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Voces de Extremadura
David Conde Caballero: "El hambre llegó a ser tan atroz que en ocasiones se traspasaron fronteras y límites culturales"
Conversamos con David Conde a propósito de su investigación antropológica sobre el hambre en la Extremadura de posguerra.
Conversamos con él sobre el hambre de ayer y su memoria, las historias que, unas veces por debajo y otras por detrás, alimentan, ensanchan, contradicen o enmiendan la gran Historia de los hechos pasados. El objetivo (suyo y nuestro) es mantener viva la memoria.
En primer lugar, quiero felicitarte por tu tesis, un trabajo muy sugerente que estoy deseando leer en profundidad. ¿Qué te lleva a investigar el hambre en la posguerra extremeña?
Es Usted muy amable por sus palabras, siempre son bien recibidos los halagos. En realidad podríamos decir que fueron varios los motivos que me llevaron a adentrarme en un campo de estudio que a decir verdad presenta múltiples dificultades metodológicas. Por resumir, podríamos decir que vinieron a confluir una fuerte pasión por la historia; la inmejorable compañía de quienes se postulaban para guiarme en el proceso, es decir, mis dos directores de Tesis, que también son amigos y además tienen el mérito añadido de haber sido ellos quienes me pusieron sobre la pista de la temática; una extraña sensación poco justificable de deuda pendiente con una región que siempre he considerado vilipendiada y la posibilidad de restañarla de alguna manera contribuyendo a través del conocimiento; ciertas inquietudes personales respecto de las temáticas sociales y de todo aquello que tenga que ver con la lucha ante las injusticias; y, en este sentido, un claro compromiso con eso que algunos autores han definido como razones anamnéticas: aquellas por las que uno piensa en denunciar el terror del pasado para mantener viva la memoria.
Mi tío abuelo Feli contaba que una vez, en plena Guerra Civil, le dieron un permiso para descansar en casa unos días y que, al llegar, encontró tanta hambre y tantas penurias en el pueblo (Riolobos) que pidió volver al frente antes de agotar el permiso. ¿Qué importancia le das a estos testimonios en la construcción de la “paz franquista” a partir de mediados de los años 40? ¿Cómo se produjo la transmisión de esas vivencias a la generación posterior y qué consecuencias tuvo?
En primer lugar hay que diferenciar entre la situación que se vivió durante la Guerra y después de ella. En cualquier caso, buscando una analogía con lo que plantea, algunos de mis informantes me llegaron a confirmar que en ocasiones la década de los años cuarenta llegó a ser peor incluso que la propia Guerra Civil.
Con respecto de la segunda de las cuestiones, es evidente que se dio una fuerte transmisión -que podríamos llamar cultural- en base a todas aquellas vivencias tan extremas, y que resultó de tal fuerza que determinó cambios importantes en un buen número de hábitos y actitudes, incluidas, como es lógico, las culinarias. En ese sentido, por ejemplo, hay autores que han visto en el hambre de posguerra el origen de esa inclinación por la abundancia de nuestros abuelos, por la cantidad antes que por la calidad. Y otros tantos que también han visto en aquellos años lo que hay detrás de la compra de las abuelas de todo tipo de caprichos culinarios a sus nietos para que no les “falte de ná” en un claro afán de huir de pasadas miserias. Y así podríamos continuar con una descripción de un buen número de consecuencia sociales derivadas de aquellos tiempos posbélicos que sin duda tuvieron la capacidad de dejar un fuerte poso en generaciones posteriores.
En tu trabajo, la oralidad tiene una importancia central en la metodología de investigación. ¿Hasta qué punto son fiables las historias que nos cuentan los testigos del hambre en Extremadura?
Esta es siempre una pregunta muy recurrente cuando se trabaja con testimonios orales. Hay que tener en cuenta que este no es un trabajo realizado por un historiador, sino por un antropólogo. La diferencia radica en que la antropología no ha dudado en solventar la cuestión aceptando que la suma de las distintas subjetividades es lo máximo a lo que podemos aspirar en términos de objetividad cuando trabajamos con personas y desde un enfoque culturalista. De este modo, a lo único a lo que debemos atender realmente es a una objetivación metodológica y no a una pretensión de conocimiento objetivo.
