Andalucismo
Apuntes dubitativos sobre el nacionalismo andaluz

Jose Aumente Baena
Fotografía de José Aumente Baena
Artículo de José Aumente Baena. Introducido por Manuel Ruiz Romero historiador y miembro de Izquierda Andalucista y Adelante Andalucía
12 jun 2023 20:18

Aumente y sus dudas sobre el nacionalismo andaluz

Hablamos de José Aumente Baena (1922-1996). Destacado intelectual antifranquista e ideólogo del nacionalismo andaluz, que junto a otras firmas del momento fue uno de los protagonistas en el redescubrimiento y la difusión de la primera ola del andalucismo. Su texto abajo transcrito, nos presenta un agudo resumen teórico y fruto de su experiencia vivencial, una vez superado el sexenio autonomista (1977-1982) y asentado el régimen del 78. Una de las figuras que mejor reactualizó el originario andalucismo de Blas Infante entre el tardo y el posfranquismo. Aquel movimiento infantiano que sólo cabe entenderlo bajo la completa y original definición de su característico“nacionalismo internacionalista”, porque nuestro nacionalismo es tan indígena como escasamente de inspiración burguesa. Tal como apunta el lema del escudo hercúleo: define a un sujeto político popular y soberano por sí (no para sí), visibiliza la necesidad de una nueva España plural bajo horizontes federales -no de cualquier España- y dibuja un anhelo solidario y fraternal para encarar la arcadia de una fraterna y pacífica humanidad. El internacionalismo proletario propio del s. XIX que brota como respuesta a los Estados-nación una vez desaparecen los imperios, ha mutado hoy perversamente hacia la prioritaria globalidad del capital (ahora llamado mercado), que condiciona cada vez más voluntades, conductas y pensamientos. 

Sobre estos cimientos Pepe Aumente nos presenta un análisis que aún da mucho que pensar. Las pregunta que intenta responder son conocidas; las mismas que nos hacemos muchos militantes. La diferencia es que después del tránsito a la restauración borbónica, entre errores de estrategias, inútiles personalismos e ingenuidad política, aún con su autocrítica militante se reafirmaba el psiquiatra cordobés en la necesidad de un nacionalismo andaluz aunque el pueblo le hubiera dado la espalda, víctima entonces -y aún hoy- del espejismo Escuredista o del travestismo electoral de partidos jacobinos de uno u otro signo. El andalucismo ha padecido demasiado a menudo de un manoseo interesado por parte de fuerzas centralistas en lo que llamo verdiblanquismo, le ha lastrado una falta de radicalismo político, de congruencia estratégica y ha pecado en exceso de oportunismo. Ha carecido de importante vacíos ideológicos y de fidelidad en sus estructuras militantes. Es ingente el capital humano -orgánico y electoral- que ha bebido de la narrativa andalucista Y desde luego, Andalucía debe afirmarse como pueblo consciente y protagonista más allá del agravio comparativo más visceral e insolidario o del verdiblanco españolista, folclorista, neutro y vacuo en lo ideológico.

Con la dificultad de toda síntesis Aumente se atreve a expresarla solo en cuatro apartados, cada uno muy digno de unas cuantas tesis doctorales una vez suscitan no poca dialéctica, y que ahora, el que suscribe, con el atrevimiento de todo aprendiz se propone poner más en duda para la gimnasia mental y permanente que necesitamos. No hace falta aportar muchos datos al respeto por conocidos, pero somos un pueblo pobre en términos económicos y culturalmente colonizado. No cabe duda que si hubo un tiempo donde se podría responder a la dialéctica izquierda-derecha, hoy por hoy entiendo que hay que plantearse dicha visión con un poco más de complejidad. El capitalismo ha elaborado unas exquisitas e invisibles formas de dominación y miedo líquido donde ya, en elecciones, todo se resume a unas cuantas consignas hábilmente socializadas hasta hacerlas creer veraces. Hay parámetros que se tambalean al hablar de futuro y todo indica que buena parte del proletariado, abonado a la supervivencia soportando precariedad (prole-precariado), ha venido a sustituir en el presente siglo la tragedia secular del jornalero.

