Aquí abajo, la sensación es de que estamos ante el largo epílogo de una campaña que, por poner una fecha y un lugar, comenzó hace un año con las manifestaciones de la extrema derecha y la derecha conservadora (o neocon) en Ferraz. Una larga y agónica lucha para destruir al Gobierno de coalición que ha dejado a su parte se supone que más estable —la más integrada en el sistema, al menos por más tiempo, el PSOE— en un ataque de nervios. El problema para el Gobierno es que quizá el actor inglés tenga razón y la crispación se acabe en los periódicos y que, la mayoría de la población, pase olímpicamente de complicarse la vida por cosas que no entiende o que le dan igual.
El affaire Juan Lobato, que ha terminado con la dimisión de este de su cargo de secretario general del PSOE de Madrid, ha sido solo una muestra de ese momento errático de un partido que no está acostumbrado a sufrir los embates de un partido conservador político, mediático y judicial, no al menos como está sucediendo después de la promulgación de la Ley de Amnistía.
Solo desde la perspectiva del ataque de nervios se entiende que un cargo político relevante como Lobato llevase a cabo una maniobra temeraria como la de dar munición al partido contrario —en el que está el PP pero que no es solo el PP—. Ese partido neocon ha sido capaz de convertir un caso sobre el fraude fiscal reconocido de la pareja de Isabel Díaz Ayuso en un barro que ha puesto en el disparadero al Fiscal General del Estado, investigado por la Sala Segunda del Tribunal Supremo, ha generado un incendio que no se agota con la dimisión de Lobato en el PSOE y ha incrementado la narrativa de que vivimos en una dictadura totalitaria con un Estado profundo que filtra investigaciones (qué vergüenza, en este garito se juega) y que, por ende, quiere robar la navidad a los españoles.
Como decía arriba, el problema principal para el PSOE y por extensión para el Gobierno es que no hay una mayoría social dispuesto a defenderlo. Ya sea porque se tiene la sospecha que, pese a la intoxicación mediática, no es imposible descartar que haya hechos delictivos relacionados con los casos judicializados, especialmente el caso Koldo, ya porque en el fondo dé igual y nadie quiera sostener a un Gobierno que parece incapaz de apostar por un giro profundo de radicalidad democrática en temas como, por ejemplo, el acceso a la carrera judicial. Es decir, que más allá de intentar pasar el trago, no se ha puesto ningún empeño en cambiar el estado actual de las cosas, la máquina del fango o el lawfare. La pérdida de apoyos del PSOE tiene mucho que ver con lo que parece una táctica de dejarse morir ante las arremetidas del partido contrario. Quizá, siguiendo la lógica del turnismo, para volver cuando toque.
La bala de las manifestaciones cívicas y por la democracia ya fue gastada en esos cinco días de mayo en los que Sánchez se tomó un respiro para reflexionar sobre un acoso que puede terminar con su citación ante el Tribunal Supremo. Esas manifestaciones han sido un canto del cisne de una cultura dizque progre, que protesta bajito, no vaya a ser. Una cultura sin un plan apenas es una cultura, mucho menos cuando la cultura “que mamen los zurdos”, de la alt right, se ha anotado este noviembre otro triunfo con la victoria de Donald Trump.
(La foto es de Pedro Sánchez en el Congreso de los Diputados, la tomó mi compañero David F. Sabadell).