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Pueblo gitano
La gran fiesta de Paco León: caricatura al Pueblo Gitano
Cae la tarde y me siento a escribir y preparar ciertos proyectos sobre la historia del Pueblo Gitano, a una semana de viajar al Segundo Congreso de Antigitanismo de Género. Allí me encontraré con amigas talentosísimas —primas, nos decimos nosotras—: Aitana, bailaora y psicóloga; Claudia, primera mujer fotógrafa oficial de la Bienal de Sevilla… Alejandra es criminóloga y una vez estuvimos juntas en el Parlamento Europeo, en Bruselas, defendiendo allí nuestros derechos por el Día de la Resistencia Romaní. Ojalá también esté mi Sara, que tiene un documental en Filmin mostrando cómo es el Barrio de la Mina desde la mirada de una gitana adolescente. Pienso en el coro invisible que todas ellas forman: lo escucho a cada rato, revoloteando sobre cada cosa que hago y que siento, empujándome a ser más valiente, a recordar qué consejos me darían ellas y de qué otras mujeres los hemos aprendido. Es un milagro que nosotras, su descendencia, existamos y podamos mantener vivo el testimonio sobre los incontables intentos de exterminio.
El caso es que me siento a trabajar con esta larguísima madeja de memoria histórica y una de mis primas me interrumpe: necesita saber si ya he visto la fiesta de «temática gitana» del actor Paco León —y me advierte de que es bastante peor de lo que se imaginaba—. ¿Temática gitana? ¿Esto lo supone y exagera ella, basándose en lo que le ha ido apareciendo, o el alegato llega así desde la propia ceremonia?
Según la crónica del ABC de Sevilla, «Paco no dejó pasar la oportunidad de organizar una fiesta de temática gypsy». En los titulares de El Español y de Cuatro también usan la fórmula «la fiesta gypsy». En La Sexta comentan que «el dress code era gypsy». En Divinity citan directamente las bodas gitanas como inspiración, y se refieren al padre de Paco como «el patriarca». Todavía no tengo claro en cuántas puertas desembocará el pasillo de este horror, pero descubro mi mano girando ya el primer pomo: «Gypsy» es una expresión tradicionalmente despectiva. Miguel Ángel Vargas, historiador del arte y gitano jornalero de la cultura, insiste en que no se debe usar si uno no es inglés o no tiene algo concreto que explicar. Yo comienzo a creer que todos los medios coinciden en este término porque la familia León ha evitado que narren el evento como «fiesta gitana», dando por hecho que así estarán basándose en una estética intangible, folklórica y etérea y no en la caricatura a un pueblo históricamente perseguido.
Indago en busca de dos deditos de frente entre las costuras de la fiesta antes de juzgar y, tras la siguiente puerta, me encuentro con un vídeo-resumen que publica Sevilla Magazine: «Si creíais haberlo visto todo del 50 cumpleaños de Paco León y las bodas de oro de su madre, Carmina Barrios, ¡aún os quedan videos como éste!». Nada podría haberme preparado para la imagen de Carmina disfrazada de la clásica pedrería de las novias gitanas, con las joyas más grandes, brillantes y paródicas que pudo encontrar; fumándose un cigarro sobre una carroza mientras le gritan barbaridades como «viene nueva, viene limpia, está nueva».
Aquí ya es innegable la burla consciente. Cualquier otro alegato es cobardía pura. En el primer fragmento del vídeo mis primas y yo ya hemos visto tantas señales concretas que con esto nos valdría para exponer la situación en una charla sobre el antigitanismo arraigado al panorama cultural. Hemos trabajado con personas romaníes de numerosos países y tenemos claro que se llevarían las manos a la cabeza si descubrieran que en España la prensa muestra algo así con semejante normalidad. La cosa es que la compilación continúa y al lado de Carmina vemos a su marido, padre de Paco, igualmente disfrazado de lo que ellos creen que es un patriarca gitano en una boda —una cachaba con el puño dorado y un traje blanco con brillos—.
El vídeo tiene todavía más ramas enredándose entre sí: la actriz María León, hermana de Paco, lleva el disfraz de peor gusto y de menos respeto, como queriendo ella misma que sea sucio y hortera, y aparece cantando «yeli, yeli» tras las rejas de una ventana —reforzando el mito de la nula libertad de la mujer gitana para elegir sus propios ritos nupciales—. Paco se ha quitado la americana de brillos dorados para «partirse la camisa» y, con ella ya rota, saca festivamente una ristra de billetes de la tarta. La mayoría de mujeres llevan corona y un postizo (juraría que voluntariamente cutre) para emular la melena característica de la novia gitana. Al llegar a la fiesta, se les recibe con almendras y peladillas por el aire, como en los pedimientos. Llegadas a este punto, ¿quién tiene las entrañas de negarnos que se estaban entreteniendo con las caricaturas populares sobre las celebraciones del Pueblo Gitano, al estilo blackface?
Nos pesa el corazón y aún no hemos atravesado más de dos puertas —la de la fiesta según la prensa escrita y la de la fiesta según las imágenes—. Nos sentimos completamente perdidas: abramos la puerta que abramos, quedarán decenas de miles. ¿Es esta la idea que tienen sobre nosotras? ¿Nadie fue capaz de cogerles de la mano y decirles que la temática era, cuanto menos, de muy poco tacto? ¿Nos dejamos el tiempo y la energía en explicarles la persecución sufrida por el Pueblo Gitano en este país, precisamente con leyes que nos obligaban a abandonar nuestra música, idioma y vestimenta distintiva? ¿Servirá de algo?