La proletarización de la sociedad andaluza pocas esperanzas nos hace albergar para la emergencia de una clase media comprometida. La intelectualidad, una parte sigue de palmera del poder, da igual de qué color sea, o bien pontifica desde el púlpito con sus omnipresentes matizaciones desde la nebulosa de las siempre ideas perfectas, que no esconde sino miedo a bajar al fango y a la indolencia de la calle. Habrá también quien piense que desde la política no se hace cultura popular y conciencia andalucista, reduciéndola a intereses espurios, electorales o personalistas. Tampoco faltan los culturetas que creen que bajo dicha dimensión todo se resuelve. Las clases medias, perviven más pendiente de un sindicalismo de derechos laborales que de una perspectiva de clase, marginando incluso a los segmentos fuera del mercado laboral. Por otra parte, la izquierda si no es tradicional comparsista del régimen del 78 funciona con el cainismo y la deslealtad de una secta que va cambiando de traje a ver con cual impresiona más. La gran victoria de este modelo monárquico ha sido la casi desaparición de todo resquicio para hacer otra política -la nueva- que representó el 15M y someternos ahora a un mantra de unidad de la izquierda que, sin frivolizar con el fascismo que amenaza lo interpreto como un temor siempre permanente a partir de ahora, el cual solo favorece a los propietarios de “la casa común de la izquierda”. Desde luego no va a condicionar el voto y la actitud de este que suscribe.

No creo que las características del genio andaluz sean motivos en sí mismo de bloqueo a la conciencia de clase/pueblo entre los andaluces y andaluzas. Los instrumentos para tejer dicha consciencia han actuado en la dirección contraria. El universalismo es un valor en los tiempos que corren, pero ha sido encauzado desde el poder para estar más pendiente de lo que sucedía en otros pueblos que en lo que padecía el nuestro. No podemos dejar de ser andaluces que nos lleva el levante de la globalización liberal uniformante. Con objetividad hemos perdido capacidad de utopía y las luces largas de antaño son hora de posición. Sin exaltaciones supremacistas somos un pueblo lleno de valores dormidos cuando no aletargados o moldeados.

Por último, en este breve y provocativo comentario introductorio a las palabras del maestro cordobés en su balance en 1987 sobre las dificultades para lograr un Poder Andaluz, quiero subrayar el éxito de lo que él llama “españolización de Andalucía”. Es preocupante que el andalucismo sea cualquier cosa y cualquier posición pueda considerarse como tal: no cabe todo. El españolismo más rancio, simplista, centralista y uniforme viene siendo inoculado en vena a este pueblo del país andaluz y no sólo de la mano de la derecha extrema o la extrema derecha. Hagamos memoria y repasemos actuaciones de la casa real, los medios de comunicación, judicatura, iglesia católica, ejército, cuerpos de seguridad, referentes mediáticos, líderes sociales… incluso la izquierda tradicional más jacobina, régimen consolidado por muchos años en esta tierra, han venido a perpetuar un discurso mucho más regresivo y hegemónico que el existente a la muerte del dictador. La derechona invisible y el centralismo en sus diferentes formatos están más vivo que nunca y se alimentan del descrédito intencionado hacia el sistema de autonomías y el juego parlamentarismo. Esta democracia formal está enferma y el más excluyente del españolismo sempiterno no va a sanarla. La derecha andaluza parece haber aprendido del “fraguismo” la necesidad de teñirse superficialmente y de vez en cuando de verdiblanco, mientras la izquierda tradicional sólo la usa para abducir votos mirando a Madrid o bien, en su pretendida rebeldía, vaciarla del necesario aprendizaje que representa el andalucismo del siglo XX. Ya lo dijo Infante en 1915 para su Ideal Andaluz: existe tanta dificultad como necesidad del mismo. En eso estamos: en la hermosa y noble tarea de devolver humanidad y conciencia nacional -andaluza- y de clase a los hombres y mujeres de este rincón del mundo. Que os aproveche.

Apuntes dubitativos sobre el nacionalismo andaluz (1)

Hay una pregunta que en relación con la historia de Andalucía es inevitable que nos hagamos. ¿Por qué no existe entre nosotros una verdadera conciencia de pueblo y, en consecuencia, resulta tan difícil hablar de un nacionalismo andaluz? Al hablar de conciencia de pueblo me estoy refiriendo a conciencia política, conciencia de sujeto histórico, y no, por supuesto, a conciencia de particularidad diferencia, cultural o antropológica -autosentimiento de andaluz- que evidentemente sí poseemos. En tanto que no despejemos esta incógnita, será inútil que nos preguntemos por el futuro del nacionalismo andaluz.

Con esto quiero decir que, independientemente de que hayan existido fallos de estrategias, ingenuidades o protagonistas estériles, lo cierto es que en Andalucía se carece de una conciencia de intereses comunes y, sobre todo, de saber funcionar políticamente como tal pueblo. Y en tanto esto no se consiga, serán insuficientes todas las fuerzas políticas organizadas que pretendan por vía electoral el necesario respaldo popular. Tenemos, sí, un conjunto de valores, costumbres, pautas de conductas, así como un bien definido abanico de mecanismos simbólicos y rituales, pero nos falta lo principal: conciencia de intereses propios, específicos, como tales andaluces.

