Opinión
De Stepan Bandera a los banderovtsy

Que la extrema derecha está en auge en toda Europa es hoy cualquier cosa menos una noticia. Como es lógico, su crecimiento electoral ha venido acompañado de un vivo interés por investigar las causas detrás de su avance social. Sin embargo, y a pesar de todos los recursos académicos y esfuerzos militantes dedicados al estudio de este fenómeno, dos de las mayores fuerzas de ultraderecha en Europa presentan una notable asimetría informativa con respecto al resto de movimientos y organizaciones políticas. La primera son los Lobos grises, con una considerable implantación en Alemania y Austria. Como ha escrito el estadounidense John Dolan, se trata de “una agrupación fascista gigantesca, bien organizada y extremadamente violenta”, cuya escasa cobertura informativa contrasta con su largo historial de violencia contra las minorías étnicas de su país de origen. La segunda es el nacionalismo ucraniano.
Desde las protestas en la Plaza de la Independencia de Kíev en el invierno de 2013-2014, el nacionalismo ucraniano no ha parado de crecer. La investigadora ucraniana Marta Havryshko recordaba meses atrás en un artículo para el semanario alemán Der Freitag cómo la Brigada Azov y la 3ª Brigada de Asalto se han transformado “en todo un cuerpo del ejército que comprende respectivamente a decenas de miles de soldados con acceso a armamento moderno de la OTAN, instrucción en el extranjero y un considerable apoyo político, diplomático y mediático.” (El Departamento de Estado de EEUU levantó en junio de 2024 su prohibición anterior de proporcionar instrucción y armamento a Azov, hasta entonces considerado un movimiento extremista). A pesar de ello, y de su influencia cada vez mayor en la diáspora ucraniana, nada de lo anterior parece generar demasiada preocupación entre las élites políticas y los analistas al uso en los medios de comunicación europeos: frente a su fijación en una eventual derrota militar de Rusia todo lo demás es secundario.
No es que la extrema derecha ucraniana se esfuerce precisamente por ocultar su ideología, todo lo contrario: la exhibe con orgullo en sus mensajes en redes sociales
La preocupación por los potenciales riesgos a la estabilidad política y la seguridad de Ucrania, y, por extensión, de la propia Unión Europea, son discretamente barridos bajo una alfombra cada vez más abultada. No es que la extrema derecha ucraniana se esfuerce precisamente por ocultar su ideología, todo lo contrario: la exhibe con orgullo en sus mensajes en redes sociales.
La Brigada Azov, integrada en la Guardia Nacional de Ucrania, emplea una versión estilizada del ‘Wolfsangel’ usado por la 2ª División SS Das Reich. Entre las insignias de la 3ª Brigada de Asalto –comandada por el notorio neonazi Andriy Biletsky– hay varias runas de las SS: en la 1ª Compañía de Asalto (‘Tyr’), en el 2º Batallón de Asalto (‘Algiz’), en la 2ª Compañía de Asalto (‘El sol negro’), o en la 3ª Compañía de Asalto (las granadas de mano cruzadas de la 36ª División de Granaderos de las Waffen-SS). Los medios de comunicación han dejado de presentar a Azov como una unidad militar de extrema derecha, y, por citar un sólo ejemplo, el diario británico The Guardian llegó a publicar en 2023 un reportaje sobre Vadym Voroshylov, un piloto de las Fuerzas Armadas de Ucrania (UAF) cuyo nombre en clave, ‘Karaya’, es un homenaje al usado por el as de la aviación nazi Erich Hartmann.
Entre tanto, el diario Le Monde, muy poco sospechoso de simpatías con el Kremlin, publicó meses atrás un reportaje sobre esta cuestión. De acuerdo con el sociólogo ucraniano Volodymyr Ishchenko, este fenómeno nada tiene que ver “con la ignorancia de quiénes son”, pues “existe abundante información, también en inglés, sobre sus orígenes ideológicos y criminales.” Para Ishchenko, “el dominio liberal en el centro siempre ha dependido de los Biletskys, Sternenkos, 'islamistas moderados demócratas' y otros 'luchadores por la libertad en la periferia', y, a medida que el orden liberal comienza a desintegrarse en su centro, las élites 'centristas' se abren cada vez más a las prácticas autoritarias y a las ideologías oscurantistas”.
Las estridentes simpatías abiertamente nazis de todas estas unidades de las UAF relativiza la normalización, mucho más extendida, de la histórica Organización de Nacionalistas Ucranianos (OUN) —de la que tampoco se olvida la Brigada Azov, cuya escuela de suboficiales lleva el nombre del primer líder (provydnik) de la OUN, Yevhen Konovalets—, cuya rehabilitación oficial comenzó en la Ucrania post-soviética y se aceleró, como se ha mencionado ya, desde 2014.
