Opinión
El turismo y la destrucción creativa de la ciudad

El economista austriaco Joseph Schumpeter describió en Capitalismo, socialismo y democracia el proceso de “destrucción creativa” que caracteriza al capitalismo: la innovación constante —mediante nuevos bienes, métodos, mercados u organizaciones— que revoluciona desde dentro la estructura económica, destruyendo lo viejo y creando lo nuevo. Ese vendaval no es puntual, sino algo inherente al dinamismo capitalista.
Manifestación por la vivienda en Sevilla el 5 de abril
Rafa del Barrio Manifestación por la vivienda en Sevilla el 5 de abril.

Profesor de Ciencias Políticas en la Universidad Pablo de Olavide y coordinador de Izquierda Unida en el Casco Antiguo de Sevilla

12 ago 2025 09:13

Se ha debatido mucho sobre el sentido de esta dinámica capitalista. Como señaló David Harvey, mientras Marx destacó la naturaleza autodestructiva del capitalismo, la tradición schumpeteriana tiende a glorificar su creatividad y a tratar la destrucción como un coste inevitable del negocio. No obstante, las externalidades generadas por el desarrollo capitalista son insostenibles: las elevadas tasas de desigualdad a escala mundial, la exploración de los recursos naturales y, en última instancia, el cambio climático son solo algunos de los ejemplos más graves de este proceso. Ello nos obliga no solo a cuestionar la fe ciega en la innovación, sino también a imaginar alternativas capaces de superar el actual modelo capitalista.

Podemos observar una manifestación contemporánea de este fenómeno de destrucción creativa en las ciudades actuales de la mano del “nuevo turismo urbano”. En el caso de Sevilla —aunque la situación es comparable a la de otras capitales andaluzas—, una serie de casos recientes ejemplifican claramente esta dinámica. Por citar solo algunos de los más significativos: la emblemática casa-palacio de la familia Bellver, en la Plaza del Museo, será reconvertida en apartamentos turísticos; en el entorno de la calle Sierpes, las tiendas y oficinas de las firmas Guess y Scalpers se transformarán en alojamientos turísticos; e incluso se ha sabido recientemente que el histórico edificio Filella, en plena Avenida de la Constitución, pasará de oficinas a pisos turísticos. Por otro lado, el alcalde ha anunciado a bombo y platillo la instalación de un hotel de la lujosa cadena Four Seasons en la Plaza Nueva, que se sumará a la reconversión del histórico edificio de la Telefónica en otro hotel. Pronto, la Plaza Nueva podría convertirse en un espacio enteramente dedicado a usos hoteleros, como ya sucedió con la antaño popular Plaza de Molviedro, pero esta vez a gran escala.

Estas transformaciones no son algo anecdótico: en marzo de 2025 se registraron 122 nuevas viviendas turísticas en un solo mes, de las cuales 19 ignoraron los límites impuestos por el Ayuntamiento. En julio de este mismo año se aprobaron en la gerencia de urbanismo obras para 18 apartamentos turísticos en la zona más estrecha de la calle Feria, un barrio ya saturado de apartamentos turísticos y también se autorizaron obras para  nuevos apartamentos en la calle Peral y Don Pedro Niño; incluso las monjas del convento de Santa Paula están construyendo apartamentos en la zona del convento que da a la calle Enladrillada. En total, más de 2.500 VUT se han inscrito en Sevilla desde que José Luis Sanz asumió la Alcaldía. 

Pero lo que está en juego no es solo el uso puntual de un inmueble, sino un patrón de transformación urbana en el que el capital turístico reinterpreta y revaloriza la ciudad construida, desplazando usos tradicionales y alterando profundamente la vida urbana. Vivimos una transformación sin precedentes de la ciudad: no solo se pierden viviendas frente al negocio turístico, también edificios de oficinas y comercios tradicionales son transformados en alojamientos turísticos, con un profundo impacto tanto en la configuración física de la ciudad como en su tejido productivo cada vez más volcado hacia el sector turístico.

Hasta ahora, el Ayuntamiento, de manera timorata, ha limitado, en determinados barrios, las licencias para convertir viviendas habituales en VUT, aunque los datos demuestran que la efectividad de la medida está muy en entredicho. Al mismo tiempo, ha quedado patente que esa restricción es insuficiente: se mantienen los permisos para la transformación de edificios enteros en alojamientos turísticos —a pesar de que la ley habilita al Ayuntamiento a ponerles coto (como sí se ha hecho en otras ciudades)— y continúa la conversión de bajos comerciales en apartamentos turísticos.

La destrucción creativa schumpeteriana se torna así en destrucción sin control: lo nuevo no necesariamente mejora lo que destruye en busca de mayor beneficio. Los barrios se convierten en parques temáticos; las oficinas y comercios tradicionales ceden ante la lógica de la rentabilidad inmediata; los residentes son expulsados por el encarecimiento y también por el desarraigo. El capital turístico ha encontrado su mejor aliado en una permisividad institucional, que prioriza el rendimiento económico rápido de unos pocos sobre el interés general.

Lo que está en juego no es solo el uso puntual de un inmueble, sino un patrón de transformación urbana en el que el capital turístico reinterpreta y revaloriza la ciudad construida

Aún es posible revertir esta tendencia. Lo que está en juego no es solo el equilibrio entre turismo y vida cotidiana, sino el derecho mismo a habitar la ciudad. Afrontar este desafío requiere políticas públicas valientes y una apuesta, de una vez por todas, por el decrecimiento turístico. Hay que frenar la expansión de los alojamientos turísticos —tanto VUT como plazas hoteleras— y recuperar viviendas para el uso residencial para el qué fueron planificadas.

Repensar el modelo económico urbano actualmente existente transitando hacia formas menos dependientes del turismo y plantear alternativas. Frente a la lógica extractiva del capital turístico, hay que reivindicar otra creatividad: la de los barrios y la cultura popular, la de las iniciativas vecinales. La construcción de la ciudad solo puede hacerse desde quienes la habitan, y es ahí donde reside el verdadero atractivo de nuestra cultura urbana. Porque una ciudad que deja de ser vivida pierde su sentido, incluso para quienes vienen a visitarla.

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