Ahora bien; ¿se puede esto subsanar con un voluntarismo en buena parte ingenuo, en otra casi mesiánico, que pretenda crear esa conciencia de pueblo? O, por el contrario, ¿es absolutamente inviable un proyecto andalucista? De lo que no cabe duda -al menos para mí- es de la necesidad del mismo, de su razón de ser, de lo obligado de que exista.

Desde este planteamiento hay algo que parece manifiestamente incuestionable: el pueblo andaluz necesita de una fuerza política propia. Desde el momento en que tiene problemas diferenciales, estructura socio-económica distinta, e intereses que también son específicos, ello exige poder político propio para hacerle frente. Es decir, de su necesidad apenas debiera haber duda. Pero de su viabilidad sí caben muchas. De que algo sea necesario, o al menos conveniente, para el futuro de un pueblo, no se deduce obligatoriamente que este pueblo tome conciencia de ello. La historia de la humanidad está llena de inconsciencias colectivas, de cegueras de muchos pueblos para percatarse de cómo y por qué medios hacer frente a sus problemas.

Posiblemente hubo un falso espejismo en los años de la transición, cuando se estaba elaborando la Constitución y poniendo en marcha el Estado de las Autonomías, entre 19771 y 1981 -4 diciembre de 1977 y 28 de febrero del 80 fueron hitos de esos años- y el pueblo andaluz se insertó en la dinámica autonomista, conectó con el tema del Estatuto, y entonces funcionó el llamado “agravio comparativo” que era tanto como “no ser menos que otros pueblos de España”. Ello pudo ser el inicio -pero nada más que el inicio-, de una verdadera conciencia. Pero lo cierto es que después, por una serie de factores -entre los cuales ocupa un importante papel el engaño “escuredista” y la “seudoandaluzación” de los partidos centralistas- lo que solo fue un sentimiento no llegó a cristalizar en forma de conciencia política.

La historia se remonta muchos años antes. En Andalucía se han venido produciendo bloqueos, no sólo objetivos en cuanto a nuestro desarrollo económico-social -fracaso de nuestra industrialización y despegue económico- sino tambiénsubjetivo, que han obstruido una toma de conciencia de nuestros intereses de pueblo. Como es bien sabido, Blas Infante se encontró desasistido y aislado de todo apoyo social. Mientras las clases trabajadoras estaban bloqueadas por la dinámica de la “lucha de clases” y el “internacionalismo proletario”, también la prepotente burguesía agraria andaluza estaba interesada en un “españolismo” centralista que defendiera sus privilegios. No hubo en Andalucía una burguesía progresista, ni clases medias, ni trabajadores conscientes, que supieran potenciar -y no cerrar- sus intereses de pueblo con los más limitados de clase. Sólo una muy reducida élite de intelectuales desclasados, con nula incidencia asocial, supo así comprenderlo. La historia -a pesar del transitorio auge del PSA- se repite, con las variaciones propias de cada coyuntura, pero con similares constantes socio-políticas. Los bloqueos se siguen produciendo, y el resultado es que la conciencia de pueblo, como sujeto político, sigue sin calar entre nosotros, al menos con la intensidad y la extensión que sería necesaria para poder hablar de un verdadero nacionalismo andaluz. No nos engañemos: el nacionalismo andaluz no acaba de prender en nuestro pueblo.

A partir de esta constatación, pienso que sería necesario iniciar un debate, analizar el terma en profundidad, y plantearse seriamente si cuenta o no con posibilidades. Para empezar, se me ocurre señalar unos cuantos bloqueos que debieran ser sometidos a valoración.

1.- El hecho de que el andaluz sea un pueblo con más “ostensibles” diferencias de clases, con sectores muy marginados, y serios problemas de subdesarrollo socio-económico, implica que la dialéctica izquierda-derecha siga funcionando prioritariamente. Hasta qué punto ello obstaculiza la otra dialéctica -centro periferia o dependencia autonomía- es algo que habría que dejar claramente dilucidado.