Lo que a mí me ha interesado han sido las experiencias, las representaciones y las subjetividades, un terreno donde dejan de ser del todo transcendentes las tergiversaciones, los desplazamientos, las negaciones o el hecho de cuándo se produjeron las cosas
Por ello, y así me lo he planteado en mi investigación, los fallos y deformaciones de la memoria, su selectividad y su capacidad para el olvido, no tienen porqué ser entendidos como un problema metodológico en sí, y sí más bien como una particularidad inherente a un campo de trabajo distinto que en ningún momento pretende una objetividad positivista. Lo que a mí me ha interesado, como ya he dicho, han sido las experiencias, las representaciones y las subjetividades, un terreno donde, desde mi punto de vista, dejan de ser del todo transcendentes las tergiversaciones, los desplazamientos, las negaciones o el hecho de cuándo se produjeron las cosas, y se alza por encima de todo lo demás el mundo experiencial de los informantes, algo a lo que sin duda solo podemos acercarnos a través de los testimonios orales y el buceo en la memoria.
Háblanos un poco de esas experiencias, representaciones y subjetividades.
Desde luego son tres elementos que resultan centrales en esta investigación, y algo que sin duda hace que sea distinta a cualquier otro estudio que se haya centrado en los años del hambre. Al haberme interesado por las experiencias personales, y derivado de ello, por las subjetividades, he podido adentrarme en el mundo de los sentimientos y las aflicciones que tan importantes son cuando el hambre está en juego, y que tantas veces se pasan por alto desde otros enfoques. Ahora bien, hay que dejar claro que a todo ello he accedido desde el presente, y en consecuencia resulta obligatorio tener en cuenta que la memoria no es solo una cuestión de pasado, sino que también lo es de significación actual, de percepción y de apreciación, momento en el que cobra especial trascendencia el papel del antropólogo, capaz de trabajar en torno a representaciones mentales, la tercera de las cuestiones a las que alude Usted. En este sentido, por poner un ejemplo, a medida que avanzaba mi investigación, y aunque había un buen número de relatos que me hablaban de ese hambre que yo buscaba, otros muchos parecían negarla en la inmediatez de la experiencia personal, como si el hambre hubiera sido cosa de otros.
En mi opinión, cuando algunos informantes me contaban que escaparon del hambre o que la sufrieron menos que otros vecinos, no quitaban ni mucho menos razón a su presencia o a que la hubieran sufrido de forma atroz, por el contrario, aunque parezca paradójico, lo que estaban haciendo era enfatizar el uso de un buen número de estrategias -descritas en mi investigación- a partir de las cuales resulta posible construir una cierta memoria de resistencia y éxito entre los escombros de la posguerra, algo a lo que sin duda sería imposible acceder si no es teniendo en cuenta estas representaciones de las que estamos hablando. Solo desde esa novedosa mirada, insisto, es posible percatarse de la forma en la que se puede llegar a tensionar incluso el concepto de hambre, puesto que, como he tratado de demostrar en el texto, se trata de una categoría que se aleja mucho de aquellos postulados que la entienden como una experiencia universal.
¿Queda un resquicio para lo incontable, un exceso de vivencia que no es reducible a la palabra ni siquiera por las personas que padecieron el hambre?
Desde luego que queda resquicio para lo incontable. En mi investigación teorizo sobre las razones de por qué hubo personas que se negaron a contarme sus experiencias personales. Por resumir, en mi opinión a mucha gente le cuesta aún hablar de aquellas circunstancias porque en primer lugar operan esos “tabúes” que siempre nos imponemos de forma innata cuando de lo que se trata es de hablar de experiencias corporales que resultan desagradables.
