Siria
Cristianos en Siria, el temor de los “hijos de esta tierra”

El brutal atentado en San Elías del pasado 22 de junio, que dejó un balance de al menos 26 muertos y 63 heridos, representó un duro golpe para la atribulada comunidad cristiana de Siria, que antes del inicio de la guerra civil, en 2011, representaba algo más del 10% de la población del país levantino y sumaba más de dos millones de almas. “Ni tan siquiera durante la guerra hubo un solo atentado contra las iglesias. Hemos de remontarnos hasta los incidentes de 1860 para encontrar un nivel de violencia parecido. Estamos devastados”, comenta el padre Anasthasios, que fue el encargado de oficiar algunos de los funerales para las víctimas del atentado.
Desconfianza en el Gobierno interino
Cuatro días después del ataque, el mobiliario dañado por la explosión se amontona al lado de la iglesia de San Elías. En su interior, los cristales de los ventanales están todos rotos y los desperfectos en las paredes y el techo dan una idea de la violencia de la explosión.
A escasos metros de la entrada principal del templo, en el preciso lugar donde el terrorista hizo estallar un cinturón de explosivos después de abrir fuego indiscriminadamente contra los feligreses que asistían al servicio dominical, se ha instalado una gran cruz de madera en homenaje a los “mártires”. A sus pies, entre las flores y velas, se puede ver el sótano a causa del boquete que provocó en el suelo. “En aquel momento, la iglesia estaba llena. Debía haber unos 300 fieles”, explica consternado el párroco del templo, el padre Romanos, un hombre joven que lleva su largo cabello recogido en una cola.
La Iglesia de San Elías pertenece a la Iglesia Griega Ortodoxa de Antioquía, la denominación que cuenta con más fieles entre la docena de confesiones cristianas con raíces en Siria. La sede oficial de su patriarca, Yohana X, es la catedral de Marianiye, en el corazón del barrio cristiano del viejo Damasco. “Algunos feligreses, sobre todo los que vivieron la explosión en primera persona, tienen miedo de volver a la iglesia. Pero otros, como la esposa de uno de los mártires, estaba ayer en primera fila. Los cristianos tienen una fe inquebrantable”, asevera el padre Anasthasios en su humilde oficina en las dependencias del patriarcado.

Tras la masacre, el patriarca Yohana lanzó un duro mensaje al nuevo Gobierno que fue aplaudido por toda la comunidad cristiana. El padre Anasthasios reitera en una entrevista las mismas ideas: “Desde la caída del régimen, hemos enviado muchos mensajes a las nuevas autoridades diciéndoles que queremos colaborar con ellos en construir una nueva Siria. Pero, hasta ahora, nos han ignorado”. El país cuenta con un Gobierno interino dominado por los líderes de HTS, la más potente de las milicias que derrocó a Al Asad. “De momento, [el presidente Sharaa] ha traído a su gente de la provincia de Idlib para gobernar. ¿Pero hasta cuándo le bastarán? Al Asad hizo lo mismo, y ya vimos cómo acabó”, desliza el clérigo, un joven alto y apuesto que ejerce de asesor del patriarca.
“Desde la caída del régimen, hemos enviado muchos mensajes a las nuevas autoridades diciéndoles que queremos colaborar con ellos en construir una nueva Siria. Pero, hasta ahora, nos han ignorado”
Enseguida, el Gobierno atribuyó el atentado al autodenominado Estado Islámico, o ISIS, por sus siglas en inglés. Horas después, la policía abatió a dos miembros y arrestó a otros cinco de una célula a la que presuntamente pertenecía el terrorista suicida. Sin embargo, al día siguiente, un oscuro grupo llamado Saraya Ansar al-Suna reivindicó el ataque, lo que sembró la confusión entre una parte de la ciudadanía. “Dicen que fue el ISIS, pero yo creo que es alguna de las milicias vinculadas al Gobierno. Nos odian, nos ven como unos infieles”, espeta Jamal, un joven de una distinguida familia del viejo Damasco. Su opinión parece representar la de una mayoría de cristianos en los días siguientes a la masacre. Entre ellos, la desconfianza hacia el presidente Ahmed Sharaa es profunda.
Aquellos días, al anochecer, varias manifestaciones recorrieron los barrios cristianos de Damasco. Centenares de personas exhibieron cruces y corearon eslóganes en los que proclamaban que no pensaban convertirse al islam. El hecho de que Hind Kabawat, la ministra de Asuntos Sociales y la única mujer y representante de la comunidad cristiana en el Gobierno, visitara la Iglesia de San Elías, no aplacó los ánimos. “Ella no nos representa. En 2011, se marchó al extranjero. No sabe lo que hemos sufrido durante la guerra”, dice Jamal, que no puede evitar alterarse durante la conversación.