2.- No ha existido, ni existe, una clase social en ascenso -como en su día fueron las burguesías catalana y vasca- que ligara sus intereses a un proyecto nacionalista. Aunque la estructura de clases ha cambiado en los últimos años, y las clases medias -sector servicios, funcionarios, empleados, etc.- ocupan un importante espacio social, queda por ver que estos sectores estén interesados en un andalucismo político. Las clases trabajadoras, por su parte, sólo se mueven por su nivel de salarios; o se aprovechan de la “sopa boba” de los seguros de desempleo, invalidez o jubilación, cuando no de las actividades subterráneas; en definitiva, han perdido -si alguna vez tuvieron- fuerza motora en cualquier proyecto de transformación socio-económica, y menos, de autonomía política. Y no existe, por supuesto, una burguesía verdaderamente autóctona, productiva, no simplemente especulativa. Por el contrario, la dependencia económica del exterior es cada día mayor.

3.- Las propias características de nuestra antropología cultural nos hace propicios a una visión nacionalista de nuestros proyectos políticos. Me refiero a nuestro universalismo, receptividad y apertura, que nos convierte en escasamente proclives a considerarnos ejes autónomos de nuestro inmediato futuro. Frente a otras visiones más particularistas de la vida -por ejemplo, de vascos, catalanes o gallegos, sobre todo de vascos- los andaluces nos hemos caracterizado por un universalismo quizás excesivo. En el fondo de todo lo andaluz late aún todo el pluralismo, y con éste el relativismo, que supuso la coexistencia en Andalucía de las tres religiones monoteístas del mundo, judaísmo, cristianismo e islamismo. Aceptar esta característica, como señala Acosta, implica una contradicción dialéctica: si el universalismo es una particularidad del pueblo andaluz, es evidente que ello se opone a su propia identificación como pueblo. Lo primero anula, o al menos bloquea, la cristalización de los segundo. Y ha dificultado poderosamente que el pueblo andaluz tome conciencia de tal, con problemas propios y con soluciones que también deben ser suyas. Las consecuencias de ello se han traducido en la dependencia, la decadencia y el subdesarrollo. Un alto costo, evidentemente.

4.- Y, finalmente, la españolización de Andalucía ha actuado, dialécticamente, en nuestra contra. Se ha dado la gran paradoja de que mientras más nos hundíamos en el subdesarrollo, mayor era nuestro peso en la historia de España, asumiéndola, haciéndola nuestra, y en parte protagonizándole política y culturalmente. Lo andaluz se convirtió en sinónimo de lo español. Pero en la medida en que Andalucía más se integró en España, más se vació de una particularidad exclusivamente suya; y lo que es peor, fue perdiendo poder propio. No se trata de una acusación sino de la constatación de un hecho.

A raíz de todas estas circunstancias bloqueantes, el futuro de un nacionalismo andaluz puede resultar extremadamente dudoso. Depende, a mi modo de ver, de dos factores que pudieran ser precipitantes:

Uno: que la coyuntura estatal fuese favorable, la dinámica de las autonomías se pudiese nuevamente en marcha, y “el efecto demostración” -como llama G. Enterría, mejor que “agravio comparativo”- actuase como elemento de concienciación. Hoy por hoy se está caminando en dirección opuesta, y el descrédito de las Autonomías es una “obra maestra” del Gobierno PSOE.

Otro: Que se consiga detectar, y después conectar, con aquellos sectores sociales que puedan estar verdaderamente interesados en un poder andaluz. Se trataría de saber qué fuerzas productivas son las interesadas en un proceso de desarrollo autocentrado, que tenga como soporte, marco y motor del mismo, un poder político fuerte que sea suficientemente autónomo.

Por supuesto que los procesos políticos y sociales son extraordinariamente complejos, influyen muchas variables, y los liderazgos personales, si son carismáticos, tienen una importancia no despreciable. Pero tal y como está hoy la correlación de fuerzas en nuestro país y en el mundo, cómo se desenvuelve actualmente la economía, a qué nivel de control por los “mass medias” se halla hoy la opinión pública, y qué estructura social existe, apenas pueden otearse atisbos optimistas para un futuro nacionalismo andaluz.

¿En qué han quedado, pues, nuestros anteriores planteamientos sobre un “nacionalismo de clase”? Evidentemente el nacionalismo no puede situarse al margen o en otro plano a las clases sociales. Siempre cuenta con la aportación más o menos hegemónica de determinadas clases. Pero desde el momento en que estas clases se han desvertebrado tanto, han perdido la conciencia de tales, y nuestra sociedad se ha convertido en anónima, y muy desintegrada, tal enfoque pierde virtualidad y fuerza. No podemos seguir con análisis y planteamientos que no se correspondan con la realidad actual.

En definitiva, las dudas sobre el futuro de nacionalismo andaluz están más que justificadas, y nos encontramos en una encrucijada cuya salida es difícilmente previsible.


(1) Publicado en Nación Andaluza. Una revista para el debate, (8), 1987, pp. 3 a 6.