Es muy probable que el perverso juego del régimen franquista con el miedo y la represión aún permanezca incrustado en el tuétano de muchos informantes
En segundo lugar, es muy probable que el perverso juego del régimen franquista con el miedo y la represión aún permanezca incrustado en el tuétano de muchos informantes. Por último, también parece posible pensar en el sentimiento de vergüenza que aparece cuando nos enfrentamos a cuestiones como el hambre, un fenómeno que para el caso concreto de la falta de alimento ha recibido por parte de algunos investigadores el nombre de “hambre vergonzante”. Por todo ello, igual que me encontré con personas que se negaban a hablar aún 70 años después de lo ocurrido, parece lógico pensar que en muchas ocasiones mis informantes no me llegaron a contar la totalidad de sus experiencias y sentimientos.
En relación con lo que dices, ¿te atreves a identificar algún poso de esos tabúes, de ese miedo y esa vergüenza en las generaciones posteriores e incluso en la Extremadura de hoy?
Bueno, sin duda el hecho de que en mis entrevistas hubiera algunos informantes que aún pasados más de 70 años me llegaran a afirmar que no querían hablar de esas cosas porque “por la boca muere el pez”, habla bien a las claras de la potencia de los tabúes que se generaron por un lado; pero también nos da pie para pensar en la vergüenza que para muchos supuso traspasar un buen número de fronteras al acercarse a lo animal y alejarse de lo humano como consecuencia de la falta de alimento que se dio en los tiempos de posguerra.
¿Qué supuso la economía política que conocemos como “autarquía” para la España y la Extremadura de la posguerra?
Como una gran parte de los estudiosos de la historia económica han señalado, ni las secuelas de la Guerra Civil, ni el acoso internacional, ni la incorporación a la economía nacional de la zona republicana, ni tan siquiera la “pertinaz” sequía tan utilizada por Franco, fueron motivos suficientes como para justificar la catástrofe económica que asoló a España en la década de los cuarenta. Fue en la personalista política económica de Franco conocida como autarquía, según subrayan los autores más reconocidos en la materia, donde radicó el origen de los problemas que padecería el país durante todos aquellos años. Para España, la política autárquica de Franco no fue más que un auténtico suicidio con consecuencias demoledoras, convirtiéndose el país en uno de los más pobres y subdesarrollados de Europa. En el caso concreto de Extremadura la situación fue si cabe aún peor, puesto que, a las secuelas autárquicas, se unía el hecho que suponía una pobreza que en la región hundía sus raíces en motivos históricos.
Vázquez Montalbán cuenta en su Crónica sentimental de España que el jamón se convirtió en la posguerra, no ya en un artículo de lujo, sino en un ser mitológico que, de alguna manera, permitía soñar a los pobres con un futuro mejor. ¿Fue esa política de la escasez, en cierto modo, una manera de disciplinar a la población?
Esta es una cuestión compleja de abordar y algo pantanosa. A poco que uno se adentre en las investigaciones que han tratado la cuestión es posible acceder a opiniones encontradas. En mi caso concreto, me alineo con aquellos autores que han visto en el hambre de posguerra una forma más de esa represión y control social a través de la que el régimen pretendió controlar a las capas menos privilegiadas y probablemente menos afectas con su política. Lo concluyo tras haber analizado en mi investigación el hecho que supone, por ejemplo, cómo el régimen utilizó los comedores de “Auxilio Social” como centros de adoctrinamiento, control, opresión y vigilancia; del análisis de la degradación que suponían las diferencias entre los unos y los otros; de la falta de suministros de pan en la ruralidad habitada por jornaleros; de la humillación moral que suponían la intensa legislación alrededor de la circulación de alimentos y de la matanza; del modo en que el régimen procuró toda una suerte de negación constante de la humanidad de los más pobres a través de la estandarización controlada de lo que se comía; o del oxímoron que suponía la “cartilla de racionamiento” y sus cuotas nutricionales cuidadosamente calibradas que habrían tratado de mantener a la población al borde del abismo. Derivado de esta forma de verlo, queda para el debate la cuestión de si el régimen consiguió sus objetivos o por el contrario los efectos estuvieron en las antípodas.
