Opinión
Nadia Calviño y Christine Lagarde: vicios, riesgos y disparates

Nos encontramos en un punto en el que las reglas normales de la política económica que quieren aplicar el Ministerio de Economía y el BCE ya no son válidas, en el que la virtud se convierte en vicio; la cautela es un riesgo, y la prudencia, un disparate.

@econocabreado.bsky.social

Coordinador de la sección de economía

18 mar 2020 13:40

No hacía ni dos meses que había caído Lehman Brothers y la economía mundial se hundía cuando el premio Nobel de Economía, Paul Krugman, publicaba un artículo en The New York Times (traducido y publicado poco después por El País) con el título La economía de la depresión. El economista presenciaba perplejo la tímida reacción de la Reserva Federal Estadounidense (FED) y la moribunda Administración de George W. Bush ante un derrumbe de los mercados y de la economía en general. Doce años después, nos encontramos ante una nueva situación que nos lleva a asomarnos a esa misma depresión y los organismos internacionales y gubernamentales están mostrando la misma timidez.

La economía de la depresión, según el Nobel, es ese estado en el que los instrumentos habituales de la política económica (en especial la capacidad de los bancos centrales para bombear la economía mediante recortes de los tipos de interés) han perdido su fuerza y se vuelven insuficientes. En este punto, explicaba Krugman, es en el que “las reglas normales de la política económica ya no son válidas, donde la virtud se convierte en vicio; la cautela es un riesgo, y la prudencia, un disparate”.

Pues ese es el punto exacto donde nos encontramos ahora mismo. Y no solo me refiero a la crisis a la que nos puede empujar el coronavirus, sino a la de 2008. Desde que en 2012 Mario Draghi pronunciara el famoso “haré lo que sea para salvar el euro”, la inyección de capital en la economía mes a mes y los tipos de interés mínimos —Quantitative Easing (QE)— han sido las únicas herramientas para mantener la economía a flote, pero no para curarla. El covid-19 ha demostrado que la economía está enferma y que cualquier shock pone en peligro al sistema entero.

Los “200.000 millones” quedan muy bien como eslogan político, pero la realidad es que la mitad son avales y que es totalmente insuficiente

El problema viene cuando la predecesora de Draghi, Christine Lagarde, o ministerios de Economía como el de Nadia Calviño intentan usar las mismas tímidas e inservibles recetas. Los “200.000 millones” que anunció Pedro Sánchez quedan muy bien como eslogan político, pero la realidad es que 100.000 millones son avales, o sea, que se avalarán préstamos que se pidan a bancos (los que siempre pillan parte del pastel del negocio de “solucionar crisis”). 10.000 millones serán para préstamos ICO, 2.000 millones para asegurar exportaciones y 83.000 millones serán de “inversión privada”, una cantidad que ni Sánchez ni el real decreto explican de dónde sale. Las medidas son insuficientes porque no invierten e inyectan casi nada de dinero en sostener una economía que sufre tanto un shock de la oferta (empresas cerradas y desabastecimiento de piezas de otros países, principalmente China), con un shock de demanda (paralización del consumo en general, pero más bestia en sectores como el turismo). Las medidas para “sostener” la economía y a las familias que contempla el decreto son buenas (a falta de cobertura a autónomos y personas que tienen que hacer frente a su alquiler), pero son eso, para sostener. Esta crisis necesita medidas diferentes a las que se han tomado desde 2008, porque no podemos permitirnos salir de esta con un sistema económico global más débil todavía.


El vicio de mantener el déficit

La Unión Europea parece no saber ni dónde está metida. La obsesión por el déficit sigue haciendo estragos incluso en una situación tan excepcional como en la que estamos. Los países del Eurogrupo han decidido aumentar en un 1% el déficit, o sea que le desfase entre gastado e ingresado solo pueda aumentarse en unos 10.000 millones, y que se avalen y se den concesiones fiscales por un 10% del PIB, los 100.000 millones en avales que se incluyen en el real decreto presentado por Sánchez.

Nos encontramos ante una situación extraordinaria que exige medidas extraordinarias, y el Gobierno de Pedro Sánchez y las medidas de Nadia Calviño muestran pleitesía a los mandatos de Bruselas y lo único que hace es alejarse de la senda del déficit lo que tímidamente le permiten.

