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Hace poco me encontré con un tuit del humorista Ignatius Farray criticando unas declaraciones del año pasado de Diego Fusaro en una entrevista para El Mundo. Fusaro, con su típico discurso vergonzantemente reaccionario, afirmaba, en una de sus claramente implícitas tomas de partido ideológico –remarco lo de “ideológico”–, que si los conceptos de Dios, Patria y Familia fuesen conceptos fascistas (como supuestamente la izquierda progresista afirma), Platón sería considerado un fascista, dando a entender que estos conceptos, por encima de cualquier determinación histórica, son constitutivos de nuestra sociedad occidental (y de la humanidad en general) y, por tanto, esenciales para entender nuestra forma de ser. De esta forma, no solo deben ser reivindicados, sino que son difícilmente atribuibles a determinadas expresiones políticas de extrema derecha del siglo XX.
Pensamiento
Pero, ¿qué es la posmodernidad?
Para poner un poco de contexto: Fusaro (un acomplejado fascista de izquierdas) es un abanderado de un discurso netamente reaccionario y antimoderno. Frente a la disolución de las formas sociales premodernas por parte del rodillo del capital, apela a formas sociales más directas y personales: la familia, la patria, los vínculos orgánicos, etc. El autor italiano, así, aboga por una reivindicación organicista de la sociedad, enfatizando la importancia de las relaciones sociales más cercanas y personales en contraste con la abstracción impersonal de la sociedad moderna. En otras palabras, el autor italiano aboga por un retorno a las relaciones humanas más “naturales”, “orgánicas” y “directas” propias de la comunidad preindustrial, en contraposición a las manifestaciones sociales “individualistas”, “artificiales” y “frías” propias del capitalismo.
Una quimera. El capital conlleva tanto la negación de las formas sociales premodernas como la afirmación y negación de las formas sociales que ha generado, como la familia nuclear o el Estado-Nación. Es una relación abstracta que generalmente implica formas impersonales de dominación y explotación. El discurso aparentemente anticapitalista de Fusaro se muestra maniqueo y simplista, limitando las relaciones de producción capitalistas a sus expresiones externas o parciales, como las finanzas, los empresarios o el consumo. De esta manera, ciertas manifestaciones arraigadas en la modernidad y el modo de producción capitalista se desvinculan de sus condiciones de posibilidad y se naturalizan. Las formas de producción y reproducción social propias e inherentes del capital se escinden de la crítica a un “capitalismo” que queda reducido a una especie de entidad externa y delimitable. Paradójicamente, en su crítica anticapitalista y antimoderna termina por afirmar y naturalizar ideológicamente las coordenadas mismas de la sociedad moderna como sociedad capitalista. Claro está, su reivindicación de formas premodernas de reproducción social está completamente mediada por concepciones conceptuales e ideológicas hipermodernas. En efecto, Fusaro es incapaz de salir de las coordenadas que critica.
Fusaro (un acomplejado fascista de izquierdas) es un abanderado de un discurso netamente reaccionario y antimoderno
Las categorías “Dios” “Patria” y “Familia” son la cereza del pastel de su cosmovisión “aideológica” y son toda una declaración de intenciones. El empleo y reivindicación de estas y no de otras categorías no es algo fortuito. Ante esto, Ingatius le contestó con un contundente pero ingenuo: “Ni Dios, ni patria ni familia son conceptos fascistas. Los conceptos no tienen ideología. Lo que es fascista es apropiarse de esos conceptos y pretender que tu manera de entenderlos sea la única. Parece mentira que tenga que venir un puto cómico a explicar a platón”.
Quedémonos con el punto clave del tuit del humorista: “los conceptos no tienen ideología”, un mantra muy extendido y bastante recurrente en cierta socialdemocracia. Pero nada más lejos de la realidad. Los conceptos no es que tengan ideología, es que son ideología: los conceptos/ideas tienen una génesis, una evolución, una concreción semántica, una historia, etcétera. La “ideología” no es una especie de conjunto doctrinario de ideas que está de espaldas, o incluso en oposición, a la realidad. La ideología se origina a partir de la interacción entre el pensamiento humano y el entorno social en el que se desenvuelve. Los conceptos e ideas son parte integral de esta articulación conceptual, y a través de ellos, se expresan las percepciones y comprensiones de la realidad por parte de los individuos y la sociedad en su conjunto. La ideología implica una intersubjetividad u objetividad social, pues es producto del intercambio de ideas, creencias y valores compartidos por una comunidad.
Opinión
Opinión Progreso y reacción: falsas dicotomías
Por eso, a diferencia de lo que parece afirmar ingenuamente Ignatius, la ideología no es contraria a la verdad, sino la que la posibilita. De la misma forma, “la realidad material” no se circunscribe a la “materia” como concepto físico; la materia, en términos materialistas, es una categoría filosófica, en donde las relaciones sociales (y objetivadas) entre las cosas (las cosas siendo, por así decirlo) son más reales que las cosas mismas.