La biopolítica de la posguerra o la posguerra como biopolítica…
Pues si tengo que elegir entre estas dos frases tan foucaultianas hablaría de la biopolítica franquista de posguerra como una rama más de esa forma de ejercer el poder que, junto a la conocida represión física, incluía un buen número de agresiones sin sangre a través de las que el régimen trató sutilmente de eliminar a los vencidos y controlar a los “señalados”, al sospechoso, al “rojo”, al pobre, a esas “hordas salvajes”, contra quienes era preciso seguir combatiendo en aras del orden público, político y social que el Nuevo Estado pretendía. Algo para lo que no solo utilizó la “burocratización” que hizo del hambre como forma de control biológico, sino que también añadió otras formas como por ejemplo la falta de medidas para el control de las epidemias de la época, algo que sin duda contribuyó a toda una dominación que era física, pero también moral.
Los más jóvenes, hablo de aquellos que actualmente son menores de veinte años, por poner una cifra, mantienen en la actualidad una relación muy despagada con aquella hambre
¿Hubo una modificación de las pautas de alimentación después de la Guerra?
Hay una modificación de las pautas de alimentación sobre todo a partir de la posguerra, y no tanto de la Guerra. A este respecto, la Catedrática Isabel González de Turmo llega a afirmar que el trauma alimenticio derivado de los tiempos de escasez posbélicos ha sido de tal calibre que no solo continúa afectando a quienes lo vivieron tal y como he comentado anteriormente, sino que además ha llegado incluso a la generación de menores de cuarenta años, que aunque no la han conocido por mucho, continúan manteniendo en su relación con el hecho alimentario comportamientos que provienen de aquella época y que han sido heredados de sus mayores. En mi experiencia, si bien esa influencia está presente, se trataría de un proceso que se encuentra en una cada vez mayor dilución. Desde mi punto de vista y en base a mi investigación, la transición alimentaria que se ha producido en España desde aquellos tiempos ha ido determinando que la impronta del hambre haya ido, poco a poco, perdiendo fuerza en el imaginario colectivo. Así, aunque es evidente que se trata de algo que caló muy hondo en los hijos de quienes la padecieron, pareciera como que su influencia haya ido desapareciendo de forma progresiva en generaciones posteriores. Los más jóvenes, hablo de aquellos que actualmente son menores de veinte años, por poner una cifra, mantienen en la actualidad una relación muy despagada con aquella hambre en particular y con el hambre en general, por lo que, sin duda, construyen representaciones muy difusas de lo que pasó y de lo que significa no tener comida.
¿La Guerra supone una ruptura traumática con un pasado radicalmente distinto (en la cultura, en las condiciones materiales, en la subjetividad, en los hábitos, etc.) o, por el contrario, intensifica algunas de la cosas que en Extremadura ya estaban presentes?
En este sentido, me inclino más por la segunda de las cuestiones. Ya antes de la Guerra la pobreza en Extremadura era intensa, por lo que la dieta de las capas más populares de extremeños era siempre parca en cantidad, monótona en contenido y muy condicionada por la estacionalidad. La posguerra lo que hizo fue intensificar esas carencias; tanto, que en el caso de muchos llegó un momento en el que ya no quedaba nada o casi nada de lo que anteriormente había configurado platos y servía para la comensalidad. De este modo, para un buen número de extremeños se vinieron a intensificar las penurias anteriores, pero la diferencia estuvo en que en este caso el hambre llegó a ser tan atroz que en ocasiones se traspasaron fronteras y límites culturales, algo que antes de la posguerra rara vez era posible ver.
¿Hasta qué punto tu tesis presenta un antagonismo claro entre la historiografía clásica y la antropología social y cultural? ¿Puedes explicarnos, en el caso de que así sea, este enfrentamiento entre las dos disciplinas?
En realidad no creo que exista ningún enfrentamiento entre las dos disciplinas. Es más, creo que en muchas ocasiones pueden trabajar de forma complementaria, puesto que el estudio de un acontecimiento pasado no puede circunscribirse únicamente al hecho histórico en sí, sino que además lleva implícito un hecho social y cultural que hay que contemplar. Es por ello por lo que creo que ambas disciplinas son del todo compatibles a la hora de abordar fenómenos históricos, algo que si se hiciera más habitualmente permitiría sin duda acceder a los hechos apreciando matices mucho más finos que por desgracia habitualmente se quedan en el tintero. Otra cuestión más compleja sería responder por qué esta complementariedad tan solo se ha dado en contadas ocasiones, algo que nos llevaría a un debate que no es el caso.