Uno de los ideólogos de la OUN, Yevhen Onatskyi, recomendó en su día a sus correligionarios no utilizar públicamente el término “fascismo”, sino “nacionalismo ucraniano”
Los nombres de sus principales miembros —Stepan Bandera, Roman Shukhevych, Andriy Melnik, Olena Teliha— han sustituido los de calles, avenidas y plazas en Ucrania dedicados a comandantes y soldados del Ejército Rojo y de escritores soviéticos en el llamado proceso de “descomunistización” del país. El himno del Ejército Insurgente Ucraniano (UPA) —el brazo militar de la OUN y responsable de numerosos crímenes de guerra y contra la humanidad durante la Segunda Guerra Mundial—, Nacimos en una gran hora, es actualmente la marcha oficial de las UAF, y el Día de los defensores y defensoras de Ucrania se celebra el 14 de octubre, la fecha de fundación oficial del UPA, un cambio facilitado por una activa industria literaria y mediática de revisionismo histórico que ha urdido una línea genealógica que culmina con las fuerzas armadas contemporáneas.
De la biografía de uno de los fundadores de la OUN se ocupa precisamente un reciente libro, Stepan Bandera. Fascismo, genocidio y culto (Dirección Única), escrito por el profesor de la Universidad Libre (FU) de Berlín Grzegorz Rossoliński-Liebe, un exhaustivo volumen de casi 600 páginas que es, por méritos propios, una obra de referencia para el estudio del nacionalismo ucraniano y ha levantado las iras de los nacionalistas ucranianos y sus historiadores revisionistas.
El ‘nacionalismo’ ucraniano
Rossoliński-Liebe no deja lugar a la ambigüedad cuando define a la OUN, fundada en el año 1929, como un movimiento fascista, aunque en sus orígenes pudiese haber albergado un atisbo de pluralidad (siempre, cabe recordar, encuadrada dentro del espacio de la derecha ucraniana, que estuvo marcada por el antisemitismo). “Los miembros e ideólogos de la OUN se consideraban a sí mismos nacionalistas, pero pensaban, sobre todo a finales de la década de 1930 y a principios de la de 1940, que el nacionalismo ucraniano era el mismo tipo de movimiento que el nacionalsocialismo o el fascismo italiano” (p. 28) —que prestó, por cierto, asistencia a varios miembros de la OUN que se desplazaron hasta Roma buscando instrucción política y cobijo de las autoridades italianas— y se comparaban a sí mismos con la Organización Revolucionaria Croata (HRO), más conocida como la Ustacha, y el Partido Popular Eslovaco de Hlinka (HSLS).
El término ‘nacionalismo’ lleva con frecuencia a la confusión, un objetivo del que son conscientes los propios ‘nacionalistas’ ucranianos, que la explotan a su favor, en la medida en que la OUN tuvo desde sus orígenes una ideología claramente etnonacionalista basada en la supuesta existencia de una ‘raza’ ucraniana sometida y cuya meta era el establecimiento de un estado independiente ucraniano de tipo fascista.
Uno de los ideólogos de la OUN, Yevhen Onatskyi, recomendó en su día a sus correligionarios esta particular forma de ocultación y les conminó a no utilizar públicamente el término “fascismo”, sino “nacionalismo ucraniano”: en una carta a Iaroslav Pelenskyi fechada el 20 de enero de 1930, Onatskyi afirmaba que “simpatizamos con la ideología fascista y compartimos en muchos puntos su programa sociopolítico, pero no debemos insistir en ser fascistas porque con ello armaríamos contra nosotros a todos y a todo.” (p. 95).
De acuerdo con los principios ideológicos de la OUN, la nación ucraniana estaría representada y subordinada al líder de la organización, una adopción directa del Führerprinzip de los nacionalsocialistas alemanes(p. 72). La OUN utilizó el término providnyk para referirse al líder de su Ejecutiva Nacional, ya que esta palabra remitía al responsable de una unidad de combate, siendo la traducción más adecuada del Führer alemán o el Duce italiano (p. 457). En ningún caso la OUN abogó por una Ucrania federal en la que tuviesen cabida todas las comunidades nacionales que vivían en ella, por lo que esta organización política se oponía no sólo a Polonia, sino a la Ucrania soviética, presentada, siguiendo los lugares comunes del fascismo, el racismo y el antisemitismo de la época, como un régimen impuesto por “moscovitas” guiados por el “judeobolchevismo” que oprimía a la “auténtica” nación ucraniana.
Aquí conviene abrir un paréntesis, puesto que hoy se ha olvidado que los bolcheviques, a quienes preocupaba honestamente la cuestión nacional en el territorio bajo su control, prestaron en realidad una importante atención al caso ucraniano dentro de su política más general de “nativización” (korenizatsiia). Los ucranianos eran la minoría nacional más grande en la República Socialista Federativa Soviética de Rusia (RSFSR), y, además de su importancia agrícola e industrial, Ucrania había proporcionado numerosos cuadros al partido.
