Opinión
Yolanda y los negacionistas

Coordinador do Instituto Resiliencia.
Tras el último pleno del periodo de sesiones 2024-25 del Congreso, en el que no salió adelante el llamado 'decreto antiapagones' por los votos en contra de PP, Junts, Vox, Podemos y BNG (junto a un diputado de la Chunta que se saltó la disciplina de voto de Sumar), oíamos a la vicepresidenta y ministra de Trabajo Yolanda Díaz calificar a sus exaliados de Podemos y al BNG de “negacionistas de izquierdas” por no haber apoyado un decreto que —alegaba ella— buscaba “impulsar las energías renovables”. ¿Podemos y los nacionalistas gallegos negando el cambio climático? ¿En serio? Yo no podía creer lo que estaba oyendo, pero sí: era la radio pública y era la voz de la ministra.
Semejante falacia sobrepasaba los límites del debate político, de la pura lógica y —lo que es peor— nos estaba metiendo en el mismo saco a toda la ciudadanía que no está de acuerdo con la política energética del Gobierno PSOE-Sumar. Por lo visto, para mi paisana Díaz, los miles de personas que en Galicia y otros lugares de la geografía ibérica nos oponemos a una determinada política relativa a las mal llamadas energías renovables (en realidad sistemas industriales no renovables de captación temporal de flujos de energía renovable, conviene recordar) estamos nada menos que negando el cambio climático. ¡Inaudito!
Oponerse a determinadas medidas no implica oponerse a las energías renovables e instalar aerogeneradores no va a la causa del problema porque no elimina CO2 de la atmósfera
Espero que la Sra. ministra reflexione seriamente sobre lo que ha dicho y a quién se lo ha dicho. Dudo que midiera bien sus palabras, así que desde estas líneas la invito modestamente a repensarlas. En primer lugar, porque oponerse a unas determinadas medidas incluidas en un determinado decreto-ley no implica, obviamente, oponerse a las energías renovables per se. En segundo lugar, porque su calificativo presupone una argumentación basada en una falsedad: dado que las energías renovables son la solución al cambio climático, quien se oponga a ellas solo puede ser un negacionista. Sin embargo, la premisa de ese razonamiento, pese a ser un lugar común en el debate político y social e incluso en los libros de texto y en cierto ambientalismo bienintencionado pero malinformado, es sencillamente falsa: instalar aerogeneradores y paneles fotovoltaicos, o llenar nuestras carreteras de coches eléctricos, son medidas que no influyen en absoluto sobre la causa del cambio climático, es decir, no eliminan un solo gramo de CO2 de la atmósfera. Bien al contrario, fabricar e instalar todo esto que se nos vende como la única solución al caos provocado por la civilización industrial en el delicado sistema climático terrestre, emite una cantidad notable de gases de efecto invernadero (GEI). Así, se constata históricamente que el aumento de las instalaciones renovables no se ha acompañado de ninguna reducción en las emisiones y no hay base para prever que estas se reduzcan hasta que o bien se agoten los combustibles fósiles asequibles y accesibles, o bien se ponga un freno político efectivo a su combustión, puesto que estamos en un sistema capitalista que aprovechará cualquier tipo de energía, renovable o no, para seguir creciendo a toda costa. Y eso será así con independencia de cuántos polígonos eólicos, cuántos paneles fotovoltaicos, cuántas fábricas de batería de litio y cuántos puntos de recarga de vehículos eléctricos instalemos.
En todo caso podremos ver a estos sistemas industriales de captación de energías renovables como una manera alternativa de sostener un determinado nivel de producción de electricidad y un concreto grado de movilidad cuando tomemos las únicas dos medidas que realmente reducen las emisiones: dejar de quemar combustibles fósiles y ayudar a que la biosfera capture el CO2 que ya está en la atmósfera, mediante reforestación pluricultivo, reversión de cambio de usos en el suelo, y otras medidas de reabsorción de GEI basadas en la naturaleza. Pero de la misma manera que apoyarnos en una muleta no nos cura una pierna rota, sino que nos ayuda a seguir caminando una vez que se ha reparado mediante procedimientos médicos la fractura, las energías renovables no van a arreglar el desastre climático. Pese a esta realidad, asistimos perplejos a esta afrenta lanzada por Yolanda Díaz, sumamente ofensiva para cualquier ecologista, contra aquellos que legítimamente desconfían del tipo de muleta que se les ofrece y contra quienes decimos que primero hay que operar la fractura y que luego ya hablaremos sobre cómo volvemos a caminar poco a poco. Nos está acusando la Sra. ministra de ser negacionistas de la realidad, de negar que tengamos una pierna rota, cuando somos en realidad quienes más nos dolemos de ella y demandamos una cura efectiva antes de que la gangrena acabe con nosotros.
Aplicándole su mismo razonamiento, Díaz sería negacionista porque sigue defendiendo el crecimiento del PIB, que agrava el caos climático
Sería deseable que la propia Yolanda Díaz se diese cuenta de lo delirante que ha sido su invectiva contra Podemos (y contra mucha más gente, insisto), aplicándose ese mismo razonamiento a sí misma. Puesto que el crecimiento económico está más que demostrado que agrava el caos climático (la correlación es evidente: más producción = más contaminación) y que solo una modificación drástica y urgente del metabolismo socioeconómico para usar muchos menos recursos materiales y energéticos nos puede mantener dentro de un margen seguro para la supervivencia de nuestra especie, en consecuencia ella sería también una negacionista del cambio climático, puesto que sigue defendiendo el crecimiento del PIB como un objetivo legítimo y deseable de política económica. ¿Quién es entonces la verdadera negacionista aquí? ¿No es negacionista también el ministro de Economía, el presidente del Gobierno y el Consejo de Ministras y Ministros al completo, Sra. Díaz?
Hay muchos negacionismos que nos están llevando a la catástrofe, en efecto, y habría que medir muy mucho las palabras —y los hechos— para ver quién lanza la primera piedra. De lo que no cabe la más mínima duda es que rechazar una determinada serie de medidas relativas a la generación y distribución de energía eléctrica jamás debería ser un argumento aceptable para descalificar al oponente político y ponerlo a la altura de quienes realmente niegan la realidad del caos climático, o más bien fingen no verla porque les conviene para su antidemocrática agenda oculta. Hacer esta equiparación no sólo es tremendamente injusto, sino absolutamente falaz. Sra. ministra, como suele usted repetir con frecuencia, “en política no todo vale”.
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