Arte
La disputa por el espacio público y los monumentos: contra la trampa de la resignificación

Problematizar y contradecir la idea de que todo monumento es neutral y se encuentra descontextualizado de la realidad en la que vivimos. Con esa vocación publican Daniel Palacios González y José María Durán Medrano ¿Quién tiene derecho al monumento? (Katakrak, 2025), un ensayo en el que repasan cómo estos artefactos asientan el discurso oficial y autorizado, en ocasiones incluso legitiman la historia represiva de un pueblo, y cómo desde los estratos más populares de la sociedad se ha conseguido cambiar, y hasta renovar, estos elementos que siempre ocupan el espacio público.
La publicación, en la que tildan de “trampa” la alternativa de la resignificación, también menciona la importancia de los llamados “contramonumentos”, y sirve para especular sobre lo que parece imposible, como un Valle de Cuelgamuros sin la gran cruz que lo corona.
“A todo monumento no lo sostiene un pedestal, sino las estructuras sociales, económicas y políticas del momento”, dice Daniel Palacios
Palacios, doctor en Historia del Arte por la Universität zu Köln (Colonia, Alemania), reconoce tajante que “a todo monumento no lo sostiene un pedestal, sino las estructuras sociales, económicas y políticas del momento” en que fue erigido y que también lo mantienen en el tiempo. Para intentar dar respuesta a la pregunta que formulan en el título, ambos autores rompen con la ecuación eurocéntrica que remite a la idea de que un monumento es igual a un signo de poder.
“Todo cambió en 1917 con la revolución rusa, cuando el pueblo tomó el Estado y los medios de producción, pero también los pedestales de los monumentos”, explica Palacios. Fue en ese contexto cuando, por primera vez en la historia, una escultura estuvo dedicada a una campesina y un trabajador industrial. “Tras los movimientos revolucionarios en todo el mundo, se consiguió que las clases oprimidas, sobre todo de África y Asia, derribaran esta concepción tan facilona de monumento”, ilustra.
Desafiar la cosificación de la historia
Sin embargo, todavía hoy es a través de este tipo de monumentos como se conoce la memoria monárquica imperial española, o la memoria nacional católica fascista, tal y como la denomina el especialista en Historia del arte, que ahogó el país durante cuatro décadas. “En el último tiempo hemos visto un intento constante para que estas estructuras se mantengan en el espacio público. Han intentado despolitizarlas diciendo que es patrimonio y como tal hay que conservarlo, aunque remita a un pasado fascista, y también resignificarlas, lo que es sinónimo de apostar por su conservación”, desarrolla el propio Palacios.
Por otra parte, estos últimos años han estado salpicados por diversos ataques desde la derecha política a los símbolos físicos que remiten a la historia socialista o, simplemente, a los fusilados por el franquismo. Sucedió con la placa que recordaba en Madrid a Largo Caballero, repuesta finalmente el 18 de septiembre, cinco años después de su retirada a martillazos, sentencia del Tribunal Supremo mediante. Algo similar ocurrió en 2019, cuando por mandato del regidor de la capital, José Luis Martínez-Almeida, se retiró el memorial a las víctimas del franquismo en el cementerio de La Almudena.
A Palacios le resulta llamativo cómo en este tipo de casos “nadie creó una comisión histórica, ni un concurso de ideas; simplemente ejecutaron su retirada sin ningún género de dudas”. No solo sucede en España. En los años 90, tras la entrada de las tropas de la OTAN en Croacia, fueron retirados del espacio público más de 2.000 memoriales y monumentos a la memoria partisana yugoslava. “Es un agravio comparativo y profundamente cínico defender esa razón liberal democrática que plantea mantener los monumentos fascistas y coloniales justificándose en la diversidad y la confrontación con el pasado”, esgrime este autor del ensayo.
En cambio, cada vez son más los monumentos que nacen de las clases subalternas, aquellos que no inauguran alcaldes, presidentes ni jefes de Estado. “Siempre existió una estrategia de recuperación de los monumentos populares que suelen oponerse al poder del Estado, el capital, el patriarcado, el racismo o el fascismo”, continúa Palacios.