Para conseguir el objetivo de una “Ucrania para los ucranianos” todos los medios estaban justificados: desde el magnicidio hasta el uso de la violencia contra polacos y judíos
Como ha recogido con abundante material de archivo el académico Terry Martin en otro volumen, The Affirmative Action Empire. Nations and Nationalism in the Soviet Union 1923-1939 (Cornell University, 2001), los bolcheviques impulsaron una política consciente de “ucrainización” hasta bien entrado el estalinismo por la que se crearon periódicos, revistas, teatros y festivales culturales en lengua ucraniana, y que llegó a contemplar despidos fulminantes y ejemplares a los empleados públicos que se negasen a aprender el idioma ucraniano (de 63 despidos en el mes de marzo de 1926 se pasaron a 263 a finales de 1927) (p. 98). Si en 1923 los periódicos en lengua ucraniana imprimían unos 14.373 ejemplares (un 12,5% del total) frente a los 100.400 ejemplares en ruso (un 87,8% del total), la política bolchevique logró que en 1932 las cifras pasasen a los 950.295 ejemplares en lengua ucraniana (un 91,7% del total) frente a los 48.948 en ruso (un 4,7%).
En 1930 el 84,7% de las revistas y el 80% de los libros publicados en la Ucrania soviética eran en ucraniano (p. 108), y la educación en ucraniano en los institutos pasó del 32,9% en el curso 1926-1927 al 58,1% en el curso 1928-1929 (p. 110). Mientras en 1913 circulaban 725.585 libros en ucraniano, en 1927 la cifra aumentó a más de 16 millones, un incremento del 2000%. Con toda la cautela con que deban tomarse estas cifras oficiales, y las resistencias de la población rusófona y las intrigas que aquejaban al partido comunista tanto en Ucrania como en la RSFSR –tanto sobre la cuestión nacional ucraniana como sobre otras más generales–, el avance de la lengua y la cultura ucranianas en la Ucrania soviética fue incuestionable, más aún si se lo compara con su situación en Polonia. En otra de las ironías de esta historia, fueron los políticos soviéticos quienes lograron tras la Segunda Guerra Mundial la unificación (sobornist) de los territorios ucranianos occidentales y los orientales a la que aspiraban los nacionalistas ucranianos.
Volviendo a la cuestión de la definición política de la OUN, una de las organizaciones que se integró en ella y que rápidamente se convirtió en la fuerza hegemónica del nacionalismo ucraniano fue la Liga de Fascistas Ucranianos (SUF), inventora del saludo “¡Gloria a Ucrania!” (Slava Ukraïni!) (p. 61), que, junto con el brazo derecho en alto, popularizaron los miembros de la OUN juzgados por el asesinato del ministro del Interior polaco, Bronisław Pieracki, en junio de 1934 (p. 118 y 128).
Tras la proclamación del estado “independiente” ucraniano se sucedieron los pogromos organizados por los nacionalistas, con la colaboración de las formaciones alemanas
Es el saludo con el que los miembros y simpatizantes de la OUN, engalanados con vyshyvankas y otros atuendos folklóricos ucranianos, recibieron a las tropas alemanas cuando entraron en Ucrania en la Segunda Guerra Mundial (p. 179). Efectivamente, cuando Kaja Kallas, Josep Borrell, Ursula von der Leyen, Olaf Scholz, Keir Starmer o Pedro Sánchez pronuncian ‘Slava Ukraïni’ desde el Parlamento Europeo o un parlamento nacional, están haciendo un saludo fascista. La Comisión Europea tiene incluso una página web con ese nombre.
Para conseguir el objetivo de una “Ucrania para los ucranianos” todos los medios estaban justificados en el proceso de “revolución nacional”: desde el magnicidio hasta el uso de la violencia contra las comunidades polaca, judía, rumana o rusa en territorio ucraniano. Así, la OUN prendió fuego en septiembre de 1930 a cosechas y edificios agrícolas polacos (p. 63), asesinó en 1931 a tiros al diplomático polaco Tadeusz Hołówko y en 1933 al soviético Andrei Mailov, formó milicias para asesinar a judíos y a polacos —un millar en Galitzia oriental y otro millar en Volinia— y a opositores ucranianos aprovechando el corto vacío de poder que siguió a la invasión nazi de Polonia en 1939 (p. 142).
Fue precisamente Stepan Bandera —quien, desde su entrada en la OUN en 1929, había ascendido rápidamente en la escala de la OUN ocupando cargos de responsabilidad en sus aparatos de propaganda y militar— y su escisión de la OUN, que pasó a ser conocida como la OUN-B (por Bandera), quienes desarrollaron el plan de una “Revolución Nacional Ucraniana”. Sus arquitectos, escribe Rossoliński-Liebe, “lo ajustaron al ethos de la ‘Nueva Europa’, con su orden político fascista y racista.” (p. 141) La lógica interna de su ideología llevaba a la colaboración entusiasta con los nazis.