El objeto de conocimiento (conceptualizado) necesita de un sujeto (intersubjetivo) que le objetive. Esto también es un problema ideológico y conceptual. En otras palabras: el objeto de conocimiento depende del sujeto que lo conoce, fin. No hay objeto sin sujeto. Si la realidad es objetiva, es que hay un sujeto que la ha objetivado, que no es lo mismo decir que de este depende la existencia tangible a las cosas (un tropo vulgar con el que se suelen criticar estas posiciones). Teniendo en cuenta esto, la ideología afecta (y posibilita) a todos los ámbitos del conocimiento, incluida la ciencia. Permitidme un breve excurso sobre el tema. La ciencia no es una actividad individual de un sujeto que busca conocer la realidad de forma particular. Lo que posibilita la ciencia es su carácter social, requiere de cooperación e interrelación institucionalizada entre los investigadores. Al hablar de “institucionalizada” me refiero a las condiciones estructurales que posibilitan esa práctica: no es una relación particular entre individuos, sino que la ciencia es todo un entramado social e ideológico interconectado que depende de varios factores: una división de trabajo, una financiación (una serie de flujos económicos que la posibiliten) y la necesidad de un consenso (conceptualmente mediado) entre los investigadores para que los resultados de las investigaciones tengan una validez global (aceptado por la comunidad de científicos).
Los conceptos no es que tengan ideología, es que son ideología: los conceptos/ideas tienen una génesis, una evolución, una concreción semántica, una historia, etcétera. La “ideología” no es una especie de conjunto doctrinario de ideas que está de espaldas, o incluso en oposición, a la realidad
Claro, la ciencia es una práctica social e ideológica que depende de una serie de factores socioculturales que la posibilitan, como ya he señalado. Esto implica entender al resultado de la investigación y al conocimiento científico dentro de un marco sociohistórico, ya que, como práctica social humana, pese a su peculiaridad y genuina búsqueda de la “verdad” o del conocimiento, está sometida a una serie de factores (intereses) que explican su funcionamiento.
Pero no nos desviemos, la ideología en su concreción actual (la sociedad moderna), en última instancia y en términos generales, implica la construcción intersubjetiva (históricamente inmanente a las relaciones de producción) de la realidad, la cual conlleva (o puede conllevar) su propia naturalización (ideología en plenitud de la palabra, por lo menos en su acepción marxiana), aunque, al mismo tiempo, acaba conduciendo a su propia negación (nihilismo).
Así, la ideología se convierte en “ideología” como tal (en su peor acepción) cuando, socialmente, los conceptos dejan de pensarse como tal; es decir, cuando se olvida su carácter sociohistórico, lo que comporta la naturalización de las condiciones de existencia en donde están subsumidos; en este caso que nos compete: las relaciones de producción capitalistas.
Por eso, la estupidez de Fusaro no hay por donde cogerla. En Platón no hay algo así como una concepción judeocristiana de Dios ni nada que se le parezca, por mucho que, posteriormente, el neoplatonismo tuviese mucha influencia en la construcción de la cosmovisión teológica cristiana. Utilizar conceptos con una gran impronta histórica como “Patria”, “Dios”, “Familia” como una especie de valores intempestivos y universales es un despropósito argumental (en el mejor de los casos) o una velada reivindicación reaccionaria de entender la sociedad (en el peor de los casos). Difícilmente la idea de “Patria” actual, asociada los Estados-Nación modernos, puede usarse ahistóricamente para hablar de los sentimientos cívicos de pertenencia de las poleis griegas del siglo IV a.C. De la misma forma, esa “familia” de la que habla Diego Fusaro, tiene sus coordenadas sociohistóricas claras: la familia nuclear moderna, el núcleo básico de la sociedad clasista; por lo tanto, difícilmente se puede usar como analogía para hablar, y menos de forma ahistórica, de las sociedades helénicas del periodo clásico y sus estructuras familiares. De hecho, cuando más general y más cosas subsuma un concepto, menor potencia analítica y más impreciso se acaba volviendo, perdiendo, así, su concreción (algo fundamental para todo discurso materialista).
La estupidez de Fusaro no hay por donde cogerla. En Platón no hay algo así como una concepción judeocristiana de Dios ni nada que se le parezca
En fin. Detrás del discurso antimoderno y colectivista (y aparentemente antiburgués) nos encontramos una clara manifestación de la ideológica moderna burguesa en su vertiente más conservadora. Ahora bien, la crítica progresista de Ignatius tampoco se aleja de estos mismos términos.
Ignatius y Fusaro (vaya dicotomía) son dos caras de la misma moneda. Sus concepciones de “ideología” son muy similares, ya sea entendiendo los conceptos como captadores de entidades universales o esenciales (Fusaro) o como marcos ideológicos de una realidad objetiva (Ignatius). Frente a esto, y para concluir, desde una perspectiva radical y socialista, nuestros conceptos (o más bien, nuestros análisis conceptuales) deben captar la concreción histórica en lugar de la esencia intemporal de las cosas. Solo así podremos combatir ideológicamente las doctrinas políticas reaccionarias y sus idearios, y al mismo tiempo, contribuir a desnaturalizar los pilares ideológicos de la sociedad capitalista para poder pensar de forma revolucionaria.
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«Así, la ideología se convierte en “ideología” como tal (en su peor acepción) cuando, socialmente, los conceptos dejan de pensarse como tal; es decir, cuando se olvida su carácter sociohistórico». Bien dicho. Entiendo que esto queda posibilitado con una educación Ilustrada, científica, tolerante, laica, democrática y social, donde la superstición tanto de los conceptos del capitalismo neoliberal como de la religión cristiana excluyente e intolerante quedan expuestos por lo que son: maneras de vivir explotando a otros. Quiero decir que estoy de acuerdo con Jonathan Israel en que la solución no estriba en hacerse con los medios de producción (en la economía), sino en la educación democrática. Como bien has dicho sobre la ciencia, sobre el pensamiento científico, estamos hablando de una cuestión sociopolítica, institucional, pública.