Siraj Dib, párroco del obispado de la iglesia maronita en Damasco, expresa una opinión más moderada y rechaza cualquier implicación del Gobierno en el atentado: “El discurso del presidente Sharaa sobre la tolerancia hacia las minorías es positivo, el problema es su aplicación... Este es un Gobierno sin experiencia. No será fácil, pero espero que el futuro nos traerá una Siria mejor”. Según este clérigo culto, con un doctorado en antropología recién completado, el temor de los cristianos se centra no tanto en su exterminio, como en su exclusión política y social de la nueva Siria. “El presidente Sharaa dice tener un proyecto para todos los sirios, pero a mí, como cristiano, no me ha dado una razón para soñar. Y eso es necesario, porque una nación no es otra cosa que un colectivo con un sueño común”, sostiene Dib.
Patrullas ciudadanas
En los últimos días y por primera vez, en algún barrio cristiano de Damasco se han visto hombres armados con pistolas y kalashnikov que no pertenecen a las fuerzas de seguridad. En sus uniformes, se puede ver bordado un símbolo con un encaje de manos y la palabra Faza. “Tras el atentado, la policía ha distribuido armas entre algunos grupos de vecinos de la zona para que patrullen las calles. En principio, nosotros no vamos a organizar ningún dispositivo de seguridad especial en las iglesias. Ahora bien, si la gente de Faza o el Gobierno quieren hacerlo, es cosa suya”, afirma el padre Anasthasios.
Jamal hace tiempo que forma parte de Faza, una especie de brigada ciudadana que vela por la seguridad del barrio. “Hasta ahora, en mi zona, nunca hemos ido armados. Los cristianos somos pacíficos”, asegura Jamal, que alguna vez se ha visto envuelto en pequeños altercados cuando su brigada ha expulsado a musulmanes en camionetas que pretendían pasearse con altavoces instando a los cristianos a convertirse al islam.
Éxodo de miembros de la comunidad
En Siria, los cristianos están esparcidos por todo el país, tanto en algunos barrios de las grandes ciudades, como en pueblos y aldeas. Una ciudad donde han tenido un importante peso histórico es en Alepo, la segunda mayor ciudad siria y considerada su capital económica. Una buena parte de ellos se asentó allí tras el genocidio cometido por las fuerzas otomanas durante la Primera Guerra Mundial. Ahora, otro conflicto bélico los ha obligado a volver a abandonar sus hogares. “Durante la guerra civil, muchos cristianos se exiliaron. Ahora quedan menos de 20.000 de una comunidad de unos 350.000 antes de 2011”, lamenta el activista social Antoine Maqdisi, fundador de la ONG Warsha dedicada a promover un cambio cultural entre la juventud.
“Para los cristianos, es a menudo más fácil conseguir ser aceptados como refugiados en Europa. También muchos tienen un mejor estatus, familia en el extranjero, hablan idiomas”
En Damasco, menos golpeada por los bombardeos, el éxodo ha sido menor, pero algunos cálculos apuntan que han partido más de la mitad de los cristianos. “Mira, todas estos apartamentos a oscuras, son de cristianos que han emigrado”, señala Emile, el empresario, en una zona cristiana cercana a su residencia. Según Maqdisi, el éxodo de cristianos no se debe sobre todo al hecho de que fueran un blanco especial de la violencia, que afectó a todas las comunidades. “Para los cristianos, es a menudo más fácil conseguir ser aceptados como refugiados en Europa. También muchos tienen un mejor estatus, familia en el extranjero, hablan idiomas, etcétera”, comenta Maqdisi, que asegura no tener ninguna intención de abandonar Siria, a pesar de que podría hacerlo fácilmente. Pero otros muchos se lo plantean, como Jamal, el miembro de Faza. “Si pudieran, casi todos los cristianos se marcharían. En Siria no hay futuro”, apunta con amargura.
El Salto ofrece una serie de cuatro artículos que analizan la actualidad de Siria a partir de las minorías que habitan el país.
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