Colaboracionistas de los nazis
En el segundo congreso de la OUN-B, celebrado en Cracovia el 3 de abril de 1941, la organización aprobó una serie de resoluciones, entre ellas la adopción de la bandera roja y negra –representación del credo nacionalsocialista de “sangre y suelo” (Blut und Boden)–, el saludo fascista –por el cual ‘¡Gloria a Ucrania!’ (Slava Ukraïni!) había de contestarse con ‘¡Gloria a los héroes!’ (Heroiam slava!)– y que la Ucrania futura estaría gobernada por sistema de un partido único, la OUN, bajo el caudillaje de su líder, traduciendo al ucraniano el lema nacionalsocialista “Ein Volk, ein Reich, ein Führer’: “odyn narid, odyn provid, odna vlada”. Además, la OUN se ofrecía a formar parte de un frente común con otras “naciones de Europa oriental y Asia esclavizadas por Moscú” y para crear un “nuevo orden sobre el Imperio de Moscú, la URSS”. Por supuesto, las granjas colectivas y otras empresas socializadas serían desmanteladas. La OUN prometía asimismo combatir a “los judíos de la URSS” como “pilar principal del régimen bolchevique y la vanguardia del imperialismo moscovita en Ucrania.” (pp. 150-151)
Cuando la Ustacha proclamó un estado “independiente” –en realidad, un estado títere de la Alemania nazi– el 10 de abril de 1941, los dirigentes de la OUN-B en Cracovia enviaron un telegrama de felicitación a su líder, Ante Pavelić, y manifestaron su adhesión a la idea de una “Nueva Europa” bajo la égida de la Alemania nazi, esperando que ésta los recompensase con su propio estado (p. 152). Con ese fin, la OUN-B distribuyó a sus miembros la instrucción de dar la bienvenida a la Wehrmacht como sigue:
“Tratamos al ejército alemán que viene como al ejército de los aliados. Antes de su llegada, tratamos de poner la vida en orden, por nuestra cuenta, como debe ser. Les informamos de que la autoridad ucraniana ya está establecida, está bajo el control de la OUN, bajo el liderazgo de Stepan Bandera; todos los asuntos están regulados por la OUN, y las autoridades locales están dispuestas a establecer relaciones amistosas con el ejército, para luchar juntos contra Moscú y colaborar con la Alemania nazi”.
La OUN-B colaboró antes de la invasión misma con la inteligencia militar alemana (Abwehr) ofreciendo a sus miembros para llevar a cabo tareas de espionaje y traducción en vísperas de la Operación Barbarroja. Los nazis, a su vez, proporcionaron a la OUN-B recursos para entrenar y armar a sus miembros y formaron dos batallones, Nachtigall, con 350 soldados, y Roland, con 330. Además, Berlín colaboraba con las escuelas de policía de Zakopane, Cracovia, Chelm y Rabka, en las que se reclutaba a futuros miembros de la policía auxiliar ucraniana. (p. 159) La “independencia” ucraniana llegó finalmente de la mano de 800 activistas de la OUN-B con uniformes y equipos alemanes que marchaban detrás de las tropas de la Wehrmacht el 22 de junio de 1941, cuando la Alemania nazi inició su invasión de la Unión Soviética. Estos nacionalistas fueron tomando el control de varias administraciones y proclamaron el estado ucraniano en la ciudad de Lviv (pp. 163-164). Su autoproclamado primer ministro, Yaroslav Stetsko, envió solícito cartas a los líderes de Alemania, Croacia, Italia o España, ofreciéndose a colaborar con ellos y garantizar el orden en Ucrania (p. 180) —la otra escisión, la OUN-M (por el nombre de su dirigente, Andryi Melnik), no estaba menos dispuesta a colaborar con los nazis (p. 200)—.
Tras la proclamación del estado “independiente” ucraniano se sucedieron los pogromos organizados por los nacionalistas, con la colaboración de las formaciones alemanas, en las zonas bajo control de la OUN-B, en los que miles de judíos fueron humillados, torturados y asesinados, y sus casas saqueadas. De unos 2.000 judíos hacinados en la prisión de Brygidki, por ejemplo, sobrevivieron sólo ochenta en un solo día de pogromo (p. 172). Estos asesinatos en masa se llevaban a cabo no únicamente con armas de fuego, sino, con extrema brutalidad y ensañamiento, con barras de hierro, palos, palas, horcas, garrotes, guadañas o martillos (p. 183).
En 1956 Franco llegó a invitar a Bandera a establecerse en España y Bandera correspondió la invitación protestando contra el ‘boicot internacional’ con la España de Franco
Como ocurrió con el caso del estado “independiente” lituano proclamado por el Frente Activista Lituano (KAF) —igualmente seguido de pogromos contra los judíos—, los nazis no aceptaron su existencia –ni siquiera había un partido único, para empezar, que pudiese establecerse como interlocutor— (p. 194) y la Gestapo desaconsejó a Stepan Bandera que se trasladase hasta Ucrania para asumir la dirección del país (p. 196). Por muchas muestras de sumisión y fidelidad perrunas que profesase la OUN-B hacia la Alemania nazi (y no fueron pocas), Ucrania caía además bajo el llamado Generalplan Ost, según el cual colonos alemanes se asentarían en los territorios ucranianos, los ucranianos físicamente más aptos serían esclavizados en trabajos agrícolas y domésticos y el resto serían directamente “eliminados” (p. 202).
