Autodefensa feminista
“La autodefensa feminista es para despatriarcalizarnos hacia una vida libre de violencia”

Maitena Monroy es experta en violencia machista, pionera en la enseñanza de la autodefensa feminista (ADF) y referente en España y Latinoamérica.
Maitena Monroy
La autora, Maitena Monroy, posa con su ensayo, recientemente publicado.

Maitena Monroy (Bilbao, 1972), experta en violencia machista y pionera en la enseñanza de la autodefensa feminista (ADF), ha escrito Autodefensa feminista. Más allá de aprender a decir no (Vergara, Ediciones B, 2023). Es una referente en esta disciplina tanto en España como en Latinoamérica. Hace más de tres décadas que se dedica a impartir talleres, clases, conferencias…, acompañando a casi treinta y cinco mil mujeres en su trayecto. Sin contar a las que va a acompañar y ayudar con la publicación de este libro. Se trata de una reflexión política que intercala teoría feminista y desarrollo práctico con herramientas, indicadores de reconocimiento y ejercicios de empoderamiento feminista con un enfoque que atiende a aspectos emocionales y cognitivos, demostrando que la ADF va más allá de los que se ha aislado como “físico”. Monroy habla sobre su libro, sus talleres y el feminismo con una pasión y fuerza desbordante. Mientras difunde su conocimiento, anima continuamente a preguntar y buscar respuestas para asestar un buen golpe al patriarcado desde la fuerza colectiva que somos.

Separas la autodefensa feminista (ADF) de la autodefensa o defensa personal. ¿Qué buscas con esa diferenciación?
Darle el cariz político que tiene la autodefensa feminista, que no es solo personal, sino que es una apuesta colectiva para erradicar la violencia en nuestras vidas. No se trata de que personalmente aprendamos a actuar contra la violencia, sino contra el patriarcado que también habita en nosotras. Hay una intencionalidad política por parte del sistema para despolitizar esta herramienta que proviene de las organizaciones feministas y convertirla en una cuestión de defensa personal muy vinculada a esa narrativa que habla de la violencia siempre como una pelea o una guerra. Creo que, desde el feminismo, tenemos que continuar politizando dicha violencia y ver qué recursos y metodologías seguimos para poder dotarnos de recursos individual y colectivamente con el fin de erradicar el patriarcado.

¿Cuál es la finalidad de la ADF?
Conseguir llegar a las mujeres con una herramienta que nos conecte con el feminismo directamente y nos permita tener esas claves para interpretar la realidad bajo la teoría feminista y, a partir de ahí, identificar el patriarcado que habita en cada una de nosotras para poder entendernos y comprender la reacción patriarcal que va a haber cada vez que alcemos la voz. Mucha gente piensa que basta con  decir “no” o “se acabó” para que el patriarcado se evapore, pero no es así. Este tiene múltiples formas de expresarse; una de ellas es la violencia, pero también lo es la resistencia al derecho de las mujeres a la autonomía, a su propio deseo, a decidir sobre su cuerpo, su sexualidad y su vida. La forma de expresar esa resistencia es con violencia o con su recrudecimiento y esto es algo que no se suele nombrar, que la violencia es instrumental, ya sea en sí misma o como un elemento necesario para el mantenimiento de este sistema. Por eso, nuestra finalidad es despatriarcalizarnos para poder caminar hacia una vida libre de violencias.

En el libro y en tus talleres conciencias a las mujeres sobre cosas que permanecen ocultas o que dan un mensaje equivocado, como pasa con algunos eslóganes institucionales.
Me parece muy importante que tengamos claro que las mujeres no tenemos el control de la violencia, que es lo que expresan, muchas veces, los mensajes institucionales. Dicen que de la violencia se puede salir y eso implicaría tener solo un agresor en tu vida, pero hay todo un sistema patriarcal que nos violenta constantemente, por lo que las instituciones están transmitiendo mensajes con los que muchas mujeres se sienten profundamente engañadas. Puede que lo hagan con buena intención, pero nos hacen creer que basta con que una mujer diga “no” o termine con una relación de malos tratos para salir de la violencia y sabemos que no es así.

