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Christiane Stallaert (1959) es una antropóloga e hispanista belga, autor da de “Ni una gota de sangre impura. La España inquisitorial y la Alemania nazi cara a cara” (Galaxia Gutenberg, 2006) un estudio comparativo entre la Inquisición española y el Tercer Reich. Muy interesada por el “laberinto “ español, tiene formación inicial filóloga por la universidad de Lovaina y volcada a la antropología, su dominio de varios idiomas alemán francés inglés y los ibéricos menos el euskera le hace tener una posición privilegiada para comparar y traducir las culturas ibéricas al contexto europeo desde su flandes natal. Stallaert insiste en la importancia de comprender la genealogía cultural de la península ibérica para entender también el hecho europeo.
En tu libro “Ni una gota de sangre impura” trazas un paralelismo entre el nuevo modelo introducido a partir de los Reyes Católicos y la lógica racial del nazismo. ¿En qué se parecían y en qué se diferenciaban estos dos sistemas?
El título de mi libro, “Ni una gota de sangre impura”, hace alusión al ideal de una sociedad étnicamente homogénea. En el libro, exploro las características de este tipo de ideal a través de dos casos históricos europeos que conozco bien debido a mi dedicación académica: la España inquisitorial y la Alemania nazi. La asociación de ambos casos puede resultar sorprendente para algunos, pero quiero dejar claro que mi obra no es un panfleto ideológico ni un ataque grotesco contra España, como algunos han querido insinuar. Este libro fue publicado por Galaxia Gutenberg/Círculo de Lectores y ha sido reseñado en la prensa española con diversas tendencias políticas e ideológicas. En aquel momento, en 2006, ningún reseñista lo sacó de contexto ni le atribuyó una interpretación tergiversada. Sin embargo, desde entonces, los tiempos han cambiado y un debate sereno sobre el tema de 'España' se ha vuelto cada vez más difícil.
El paralelismo que establezco se centra en la lógica etnicista, que, a partir del cambio de modelo iniciado por los Reyes Católicos, ganó terreno en los reinos peninsulares. Los judíos y musulmanes que aceptaban vivir ‘según la ley de Cristo’ eran conocidos como 'cristianos nuevos'. El bautismo, más que una 'conversión' en el sentido actual de la palabra en términos de convicción religiosa, representaba un cambio de comunidad legal y estatus jurídico. A diferencia de los 'cristianos viejos', los conversos no formaban parte de la comunidad cristiana por nacimiento, no eran cristianos 'de generación'. Aquí es donde se entrelaza el enfoque jurídico (casta como comunidad legal) con el enfoque etnorracial (casta como comunidad biológica).
La categoría de 'castizo', reservada para aquellos que eran cristianos 'de casta', constituía un privilegio exclusivo para los cristianos de nacimiento, es decir, descendientes de ‘cristianos biológicos’. De esta manera, la distinción entre cristianos viejos y nuevos se revelaba como una distinción étnica, inicialmente limitada a dos generaciones, pero que se perpetuaba gradualmente a lo largo de los siglos. Otro sinónimo de 'casta' presente en los documentos históricos es el término 'nación'. Para comprender los procesos de construcción nacional en España, es crucial considerar el sentido etimológico de esta palabra, vinculado con la idea de 'nacimiento'. La concepción de España como nación se desarrolló con el ideal de una entidad étnica, biológicamente homogénea, similar a la propagación del ideal völkisch en el nazismo, basado en el criterio de la Blutreinheit, que no significa otra cosa que la limpieza o pureza de sangre.
Como demuestro en mi libro, a pesar de que se ha enfatizado mucho el carácter racial del nazismo, no eran las teorías raciales las que diferenciaban entre arios y no arios, sino el criterio genealógico, representado metafóricamente por la 'sangre' y de manera más concreta por el apellido. En la España que describo como 'inquisitorial', construida desde finales del siglo XV como una etno-nación, la 'sangre' y el apellido también estaban estrechamente asociados. La realización de este ideal tuvo un costo muy alto en términos de represiones, persecuciones, expulsiones y guerras intestinas.
Existen resistencias por parte de muchos investigadores españoles a abordar de manera crítica el pasado casticista de España peninsular y el papel de la monarquía católica en la colonización de América. ¿A qué crees que se deben estas resistencias?
Detectar similitudes en discursos y prácticas etno-nacionalistas en épocas y lugares diversos contribuye a comprender casos contemporáneos de propaganda o políticas etno-nacionalistas, desafortunadamente abundantes en el mundo de hoy. La motivación detrás de mi libro fue la persistente negación por parte de los historiadores representativos de la España oficial de reconocer cualquier posibilidad de paralelismo con el ideal völkisch del nazismo. Me pareció un error no querer aprender del pasado para comprender mejor el presente.