Los nazis clausuraron las universidades y centros de formación en ucraniano y limitaron la educación a cuatro años de escuela primaria (p. 209). Por lo demás, los enfrentamientos entre las dos facciones existentes de la OUN no suponían ninguna garantía de estabilidad para los nazis. Así las cosas, los alemanes aconsejaron a los dirigentes de la OUN-B que dejasen de actuar por su propia cuenta y “hacer cosas” y esperasen a la decisión de Hitler (p. 202), quien, finalmente, incorporó los territorios ucranianos al Reich (p. 206). Tanto Bandera como Stetsko fueron detenidos y encarcelados, primero en las cárceles de la Gestapo, y más tarde en el campo de concentración de Sachsenhausen.
El revisionismo histórico oficial ha tratado de quitar hierro a la colaboración de la OUN-B con los nazis, alegando que Bandera y la OUN-B y el UPA también combatieron contra los nazis y que el provydnik hasta estuvo internado en un campo de concentración. Esta afirmación busca explotar el desconocimiento de las particularidades del sistema concentracionario nazi y su gradación de los presos. Bandera estuvo recluido en una sección especial del campo de Sachsenhausen como preso político “especial” u “honorífico” (Ehrenhäftling o Sonderhäftling), en una zona especial llamada Zellenbau, como también lo estuvieron el canciller austrofascista Kurt Schuschnigg y Horia Zima, el líder de la Guardia de Hierro fascista rumana. Huelga decir que las condiciones de estos presos estaban muy lejos de la de los comunes, que los nacionalistas ucranianos estaban retenidos en buena medida como activos a la espera de que los nazis supieran darle un uso, y que recibían, a diferencia del resto de presos, paquetes de comida de la Cruz Roja Ucraniana, tenían permiso para ser visitados y trabajaban en la panadería, la sastrería y los almacenes de objetos confiscados a los recién llegados al campo, donde tenían mayores oportunidades de supervivencia (p. 206).
Comparativamente, los nacionalistas ucranianos sufrieron peores condiciones en cautividad en el campo de concentración de Bereza Kartuska en la Polonia de entreguerras que en los campos de concentración alemanes. Lejos de oponerse a los nazis, los nacionalistas ucranianos “intentaron reparar la relación con sus captores, animaron a los ucranianos a colaborar con Alemania e intentaron persuadir a los alemanes de que necesitaban y debían mantener el gobierno establecido por Stetsko.” (p. 207) De la misma manera, los historiadores revisionistas han tratado de presentar la presencia de judíos en el UPA como una prueba de que su antisemitismo era más adscrito que real, pero lo cierto es que el UPA secuestró y obligó a trabajar para ellos a trabajadores cualificados, principalmente médicos y farmacéuticos, pero también a sastres, zapateros o barberos, mientras les fuesen útiles (p. 225). Por lo demás, la OUN no fue el único grupo que compartió objetivos con los nacionalsocialistas y después los combatió: las dos escisiones del partido fascista y antisemita polaco Campo Radical Nacional, Falange (ONR-F) y ABC (ONR-ABC), crearon organizaciones de combate contra los ocupantes alemanes, la Confederación de la Nación (KN) y la Organización Militar Unión Reptil (OW ZJ), respectivamente. Nadie reivindica hoy a la KN o a la OW ZJ como héroes.
Como destaca Rossoliński-Liebe, la mayoría de los miembros de la OUN no habían “cambiado sus convicciones revolucionarias, ultranacionalistas o fascistas después de 1945”
Sólo a partir de 1943, en su Tercera Gran Asamblea Extraordinaria, la OUN-B decidió que “no quería vivir en la ‘Nueva Europa’ que había anhelado en 1941” y situó al “hitlerismo alemán” como su enemigo, aunque mantuvo sus postulados racistas y las campañas de violencia masiva del UPA contra los judíos y los polacos en Volinia y Galitzia oriental. Uno de los líderes de la OUN-B llegó a afirmar que la cuestión polaca no era “una cuestión militar, sino una cuestión de minorías” y que la resolverían “como Hitler resolvió la cuestión judía.” (p. 218) La conferencia, “a la que asistieron treinta y nueve delegados de trece países”, escribe Rossoliński-Liebe, “debió de ser un desastre para la OUN-B, ya que destruyeron las actas y después mataron a varios de sus delegados.” (p. 217) A pesar de todo, “a medida que el Ejército Rojo se acercaba a Ucrania occidental en la primavera de 1944, los intereses del UPA y de los alemanes empezaron a solaparse, y como resultado muchas unidades del UPA empezaron a colaborar de nuevo con los alemanes” (p. 226), y, cuando la derrota parecía más clara, “el UPA evitaba generalmente atacar a las tropas alemanas porque sabía que los alemanes estaban perdiendo la guerra y se retirarían de Ucrania” (p. 232). Mientras tanto, en Berlín, los nazis liberaron a Bandera, a Stetsko, a Melnik y a otros nacionalistas ucranianos, que pasaron a estar bajo arresto domiciliario, con la idea de “organizar a rusos, ucranianos y otros europeos del Este para la última lucha contra el Ejército Rojo.” (p. 234)
El UPA siguió con su campaña de atrocidades. En Lviv, por ejemplo, miembros del UPA “sacaron los ojos a los miembros de dos familias enteras, uno a uno delante de los demás, y luego los descuartizaron delante de los aldeanos”, en Milsk “torturaron a dos oficiales [soviéticos] hasta la muerte, sacándoles los ojos, cortándoles con cuchillos, quemando sus cuerpos con hierros, golpeándoles con una baqueta”, en Sernyk mataron a una familia de cinco miembros de un koljós a hachazos, en Verbovets, al no poder encontrar a la persona que buscaban, asesinaron a sus cuatro hijos, de edades comprendidas entre los cuatro y trece años, en Pisochne dieron muerte a ocho niños y cuatro niñas cuyos padres se habían alistado en el Ejército Rojo (pp. 248-249). Con los truculentos crímenes contra la humanidad del UPA pueden llenarse páginas y páginas.