Aumente y sus dudas sobre el nacionalismo andaluz.

Hablamos de José Aumente Baena (1922-1996). Destacado intelectual antifranquista e ideólogo del nacionalismo andaluz, que junto a otras firmas del momento fue uno de los protagonistas en el redescubrimiento y la difusión de la primera ola del andalucismo. Su texto abajo transcrito, nos presenta un agudo resumen teórico y fruto de su experiencia vivencial, una vez superado el sexenio autonomista (1977-1982) y asentado el régimen del 78. Una de las figuras que mejor reactualizó el originario andalucismo de Blas Infante entre el tardo y el posfranquismo. Aquel movimiento infantiano que sólo cabe entenderlo bajo la completa y original definición de su característico“nacionalismo internacionalista”, porque nuestro nacionalismo es tan indígena como escasamente de inspiración burguesa. Tal como apunta el lema del escudo hercúleo: define a un sujeto político popular y soberano por sí (no para sí), visibiliza la necesidad de una nueva España plural bajo horizontes federales -no de cualquier España- y dibuja un anhelo solidario y fraternal para encarar la arcadia de una fraterna y pacífica humanidad. El internacionalismo proletario propio del s. XIX que brota como respuesta a los Estados-nación una vez desaparecen los imperios, ha mutado hoy perversamente hacia la prioritaria globalidad del capital (ahora llamado mercado), que condiciona cada vez más voluntades, conductas y pensamientos. 

Sobre estos cimientos Pepe Aumente nos presenta un análisis que aún da mucho que pensar. Las pregunta que intenta responder son conocidas; las mismas que nos hacemos muchos militantes. La diferencia es que después del tránsito a la restauración borbónica, entre errores de estrategias, inútiles personalismos e ingenuidad política, aún con su autocrítica militante se reafirmaba el psiquiatra cordobés en la necesidad de un nacionalismo andaluz aunque el pueblo le hubiera dado la espalda, víctima entonces -y aún hoy- del espejismo Escuredista o del travestismo electoral de partidos jacobinos de uno u otro signo. El andalucismo ha padecido demasiado a menudo de un manoseo interesado por parte de fuerzas centralistas en lo que llamo verdiblanquismo, le ha lastrado una falta de radicalismo político, de congruencia estratégica y ha pecado en exceso de oportunismo. Ha carecido de importante vacíos ideológicos y de fidelidad en sus estructuras militantes. Es ingente el capital humano -orgánico y electoral- que ha bebido de la narrativa andalucista Y desde luego, Andalucía debe afirmarse como pueblo consciente y protagonista más allá del agravio comparativo más visceral e insolidario o del verdiblanco españolista, folclorista, neutro y vacuo en lo ideológico.

Con la dificultad de toda síntesis Aumente se atreve a expresarla solo en cuatro apartados, cada uno muy digno de unas cuantas tesis doctorales una vez suscitan no poca dialéctica, y que ahora, el que suscribe, con el atrevimiento de todo aprendiz se propone poner más en duda para la gimnasia mental y permanente que necesitamos. No hace falta aportar muchos datos al respeto por conocidos, pero somos un pueblo pobre en términos económicos y culturalmente colonizado. No cabe duda que si hubo un tiempo donde se podría responder a la dialéctica izquierda-derecha, hoy por hoy entiendo que hay que plantearse dicha visión con un poco más de complejidad. El capitalismo ha elaborado unas exquisitas e invisibles formas de dominación y miedo líquido donde ya, en elecciones, todo se resume a unas cuantas consignas hábilmente socializadas hasta hacerlas creer veraces. Hay parámetros que se tambalean al hablar de futuro y todo indica que buena parte del proletariado, abonado a la supervivencia soportando precariedad (prole-precariado), ha venido a sustituir en el presente siglo la tragedia secular del jornalero.

La proletarización de la sociedad andaluza pocas esperanzas nos hace albergar para la emergencia de una clase media comprometida. La intelectualidad, una parte sigue de palmera del poder, da igual de qué color sea, o bien pontifica desde el púlpito con sus omnipresentes matizaciones desde la nebulosa de las siempre ideas perfectas, que no esconde sino miedo a bajar al fango y a la indolencia de la calle. Habrá también quien piense que desde la política no se hace cultura popular y conciencia andalucista, reduciéndola a intereses espurios, electorales o personalistas. Tampoco faltan los culturetas que creen que bajo dicha dimensión todo se resuelve. Las clases medias, perviven más pendiente de un sindicalismo de derechos laborales que de una perspectiva de clase, marginando incluso a los segmentos fuera del mercado laboral. Por otra parte, la izquierda si no es tradicional comparsista del régimen del 78 funciona con el cainismo y la deslealtad de una secta que va cambiando de traje a ver con cual impresiona más. La gran victoria de este modelo monárquico ha sido la casi desaparición de todo resquicio para hacer otra política -la nueva- que representó el 15M y someternos ahora a un mantra de unidad de la izquierda que, sin frivolizar con el fascismo que amenaza lo interpreto como un temor siempre permanente a partir de ahora, el cual solo favorece a los propietarios de “la casa común de la izquierda”. Desde luego no va a condicionar el voto y la actitud de este que suscribe.

