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Periodismo
Andrés Vázquez de Sola. Ver y mostrar (I/IV)
En esta primera entrega, Andrés nos abre las puertas de su casa y nos facilita el acceso a su memoria y a sus experiencias. De mirada ingeniosa y conversación ágil, el dibujante vuelve la vista hacia su trayectoria de vida, su obra y su forma de entender el mundo generando una confesión que impugna el relato hegemónico. Nos espera un buen rato de amable conversación preñada de risas, anécdotas y alguna que otra lágrima. Y, como buen contador de historias, Vázquez de Sola deposita su confianza en la cronología y comienza por el principio. Su principio.
Situada en la calle Cádiz, fue fácil encontrar “Mima Dinora” —La madre negra—. Su fachada roja, similar al color del barro con el que se construyen los bohíos cubanos, se transformó en el lienzo de un cuadro que acoge la figura de un hombre de estructura delgada, vestido de impoluto blanco y que nos recibe con una festiva carcajada. “¡Pasad, pasad!”. Estaba nervioso porque Angélica, su mujer, no había podido acompañarle aquella mañana. ¡Imprevistos propios de un verano en pandemia! Nos acomodamos en el patio exterior de la casa. Inmediatamente, sentimos estar en un lugar cálido, en la cotidianidad de una persona que sabe acoger: “¿Queréis una cervecita?”. Entre risas, comienza la conversación, antes incluso de que las cámaras pudieran registrar su imagen y voz. Es 15 de julio de 2021 en Monachil (Granada).
“El humor es la capacidad de reírse del mundo mirándose uno mismo al espejo”
Andrés nació en San Roque (Cádiz), el 25 de julio de 1927: “Antes de ayer”, declaraba con sorna. La risa en Vázquez de Sola se presenta como una forma propia de afrontar la vida: “El humor es la capacidad de reírse del mundo mirándose uno mismo al espejo”, explica. “Me llamo Andrés Augusto Vázquez de Sola y Domingo. Lo de ‘Augusto’ me molesta muchísimo. [Ríe] Desde tiempo inmemorial (mi abuelo, mi padre…), el primogénito siempre se ha llamado Andrés Augusto. Y a mí me tocó. Pero Augusto, me lo quito. Aunque siempre he estado muy ‘a gusto’ [Carcajada] Mi padre, que era abogado, poeta y escritor, escribió un día que él quería que su hijo fuese ‘lo que él quiso ser y nunca fue’. Esa frase me emocionó muchísimo. Y cuando empecé a editar, me gasté mi dinerito para llevar los apellidos de mi padre [Vázquez de Sola] y unirlos a los míos. Nací en una familia acomodada, de derecha y ‘de orden’, como se decía entonces. Pero no llevo un apellido aristócrata, porque no lo soy”.
Periodista especializado en el dibujo satírico, Vázquez de Sola encarna la idea de la persona como encrucijada, haciendo de la carcajada el puente que le permite recorrer el camino de ida y vuelta entre el padre, “de orden”, y la madre, “de izquierda”; el exilio en Francia y la vuelta a España, al Sur, Andalucía; el periodismo y la pintura; el reconocimiento de su tierra, a la cual concibe como “su madre”, y el olvido por parte de ésta. “Elegí periodismo porque soy amante de la verdad. Busco la verdad allí donde esté. Dudo de todo. La duda, la duda… Esa es la mayor virtud que se puede tener. Y actuar en conciencia, sin considerar a quién cause perjuicio”. Este modo de proceder le lleva a concebir su oficio como una práctica del disenso en favor de la justicia, como hiciera con las exposiciones dedicadas a las mujeres “de su vida”, las personas migrantes o la generación del 27, etc.
