de las buenas madres

Es absurdo, y sólo se le puede ocurrir a alguien que no es docente, pretender seguir con la normalidad de las clases sin las clases, con la normalidad de avanzar en las asignaturas sin las maestras, con la normalidad del aprendizaje que se hace en el cole sin el cole. Es una tontería tan grande, que hace falta ser político o consejero de educación imbuido en las lógicas patriarcales de abusar de la fuerza de trabajo femenina gratuita para que, en una situación de absoluta excepcionalidad, la propuesta haya sido que sigamos como si nada: las madres hemos sido interpeladas para que, escolar y académicamente, todo siguiera igual.

Hace falta estar alejado de la crianza de les hijes para no saber que los deberes traen muchos momentos de mala leche y, digo yo, si tenemos que estar encerrades, o lo hemos tenido que estar durante ocho semanas, necesitamos, por salud mental y estabilidad emocional, que el encierro no tenga ni un solo minuto de bronca añadida, de aburrimiento añadido, de abulia añadida, de marasmo añadido, de enfado añadido, de obligaciones añadidas, de órdenes añadidas.

Necesitamos que los hombres (el masculino plural genérico, ya saben) que ocupan sillones y cargos en la Consejería de Educación y que son los que presionan al cuerpo de maestros para que a las madres nos den trabajo no pagado y angustia extra entiendan que hacer deberes no tiene absolutamente ninguna importancia cuando tienes al mundo metido en una pandemia. Y si estoy equivocada y resulta que sí la tienen, replieguen ustedes los medios necesarios para avalar y justificar esa importancia, no nos dejen a nosotras con el marrón. No saquen los tanques y los militares a las calles, opérense esa miopía de prioridades.

Las madres no somos las maestras de nuestras hijas e hijos. Ni lo somos, ni lo queremos ser, ni muchas podemos serlo. Los deberes no deberían ser jamás una carga, ni una tarea, ni un extra para las madres.

Las madres no somos las maestras de nuestras hijas e hijos. Ni lo somos, ni lo queremos ser, ni muchas podemos serlo. Los deberes no deberían ser jamás una carga, ni una tarea, ni un extra para las madres. Ni con pandemia ni sin ella. En el momento en el que tenemos que echar horas extras para que nuestres hijes alcancen unos objetivos académicos que no se pueden cumplir por falta de horas lectivas y abultados curricula, algo falla. Sobrará materia, sobrará contenido, pero es insoportable que falten horas fuera del centro educativo para lograr los objetivos y que esas horas recaigan en nosotras.

Los deberes son una herramienta de discriminación y, en tiempos de mayor vulnerabilidad para muchas familias como son las crisis, está discriminación se acentúa todavía más. Los deberes, lejos de ser el refuerzo pedagógico al final del arco iris, son las herramientas perfectas para mantener y hacer más grandes y más graves las desigualdades porque, ¿en qué casas se hacen los deberes? ¿Qué madres tienen tiempo/paciencia y conocimientos para sentarse con los críos y crías después de su propia jornada laboral? Y lo que no da tiempo a que se vea en el cole, ¿a coño de qué hay que verlo en casa y por qué?

Hagan planes de estudios realistas, asequibles al calendario escolar y adaptados al número real de horas lectivas disponibles, poniendo el foco en las necesidades y características del alumnado y déjense de otras mierdas. Esto de pasar el rodillo y hacer de las circunstancias de cada familia un todo homogéneo y plano demuestra un gran desprecio e ignorancia y una grave falta de empatía e interés por lo que pasa en cada casa. ¿Qué tiene que ver mi casa y mi familia con otra? ¿Qué tiene que ver la casa de una madre soltera con la casa de una familia migrante o la casa de padres y madres separadas con las custodias y los nervios de punta o las casas con peleas o las casas con jardín o las casas con balcón con las casas sin ganas de vivir? Leí por redes esa frase maravillosa sobre cómo la romantización de la cuarentena es un privilegio de clase. Pues bien, existen también unas narrativas románticas en torno a los hogares donde se pueden hacer los deberes.

Los deberes para niñes que, aunque sean natives digitales, no tienen móvil, ni correo electrónico y sí mucha dependencia de las herramientas digitales de sus madres, nos esclavizan y los hacen depender de nosotras, nuestros recursos y nuestros conocimientos digitales. Todos los días nos ha tocado la misa de mirar el móvil: el grupo wasap de madres-secretarias de la clase de quinto a, el correo de la tutora, el blog de la escuela, la aplicación del coño que no tengo, las webs de los libros virtuales, las fotos de las páginas del libro, los pantallazos de las soluciones a los ejercicios.