No creo que las características del genio andaluz sean motivos en sí mismo de bloqueo a la conciencia de clase/pueblo entre los andaluces y andaluzas. Los instrumentos para tejer dicha consciencia han actuado en la dirección contraria. El universalismo es un valor en los tiempos que corren, pero ha sido encauzado desde el poder para estar más pendiente de lo que sucedía en otros pueblos que en lo que padecía el nuestro. No podemos dejar de ser andaluces que nos lleva el levante de la globalización liberal uniformante. Con objetividad hemos perdido capacidad de utopía y las luces largas de antaño son hora de posición. Sin exaltaciones supremacistas somos un pueblo lleno de valores dormidos cuando no aletargados o moldeados.

Por último, en este breve y provocativo comentario introductorio a las palabras del maestro cordobés en su balance en 1987 sobre las dificultades para lograr un Poder Andaluz, quiero subrayar el éxito de lo que él llama “españolización de Andalucía”. Es preocupante que el andalucismo sea cualquier cosa y cualquier posición pueda considerarse como tal: no cabe todo. El españolismo más rancio, simplista, centralista y uniforme viene siendo inoculado en vena a este pueblo del país andaluz y no sólo de la mano de la derecha extrema o la extrema derecha. Hagamos memoria y repasemos actuaciones de la casa real, los medios de comunicación, judicatura, iglesia católica, ejército, cuerpos de seguridad, referentes mediáticos, líderes sociales… incluso la izquierda tradicional más jacobina, régimen consolidado por muchos años en esta tierra, han venido a perpetuar un discurso mucho más regresivo y hegemónico que el existente a la muerte del dictador. La derechona invisible y el centralismo en sus diferentes formatos están más vivo que nunca y se alimentan del descrédito intencionado hacia el sistema de autonomías y el juego parlamentarismo. Esta democracia formal está enferma y el más excluyente del españolismo sempiterno no va a sanarla. La derecha andaluza parece haber aprendido del “fraguismo” la necesidad de teñirse superficialmente y de vez en cuando de verdiblanco, mientras la izquierda tradicional sólo la usa para abducir votos mirando a Madrid o bien, en su pretendida rebeldía, vaciarla del necesario aprendizaje que representa el andalucismo del siglo XX. Ya lo dijo Infante en 1915 para su Ideal Andaluz: existe tanta dificultad como necesidad del mismo. En eso estamos: en la hermosa y noble tarea de devolver humanidad y conciencia nacional -andaluza- y de clase a los hombres y mujeres de este rincón del mundo. Que os aproveche.

Apuntes dubitativos sobre el nacionalismo andaluz (1).

Hay una pregunta que en relación con la historia de Andalucía es inevitable que nos hagamos. ¿Por qué no existe entre nosotros una verdadera conciencia de pueblo y, en consecuencia, resulta tan difícil hablar de un nacionalismo andaluz? Al hablar de conciencia de pueblo me estoy refiriendo a conciencia política, conciencia de sujeto histórico, y no, por supuesto, a conciencia de particularidad diferencia, cultural o antropológica -autosentimiento de andaluz- que evidentemente sí poseemos. En tanto que no despejemos esta incógnita, será inútil que nos preguntemos por el futuro del nacionalismo andaluz.

Con esto quiero decir que, independientemente de que hayan existido fallos de estrategias, ingenuidades o protagonistas estériles, lo cierto es que en Andalucía se carece de una conciencia de intereses comunes y, sobre todo, de saber funcionar políticamente como tal pueblo. Y en tanto esto no se consiga, serán insuficientes todas las fuerzas políticas organizadas que pretendan por vía electoral el necesario respaldo popular. Tenemos, sí, un conjunto de valores, costumbres, pautas de conductas, así como un bien definido abanico de mecanismos simbólicos y rituales, pero nos falta lo principal: conciencia de intereses propios, específicos, como tales andaluces.

