Opinión
¿Qué tienen en común Wallerstein y Bambino?

‘El pueblo gitano contra el sistema-mundo‘ de Pastora Filigrana puede leerse —aunque no solo— como una síntesis en caló del pensamiento wallersteniano.

19 jul 2020 06:00

Bambino era proletario, gitano, maricón y andaluz. Como yo y como tú habitaba un sistema-mundo que distribuye sus privilegios en función de la clase, etnicidad, sexualidad y nacionalidad. Bambino ocupaba los polos relativamente menos privilegiados de este ordenamiento jerárquico y explotador. Digo “relativamente” porque si hubiera sido negra, bollera y nigeriana su estatus y su identidad hubieran sido aún más vilipendiados. Bambino, pese a su adscripción al lado de los perdedores, ganó: porque resistió siendo libre, sin aceptar someterse a la condena del trabajo asalariado, sin aceptar someterse a la condena del machismo homófobo patriarcal, sin aceptar someterse a la condena que dice que vales menos si eres del Sur. Resistió siendo un gitano de ley. Sobre esa historia de resistencias del pueblo gitano trata el libro de la abogada gitana y activista por los derechos humanos Pastora Filigrana.

Como se puede deducir del título, el análisis de Filigrana parte de las investigaciones de Immanuel Wallerstein, uno de los científicos sociales más importantes del largo siglo XX, y que falleció recientemente. Si bien las referencias del libro son más variadas, moviéndose entre la historia, la antropología y el pensamiento decolonial, centraré este artículo en la relación entre el pensamiento de Filigrana y el de Wallerstein, pues El pueblo gitano contra el sistema-mundo puede leerse —aunque no solo— como una síntesis en caló del pensamiento wallersteniano. Con esto no quiero restarle originalidad a la obra de Pastora Filigrana sino encuadrar mi lectura en aquella referencia que conozco más y, de paso, hacer un pequeño homenaje a mi amigo —aunque solo en mi imaginación— Immanuel.

No hay un afuera

Uniendo la teoría de sistemas, con la economía marxista y la historiografía total de Fernand Braudel, Wallerstein plantea que el sistema capitalista es un sistema-mundo que desde el siglo XIX alcanza la totalidad del planeta. Es decir, el capitalismo es un sistema-mundo mundial, que engloba dentro de sus operaciones a todos los Estados y pueblos del orbe, independientemente del régimen autoproclamado de cada país. Corea del Norte y Cuba pertenecen al sistema-mundo capitalista, pues en la división del trabajo global, entablan relaciones de intercambio y dependencia con el resto de los actores del proceso económico de acumulación incesante de capital, que es la característica constitutiva del sistema.

Para conseguir esa acumulación incesante de capital el sistema-mundo capitalista necesita la producción y mantenimiento de divisiones entre Estados (centro, periferia y semiperiferia) y entre diferentes categorías de personas con mayor o menor valor dentro de un marco ideológico justificador. El racismo y el sexismo son las ideologías justificadoras del mantenimiento de diferencias en el acceso a los recursos de grandes capas de la población. Del mismo modo que no hay un afuera al capitalismo, tampoco se puede escapar al racismo y al sexismo pues, por ejemplo, el acceso al mercado de trabajo de la mujer blanca y occidental se construye sobre los hombros de las temporeras de fresas marroquíes y las cuidadoras ecuatorianas. Esta es la tesis que asume Pastora Filigrana y que resume en las primeras páginas del libro.

El pueblo gitano lleva quinientos años desafiando el modo de vida individualista y subordinado que le reservaba el Estado semiperiférico español

Pero que no haya un afuera al sistema-mundo que habitamos no quiere decir que no se pueda hacer nada. Se pueden oponer resistencias y, de hecho, se oponen constantemente. El pueblo gitano lleva quinientos años desafiando el modo de vida individualista y subordinado que le reservaba el Estado semiperiférico español. Estas resistencias le han conllevado persecución y castigo, pero pueden servir de inspiración para construir nuevas formas de vivir, que habrán de ser, pues no pueden ser de otra manera, formas de resistir desde adentro.