¿Nos beneficia, siendo realistas, intentar prestarles un rato nuestra mirada?
Saray Amaya, diseñadora gitana, escribe en un comunicado: «espero que la próxima fiesta no sea sobre la esclavitud y veamos a Carmina encadenada y llena de betún». Gemma, estudiante de Pedagogía, repara en la diferencia abismal entre los comentarios que le dejan aquí a Paco y los que suele haber en los vídeos de Manuel Jiménez: en los de Manuel la gente pregunta de dónde sacan el tiempo y el dinero para festejar; en los de la élite de actores y presentadores del lado progresista de la cultura, la gente se lamenta de no poder estar y disfrutar. Ellos se disfrazan de una cultura perseguida y sus fotografías llegan a Vogue; Manuel recibe odio por compartir con naturalidad las bodas de su propia cultura en las Tres Mil Viviendas —que ocurren en esa misma Sevilla de Paco y, a su vez, en una dimensión muy lejana—.
Este país continuará llevando por bandera todos los símbolos gitanos, sin querer voces gitanas que los definan y contextualicen
¿De cuántos hilos tiramos? ¿A partir de cuántas puertas abiertas en vano es lógico desistir? ¿Recordamos la canción sobre estas dos Sevillas que ya sacaron en los 90 los Pata Negra? ¿Preguntamos por los índices de pobreza de cada barrio sevillano, y por la relación directa entre precariedad y una mayoría de población gitana? ¿Desmigamos el relato de cuando se expulsó a los gitanos de Triana para gentrificarla y reubicarlos en las Tres Mil, despojados de sus vidas y oficios?
Se nos ocurre que podríamos pararnos a explicar el significado cultural del pelo largo en las personas romaníes: es un símbolo de vida longeva, de perdurar en un mundo en el que se nos ha exterminado sistemáticamente. Quizá podríamos aprovechar y hablar del escarnio público que vivió Farruquito cuando celebró su boda, con sketches y chirigotas burlándose de su familia. Quién sabe: lo mismo hasta empatizan si las mujeres gitanas artistas contamos la cantidad de veces que en entrevistas serias nos preguntan por esa prueba del pañuelo que la fiesta de Paco ridiculiza por diversión. Si tuviéramos más tiempo libre y menos dolor, nos saldrían discursos fascinantes sobre la necesidad del Pueblo Gitano de aferrarse a las costumbres de sus ancestros, para honrarles y que no se desdibuje su identidad por completo, en nombre de la «integración». Conocemos a tantas personas gitanas con brillante capacidad analítica, cada una desde su profesión y vivencias, que nos desesperanza enormemente comprender que nadie nos ve por lo que sí somos. Ni siquiera los artistas que en teoría están en el lado bueno de la historia.
La falta de respeto de esta fiesta pasará y se diluirá en el tiempo, igual que el agua se escurre entre las manos. La «disculpa» lacia y descafeinada de Paco no llegará más lejos del post de la asociación de mujeres gitanas que señaló todo esto como antigitanismo, haciendo peligrar su reputación. Las revistas de moda seguirán sin hacerse eco de los trajes de novia gitana que diseñan mujeres como Saray Montoya. La Tierra seguirá girando y las mismas manifestaciones culturales se juzgarán con admiración o con desdén, dependiendo de parte de quién vengan. Este país continuará llevando por bandera todos los símbolos gitanos, sin querer voces gitanas que los definan y contextualicen. La fiesta de Paco pasará, como cualquier otro debate, pero desde aquí sabemos que está hecha del mismo material de frases como «qué pelos llevo hoy, parezco una gitana». Está hecha de los mismos hilos que las anécdotas de señoritos que en la posguerra tiraban las sobras de comida al suelo para que los pobres se arrodillaran a recogerlas. La nula comprensión ante las reacciones está hermanada con esas películas en las que todos los actores tienen carillas sobre los dientes, despreciando cualquier rasgo que humanice y nos acerque a los que están arriba.
Eso sí: también las mujeres gitanas seguiremos escribiendo nuestra propia historia y dejando en el relato colectivo la huella de lo que realmente somos: ese coro invisible que nunca habéis conseguido arrancarnos.
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Un pequeño apunte. Aunque desconocía hubiera congresos sobre Antigitanismo de Género, me permito decir que, en mi opinión, el primer antigitanismo de género lo ejercen los hombres gitanos y con respecto a sus mujeres. Todo ésto en razón al acentuado machismo y homófobia existe en ese grupo étnico. Ya no voy a hablar de hombres cis, homosexuales, mujeres trans, etc, porque no existen en su comunidad. O no se manifiestan, porque no se atreven, que también pudiera ser. Yo, desde luego, después de más de 50 años conviviendo con ellos y ellas, lo tengo claro.....
Antonino hijo mio si convives con gitanos y no conoces a ni uno gay lo mismo tiene que ver con que eres mas viejo que un bosque, o que con convivir con gitanos te refieres a vivir en sevilla este
Querida o querido noles:
Hablaba con ironía. Claro que conozco gitanos homosexuales, todos los días veo a dos o tres. Pero, supongo sabrás, esa condición está muy mal vista entre sus congéneres. Por tanto, no se manifiestan como tales. El único que he conocido y quiso vivir su vida a du aire, sin disimular, tuvo que irse de la tribu. Ahora no me digan que los payos ésto y lo otro, que sí, que de acuerdo.