“Las emociones que más nos desempoderan son la culpa, la vergüenza, la tristeza mantenida en el tiempo y la negación del derecho a la rabia, relacionadas con la construcción social y cultural de lo que es el género femenino”

También das importancia a conocer nuestras emociones para poder trabajar con y desde ellas. Algo que está relacionado con el empoderamiento.
Una de las cosas que debemos hacer es dotarnos de las claves necesarias para entender cómo el patriarcado habita en nosotras y trabajar en los talleres cuáles son las emociones que más desempoderan, como la culpa, la vergüenza, la tristeza mantenida en el tiempo o la negación del derecho a la rabia. Emociones que tienen que ver con la construcción social y cultural de lo que es el género femenino. Solo entendiéndonos podemos actuar. Nos hablan de igualdad y empoderarnos mejorando la autoestima y nuestras capacidades, pero sería más fácil no desear el poder a las mujeres y que crezcan ya con él. Lo mismo pasa con la violencia contra las mujeres, ya que se pone el foco en la víctima en vez de en el agresor o en saber qué es lo que está perpetuando esas relaciones de asimetría de poder. 

Consideras que el miedo y el terror no son lo mismo.
Me gusta diferenciarlos, porque el terror es una emoción que nos lleva a vivir la violencia como un problema individualizado, basta con que tengamos cuidado para no sufrir violencia. Este relato cultural opresivo desempodera a las mujeres, que nos desvincula de colectivo, nos culpabiliza y supone una trampa perfecta y efectiva para el mantenimiento del sistema.

Pasa lo mismo cuando se habla de mandatos de género o de roles.
Me gusta más hablar de mandatos y presiones de género que de roles o estereotipos, porque si queremos hablar de un sistema que oprime a las mujeres por el hecho de serlo no podemos hablar simplemente de roles. Hay que entender cómo se construyen estos mandatos e idealizaciones de lo que significa ser mujer en una sociedad patriarcal para que podamos identificar la violencia y el por qué nos cuesta poner límites o actuar frente a ella. Siempre nos han dicho que no hagamos nada, que tengamos cuidado y las claves que ofrezco en el libro, talleres y cursos permiten visibilizar este entramado patriarcal que nos desempodera y culpabiliza de la violencia, que nos hace sentir que tenemos el control sobre ella y que son hechos aislados.

“Somos reproductores de este sistema patriarcal, capitalista, racista y clasista y debemos mirarnos y ver cuánto de todo ese sistema opresivo nos habita. Revisión imprescindible para tener un mundo más justo”

La ADF no solo es beneficiosa para las mujeres. Los hombres y los niños también pueden obtener una mejor vida con ello, ¿verdad?
Ellos siempre se pueden beneficiar del feminismo, pero mi planteamiento es que la ADF es una herramienta para las mujeres. Sin embargo, doy formación donde explico las claves, los nudos para entender el patriarcado como sistema de opresión y de presión que establece unos corsés tanto a hombres como a mujeres. La diferencia está en que si los hombres siguen los mandatos de género van a tener privilegios, pero si lo hacen las mujeres no tendremos privilegios, sino una subordinación a corto, medio y largo plazo. Hay que recordar que somos reproductores de este sistema patriarcal, capitalista, racista y clasista y que debemos mirarnos hacia adentro y ver cuánto de todo ese sistema opresivo nos habita. Revisión imprescindible, aunque insuficiente, para tener un mundo más justo.