‘Operación Rollback’
En enero de 1945 Bandera y su familia huyeron a Viena, desde allí a Praga y después Innsbruck, escapando del avance del Ejército Rojo. En una reunión de la dirección de la OUN en Ucrania Bandera fue reelegido representante de la dirección en el extranjero y se decidió que “no regresara a Ucrania, sino que permaneciera en el extranjero, donde podría, como antiguo prisionero de un campo de concentración nazi y símbolo del nacionalismo ucraniano, hacer propaganda de la causa nacional” (p. 235), en un giro hacia el anticomunismo que también llevó a cabo su admirado Franco en España. En efecto, los nacionalistas ucranianos esperaban que “tras la derrota de Alemania, los aliados occidentales atacaran a la Unión Soviética, lo que permitiría a la OUN establecer un Estado independiente.” (p. 238) Cómodamente instalado en Múnich, Bandera vivió protegido por los servicios de inteligencia estadounidenses –los cuales, sin embargo, consideraban a la OUN-M más profesional y acabaron trabajando con ella–, británicos y, más tarde, germano-occidentales (p. 263).
En septiembre de 2023 el Parlamento canadiense ovacionó a uno de estos veteranos de las Waffen SS, Yaroslav Hunka, eufemísticamente presentado como un luchador contra Rusia
Todos ellos aspiraban obtener algún beneficio de sus conocimientos sobre la URSS en la nueva etapa de confrontación entre bloques y guerra fría que se abría y ayudaron a la OUN en la realización de cursos de infiltración en instalaciones, fabricación de explosivos, elaboración de códigos cifrados y sistemas de mensajería, o en la organización de redes de confidentes (p. 271). En 1946, políticos estadounidenses como George Kennan y el posterior director de la CIA Allan Dulles, a través de una sociedad pantalla llamada Oficina de Coordinación Política (OPC), pusieron en marcha la llamada ‘Operación Rollback’, financiada con fondos del Plan Marshall, a la que se destinaron hasta 100 millones de dólares anuales en 1951 y cuyo objetivo de hacer retroceder el comunismo en Europa del Este fortaleciendo los movimientos nacionalistas e incluso entrenando militarmente a sus miembros en bases occidentales para luego arrojarlos en paracaídas en aviones pilotados por soldados checos que volaban a baja altura en territorio soviético, con el fin de evitar ser detectados por los radares, y que combatiesen, así, el comunismo desde dentro de la URSS (pp. 254-255, pp. 272-273). Los servicios secretos soviéticos, obviamente, no se quedaron cruzados de brazos, y comenzaron su tarea de infiltración en la OUN y asesinatos selectivos.
Como destaca Rossoliński-Liebe, la mayoría de los miembros de la OUN no habían “cambiado sus convicciones revolucionarias, ultranacionalistas o fascistas después de 1945”, ya que “el clima antisoviético y anticomunista de la guerra fría hizo posible ajustar sus visiones del mundo de extrema derecha a la nueva situación, sin revisarla sustancialmente.” (p. 257) En efecto, los nacionalistas ucranianos “cooperaron con estados democráticos como Reino Unido y Estados Unidos por razones pragmáticas y estratégicas, no porque creyeran en la democracia o la valoraran.” (p. 274) El propio Bandera “tenía claro que el carácter ultranacionalista y criminal de la OUN y el UPA no tenía nada de malo”, y estaba firmemente convencido de que “sólo un movimiento así podía luchar eficazmente contra la Unión Soviética”, por lo que “la gente que exigía la ‘democratización’ de la OUN y el UPA eran traidores y comunistas.” (p. 281)
La falsificación de su propia historia es una constante en el nacionalismo ucraniano. “Como en el caso de la ‘democratización’ y la limpieza étnica de los polacos, la OUN-B comenzó a falsificar su pasado inmediato en lo que respecta a la violencia masiva antijudía”, y, por ejemplo, “a finales de 1943, el UPA ordenó la preparación de declaraciones según las cuales los alemanes habían perseguido a los judíos en 1941 sin ninguna ayuda de la policía ucraniana” (p. 228).