Resistir al trabajo asalariado y al monopolio punitivo de la ley

El capitalismo condena a la gran mayoría de la población a la pobreza o a vender su fuerza de trabajo en el mercado para que, con ella, otras personas se enriquezcan. A este chantaje se ha resistido el pueblo gitano por dos vías principales: ejerciendo oficios liberales, artísticos y artesanales que les permitieran poseer los medios de producción —que sus manos, sus bocas y sus saberes fueran el valor añadido— y practicando formas de mutualismo basadas en un concepto extenso de familia. Esta independencia económica ha permitido que el pueblo gitano conserve formas de vida autónomas, basadas en valores que, por humanistas, resultan hoy en día contraculturales. El desprecio al dinero y el amor a la vida compartida y disfrutada en el aquí y el ahora, se mantienen como faros de un vivir que se niega a caer en el productivismo esclavo y en el consiguiente hedonismo esquizofrénico culpable.

El proceso económico capitalista ha tendido a la concentración de las fuerzas productivas y, de manera paralela, ha necesitado la conformación de Estados fuertes, que resuelvan en favor de las élites aquellos conflictos que se dan en la interacción social. El Estado monopoliza el uso legítimo de la violencia y roba a las comunidades su capacidad de autogestionar sus propias controversias. La pérdida absoluta del pluralismo jurídico característico de las sociedades preindustriales es resistida también por el pueblo gitano, que consigue mantener formas propias de mediación y de autocomposición, fuera del derecho y de los tribunales oficiales. Las diversas formas de justicia comunitaria que se mantienen en las sociedades gitanas no se basan en la venganza, como suele presentarse en el imaginario dominante, sino en formas de compensación material y simbólica, más propias del paradigma de la justicia restaurativa. De hecho, esta es una constante universal: todos los pueblos practicaron formas de justicia restaurativa comunitaria hasta que el Estado se apropió de los conflictos y estableció la prisión como centro del sistema de control social. Recuperar esta justicia restaurativa comunitaria es una vía imprescindible si queremos transformar la sociedad para huir del penalismo mágico y mantener una cohesión social basada en los cuidados y no en los castigos.

La resistencia a perder las propias maneras de vivir, las propias maneras de ser, ha supuesto siglos de desprecio, humillación, persecución y castigo, pero el pueblo gitano no se ha doblegado. Pastora Filigrana muestra en este libro cómo, ante este capitalismo global en proceso de degradación irreversible “las vidas que quedan en los márgenes de la centralidad de Occidente ya están enfrentándose al colapso cada día y han sabido generar estrategias de supervivencia basadas en el apoyo mutuo y la comunidad que están resultando válidas”. Quizás no solo deberíamos buscar modelos de resistencia en las valiosas pero lejanas experiencias del Buen Vivir andino o la autogestión kurda, también podríamos empezar a mirar sin desprecio y condescendencia a las ricas y fértiles alternativas de vida que ha atesorado el pueblo gitano. No caigamos en el romanticismo idealizador con el que, a veces, nos acercamos al Sumak Kawsay o al confederalismo democrático de Rojava, pero probemos a aprender con humildad de quienes llevan siglos manteniendo su libertad en un sistema que nos oprime a todas.

Podemos construir respuestas tentativas juntas, pues convivimos en el Sur y nos entendemos en el idioma común que cantaba Bambino

Ahora que buscamos alternativas al trabajo asalariado en la economía social y solidaria y en otras formas de economía poscapitalista, ahora que buscamos alternativas a la justicia patriarcal en el paradigma de la justicia restaurativa y la justicia feminista, probemos a aprender del pueblo gitano. No tienen la respuesta absoluta y definitiva para encontrar el afuera desde dentro, nadie la tiene, pero podemos construir respuestas tentativas juntas, pues su historia de resistencia es parte de nuestra historia también, pues convivimos en el Sur y nos entendemos en el idioma común que cantaba Bambino.

“Gitanicémonos”, entonces, como propone Pastora, como hacemos cada vez que canturreamos una rumba o una bulería.

Por muy poco arte que tengamos, el corazón nos late al mismo compás.

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Penalismo mágico en los tiempos del cólera

Con ‘penalismo mágico’ quiero referirme a la creencia en el poder sobrenatural del derecho penal, de lo punitivo, como herramienta capaz de producir efectos automáticos y de resolver complejos problemas sociales de manera prodigiosa.

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