Intercalas teoría feminista con estrategias e ítems para identificar la violencia. Es un manual al que se puede recurrir en cualquier momento.
Autodefensa feminista. Más allá de aprender a decir no es una reflexión política, pero también hay un desarrollo práctico. Esa es una de las partes más interesantes de la ADF, que amalgama muy bien teoría y práctica. De esta manera se ofrecen herramientas para identificar cómo el patriarcado nos desempodera y nos lleva a vivir desde la subordinación y a partir de ahí descubrir cómo hacerle frente de forma práctica. Cuando empecé a escribir el libro mi objetivo era devolver al feminismo lo que me había dado, porque la parte de la construcción teórica, metodológica y de intervención en los talleres es una construcción colectiva de lo que he aprendido con otras compañeras. En el libro hay múltiples recursos para identificar el machismo cotidiano y ver cómo podemos actuar ante él y eso hace que se pueda ver como un manual, pero es una reflexión política de por qué es autodefensa feminista. Saber defensa personal está muy bien, pero nosotras hacemos política, no hacemos defensa ni dual ni personal ni femenina, sino una impugnación al patriarcado. Así, lo visibilizamos, nombramos y cuestionamos para romper la normalización de la cultura de la violación y la violencia contra las mujeres.

Dices que el problema no está en aprender a decir “no”, ya que puede volverse en contra de las mujeres al dar a entender que la violencia es debida a su incapacidad. ¿Dónde está el verdadero origen y la solución a esa violencia?
Forma parte de esta trampa perversa del patriarcado que sitúa a la mujer en un lugar incorrecto. Según ese relato, por ejemplo, las mujeres somos las que mandan en casa. De esta manera, parece que controlamos la violencia y la realidad es que, a menudo, decimos “no” en nuestro día a día y esa negativa no es respetada. Tendríamos que poner el foco en quien no respeta esos derechos y deseos de las mujeres en lugar de estar constantemente aleccionándolas sobre lo que tienen que hacer.
También se ha extendido la idea de que a las mujeres nos cuesta poner límites y es verdad porque forma parte de la socialización del género femenino, con la ley del agrado y la necesidad de constante de ser aceptadas. Hay muchas mujeres que hacemos disidencia de género y decimos “no” en nuestras vidas, que hay cosas que ni queremos ni aceptamos. Sin embargo, en lugar de aceptación, obtenemos un reproducimiento, recrudecimiento, de la violencia y un cuestionamiento a nuestro criterio cuando ponemos límites, ya que entonces nos señalan como bordes. Es un engaño perfecto, porque el patriarcado nos dice que no sabemos decir que no, pero cuando lo hacemos nos llaman exageradas, histéricas y feminazis. Así que el problema está en que no se acepta nuestra negativa, no en que no sepamos poner límites. Por eso digo que más allá de aprender a decir que no, se debe tener en cuenta que la violencia se expresa de múltiples formas independientemente de lo que la mujer diga o haga.

“Las claves del empoderamiento son tomar conciencia de las injusticias e impugnar este sistema que nos lleva vivir desde la subordinación y la opresión”

¿Qué es realmente el empoderamiento? Hoy parece que ha perdido el sentido, ya que se usa en el mercado neoliberal como una estrategia de venta.
Es cierto. El sistema capta cada concepto que nosotras trasladamos y nos lo devuelve vaciado de contenido. Es lo que tiene el éxito social cuando una palabra se vuelve un emblema social, puede perder su significado. Se habla de empoderamiento sin saber qué hay detrás la palabra o cambiándole el significado, porque muchas veces preguntas y responden que el empoderamiento es tomar nuestras propias decisiones y no es solamente eso, sino que cuando las tomes nadie las cuestione ni vulnere tus derechos. Para mí el empoderamiento implica la toma de conciencia de la injusticia, pero no basta con eso, ya que a lo largo de la historia muchas mujeres eran conscientes del lugar de subordinación, pero lo acataban, otras, además de ser conscientes no se adaptaban a la norma y no se resignaban a vivir cómo el sistema les dictaba. Ahí está la matriz del empoderamiento. Ahí está la clave del empoderamiento: tomar conciencia e impugnar este sistema que nos lleva vivir desde la subordinación y la opresión. Eso implica un trabajo interno, cuando decimos lo que queremos y lo que no, en lo relacional, porque el poder siempre es relacional, y en lo social, que está relacionado con respaldar los derechos de las mujeres y ser conscientes de que no es una cuestión individual, sino colectiva.

