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Arte contemporáneo
Una grieta híbrida entre la masificación festivalera

En un contexto donde lo espectacular campa a sus anchas, desde la Semana Santa a los macrofestivales, una propuesta como la de Injerto, concebida desde lo íntimo y lo pequeño, tan solo aspira a abrir una brecha para poder respirar.
Por otra parte, permitir que las elefantiásticas instituciones se hagan con el monopolio de lo popular, imponiendo desde arriba qué es y qué no es lo propio de cada territorio nos aboca a un panorama monocromo, dogmático y con poco pie en tierra. Porque territorio no es lo mismo que identidad; el territorio no define de manera uniforme, tan solo es el campo de juego y su afectación es variable. Territorio son cortes de agua por el abuso de los recursos hídricos por parte de una minoría; territorio es el aumento del precio del alquiler por la saturación turística; territorio es conflicto, es decir, lo posible y siempre redefinible.
Por eso Injerto es cuerpo, sonido y acción, porque eso es un territorio: son cuerpos afectados, sonidos compartidos y predisposición para la acción creadora en común. Quienes pretenden patrimonializar lo popular se olvidan, diríamos que voluntariamente, de que el consenso no es un relajante muscular sino tan solo un paréntesis, un tiempo de calma concedido y revocable desde abajo. Si consideramos que arte y cultura todavía son conceptos válidos para definir las capacidades creativas que nos ayudan a ampliar imaginarios, es necesario practicarlas más allá de los fastuosos presupuestos que terminan por domesticar lo bravío o camuflar intereses genocidas.
Injerto se propone como un ciclo autogestionado que reúne propuestas artísticas contemporáneas que desafían lo convencional. Organizado por tres espacios culturales independientes de la Axarquía: Flamenco Abierto, Espacio de Arte Tr3s Puertas y Fundación Eugenio de la Torre, que buscan fomentar la autogestión y la conexión directa entre artistas, escenarios y públicos en un encuentro singular.
Entre las propuestas destacadas, la danza contemporánea de Laila Tafur; la exposición colectiva Bravío, con artistas plásticos de la región; los sonidos híbridos de Electroverdiales; el folk reinventado de Los Malagatos y La Antipanda; la experiencia escénico-musical, Honores a Morente, de Gregorio Moya y Paco Cortés; la exposición individual del artista plástico, Ignacio Estudillo; la performance audiovisual interespecie del Colectivo MolinoLab (Fernando Fernández y Salomé Méndez), donde la danza se convierte en puente entre mundos oníricos y plantas; y la jam flamenca con CaraduSanto, donde el cante, el compás y los beats electrónicos se entrelazan sin jerarquías.
Las propuestas que pone sobre la mesa Injerto, tanto las plásticas, como las sonoras y las performativas abordan y juegan con la tradición y sus definiciones, así como con lo contemporáneo, que como lo tradicional también sufre las consecuencias de quienes gustan de corsés y cajones estancos. Entienden ambas líneas desde lo permeable y situado: aquello que nos afecta está expuesto a ser afectado, reutilizado, asumido, invertido o incluso caricaturizado, pervertido y desnaturalizado. No hay linde sobre la que no se pueda jugar a caminar por la cuerda floja y divertirse.
Y como experimento que es supone unos riesgos; el hecho de arrancar este año sin patrocinios de grandes marcas ni apoyo público desde tres espacios pequeños, que, además, independientemente funcionan también sin más apoyo que el de sus socios y socias, tal vez sea una forma bruta de entender la cultura a día de hoy, cuando las grandes instituciones culturales, ya sean estas públicas o privadas, parecen tender irremediablemente a lo ciclópeo y extensivo, por no decir, invasivo, con gran fanfarria de presupuestos grandilocuentes.