No se reconoce como “antifranquista”, a pesar de que tuviera que urdir un plan para huir a Francia en 1959: “soy republicano comunista, partidario de una sociedad sin clases y pacífica, donde todo el mundo tenga la posibilidad de ser feliz”. E insiste en la idea de que su trabajo no es un modo de lucha contra nadie, sino que trabaja “en positivo” con la finalidad de mostrar lo que está pasando. Esta es la principal razón por la cual: “a quienes más admiro en este mundo no es ni a los filósofos ni a los artistas, sino a los maestros. Ante un maestro de escuela, me pongo de rodillas. [...] Dentro de mi modestia, ignorancia y mediocridad, si puedo enseñar algo, doy mi vida por ello”. Y luego: “¡Que la gente elija, si quiere gozar o no! [...] Hacer y dar a conocer a la gente la cultura, para mí es felicidad”.
“Yo no soy aquel quien era, ni quien debía de ser. Yo soy un mueblecito viejo, “arrimaíto” a la pared”
En 2014 recibió la Medalla de Andalucía y la aceptó porque, simbólicamente, pensó que sería “el único beso que voy a recibir de mi madre”. Entre su primer libro, La Triste vie d'un homme triste (1968), y el último: La verdadera historia del gayumbo milagroso (2020), Andrés dice haber cambiado tanto, que no reconoce ciertas partes de sí mismo, como sus ojos. Con estilo kafkiano, admite creer tener “ojos de bicho”. La trascendencia del momento se torna en risas compartidas, al acabar recitando los versos de una copla: “Yo no soy aquel quien era, ni quien debía de ser. Yo soy un mueblecito viejo, arrimaíto a la pared”. La carcajada emerge de entre las palabras, haciendo posible que el cuerpo desautorice al pensamiento. Porque Andrés es primero acción y sentimiento, y segundo pensamiento.
Orígenes
“Nací en San Roque. La familia, por parte de mi padre, era de derecha. Pero ser de derecha no significa que fuese reaccionario. No. Mi padre era un hombre honesto”. De este modo, comienza Andrés Vázquez de Sola la reconstrucción de su infancia, reflexionando sobre la figura paterna: “Si hubiera vivido hoy, sería comunista. Estoy seguro. Además, era abogado y muy culto. Hablaba varios idiomas o lenguas muertas. En cambio, tenía poca cultura política. En esa época, si se era serio, 'de orden', eras de derecha”. Por el contrario, su madre pertenecía a una familia alineada con los republicanos. Hubo una primera muerte, la de su primo Manolo, que le marcó, como marcan las realidades innombrables en la infancia, transformando esa mirada primera caracterizada hasta ese momento por la inocencia: “Con 16 años fue fusilado por militar en las juventudes comunistas. Me hizo tomar conciencia. Aunque, durante la guerra, para salvar la vida, la gente callaba sus ideas, como hizo mi madre”.
En la vida de Andrés, la muerte ligada a la guerra fratricida se convirtió en una vieja conocida. La segunda muerte que le marcó fue la de su maestro de escuela, que murió por los malos tratos que le propinaron en la cárcel: “Fue detenido, encarcelado y, a los pocos días, murió. Es un trato más inhumano aún que si hubiese sido fusilado”. La tercera muerte determinante en su infancia fue la de la comadrona que le había traído al mundo, tanto a él como a sus hermanos: “Se llamaba Carmen Bru. Fue la madre del escultor [Luis] Ortega Bru. La fusilaron a ella y a su marido. Ellos eran anarquistas. Personas decentes. Pero fueron asesinados por su adscripción política. Todas estas muertes marcaron mi niñez”. Durante la Guerra Civil, las medias tintas era una utopía y la humanización del adversario, inviable. Como bien describe Vázquez de Sola: “o eras fascista o eras comunista. Yo me consideré comunista sin saber lo que era el comunismo. Luego, lo fui con plena conciencia”.
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Qué genial figura esta de Vázquez de Sola. ¡Cómo contrasta la autenticidad y sencillez de una persona libre como él con la fatuidad de tanto artista e intelectual patrio! Larga vida a don Andrés.