Ahora bien; ¿se puede esto subsanar con un voluntarismo en buena parte ingenuo, en otra casi mesiánico, que pretenda crear esa conciencia de pueblo? O, por el contrario, ¿es absolutamente inviable un proyecto andalucista? De lo que no cabe duda -al menos para mí- es de la necesidad del mismo, de su razón de ser, de lo obligado de que exista.

Desde este planteamiento hay algo que parece manifiestamente incuestionable: el pueblo andaluz necesita de una fuerza política propia. Desde el momento en que tiene problemas diferenciales, estructura socio-económica distinta, e intereses que también son específicos, ello exige poder político propio para hacerle frente. Es decir, de su necesidad apenas debiera haber duda. Pero de su viabilidad sí caben muchas. De que algo sea necesario, o al menos conveniente, para el futuro de un pueblo, no se deduce obligatoriamente que este pueblo tome conciencia de ello. La historia de la humanidad está llena de inconsciencias colectivas, de cegueras de muchos pueblos para percatarse de cómo y por qué medios hacer frente a sus problemas.

Posiblemente hubo un falso espejismo en los años de la transición, cuando se estaba elaborando la Constitución y poniendo en marcha el Estado de las Autonomías, entre 19771 y 1981 -4 diciembre de 1977 y 28 de febrero del 80 fueron hitos de esos años- y el pueblo andaluz se insertó en la dinámica autonomista, conectó con el tema del Estatuto, y entonces funcionó el llamado “agravio comparativo” que era tanto como “no ser menos que otros pueblos de España”. Ello pudo ser el inicio -pero nada más que el inicio-, de una verdadera conciencia. Pero lo cierto es que después, por una serie de factores -entre los cuales ocupa un importante papel el engaño “escuredista” y la “seudoandaluzación” de los partidos centralistas- lo que solo fue un sentimiento no llegó a cristalizar en forma de conciencia política.

La historia se remonta muchos años antes. En Andalucía se han venido produciendo bloqueos, no sólo objetivos en cuanto a nuestro desarrollo económico-social -fracaso de nuestra industrialización y despegue económico- sino tambiénsubjetivo, que han obstruido una toma de conciencia de nuestros intereses de pueblo. Como es bien sabido, Blas Infante se encontró desasistido y aislado de todo apoyo social. Mientras las clases trabajadoras estaban bloqueadas por la dinámica de la “lucha de clases” y el “internacionalismo proletario”, también la prepotente burguesía agraria andaluza estaba interesada en un “españolismo” centralista que defendiera sus privilegios. No hubo en Andalucía una burguesía progresista, ni clases medias, ni trabajadores conscientes, que supieran potenciar -y no cerrar- sus intereses de pueblo con los más limitados de clase. Sólo una muy reducida élite de intelectuales desclasados, con nula incidencia asocial, supo así comprenderlo. La historia -a pesar del transitorio auge del PSA- se repite, con las variaciones propias de cada coyuntura, pero con similares constantes socio-políticas. Los bloqueos se siguen produciendo, y el resultado es que la conciencia de pueblo, como sujeto político, sigue sin calar entre nosotros, al menos con la intensidad y la extensión que sería necesaria para poder hablar de un verdadero nacionalismo andaluz. No nos engañemos: el nacionalismo andaluz no acaba de prender en nuestro pueblo.

A partir de esta constatación, pienso que sería necesario iniciar un debate, analizar el terma en profundidad, y plantearse seriamente si cuenta o no con posibilidades. Para empezar, se me ocurre señalar unos cuantos bloqueos que debieran ser sometidos a valoración.

1.- El hecho de que el andaluz sea un pueblo con más “ostensibles” diferencias de clases, con sectores muy marginados, y serios problemas de subdesarrollo socio-económico, implica que la dialéctica izquierda-derecha siga funcionando prioritariamente. Hasta qué punto ello obstaculiza la otra dialéctica -centro periferia o dependencia autonomía- es algo que habría que dejar claramente dilucidado.

2.- No ha existido, ni existe, una clase social en ascenso -como en su día fueron las burguesías catalana y vasca- que ligara sus intereses a un proyecto nacionalista. Aunque la estructura de clases ha cambiado en los últimos años, y las clases medias -sector servicios, funcionarios, empleados, etc.- ocupan un importante espacio social, queda por ver que estos sectores estén interesados en un andalucismo político. Las clases trabajadoras, por su parte, sólo se mueven por su nivel de salarios; o se aprovechan de la “sopa boba” de los seguros de desempleo, invalidez o jubilación, cuando no de las actividades subterráneas; en definitiva, han perdido -si alguna vez tuvieron- fuerza motora en cualquier proyecto de transformación socio-económica, y menos, de autonomía política. Y no existe, por supuesto, una burguesía verdaderamente autóctona, productiva, no simplemente especulativa. Por el contrario, la dependencia económica del exterior es cada día mayor.