Planteas una pregunta muy interesante: ¿cómo nos empoderamos cuando estamos desempoderadas estructuralmente?
Impugnando al patriarcado. No se trata de que sepamos nuestra valía y queramos desarrollar al máximo nuestras habilidades, aunque esto sea importante. No tiene que ver con comprar lo que nos vende el sistema neoliberal para sentirnos empoderadas, como es el caso de las cremas y otros productos relacionados con la estética. Es una cuestión que tiene que ver con la ética y la erradicación del patriarcado. Lo importante es no es empoderar a las niñas y mujeres, porque esto no soluciona el problema. Ya conocemos la causa estructural y desde ahí hay que trabajar y actuar, para que lo que desempodera eje de existir. Queremos trabajar el empoderamiento colectivo de las mujeres, no que lo vendan como una cuestión neoliberal capacitista que haga ver que las mujeres empoderadas son aquellas que están en altos puestos de poder, porque el empoderamiento no va de eso. Se trata de que haya una sociedad que reivindique un modelo de convivencia donde los derechos sean para todas las personas. Derechos que sean efectivos y reales y la única manera de trabajar para ese empoderamiento es desde lo colectivo y de manera organizada. Con esto quiero decir que no debemos parchear las consecuencias que genera el patriarcado, sino ir a la causa que está provocando y permitiendo la violencia contra las mujeres en un sistema de desigualdad profundamente arraigado en nuestra sociedad.

Diferencias entre sentirse víctima, sobreviviente y agente social, tras haber sufrido violencia directa, pero hay quien no se siente identificado con ninguna de esas etiquetas. ¿Cómo hacer esa transición?
Puede ser que alguien no se sienta cómoda en ninguna categoría y habrá que ver cómo apoyarla. Otra cuestión, es el planteamiento político. Hay tres categorías: la de víctima, una mujer que ha sufrido una vulneración de sus derechos, la de sobreviviente, categoría que implica haber politizado esa vulneración de Derechos Humanos y reconocer que no es algo personal, sino que supone colectivizar la injusticia y la tercera, la de agente social, que las dos últimas están en relación con el activismo feminista. Son totalmente diferentes y muchas veces no se permite a las mujeres víctimas de violencia transitar por esta categoría y esto es un error político, porque la elaboración del trauma y, posterior, resiliencia. Si no se transita esta categoría, si no se trabaja todo el dolor y el trauma que nos ha generado, no se puede alcanzar la categoría de sobreviviente como categoría política. Además, es curioso porque el discurso social nos ha hecho creer que, si nos reivindicamos como víctimas, no estamos empoderadas y somos débiles y, en cambio, hay cierta victimización de los hombres que ejercen violencia.

“El cambio de paradigma que supone la Ley del solo sí es sí es un cambio muy importante, el problema reside en que todo el debate se ha centrado en sus medidas sancionadoras”

No te gusta el término consentimiento porque consideras que implica cierta pasividad. ¿Podrías explicar dónde está el fallo o qué palabra sería más adecuada?
Hay mucha polémica en el feminismo con la idea de consentimiento o consenso, porque cuando realizas un consenso nos lleva directamente a la negociación, que es lo que hay que hacer en las relaciones sexuales y en la convivencia, consensuar y negociar. Otra cosa es a nivel legal donde sí tenemos que poner el consentimiento en el centro, porque es lo que ayuda a definir la violencia y que sea sobre el agresor quien deba demostrar si ha habido o no consentimiento. Si hablamos de políticas de educación sexual tenemos que trabajar a favor del consenso, del deseo propio, del cuerpo como territorio, hay que entender cómo se construye el deseo en mujeres y hombres, cómo se construye el deseo a nivel sexual y para eso es necesario unas nuevas narrativas sobre la sexualidad. El cambio de paradigma que supone la Ley del solo sí es sí es un cambio muy importante, el problema reside en que todo el debate se ha centrado en sus medidas sancionadoras, en lugar, de todo el abanico de prevención educativa que presenta y, un aspecto novedoso con respecto a la reparación social de las víctimas. Estamos yendo al problema en vez de ver averiguar cuál es la causa estructural y trabajar desde los elementos que están perpetuando dicha violencia.