Creo que la inclusión de la historia de España debería tener un papel más destacado en nuestra enseñanza de la historia europea. Si esto no sucede en la actualidad, los historiadores españoles comparten parte de la responsabilidad, ya que muchos de ellos miran con escepticismo las aportaciones externas. Uno de los factores que alimenta este escepticismo, comúnmente resumido bajo el concepto de la Leyenda Negra, es la estrecha conexión de la historia de España con la construcción estatal y nacional del país durante al menos cinco siglos. El pasado y el presente están intrínsecamente entrelazados. Abordar este pasado nacional de manera objetiva resulta desafiante para aquellos que se identifican con la narrativa nacional o, por el contrario, la rechazan desde dentro. Estudiar la propia nación manteniendo la abstracción emocional, no es una tarea sencilla.
Aquí radica otro aspecto de interés en la reflexión comparada entre el casticismo español y el nacionalismo alemán völkisch. En el caso alemán, la derrota del nazismo condujo a las ciencias humanas y sociales a una autorreflexión, cuestionando planteamientos y conceptos. La década de 1990, marcada por el 50 aniversario de Auschwitz, presenció el surgimiento de los Estudios de la Memoria, que proporcionaron herramientas valiosas para analizar procesos de memoria colectiva e histórica.
En España, con algunas excepciones, se ha tardado mucho en reconocer la relevancia de este nuevo marco de análisis. En 1992, mientras en Europa se reeditaba el libro de Maurice Halbwachs, “Les cadres sociaux de la mémoire”, España estaba inmersa en la conmemoración del V Centenario del Descubrimiento de América. El contraste no podría haber sido más pronunciado. Aunque la conmemoración generó un interesante debate entre ambas orillas del Atlántico, los conceptos acuñados por intelectuales hispanoamericanos igualmente tardaron en ser aceptados por sus homólogos españoles o incorporados a sus trabajos. En términos generales, se tuvo que esperar un par de décadas para que los marcos de los Estudios decoloniales y los Estudios de Memoria encontraran su lugar en la academia española. A pesar de contar con excelentes historiadores en España, con frecuencia sus voces críticas quedan sepultadas o silenciadas bajo una avalancha de publicaciones sesgadas, en las cuales el estudio del pasado se entrelaza con la misión nacionalista de la 'defensa de España'.
¿Observas algún paralelismo en la incapacidad de España de los s. XVI-XVII para convivir con judíos y musulmanes y los problemas que existen en la España actual para solucionar los conflictos nacionales presentes en varias nacionalidades históricas?
En este caso, no hablaría de paralelismo, sino de continuidad o inercia de un modelo. Como expliqué al principio, a partir de 1492 se abandona gradualmente el modelo de sociedad plural en favor de la nación homogénea definida como cristianovieja. Este nuevo ideal solo se puede lograr mediante operaciones de limpieza étnica, expulsando o eliminando una tras otra las categorías 'impuras'. Primero se expulsa a los judíos, luego a los musulmanes y, finalmente, a los moriscos. Mientras tanto, se ejerce una presión asimilacionista sobre los judeoconversos.
Podría pensarse que, hacia los inicios del siglo XVII, esta persistente tarea de depuración etnonacional habría llegado a un resultado satisfactorio. Ya todos eran cristianos viejos. Sin embargo, entra en juego el efecto de la inercia, la espiral de una obsesión de depuración cada vez más exigente. Es un mecanismo difícil de detener, que también se observó durante el nazismo en Alemania, cuando se perseguía la misma utopía de una nación étnicamente limpia. Una vez puesta en marcha, la dinámica de la depuración étnica acaba volviéndose contra la propia sociedad.
Al eliminarse una categoría de 'impuros' (ya sea por la expulsión, deportación o eliminación física), el criterio de pureza se redefine de forma más estricta. El círculo de población que corresponde al ideal de pureza étnica se hace cada vez más restringido. En el nazismo, el reclutamiento de la SS se volvía cada vez más difícil, ya que la mayoría de los candidatos no respondían a los criterios de limpieza de sangre. Lo mismo ocurrió en la España casticista, donde la mancha de la impureza no paraba de extenderse, afectando a cada vez más familias.
Cuando en el siglo XIX se abolieron los estatutos discriminatorios de la limpieza de sangre, surgieron nuevas categorías de 'antiespañoles' que hubo que combatir y excluir. Esta diferenciación entre puros/impuros, buenos/malos, españoles auténticos o castizos y 'antiespañoles' ha sido una constante en la historia del país. Está vinculada a la lucha de poder sobre cómo definir el 'nosotros' nacional. Esta definición podría ser amplia e incluyente, pero, lamentablemente, en esta lucha por la capacidad de definir a la nación, el triunfo ha caído demasiadas veces del lado de una categorización estrecha y excluyente. Esta lucha es, en esencia, lo que opone a las llamadas 'dos Españas'.
