Coronavirus
La infancia pide la vez

Durante varias horas de la tarde del 21 de abril las redes sociales ardían tras el anuncio del Gobierno de que las medidas de “alivio” al confinamiento de la infancia adelantadas el sábado por el presidente consistirían en dejar a niñas y  niños  acompañar a sus madres o padres a tareas ya permitidas, como ir a los supermercados o los bancos. Finalmente, el Ejecutivo ha rectificado. 

“Podrán realizar movimientos para ir al supermercado, a la farmacia, a las entidades financieras, a comprar pan o a por el periódico”. La ministra portavoz del Gobierno, María Jesús Montero, destapaba así el plan que se barajaba para las peques. Un primer anuncio del que quedaban descartadas las salidas para respirar un poco de aire en la soledad del barrio o de un descampado. Nada de correr un poco lejos de los mayores, de las colas, de las mascarillas, los geles y los guantes (aunque las usen, pero en ambientes libres de gentío).  Montero proseguía: “Sabemos que se trata de un alivio parcial de nuestro desconfinamiento”. A partir de ese momento y durante toda la tarde, padres, madres y ciudadanía en general denunciaba en las redes su disconformidad con dicho “alivio”.  

Desde el sábado a la noche había entrado algo más de aire en la casa. Al confinamiento de nuestras hijas e hijos se le había abierto una grieta en forma de posible fin a seis semanas de encierro total, absoluto, sin paliativos. Un régimen de aislamiento impuesto exclusivamente a ellos sustentado en una desconfianza absoluta en su capacidad de no ir contagiando por ahí, aún en espacios abiertos y sin nadie cerca. Una desconfianza selectiva en la capacidad de madres y padres de evitar la tentación de pasar todo el día correteando de un lado a otro con sus criaturas y no respetar las mismas medidas de protección que sí respetamos a la hora de ir al súper o al trabajo.

Desde el sábado a la noche había entrado algo más de aire en la casa. Al confinamiento de nuestras hijas e hijos se le había abierto una grieta en forma de posible fin a seis semanas de encierro total, absoluto, sin paliativos

Así, las niñas y los niños han sido víctimas de un simpático paternalismo que madres y padres hemos obedientemente acatado. Y es que concesiones ha habido pocas, y las que han habido, dado el señalamiento general de la infancia como factor de riesgo incontrolable, no han sido respetadas: ya tuvieron los niños con condiciones especiales a los que sí les estaba permitido salir que aguantar los gritos de la policía de los balcones. Ya sufrieron las familias monomarentales las miradas de censura y desaprobación por tener que llevar a sus peques al supermercado o a tirar la jodida basura.

Ni cuando el Real Decreto oportuno apoyaba la desreclusión condicional de una pequeña parte de la infancia le valía al ojo crítico social, que en ocasiones sufre de una miopía un tanto niñófoba. Pero sociedad e instituciones beben, después de todo, de un mismo magma al que no parecen caerles muy simpáticos los y las peques. Hoy nos llegaba el mensaje de que cuando por fin se abriesen las puertas de la reclusión total de nuestros infantes, detrás no estaría la calle, con la luz y los olores de la primavera, el aire amplio de las aceras, los metros por caminar sin tener que dar la vuelta al décimo paso tras encontrarse con la pared de sus casas.

Coronavirus
Una cuarentena en el alfeizar de la ventana

Hoy he oído llorar a mi hijo. De las pocas veces que lo ha hecho. Se estaba probando sus zapatillas deportivas y ya no le valían. Sus pies, que crecen a una velocidad vertiginosa, no han respetado la cuarentena. De fondo, las palabras del ministro de Sanidad aseveraban que no había llegado su momento para pisar el suelo.

No, las puertas que se abrían para ellos eran las de los supermercados, espacios que hasta para adultas y adultos suponen un desafío a la hora de mantener las distancias de seguridad. ¿Van a meter niñas y niños sus manos en los guantes de plástico para el autoservicio de la fruta?, nos preguntábamos, imaginando las miradas angustiadas del resto de la clientela, las alarmas antiniño encendidas. Y pensando, carajo, esta vez esas miradas, tendras sus razones. El cabreo ante este escenario ha sido generalizado. Era imposible no oírlo. Y menos mal, que no solo lo han oído, sino que parecen incluso haber escuchado.

Hasta qué punto habrán escuchado es algo que sabremos en los próximos días, en este trepidante ir y venir de informaciones al que nos tiene entregadas esta pandemia. Pero el primer anuncio del día nos deja una serie de reflexiones que la posterior rectificacón del gobierno no eclipsa. Algunas ideas sobre cómo se piensa la infancia en general y las consecuencias de esta forma de pensarla, en un contexto tan excepcional como este. 