De esta forma, se desafía la cosificación de la historia al mismo tiempo que constituyen una forma de existencia social para los movimientos de lucha. Ejemplo de ello es el Monumento a la Resistencia en Cali (Colombia) o el monumento de una hoz y un martillo erigido en el mismo lugar en el que colapsó en 2013 el edificio Rana Plaza, en Bangladesh, donde murieron 1.134 trabajadores de la confección. También los hay otros más humildes, como la placa que recuerda a Sotiris Petroulas en Grecia, estudiante asesinado por la policía.
Un nuevo revisionismo en Alemania
José María Durán, afincado en Berlín, en cuya universidad es docente de Estudios Culturales, añade que “a partir de la crisis de 2008 se ha dado una contestación muy fuerte por parte de las clases populares que disputan al poder el espacio público”. Este espacio ahora en disputa atesora tras de sí una genealogía de lucha muy extensa: “Es importante no centrarse solo en la pieza, el objeto, sino intentar desentrañar qué lucha social hay detrás. En Europa occidental todavía hay infinitud de monumentos que se han levantado sobre una violencia extrema contra las clases subalternas”, comenta el también doctor en Historia del Arte y Filosofía.
Buen conocedor de la realidad alemana, Durán recuerda cómo el Estado retiró del espacio público aquellos símbolos fascistas que todo lo impregnaron hasta la caída del régimen nazi. “Esa retirada ha permitido que en la actualidad entre un nuevo tipo de simbología histórica, como es la de la monarquía prusiana y del imperio alemán, y todo ello ejerce un revisionismo histórico que lleva a exaltar la memoria del país desde un punto de vista que es la nueva puerta de entrada de la simbología fascista”, explica.
La resignificación como trampa
Ante tal debate enconado sobre qué hacer con los monumentos que remiten a un pasado plagado de violencia y represión, no son pocas las voces que abogan por su resignificación. Sin embargo, Palacios y Durán consideran esta estrategia como “una trampa”. Según abunda el segundo de ellos, siempre que se habla de resignificación se hace para mantener y conservar los monumentos fascistas y coloniales. “Nadie pensó en resignificar los monumentos socialistas de la Alemania del este en los años 90, ni mucho menos se piensa ahora con la destrucción que también realiza de ellos Israel en Palestina, ahí está la trampa”, asevera.
Desde su punto de vista, el destino de los monumentos y referencias fascistas que todavía pueblan cientos de municipios en España debería ser marcado por los colectivos memorialistas, y no una comisión de expertos nombrada desde el estamento político. “A título personal, opino que la simbología fascista no debería tener lugar en el espacio público. En cuanto a la resignificación, el problema está en quién la hace, cómo y dónde, porque esa idea siempre surge con el objetivo de preservar el monumento en el mismo espacio que ocupa”, desarrolla Durán.
¿Un Valle de Cuelgamuros sin la cruz?
El mayor ejemplo dentro de España de lo que aborda este experto en Historia del arte está en el Valle de Cuelgamuros, antiguo Valle de los Caídos. “Ese lugar esconde muchos otros monumentos similares a los que todavía existen en numerosas localidades a lo largo de la geografía del Estado español”, reitera. Así las cosas, el ensayo remite a una obra especulativa firmada por María Amparo Gomar Vidal, quien ha realizado la proyección del valle sin la basílica ni la cruz. “Para mantener la historia no necesitamos una enorme cruz que, en este caso, literalmente aplasta y entierra cientos de cuerpos”, sostiene Durán.

Palacios valora que la obra de Gomar plantea cómo “la resignificación del fascismo no es posible”. Tal y como él mismo compara, “incluso los propios nazis, conocidos por su arquitectura, construían sus monumentos y edificios con apariencia antigua para crear una temporalidad que consiguiera que, aunque el régimen cayese, siempre se conservaran como una ruina, haciendo eterno su legado”. El mismo Palacios finaliza: “Plantear estrategias de resignificación de monumentos fascistas es dar a sus ideólogos lo que querían”.
Navarra
Del Monumento infame y pedagogía antifascista
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