Calviño y Lagarde deben abandonar el vicio de controlar el déficit o abandonar sus puestos de poder
Como explicaba Krugman en aquella crisis, “en tiempos normales está bien preocuparse por el déficit presupuestario y la responsabilidad fiscal es una virtud”, pero en la actual situación, esta virtud se convierte en vicio. Estar mirando el objetivo del déficit y de la deuda externa solo puede llevar a una tardía intervención. Tener miedo de inyectar más dinero o de endeudarse más solo nos puede llevar a un colapso económico que necesitará mucha más inyección y mucha más deuda para salir del agujero. Calviño y Lagarde deben abandonar el vicio de controlar el déficit o abandonar sus puestos de poder.

El riesgo de la cautela

“No se deben hacer grandes cambios en la política hasta que esté claro que son necesarios” en tiempos normales, explica Krugman, pero estos no lo son. Ante el coronavirus, en la actualidad e igual que en 2008, “la cautela es un riesgo porque ya se están produciendo enormes cambios a peor, y cualquier retraso a la hora de actuar aumenta las posibilidades de provocar un desastre económico mayor”.
La cautela de Calviño y Lagarde para tomar medidas de estímulos masivos nos ha colocado en un punto de riesgo mucho mayor
Esto recuerda a las palabras de Calviño la semana pasada cuando, alineándose con los países que abogan por seguir con el austericidio como Alemania u Holanda, se posicionaba en contra de un plan de choque de 400.000 millones de euros propuesto por Francia e Italia y en contra de un paquete de estímulos masivos que ”puedan generar comportamientos irresponsables“. Negar una inyección así por miedo a no hacer cambios políticos sustanciales y creer que esa cautela es buena para afrontar la situación en la que nos encontramos nos ha colocado en un punto de riesgo mucho mayor. La respuesta política debe ser conjunta, decisiva, tranquilizadora y contundente. La respuesta de Sánchez, Calviño y Lagarde llega seis días tarde y tan cautelosa que la convierte en insuficiente.


El disparate de quedarse cortos

En tiempos normales, explica el Nobel, la prudencia en los objetivos políticos son buenas cualidades, pero en un momento como el actual es preferible “pecar de hacer demasiado que de hacer demasiado poco”. El riesgo de una intervención masiva de capital y de ayudas directas a la ciudadanía (para aquellos que les importa más la inflación que las vidas humanas) es que la economía se recaliente y suban los precios. Algo que se puede arreglarse con una subida de tipos de interés cuando todo esto pase. Pero si las medidas del BCE, el resto de bancos centrales y los gobiernos estatales se queda corto, no habrá inyección de capital ni bajada de tipos de interés que salve la economía mundial de un colapso. De quedarnos cortos, la deuda crecerá mucho más que si inyectamos dinero ahora ya que para aguantar esa crisis los gobiernos tendrán que volver a endeudarse sin fin. Si las medidas nos son suficientes, intentar cumplir los objetivos del déficit actuales será una broma de mal gusto que solo se podrá conseguir con unos recortes y una austeridad que dejarán la de la última década como una anécdota. No podemos permitirnos ser prudentes porque, ante la crisis del coronavirus, la prudencia de Calviño y Lagarde es un disparate.

Necesitamos que el Gobierno sea valiente y abandone cualquier corsé ideológico liberal. Nos encontramos ante una lucha por el relato sobre qué es esta crisis, por qué se produce y cómo se sale de ella. No podemos permitir que las medidas sean cautelares y prudentes como las de 2008, que solo vayan en la línea de salvar a las grandes empresas pero no a las personas, que solo se utilicen herramientas económicas y fiscales que ya han demostrado que lo único que han conseguido desde 2008 es mantener la economía a flote, pero no hacerla más fuerte para poder soportar envites como el del coronavirus. Si no se reacciona a tiempo, además del colapso económico, nos jugamos el futuro del sistema económico mundial. Si la gente cree que, tal y como pasó en la crisis del 2008, los rescatados volverán a ser los de arriba y los de abajo los que sufran las consecuencias, ya no habrá ninguna inyección económica que legitime el sistema y será el momento en el que los monstruos aparezcan o, mejor dicho, ganen más escaños. La salida a esta crisis debe ser utilizando todas las herramientas posibles al servicio de la gente y, de paso, mostrar que lo que antes nos decían que no se podía, sí se puede


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