En 1945 emitió “una declaración oficial en la que negaba su participación en la política fascista antes y durante la Segunda Guerra Mundial.” (p. 261) Posteriormente los nacionalistas ucranianos alimentaron la leyenda de un genocidio sistemático contra el pueblo ucraniano a manos de los soviéticos, inflando la cifra de víctimas hasta los 15 millones, lo que servía también a sus partidarios para relativizar el Holocausto, y, con él, la colaboración de la OUN en el mismo. (p. 360). Hoy los nacionalistas ucranianos han aprendido que tienen que emplear el lenguaje de los estudios postcoloniales, del europeísmo o la defensa del derecho a la autodeterminación, dependiendo de la audiencia a la que se dirijan.
El esfuerzo, en cualquier caso, tuvo su recompensa. Un grupo de presión ucraniano en Canadá, por ejemplo, escribió una carta solicitando la admisión de un contingente de nacionalistas alegando que “estas personas son anticomunistas, y son representantes de todas las profesiones y condiciones sociales…. Estos desplazados, si se les ayuda a desplazarse en Canadá, encabezarían el movimiento y combatirían el comunismo, ya que son víctimas de su amenaza.” “Estas personas” y “estos desplazados” eran soldados de la Waffen-SS Galizien a quienes los británicos habían cambiado el estatus de ‘prisioneros de guerra’ a ‘personal enemigo rendido’. De los 11.000 miembros ucranianos de la Waffen-SS sólo 3.000 fueron deportados a la URSS para ser juzgados, el resto fueron admitidos en Gran Bretaña en 1947, y, desde allí, se trasladaron a otros países de la Commonwealth, principalmente a Canadá, donde se reasentaron entre 1.200 y 2.000 de ellos pese a las protestas del Congreso Judío Canadiense (pp. 258-259). Stetsko llegó a ser nombrado ciudadano honorario de la ciudad de Winnipeg en 1966 (p. 351). En septiembre de 2023 el Parlamento canadiense ovacionó a uno de estos veteranos de las Waffen SS, Yaroslav Hunka, eufemísticamente presentado como un luchador contra Rusia durante una visita del presidente ucraniano, Volodímir Zelensky, quien, como el entonces primer ministro canadiense, Justin Trudeau, se sumó a los aplausos.
La OUN-B también cultivó excelentes relaciones con la España de Franco, donde Stetsko seguía siendo tratado como “primer ministro de Ucrania.” Un representante de la OUN medió para que partisanos del UPA y veteranos de las Waffen-SS fuesen admitidos en las academias militares franquistas y logró que se abriese una emisora de radio que emitía desde Madrid tres veces por semana en ucraniano. En 1956 Franco llegó a invitar a Bandera a establecerse en España y Bandera correspondió la invitación protestando contra el ‘boicot internacional’ con la España de Franco y afirmando “que atacar a Franco era un gesto de bolchevismo, no de democracia.” (p. 281) Bandera llegó a visitar el país, pero finalmente declinó la invitación de España al considerar que la OUN tenía un mayor arraigo y capacidad de proyección en Múnich. (p. 274)
Retrospectivamente, a Bandera le hubiese convenido aceptar la invitación de Franco. El KGB fue capaz de rastrear su paradero y un agente logró darle muerte en la escalera de su apartamento de la Kreitmayrstrasse 7. La ejecución de Bandera fue una operación tan sofisticada de los servicios secretos soviéticos que sólo se conoció por la deserción de su agente, que hubo de explicarla detenidamente a los incrédulos policías a los que se entregó, ya que utilizó una pistola de fabricación especial que disparaba un chorro de cianuro a la cara del objetivo: “El cianuro estrechaba los vasos sanguíneos de la víctima y le causaba la muerte. Al cabo de un rato, se agrandaban y volvían a su tamaño normal. El cianuro inhalado se evaporaba al cabo de diez minutos, lo que impedía determinar que la persona había tenido una muerte violenta como consecuencia de la inhalación del veneno” y parecía que hubiese fallecido de un ataque al corazón (p. 288). En el caso del político fascista ucraniano, éste recibió una doble carga, puesto que el agente soviético, que llevaba un arma de dos cañones, esperaba encontrarse también a su guardaespaldas. La dosis fue por este motivo tan elevada que le provocó un sangrado a Bandera y permitió que los forenses pudiesen identificar restos del veneno durante la autopsia, poniéndoles tras la pista soviética (p. 289).
La creación del mito
“El asesinato”, escribe Rossoliński-Liebe, “transformó a Bandera en mártir y reforzó su culto político y su mito”. “Inmediatamente después del asesinato, facciones de la diáspora ucraniana convirtieron su muerte en una de las mayores catástrofes de la historia de Ucrania”, convocaron “una plétora de conmemoraciones de luto profundamente politizadas y ritualizadas que se prolongaron durante varias semanas”, y, de ese modo, “las comunidades de la diáspora revitalizaron el culto al providnyk y volvieron a convertirse en una ‘comunidad carismática’”(p. 336). Su tumba en Múnich se convirtió en un lugar de peregrinación (p. 345) hasta el día de hoy.
