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Memoria histórica
Las Hurdes: de tierra sin pan a tierra de mujeres
“Nací en la provincia de Salamanca y en Ciudad Rodrigo me echaron al hospicio. De allí me trajeron a Riomalo de Arriba y me criaron de teta. El gobierno le daba una paga a las mujeres que criaban a uno de esos niños. Luego, la que quería se quedaba con él y la que no podía, porque tenía familia, lo devolvía al hospicio cuando lo destetaba”. Así comienza la historia de Melinda Martín Gil, una de las 27 protagonistas del libro “Las Hurdes: Tierra de Mujeres”. Melinda fue una de las que devolvieron al hospicio, aunque luego, a los dos años, volvió a ser recogida por otra familia hurdana convirtiéndose en lo que se conocía en aquella época (años 30) como niña pila de pan (pilos de leche para los lactantes). Melinda dice que tuvo suerte porque la madre que la crió la quería. Desde niña trabajó los helechos, como el resto de la familia, con el que se hacían las camas. Vivían de los huertos y de las cabras, durante la guerra siempre había castañas para comer. La vida era trabajar y los domingos, al llegar de pasar todo el día en el monte con las cabras, Melinda se preparaba y se iba al baile. Allí conoció a su marido con el que se casó a los 18 años. Después venían los hijos: “Las mujeres iban a recoger al niño. A mi Pili me la cogió Metria, una mujer que se fue a vivir para Miranda. A todos los demás me los recogió Juana. Ellas les cortaban la vida, los lavaban y los vestían. Tuve ocho partos en casa y todos nacieron bien”. Aunque el hijo más pequeño se le murió a los dos años de bronquitis, otro de sarampión a los tres años y su mellizo también de meningitis.
Era una vida sin relojes, Melinda dice que el primero que tuvo se lo trajo su hijo cuando se fue a trabajar a los pinos en Navarra. Ella nunca salió de Extremadura. Normalmente eran los hombres los que emigraban y las mujeres se quedaban en la casa a cargo de todo: la casa, los mayores, los huertos, los animales y los hijos.
Como este testimonio el libro recoge también el de Marina Mateos Sánchez, Emérita Martín Moriano o Mercedes Gordo Hernández, por citar solo algunos nombres. Todas ellas hurdanas nacidas entre los años 20 y 40, la generación de nuestras abuelas. Mujeres valientes que vivieron una vida que nos parece imposible ahora. En un territorio físico muy particular (“aisladas del mundo por montañas de difícil acceso, cubiertas de tupidos matorrales de brezo y jara“) y con unas condiciones socioeconómicas distintas de las que había en el resto del país.
Para las personas que nunca visitaron esta comarca extremeña, Las Hurdes se sitúa en el norte de la provincia de Cáceres, limítrofe con la provincia de Salamanca. En la actualidad viven en ella unos 6.000 habitantes distribuidos en 40 núcleos de población, muchos aún de la apicultura y otros tantos también del turismo. Que es un lugar mágico lo dijeron ya Lope de Vega, Unamuno, Buñuel y un sinfín de fotógrafos, músicos y pintores que se acercaron a Las Hurdes atraídos por una leyenda construida al amparo de la miseria del lugar y de la atracción poderosa que ejerce la naturaleza en las personas que allí habitan.
Miguel de Unamuno lo resumió en una frase: “Si en todas partes los hombres son hijos de la tierra, en Las Hurdes la tierra es hija de los hombres”.
El libro
En sus más de 300 páginas se respira esa vinculación íntima de las mujeres con la tierra, una tierra áspera, poco fértil, con cultivos en bancales, cuyo trabajo había que combinar con el cuidado de las cabras y las abejas. Los testimonios están recogidos con mimo, Jesús dice que las mujeres colaboraron activamente en la corrección de los textos, y aunque recuerdan momentos de verdadera dureza, siempre transmiten una nota de buen humor y optimismo.
Aún así, como señala Jesús, la lectura del libro no deja lugar para la nostalgia: “ Se vivía mucho peor. Los mayores se sienten orgullosos de las generaciones más jóvenes. Hay algo, sí, que echan en falta: el compromiso con los vecinos, la actitud más proclive a la solidaridad y a la empatía. Incluso en este territorio tan concreto y reducido se alude al creciente individualismo, a cierto aislamiento, a la pérdida de un sentimiento de pertenencia a una comunidad más fuerte, intensa e íntima”.
Tierra con alma
Aunque el libro se centra en el testimonio oral de sus protagonistas, la inclusión de sus retratos, obra del fotógrafo alicantino José Benito Ruíz, permite acceder a la personalidad de las entrevistadas desde otra perspectiva. No fue tarea fácil, señala Jesús, “dado el carácter reservado de la mujer hurdana”. A la postre, y así se vio el día de la presentación del libro en Pinofranqueado, las mujeres se sintieron reconocidas, admiradas y queridas al ver sus retratos expuestos. La exposición que acompaña el libro, que estuvo en Cáceres hasta la semana pasada, ha tenido una muy buena acogida y ha generado buenos debates, no solo acerca del pasado de Las Hurdes sino sobre su identidad y proyección futura.
La asociación cultural AlmaHurdes trabaja ya desde hace unos años para dinamizar la vida cultural de la comarca. Formada por una veintena de voluntarios y voluntarias, organizan exposiciones, charlas y caminatas en la zona. Como dice el presidente de la asociación, Jesús M. Santos, “Las Hurdes son un territorio físico, pero también un espacio emocional cargado de símbolos con capacidad para dinamizar su reconocimiento e incluso su propia economía”.
Transformada por la reforestación y acosada por los incendios, esta tierra ha podido mantener la riqueza de su flora y su fauna. Algunos pueblos conservan pequeños núcleos de arquitectura tradicional, pequeñas viviendas levantadas con la técnica de la piedra seca, la superposición de pizarras sin argamasa, que caracterizan los espacios más representativos de aquella manera de convivir entre las personas y, con frecuencia, el ganado.
“Recorrer Las Hurdes en este tiempo es un ejercicio formidable para comprender la relación entre el ser humano y la naturaleza” – concluye Jesús-. “Ese es el elemento central que ha elevado a la comarca a la condición de símbolo, de metáfora de la España rural o vacía. La leyenda que ella ha suscitado se ha amplificado a través de los escritores, los artistas, los fotógrafos o los cineastas que la han recorrido y la han recreado para convertir ese territorio singular en un mito”.
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Vamos a ver si queda claro de una vez por todas:
Buñuel no fue el descubridor de las Hurdes. Antes que él la visitaron y estudiaron otros muchos. El mayor divulgador de la comarca fue el antropólogo francés Marcel Legendre, responsable en bastante parte del estigma maldito que siempre sufrió esta comarca, cuya miseria no sería mayor que en otras de España.
Buñuel se aprovechó de las Hurdes para montar una ensoñación surrealista muy de su gusto, dándole un falso barniz de documental. «Tierra sin pan» NO es un documental. Buñuel no se adaptó a la tierra jurdana para mostrarla, sino que adaptó esa tierra y sus gentes para montar su propio show surrealista. No hizo un documental, sino un metraje para su mayor gloria. Las Hurdes no necesitaban a Buñuel para nada, él si necesitó a una tierra que siembre despreció, para su mayor lucimiento.
¡Salud!