Lo único que yo he pretendido ha sido reflejar fragmentos dispersos que me han permitido reflexionar en torno a experiencias concretas, teniendo siempre claro que la suma de las micro-experiencias no tiene por qué derivar en macro-totalidades
¿Hay una pauta común que permita objetivar el sentimiento subjetivo de hambre en los años 40 en Extremadura? ¿Existen diferencias entre, por ejemplo, el campo y la ciudad?
No existen pautas comunes que permitan abordar las subjetividades, tal y como comentaba anteriormente. Tampoco creo que mi estudio se deba entender como una verdad fáctica que se puede extrapolar a todos los habitantes de la región de aquellos entonces. Lo único que yo he pretendido ha sido reflejar fragmentos dispersos que me han permitido reflexionar en torno a experiencias concretas, teniendo siempre claro que la suma de las micro-experiencias no tiene por qué derivar en macro-totalidades y, por lo tanto, acentuando que lo que presento no es más que el resultado de una reflexión sobre la experiencia de mis propios informantes.
En relación con las diferencias entre lo rural y lo urbano, esta es una característica extremeña que es evidente que no puede ser pasada por alto, y que en la posguerra en muchas ocasiones resultó decisiva dado que posibilitó un buen número de estrategias a raíz de lo que ofrecía el campo. Ahora bien, tratar de reducir la cuestión a si se pasó más o menos hambre en el campo o en la ciudad es excesivamente simplista, puesto que fueron muchas las realidades que convivieron en la Extremadura de la época, algo que sin duda hace que el análisis precise de ser mucho más complejo. Por poner un ejemplo, cuando hablamos de campo no podemos comparar la situación que se vivió en las tierras de latifundios, con los minifundios del norte de la región; o la situación que vivieron aquellos que tenían una mínima tierra para labrar, con aquellos otros que dependían del todo de los “señores” que controlaban el agro extremeño de la época.
El hambre y la estructura de propiedad de la tierra…
Sin duda la propiedad de la tierra es un hecho que resulta central para poder acercarnos al contexto extremeño de la época. Hay que recordar que si la sociedad extremeña del primer franquismo se caracterizaba por algo era por ser intensamente desigual, demarcada por fronteras que eran imposibles de traspasar y que en buena medida estaban determinadas por la posesión o no de un mínimo de tierra que trabajar. En mi investigación, dedico un buen espacio a delimitar las diferentes realidades sociales que convivían, puesto que estoy convencido de que el hambre tuvo un gradiente social claro, por lo que resulta imposible hablar de hambre como algo general y abstracto, para llevarlo más al terreno de los contextos sociales particulares que cohabitaban en la región.
Para terminar, ¿en qué medida crees que investigaciones como la tuya pueden enriquecer las luchas por la recuperación de la memoria histórica?
Creo firmemente en que los retos y las posibilidades del enfoque fenomenológico bajo el prisma de la cultura -como el que he utilizado- en el tratamiento de la memoria del hambre son enormes, dado que esta forma de mirar resulta enormemente rica en unos matices que en gran parte aún se encuentran por explorar, por lo que desde mi punto de vista la “memoria del hambre”, ya sea en Extremadura o en otros lugares, es una memoria que aún estaría en buena parte por construir al haberse utilizado las lentes de la cultura en contadas ocasiones. Es por ello, por lo que considero que resulta del todo pertinente que esta forma de acercarse a aquellos años debe ser tenida en cuenta por parte de esas políticas de memoria histórica en las que aún queda tanto trabajo por hacer, mucho más si, como he argumentado, entendemos que el hambre de posguerra fue una forma más de represión franquista. Si queremos comprender qué es lo que pasó, no podemos, al menos esa es mi opinión, dejar fuera enfoques que, como el antropológico, nos permiten abordar la cuestión de una manera mucho más rica y matizada.
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Muy interesante el trabajo que aquí se exponde, se puede leer en algún sitio esa tesis?