La relegitimación de la OUN se aceleró en Occidente. El 18 de julio de 1983 Stetsko fue recibido por el vicepresidente de EEUU, George Bush, quien se refirió a él como “el último primer ministro de un estado ucraniano libre” en una reunión previa a otra con el presidente Ronald Reagan (p. 357). Esta falsificación histórica, que como vimos venía precedida por varias décadas de esfuerzos, fue llevada a cabo por las publicaciones de los nacionalistas ucranianos e historiadores que simpatizaban con su causa, y podía acometerse gracias al clima de guerra fría y la falta de acceso a los archivos soviéticos (p. 367), lo que permitió a la OUN abrirse paso sin demasiadas dificultades entre la diáspora ucraniana con sus propios fines.
El culto a Bandera fue a más, y, tras la llamada ‘revolución naranja’ (2004-2005), el presidente de Ucrania, Víktor Yúshenko, decidió no sin polémica otorgar el título póstumo de Héroe de Ucrania
Un ejemplo palmario de estas falsificaciones es la autobiografía de Stella Krentsbakh, una supuesta mujer judía que salvó la vida gracias al UPA y emigró a Israel y que no es más que una invención de los historiadores favorables a la OUN para lavar su pasado (p. 372). Otro son los documentos que otro dirigente de la OUN, Mykola Lebed, falsificó a petición personal de Bandera o por iniciativa propia y que entregó al Harvard Ukrainian Research Institute (HURI) (p. 374). Al mismo tiempo, varios emigrados de la OUN regresaron a Ucrania tras la desintegración de la Unión Soviética y fundaron “varios partidos de derecha radical, antidemocráticos y otras organizaciones que influyeron considerablemente en la política, la sociedad, la cultura y el mundo académico ucranianos, especialmente en las zonas occidentales del país” (pp. 385-386). Partidos como la Asamblea Nacional Ucraniana (UNA) y su ala paramilitar, la Autodefensa Nacional Ucraniana (UNSO), o el Partido Social-Nacional de Ucrania (SNPU), que en 2004 cambió su nombre a Unión Panucraniana Svoboda.
A pesar de que la contribución de la OUN, como la de otros grupos nacionalistas fascistas, a la desintegración de la URSS fue marginal, siendo generosos, ya a finales de los 80, con la perestroika, las figuras del nacionalismo ucraniano regresaron a su país convertidos en iconos antisoviéticos. Al mismo tiempo, “su colaboración con la Alemania nazi y fascista y su implicación en el Holocausto y otras formas de violencia de masas durante y después de la Segunda Guerra Mundial quedaron completamente olvidadas.” (p. 380) En esta etapa surgieron las primeras iniciativas para construir monumentos dedicados a la OUN, al UPA y a Bandera, sobre todo en Ucrania occidental. (p. 384) Uno de los impulsores de aquellas iniciativas fue uno de los fundadores del SNPU, Andryi Parubi (p. 410), posteriormente presidente de la Rada, el parlamento ucraniano, de 2016 a 2019. Gracias a estos esfuerzos el “espectro de personas que practican” el culto a Bandera en Ucrania “es muy amplio” y entre sus admiradores puede encontrarse tanto a “activistas de extrema derecha con la cabeza rapada que realizan el saludo fascista durante sus conmemoraciones y sostienen que el Holocausto fue el episodio más brillante de la historia ucraniana” como a “profesores de instituto y universitarios.” (p. 463)
El culto a Bandera fue a más, y, tras la llamada ‘revolución naranja’ (2004-2005), el presidente de Ucrania, Víktor Yúshenko, decidió no sin polémica otorgar el título póstumo de Héroe de Ucrania al provydnik, una concesión que fue entonces duramente criticada por el Parlamento Europeo, además de, por supuesto, Rusia y numerosas asociaciones ucranianas orientales. Su sucesor, Víktor Yanukóvich, retiró el título a Bandera, que finalmente fue anulado de manera oficial en 2011, sin que ninguna de las propuestas posteriores para retornárselo haya prosperado. En este sentido, cabe destacar que uno de los motivos de la élite política ucraniana para bloquear esta medida no es de índole voluntario, sino porque entorpecería la entrada de Ucrania en la Unión Europea y enturbiaría notablemente las relaciones entre Kiev y Varsovia, que han vuelto a experimentar turbulencias este verano.
Tal vez ni siquiera sea ya necesario, puesto que gracias a la guerra la extrema derecha y sus símbolos se han normalizado y hoy sus partidarios son legión. Un ejército invisible para los medios occidentales y las élites políticas europeas. También para determinados investigadores de la extrema derecha, cuya carrera se vería dañada o terminada por completo de denunciarlo públicamente, acusados de “alimentar la narrativa del Kremlin.” “Me gustaría preguntar a algunos de los numerosos cazadores de fascistas en redes sociales por qué se dedican a perseguir a perros abandonados y se salen por la tangente sin decir ni pío ante la mirada gélida de los lobos grises”, escribía Dolan en el texto citado al comienzo de este artículo, “quizá no se trate de ninguna de las excusas que he mencionado antes, quizá se trate, simplemente, de que algunos cazadores prefieren las presas fáciles y pequeñas antes que the real thing”.
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