¿Por qué crees que es tan pobre el debate intelectual en el reino de España?
No considero que el debate intelectual en España sea inherentemente pobre. A lo largo de la historia, el país ha tenido destacados intelectuales y ha cultivado una cultura de debate que permea diversas capas de la sociedad. Sin embargo, es innegable que en extensas etapas históricas, España ha experimentado una cultura del silencio, relegando a menudo la expresión cultural al ostracismo. Si bien se puede identificar una cultura de debate, esta ha prosperado a pesar de siglos de represión de la libertad de conciencia, de expresión y de pensamiento, una realidad que persistió incluso en pleno siglo XX durante los cuarenta años de la dictadura franquista.
Al observar a los grandes intelectuales previos a la Guerra Civil o durante el exilio franquista, es evidente que el debate intelectual siempre ha existido, incluso cuando su precio era la libertad individual o incluso la vida. No obstante, lo que ha escaseado, en mi opinión, es una cultura de diálogo. Faltan puentes entre las diversas redes de debate. Trascender este cerco ideológico se torna difícil. El tono de los debates suele ser muy agresivo y se percibe una falta de empatía, una renuencia a comprender la perspectiva del otro. En mi opinión, esta falta de puentes entre diferentes puntos de vista que permitiría construir un diálogo desde la sensatez es donde reside la aparente pobreza del debate intelectual en España.
¿Qué piensas de la frase de Ortega de que “Castilla hizo a España y España deshizo a Castilla”?
La clásica frase de Ortega y Gasset ha sido objeto de extensos debates y, sin duda, sintetiza, al menos en parte, lo que se conoce como el “problema” de España. En mi último libro editado en neerlandés, “Het verdriet van Spanje” (La pena de España), he insertado pequeñas semblanzas extremeñas entre los distintos capítulos. Mi interesó resaltar a Extremadura, una región que históricamente formó parte del Reino de Castilla y a la que podría aplicarse la famosa afirmación de Ortega.
Extremadura es, históricamente, el resultado de la (re)conquista cristiana. Esta región quedó incorporada a la corona de Castilla, y sus tierras cayeron en manos de la nobleza y las órdenes militares, principalmente la Orden de Alcántara. Posteriormente, numerosos conquistadores partieron de estas tierras hacia el Nuevo Mundo, así como colonos en busca de una vida mejor. El Archivo de Indias en Sevilla conserva una colección de cartas privadas de colonos procedentes de Castilla, enviadas a sus familiares en España. En ellas, el hambre que se padecía en las tierras castellanas aparece como motivo para emprender el azaroso viaje transatlántico.
Siglos más tarde, durante la Guerra Civil, las tropas franquistas llevaron a cabo una masacre en Badajoz como represalia contra campesinos sin tierra que, durante la Segunda República, habían abogado por una sociedad más igualitaria y justa. Hasta hoy, la región extremeña encarna la frase de Ortega de manera notable. Se trata de una de las regiones más desiguales y empobrecidas de España, víctima de un colonialismo interno extractivista. En la actualidad, en lo que fueron campos de concentración del franquismo, un “coto privado” alberga una de las mayores plantas fotovoltaicas del país, incluso de Europa. En resumen, Extremadura ingresó a España como parte de Castilla y se convirtió en víctima de la misma España que la deshizo.
¿Por qué floreció la cultura peninsular del llamado Siglo de Oro? ¿Estás investigando el periodo barroco?
No me he dedicado mucho a investigar el Siglo de Oro español o la cultura barroca como tal, pero sí soy una gran aficionada de Cervantes, tanto su Don Quijote como sus Novelas Ejemplares. El Quijote se ha traducido en todas las lenguas y lo leen lectores de todo el planeta. Cervantes está incluido en el canon de la ‘literatura universal’ (un término controvertido), pero, curiosamente, la dimensión propiamente ‘nacional’ de su obra, es decir, el casticismo del que hablábamos antes, es esencial para comprender su obra y esta dimensión nacional muchos de sus lectores la desconocen por completo. Esta es la gran fuerza de Cervantes: ser universal y nacional al mismo tiempo. Este fenómeno también se extiende a otros grandes artistas del barroco español. Aunque su arte está impregnado de las tensiones 'nacionales' de España y el casticismo, logran atraer a un público internacional que desconoce por completo esta dimensión del artista. No obstante, para aquellos que comprenden el contexto social 'casticista', la genialidad de la obra de Cervantes se revela en los 'intersticios', en la crítica sutil disfrazada de ironía y encarnada por dos personajes, don Quijote y Sancho Panza, que algunos han interpretado como la encarnación misma de las contradicciones que acompañaron la génesis de lo español.