No me descargué nunca la aplicación del coño que me decía los deberes que tenía mi hijo después de cada jornada escolar. Siempre he pensado que él es responsable de enterarse por dónde va y qué toca hacer y que yo no soy su secretaria. Si voy a ser su secretaria, yo no quiero una aplicación, quiero un sueldo. Si voy a ser su maestra, yo no quiero el correo de la seño de sociales y naturales y matemáticas, ni el de la seño de francés, ni el de la seño de inglés, ni el del seño de música, ni el de la seño de educación física, quiero un sueldo. Y ya estamos de vuelta con las reivindicaciones que llevan ya formulándose desde los setenta en distintas partes del feminismo blanco eurocéntrico y occidental de clase media: es inasumible que ningún Estado nos ponga un sueldo a las madres, es inasumible tener el reconocimiento asalariado de cuerpos reproductores y sostenedores, ¿verdad Marx? Pues bien, si es inasumible, dejen de engordar nuestras tareas con labores de docencia que no nos corresponden y para las que no nos pagan.

Si voy a ser la secretaria de mi hijo, yo no quiero una aplicación, quiero un sueldo. Si voy a ser su maestra, yo no quiero el correo de la seño de sociales y naturales y matemáticas, quiero un sueldo.

Siguiendo la lógica de la tiranía capitalista envuelta en el papel de regalo de la meritocracia que dice que las horas extras no se pagan al buen trabajador, porque trabaja para la empresa y le hacen creer que los beneficios de ésta son o serán los suyos, la buena madre tampoco piensa que deba cobrar por cuidar y atender a sus hijos. Tenemos metido a fuego que el dinero es caca y que mejor funcionamos por amor, pero el amor no paga las facturas, ni nos llena el frigorífico, ¿o sí? El argumento del amor nos empuja a realizar todo tipo de tareas de manera gratuita; quizás el mejor ejemplo para comprender esto se encuentre en el trabajo sexual: el ejercicio de la prostitución soporta un fuerte estigma, mientras que el servicio sexual realizado gratuitamente no está en absoluto mal visto en nuestra sociedad porque se presupone que se realiza por amor. ¿Cuántas cosas tenemos que hacer gratis con la excusa imperativa del amor?

Por otro lado, las comunidades educativas, insertas en barrios moribundos donde el capitalismo cada vez nos enmarca más en cuadros de vida individualistas, están desinfladas y son un desastre. Sólo funcionan para chorradas de carnaval y bailes de fin de curso. Cada vez que me preguntan en la primera reunión del año si quiero formar parte del AMPA, me visualizo colgándome de una palmera. Y viendo lo que ha sucedido durante esta pandemia, me reafirmo. Nadie nos pregunta nada. ¿Qué sistema será este en el que ni las madres ni les hijes ni las maestras opinan ni tienen nada que decir? ¿Qué ministro o consejero de educación se levanta por las mañanas tomando decisiones/decidiendo sobre nuestros nervios y nuestro tiempo? 

Las restricciones se han ido levantando poco a poco con cada una de las fases para salir a gastar dinero: El Corte Inglés, los bares, los restaurantes y los gimnasios ya están abiertos en algunas comunidades autónomas, mientras los parques infantiles seguían precintados hasta ayer mismo como si fuesen escenarios de algún crimen. Poco enfadadas estamos para lo poco que le ha importado la infancia a este gobierno en la gestión de los espacios destinados a ella. Los parques infantiles precintados como si fuesen escenarios de un crimen y el Corte Inglés abierto. La lectura que yo hago de esto es que mientras les niñes no sean a) mano de obra para el Estado-Nación y/o b) población votante y/o c) consumistas autónomos, está claro que la infancia le importa NADA a nuestros dirigentes políticos. Jugar al aire libre no da dinero.

El maltrato generalizado del gobierno a la infancia al ignorar sus necesidades durante esta pandemia sólo puede explicarse a través de una sociedad que igualmente la desconsidera e ignora. Es vergonzoso y da mucho, mucho miedo que no se priorice NADA la salud físico-emocional de nuestras criaturas.

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