“No basta con lanzar eslóganes, sino que necesitamos recursos que se mantengan en el tiempo y que incidan en las causas de la desigualdad”

Se sabe lo que se necesita, pero nadie da un paso adelante y hace posible ese cambio, como es el tema de la educación sexual.
Y tampoco sería difícil, pues el diagnóstico ya lo tenemos hecho. Así que si no hay una modificación es porque no hay un compromiso político con la igualdad. Hoy, el feminismo tiene una autoridad y una legitimidad como nunca antes, pero no queremos solo eso. Queremos poder para transformar y eso tiene que ver con los recursos económicos que se destinan a las políticas de igualdad. No basta con lanzar eslóganes, sino que necesitamos recursos que se mantengan en el tiempo y que incidan en las causas de la desigualdad. Y la educación sexual y la afectiva son pilares para trabajar a favor de unas relaciones más igualitarias. También es vital trabajar desde diferentes ámbitos, no solo el académico o a nivel familiar, para que chicos y chicas tengan conciencia feminista. Debe ser un trabajo transversal con todos los agentes sociales y elementos que nos construyen culturalmente, como los medios de comunicación y las producciones culturales.

Es interesante que menciones que en el discurso oficial hay cierta tergiversación lingüística al convertir al objeto de discriminación en objeto de favores. ¿Qué consecuencias tiene esa tergiversación?
Se habla de políticas a favor de las mujeres o de la igualdad, cuando son políticas a favor de la justicia. Este es un discurso intencionado que ha situado a las mujeres como objeto y como sujeto privilegiado, que ha facilitado que la gente lo perciba como una forma de beneficiar a las mujeres y no como una cuestión de justicia social, que beneficia a la sociedad porque la hace más justa y democrática, que es como sería una sociedad feminista.

Las mujeres somos nuestro mayor enemigo. ¿Cuánto daño puede hacer esta idea que está tan interiorizada en el imaginario colectivo?
Simone de Beauvoir decía que los opresores no serían tan fuertes si no tuviera aliados entre los oprimidos. Por un lado, somos reproductoras del sistema y, por eso, es muy importante ver cuánto del patriarcado habita en nosotras, para poder hacer frente al machismo cotidiano. Y esa mirada no se adquiere si no tienes formación feminista. Por ejemplo, para trabajar la autoestima es necesario trabajar la sororidad, porque si nos han educado y hemos internalizado que no hay mayor enemigo para la mujer que otra mujer significa que yo soy mi mayor enemiga y, así, es muy difícil trabajar el empoderamiento. Hay que resignificar lo que significa ser mujer en una sociedad patriarcal para poner en valor nuestra existencia y si nos situamos como nuestras enemigas consiguen que seamos el origen del problema y también la solución, como si todo estuviera en nuestras manos y sabemos que no es así.

Dices que en la actualidad se está produciendo un fuerte rearme patriarcal que trivializa el feminismo. ¿Cómo puede combatirse?
En la actualidad estamos viviendo un avance de la ultraderecha a nivel mundial que tiene que ver claramente con el avance feminista. Es importante saber que este es un movimiento, es teoría y es práctica, pero no se adquiere por autodefinición, sino con formación y también a nivel experiencial cuando compartimos con otras compañeras y ponemos en cuestión lo que vivimos, porque es difícil cuestionar aquello que tienes normalizado. El feminismo lo mueve todo y hay que seguir trabajando para que siga teniendo legitimidad y autoridad para definir e interpretar la realidad, siendo conscientes de que para obtener esa mirada es necesaria la formación feminista y que no basta con un pronunciamiento o con un deseo de igualdad. Hoy la formación feminista se adquiere de muchas maneras: de forma autodidacta, aprendizaje social, en el ámbito académico, escuelas de empoderamiento, las casas de las mujeres … pero necesitamos ilusionarnos con ello y conseguir que esa emoción vibre en todas las personas para hacer ese cambio social que estamos buscando.

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