Opinión
Desde el río hasta el mar

Aguardábamos desde las cuatro menos cuarto pegadas a las vallas que protegían en Callao los carriles por donde se suponía que iba a pasar la Vuelta ciclista. Esperábamos al sol, pero no sabría decir qué esperábamos. Sabíamos que ocurriría algo, pero no sabíamos qué. Luego nos daríamos cuenta, como siempre, de que lo que ocurriría era que estábamos allí. Al día siguiente, la prensa hegemónica, con sus matices y resentimientos, resumiría el asunto: la Vuelta no pudo circular por Madrid porque las manifestantes invadieron la calzada por donde estaba previsto que lo hiciera. Y sí. Pero no. No sé lo que ocurrió en otros puntos de Madrid, pero en Callao, de repente, se retiró la policía, con cierta parsimonia, un cuarto de hora antes de la hora prevista para el paso de los corredores. Se metieron en las furgonas y enfilaron la Gran Vía hacia Plaza de España. Hubo una pausa que a una compañera mía le pareció eterna. Y después, sin excesivo histrionismo, fuimos apartando las vallas y entonces sí, invadimos la calzada.
Volví a casa pensando, en la medida que me lo permitían mis pies hinchados, en qué había pasado y, sobre todo, qué podría haber pasado de haber sido distinto. Cuáles habrían sido los cálculos estratégicos de las cabezas del mal, de la dirección de la Vuelta, de las autoridades de Madrid... No importa nada resolverlo. Esto de parar la Vuelta, por muy orgullosas que nos sintamos, es una escaramuza mínima en una batalla de muchos años. Pero sí creo que merece la pena pararse de vez en cuando a pensar en términos estratégicos, en la medida de nuestras posibilidades.
Porque imaginemos que hoy o mañana se declara un alto el fuego definitivo, incluso que se retira el ejército israelí de Gaza. No sería tan raro. De hecho, este reguero de reconocimientos del Estado palestino, esta alusión cada vez más explícita a la “solución de los dos Estados”, esta unanimidad recién estrenada en la denominación de “genocidio”, por parte de cada vez más gobiernos de todo signo, parece anunciar algo así, acompañado, por supuesto, del inicio de unas nuevas conversaciones de paz. Entonces se interrumpirían los bombardeos, se detendría el flujo de imágenes intolerables...
Con la presión social hemos llegado a un punto en el que podemos conseguir esto (y más). Pero, si ocurriera, tendríamos que hacer algo más que invadir la calzada con cautela y cierta alegría. Porque, si ocurre, sería el equivalente a escala internacional de retirar a la policía para parar de un plumazo ese molesto temita de la Vuelta. Y no lo podemos permitir, no ahora que estamos todas en la calle, no ahora que claramente somos una fuerza social que les está obligando a buscar una solución rápida con la que cerrar en falso. No cuando sabemos que el pueblo palestino lleva más de un siglo luchando por su libertad. No cuando sabemos, a pesar de todo lo que nos intentan colar, incluso con las mejores intenciones, que esto no es ni será el fin de Palestina porque las bombas nunca han conseguido terminar con la resistencia. No cuando sabemos que el genocidio no comenzó en octubre de 2023, no cuando sabemos que las conversaciones de paz siempre han sido una pantomima para legitimar las sucesivas conquistas israelíes, no cuando sabemos que la solución de los dos Estados es falsa, injusta e imposible.
Desde la calzada invadida, al pasar por el cruce de Gran Vía y Alcalá, leíamos la pancarta desplegada en la azotea del Círculo de Bellas Artes. Decía: “Desde el río hasta el mar, Palestina vencerá”. Conocemos la frase, la hemos estado salmodiando en las manifestaciones desde hace muchos años, con más fuerza desde el 7 de octubre de 2023. Esa frase es una traducción. En inglés, aparentemente su idioma original, dice: “From the river to the sea, Palestine will be free”.
Mi pequeña aportación para esta estrategia de futuro es la propuesta de cambiar esa traducción, renunciar a la palabra “vencerá”, que se puede malinterpretar demasiado fácilmente en un sentido de venganza, y decir: “Desde el río hasta el mar, Palestina, libertad”, conservando la rima a costa de cargarse el verbo en futuro. Contribuiríamos así a reflejar una idea de futuro posible que no sea un reverso tenebroso de los prejuicios racistas y del pavor intrínseco a la dominación colonial. Pero eliminar el verbo es también asumir implícitamente que ese futuro es una tarea de todas. Desde el río hasta el mar, construiremos un solo Estado en el que los derechos de ciudadanía no dependerán de la afiliación religiosa ni del origen étnico. Y se llamará Palestina, no por designio divino ni por destino manifiesto, sino por justicia y porque es la única garantía de que sea libre.
Análisis
Reconoce un estado inexistente pero no pares un genocidio de verdad
Los artículos de opinión no reflejan necesariamente la visión del medio.
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