El pasado sábado el presidente del gobierno comunicaba que tras hablar con especialistas en psicología infantil y pediatría, y atender a las demandas de quienes pedían medidas de alivio para el confinamiento de niñas y niños habían tomado esta decisión.  Tras esta intervención nadie podía imaginar que las medidas de “alivio”, tan consultadas, con tanta apariencia de empatía enunciadas, y después de aludir a la escucha de expertas y familias condujesen a la conclusión de que lo que había que hacer era permitir a las personas menores acudir a los supermercados y otros establecimientos con sus padres. Si se reclamaba aire libre para niñas y niños, en calles vacías y lejos de otras personas para evitar el tan mentado peligro que fueran por ahí contagiando, ¿por qué se contestaba justo con lo contrario? ¿lugares cerrados y altamente frecuentados?

Durante estos días ha habido quienes han señalado que hay algunas decisiones y discursos respecto a la salida de las y los niños, o la insistencia de que el alumnado haga tareas y no se relaje que parecerían responder a una cierta estigmatización del disfrute infantil en un contexto en el que el lenguaje es belicista y las prioridades economicistas. Solo en ese marco podemos interpretar una decisión que contradecía ese objetivo tan proclamado de proteger la salud pública. Solo bajo esta lógica se puede entender que el gobierno haya cometido esta innecesaria torpeza.

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¿Cómo sobrevivir a la cuarentena con niños en casa?

Poco a poco han ido acotándose las posibilidades de redes de apoyo, de abuelos y abuelas salvadoras, mientras la gente tenía que seguir trabajando. Así solo en tres días, fueron miles quienes se quedaron con el culo al aire, el sistema todo se ha quedado con el culo al aire.

Durante horas se han hecho evidentes los sinsentidos del discurso de la ministra Montero. Mucha gente se ha aburrido de señalar que no se puede pedir a madres y padres que acudan con sus peques a la compra y, al mismo tiempo, que mantengan todas las distancias de seguridad que son estrictamente necesarias. “Queremos seguir insistiendo en que nuestra prioridad es evitar un hipotético retroceso en la lucha contra el virus”, añadía mientras asistíamos a lo que muchas considerábamos ya una forma de pegarse un tiro en el pie. Hecho el disparo, la rectificación posterior es bienvenida, pero la herida no va a cicatrizar por un tiempo.

La apuesta es escuchar, ha dicho el ministro de Sanidad Salvador Illa tras anunciar que el gobierno enmendaba la decisión que tantas críticas ha motivado. Entre la intervención de Monterno y la de Illa nos ha dado tiempo a visualizar a los miembros del Ejecutivo acompañándonos al super para ayudarnos a controlar que las peques no entrasen en la sección de chocolates sin tocar ninguna tableta, o a hacerles entender que no pueden abrazar a la vecina aunque la tenga delante durante más de diez minutos. No va a hacer falta.

Algunos discursos respecto a la salida de las y los niños o la insistencia de que el alumnado haga tareas y no se relaje parecen responder a una cierta estigmatización del disfrute infantil en un contexto en el que el lenguaje es belicista y las prioridades economicistas

Sabemos que decidan lo que decidan van a recibir muchas críticas y algunas, como lo vienen siendo en estos días, serán furibundas. Sabemos que el contexto es inédito, que hay cientos de personas que mueren cada día y que tienen que pensar cada paso. Pero también tememos que la intención de acontentar la demanda de orden, autoridad y vigilancia haya pesado más, al menos durante algunas horas, que los derechos de la infancia, a la hora de anunciar una medida en tal modo que la voluntad de control sobre la población habría devenido en generar situaciones de riesgo innecesario. 

La grieta al confinamiento de nuestras hijas e hijos se ha abierto un poco más tras unas horas en las que parecía apenas una rendija por la que entraba solo la luz artifical de un hipermercado. Seguiremos atentas a la definición de esta desescalada, con la calle cada día un poco más cerca para niñas y niños, vigilantes de que se confunda la necesaria prevención de contagios con medidas restrictivas difícilmente comprensibles.

Archivado en: Infancia Coronavirus
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#57923
21/4/2020 18:06

¿Alguien puede explicarme que ostias han aprobado hoy? Lo de acompañar a a sus padres a la compra se aprobó en 19 de Marzo. ¿Donde está la novedad? ¿Será verdad que estan improvisando?

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#58029
22/4/2020 15:14

No no. No están improvisando.
Los niños son el primer objetivo de los militares en todas las guerras.
Si la solución ha pasado desde el primer día por dar alas a la policía y los militares ¿qué esperáis?
¿Qué pensáis que hacen los militares en los golpes de estado? ¿Dar besos a los niños y cuidar de los derechos de los sin-techo?

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#58074
22/4/2020 20:34

Estas para que te eche un vistazo un buen psiquiatra

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