3.- Las propias características de nuestra antropología cultural nos hace propicios a una visión nacionalista de nuestros proyectos políticos. Me refiero a nuestro universalismo, receptividad y apertura, que nos convierte en escasamente proclives a considerarnos ejes autónomos de nuestro inmediato futuro. Frente a otras visiones más particularistas de la vida -por ejemplo, de vascos, catalanes o gallegos, sobre todo de vascos- los andaluces nos hemos caracterizado por un universalismo quizás excesivo. En el fondo de todo lo andaluz late aún todo el pluralismo, y con éste el relativismo, que supuso la coexistencia en Andalucía de las tres religiones monoteístas del mundo, judaísmo, cristianismo e islamismo. Aceptar esta característica, como señala Acosta, implica una contradicción dialéctica: si el universalismo es una particularidad del pueblo andaluz, es evidente que ello se opone a su propia identificación como pueblo. Lo primero anula, o al menos bloquea, la cristalización de los segundo. Y ha dificultado poderosamente que el pueblo andaluz tome conciencia de tal, con problemas propios y con soluciones que también deben ser suyas. Las consecuencias de ello se han traducido en la dependencia, la decadencia y el subdesarrollo. Un alto costo, evidentemente.

4.- Y, finalmente, la españolización de Andalucía ha actuado, dialécticamente, en nuestra contra. Se ha dado la gran paradoja de que mientras más nos hundíamos en el subdesarrollo, mayor era nuestro peso en la historia de España, asumiéndola, haciéndola nuestra, y en parte protagonizándole política y culturalmente. Lo andaluz se convirtió en sinónimo de lo español. Pero en la medida en que Andalucía más se integró en España, más se vació de una particularidad exclusivamente suya; y lo que es peor, fue perdiendo poder propio. No se trata de una acusación sino de la constatación de un hecho.

A raíz de todas estas circunstancias bloqueantes, el futuro de un nacionalismo andaluz puede resultar extremadamente dudoso. Depende, a mi modo de ver, de dos factores que pudieran ser precipitantes:

Uno: que la coyuntura estatal fuese favorable, la dinámica de las autonomías se pudiese nuevamente en marcha, y “el efecto demostración” -como llama G. Enterría, mejor que “agravio comparativo”- actuase como elemento de concienciación. Hoy por hoy se está caminando en dirección opuesta, y el descrédito de las Autonomías es una “obra maestra” del Gobierno PSOE.

Otro: Que se consiga detectar, y después conectar, con aquellos sectores sociales que puedan estar verdaderamente interesados en un poder andaluz. Se trataría de saber qué fuerzas productivas son las interesadas en un proceso de desarrollo autocentrado, que tenga como soporte, marco y motor del mismo, un poder político fuerte que sea suficientemente autónomo.

Por supuesto que los procesos políticos y sociales son extraordinariamente complejos, influyen muchas variables, y los liderazgos personales, si son carismáticos, tienen una importancia no despreciable. Pero tal y como está hoy la correlación de fuerzas en nuestro país y en el mundo, cómo se desenvuelve actualmente la economía, a qué nivel de control por los “mass medias” se halla hoy la opinión pública, y qué estructura social existe, apenas pueden otearse atisbos optimistas para un futuro nacionalismo andaluz.

¿En qué han quedado, pues, nuestros anteriores planteamientos sobre un “nacionalismo de clase”? Evidentemente el nacionalismo no puede situarse al margen o en otro plano a las clases sociales. Siempre cuenta con la aportación más o menos hegemónica de determinadas clases. Pero desde el momento en que estas clases se han desvertebrado tanto, han perdido la conciencia de tales, y nuestra sociedad se ha convertido en anónima, y muy desintegrada, tal enfoque pierde virtualidad y fuerza. No podemos seguir con análisis y planteamientos que no se correspondan con la realidad actual.

En definitiva, las dudas sobre el futuro de nacionalismo andaluz están más que justificadas, y nos encontramos en una encrucijada cuya salida es difícilmente previsible.

(1) Publicado en Nación Andaluza. Una revista para el debate, (8), 1987, pp. 3 a 6.

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Espacio de enunciación colectiva, encrucijada de ideas y reflexiones en torno a la descolonización de Andalucía, de sus prácticas y de su teoría social crítica. Cooridinado por Javier García Fernández @JavierGarcaFde1
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