Opinión
Un monstruo camina sobre suelo urbanizable

El cojín socioeconómico y cultural que sostiene los sucesivos desfalcos del PP valenciano solo se entiende desglosando un ecosistema alimentado por la catalanofobia y las fiestas con toros.
29 ene 2025 06:00

A mediados del siglo pasado se produjo el nacimiento de un monstruo de tres cabezas en la localidad de Benidorm. La primera cabeza fue bautizada con el nombre de Turismo y empezó a crecer a partir de 1953 tras el logro del alcalde franquista Pedro Zaragoza, quien consiguió que el régimen legalizara el bikini. La segunda cabeza recibió el nombre de Panycirco y se desarrolló durante la agonía de la dictadura, cuando Franco decidió televisar las corridas de toros desde esta misma ciudad para camuflar las cada vez más masivas movilizaciones ciudadanas. La tercera y última cabeza se llamó Eduardo Zaplana y su misión fue la de moldear el marco socioeconómico y cultural que sigue vigente a día de hoy en el País Valencià.

La clave está en el suelo. El modelo de gestión que se esconde detrás de esta tricefalia necesita facilidades y amplia disponibilidad para seguir engrosando la superficie urbanizable y urbanizada. De aquí que el plan territorial sobre prevención del riesgo de inundación PATRICOVA, aprobado en 2003, no fuera modificado hasta el año 2015 con el primer Botànic, duplicando las hectáreas con riesgo de inundabilidad. De aquí también que el plan de regulación del litoral PATIVEL atravesase todas las instancias judiciales hasta ser ratificado finalmente por el Tribunal Supremo en el año 2022. Por último, y no menos importante, del suelo también nace la principal promesa electoral de Carlos Mazón, el Plan Simplifica, un decretazo que permite derogar algunos de los artículos más restrictivos de estas y otras leyes urbanísticas.

La mentalidad que el monstruo de tres cabezas ha instaurado en la sociedad valenciana no pasa por la lógica preventiva sino por el ansia del ladrillo

Tras la dana del año 2019 en la Vega Baja, la Generalitat se propuso agilizar la redacción de un plan de acción territorial para esta comarca y áreas funcionales para minimizar el riesgo en todas las zonas que tarde o temprano amenazarán a catástrofe. La entonces secretaria autonómica de Política Territorial, Urbanismo y Paisaje, Imma Orozco, explica las resistencias entre los diferentes sectores implicados para empezar a restringir la disponibilidad de suelos en zonas inundables: “En el Baix Segura quisimos revertir los suelos urbanizables afectados por inundabilidad que no estaban programados, es decir, que no contaban con ningún proyecto ya aprobado, y establecer una transitoriedad a los programados, de manera que si en cinco años no se urbanizaban pasaban a ser de nuevo no urbanizables”. La propuesta no fue del agrado de muchos alcaldes ni de otros tantos promotores.

La mentalidad que el monstruo de tres cabezas ha instaurado en la sociedad valenciana no pasa por la lógica preventiva sino por el ansia del ladrillo. Aquí primero se construye y si resulta que lo construido se ha construido mal ya luego se construye otra cosa que solucione los problemas de la primera construcción. Orozco recuerda que el plan de la Vega Baja proponía desclasificar un suelo urbanizable industrial que se inundó metro y medio durante la dana de 2019 y la respuesta que obtuvieron fue que “por qué desclasificarlo si se podían aplicar medidas correctoras para levantar el suelo y que no se volviera a inundar de esa manera”.

Cabe señalar que la dotación de superficie industrial es otro de los grandes capítulos del desastre valenciano. El agricultor Nando Durà lamenta que “durante años se han arrasado árboles y bancales para promover polígonos y la última dana no encontró alivio hasta después de la pista de Silla, donde todavía hay arrozales que hicieron que el agua perdiera fuerza”.

Bienvenido Panycirco

Semejante sucesión de despropósitos solo se aguanta en el tiempo si se cuece un trasfondo que invite a la ciudadanía a seguir votando con las vísceras. En el caso valenciano, hay un par de distracciones que funcionan muy bien para arengar a los incautos. La primera es la catalanofobia. Según documenta el historiador Natxo Escandell en Ni fet ni desfet. Història del nacionalisme polític valencià, en el año 1978 un diputado de UCD —no existen registros pero hay indicios de que podría tratarse de Fernando Abril Martorell— mantuvo una reunión en Vitoria con miembros de la embajada británica para explicarles que era necesario crear un conflicto entre el País Valencià y Catalunya. “Durante mi estancia como investigador en la London School of Economics descubrí esta documentación que hablaba de forzar un obstáculo deliberado entre valencianos y catalanes para que no uniesen fuerzas de cara al Estado de las autonomías”.

La impunidad de los nefastos gobiernos valencianos de derechas reposa desde hace décadas sobre toda esta holgura.

Dicho obstáculo se conoce como blaverismo, en alusión al azul de la senyera coronada valenciana, y consiste en negar la unidad lingüística del catalán y en repudiar con total firmeza cualquier elemento que provenga de Catalunya. Los adeptos de tan estrafalaria doctrina tienen incluso un conocido grito de guerra: “No mos fareu catalans”, como si viviesen con el pánico de ser empadronados en Reus a traición. En los años 80 cobró fuerza Unió Valenciana, un partido de derechas que abanderaba esta ideología y que en 1995 dio la presidencia de la Generalitat a Eduardo Zaplana en lo que se conoció como el Pacto del pollo (el nombre no alude a un pollo de cocaína sino al empresario avícola en cuyo despacho se firmó el acuerdo). Lógicamente, el PP supo entender que si canalizaba el voto blavero barrería a Unió Valenciana y desde aquel momento saca la catalanofobia a pasear cada vez que le resulta útil.

Y no cambien de canal porque todavía hay más. En muchas comarcas del País Valencià conviene tener en cuenta el voto de los toreretes que pasan los fines de semana rodando vacas de pueblo en pueblo. Nadie sabe a ciencia cierta si el tema de los toros representa un fenómeno especialmente masivo pero lo que sí está claro es que el sector destaca por ser muy ruidoso. Y violento. Hay veces que se dan de hostias entre ellos para ver quién saca del rabo al toro embolado —para que nos entendamos: se pelean para sujetar al animal desde la parte donde tiene el ano y luego huelen todos a mierda— y hay veces que se dan de hostias sin ningún motivo aparente, solo porque han consumido más farlopa que un crooner que acaba de cobrar y la tensión se les va de las manos.

La impunidad de los nefastos gobiernos valencianos de derechas reposa desde hace décadas sobre toda esta holgura. La que proporcionan los promotores avariciosos y la que amparan los descerebrados que se divierten prendiéndole fuego a un toro o discutiendo con los catalanes.

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