En el debate político de la Unión Europea hay también un cierto revival de la división entre las dos Europas, católica y protestante, con sus tópicos asociados. ¿Cómo ves el renacer de esa división en tu condición de persona que vive en el norte de Europa pero que conoce bien las sociedades del sur? ¿Puede ese neorigorismo protestante acentuar en España un resurgir de sus posiciones melancólicas con el pasado imperial?
Considero que sería un error simplificar las tensiones actuales entre los estados miembros de la Unión Europea en términos de una dicotomía católico/protestante. Desde una perspectiva histórica, se ha explicado el diferente desarrollo económico, tanto en comercio como en industrialización, a partir de las diferencias religiosas. Es innegable que el desarrollo histórico, en el cual la religión desempeñó un papel significativo, dejó huellas en las estructuras económicas de los países. Sin embargo, atribuir las diferencias actuales dentro de la Unión Europea a la tradición religiosa y a la oposición entre norte y sur me parece una visión reductora de la realidad actual.
Cuando se estableció el espacio monetario común, los economistas y líderes europeos eran conscientes de las incompatibilidades económicas entre los países miembros que, no obstante, quedaban sometidos a una política financiera común. Este riesgo era bien conocido por los expertos, y aun así, el proyecto se llevó a cabo. El debate actual entre ciertos países del norte y otros del sur es la consecuencia de las decisiones tomadas a finales del siglo pasado, y que ahora, en momentos de crisis, enfrentan a los protagonistas de entonces. Interpretar estas tensiones en términos de división religiosa me parece anacrónico y una simplificación de la realidad europea contemporánea.
Sin embargo, abordar el origen de las profundas diferencias en las estructuras económicas de los países europeos desde un análisis histórico riguroso, donde entra en juego la tesis weberiana, es otra cuestión. Aunque el análisis económico no sea de mi competencia, me interesa profundamente, especialmente en relación con la historia de España, sus políticas coloniales, las modalidades de la (re)conquista y las prácticas de concentración de tierras a lo largo de los procesos históricos, incluida la acentuación del latifundismo desde la época romana. Existen muchos factores que explican por qué, cuando llega el momento de la industrialización y el libre comercio impulsado en los países europeos del norte, España se queda rezagada en estos desarrollos. La religiosidad, a los ojos de las potencias europeas del siglo XIX, se convierte en símbolo del 'hecho diferencial' español, y este es uno de los temas en los que estoy trabajando actualmente. El nuevo libro que estoy preparando arrojará luz sobre esa nostalgia neo-imperial que parece estar en auge en España, incluso logrando atraer a generaciones jóvenes. Sin embargo, una vez más, la historia de España es demasiado fascinante como para permitir que sea secuestrada por propagandistas que no ofrecen aportaciones intelectuales significativas. Me duele este constante fraude que no contribuye en absoluto a la formación de la juventud española como ciudadanos críticos.
En un libro Etnogénesis y etnicidad en España: una aproximación histórico-antropológica al casticismo tienes una cita en la que dices que cuando decimos españa, no formulamos bien este concepto , porque lo dices?
Si te refieres a mi libro Etnogénesis y etnicidad en España , editado en 1998, lo que digo es, siguiendo a la tesis de Américo Castro, que para entender cómo se contruyen las identidades colectivas en la Península Ibérica hay que remontarse al encuentro con el islam, es decir, el año 711. Como es bien sabido, la historiografía española ha conocido su propia Historikerstreit , polémica entre historiadores, donde los dos campos principales se reunían en torno a Américo Castro, por un lado, y Claudio Sánchez Albornoz, por el otro. Este último era historiador profesional y su obra contribuyó de forma significativa al conocimiento de la Edad Media peninsular. Castro, sin embargo, a pesar de no ser historiador sino filólogo, fue más innovador. Sin entrar en teorías sobre etnicidad o nacionalismo, Castro nos ofrece todas las claves para un entendimiento antropológico de la sociedad española medieval como base de la posterior construcción nacional. Su análisis rompe con los moldes esencialistas, esa visión típica de ciertos mitos nacionalistas de la historiografía tradicionalista y nacionalista: el homo hispanus que se conserva idéntico a si mismo y es cristiano ‘avant la lettre’. La visión de Castro se inserta en la corriente interaccionista y dinámica de las teorías sobre la etnicidad, representada en su momento por Fredrik Barth, un antropólogo noruego, en su libro El grupo étnico y sus fronteras, publicado en 1969. Américo Castro era totalmente ‘barthiano’ y es ahí donde reside la gran fuerza de sus ideas sobre ‘lo español’. Es también la corriente con la que concuerda mi propio análisis.
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