Opinión
La Batalla Naval de Vallecas baila reggaeton, moja en chino y brinda con acento andaluz

“¿Cómo? ¿Ya tienes tu pistola preparada? En cuanto pueda cierro y me voy con la mía al bulevar a mojaros a todos” comentaba entre risas el dueño de un bazar, mientras atendía la cola de gente esperando para comprar bebidas, el pasado domingo 20 de julio en el barrio de Vallecas. Lo primero que te sorprende –además del agua– cuando llegas a la Batalla Naval, es precisamente eso, la emoción y la alegría de la gente, de todas las edades, por disfrutar de lo que promete ser un día de juego pasado por agua en las calles del barrio.
Toda esta euforia, esta convivencia, esta celebración se produce alrededor de un juego. El juego rompe las reglas sociales establecidas –en un buen sentido–, elimina roles y jerarquías sociales ante un objetivo común y absoluto: La diversión. En este espacio, las personas se relacionan en nuevos términos y recuperan una práctica que el sistema nos ha arrebatado en la edad adulta: jugar.
Estos nuevos términos atraviesan barreras y permiten una expresión del barrio en la que brilla más que nunca su identidad diversa y multicultural. La Batalla Naval es un niño de ojos rasgados agazapado detrás de un seto listo para lanzar un chorro de agua a quién pase por delante. Es un afrodescendiente bailando sobre el capot de una camioneta blanca mientras una vecina le lanza un cubo de agua desde el tercer piso. La batalla naval son las vecinas gritando “viva Colombia”, “viva España”, “viva Perú”, mientras todas bailamos al ritmo de la vida es un carnaval de Celia Cruz.
Huizinga habla del “círculo mágico del juego” para señalar el espacio temporal y simbólicamente delimitado en el que ocurre el juego y se suspenden los roles ordinarios
En esos momentos todos los vivas parecen válidos y todas nos mostramos en nuestra versión más disfrutona. Son numerosas las corrientes de pensamiento que a lo largo de la historia han analizado la importancia del juego, no solo durante la infancia, sino en el desarrollo estructural de la cultura. En 1938 el profesor e historiador Johan Huizinga acuñó por primera vez el término “Homo Ludens”, hombre que juega, frente al clásico “homo sapiens”.

Huizinga quería señalar que el juego es una actividad imprescindible y fundacional para cualquier cultura y habla del “círculo mágico del juego” para señalar el espacio temporal y simbólicamente delimitado en el que ocurre el juego y se suspenden los roles ordinarios, dando lugar a una suerte de libertad organizada. Yendo un paso más allá, y recuperando este concepto, el artista y arquitecto Constant Nieuwenhuys, entre 1956 y 1974, desarrolla “New Babylon”, una ciudad utópica donde toda la población es nómada y el habitante es el homo ludens. En esta ciudad las máquinas realizan la mayor parte del trabajo, y el ser humano puede dedicar su tiempo a crear y jugar. La libertad y el juego se antojan así imprescindibles para recuperar el pensamiento utópico y el desarrollo de culturas diversas, equilibradas y felices.
La Batalla Naval además, no es solo un evento lúdico: es un acto festivo-político impulsado por colectivos y asociaciones vecinales –36 en total agrupados en la Cofradía Vallekana– que este año reclamaban “vivienda digna y asequible” para todas, mientras que en 2024 se “mojó” por Palestina. Mediante el juego y el agua, la protesta parece tomar un cariz diferente; sucede mientras las vecinas y vecinos del barrio se abrazan y celebran el derecho a habitar el espacio público de manera libre.
España, como Vallecas, tiene todos los colores, formas y cuerpas, y es precisamente eso lo que la hace tan especial y vibrante
En origen, ese espacio de encuentro era objeto de represión por parte de las fuerzas de seguridad del Estado, que perseguían durante los años de la Transición española, la organización de fiestas populares y reuniones vecinales en barrios obreros como Vallecas. Las instituciones post-franquistas tenían miedo de movimientos populares organizados, que en esencia promovían un cambio real que todavía no se daba en el Estado. Es en ese contexto que nace la Batalla Naval, en 1981, en respuesta a la represión a través de la reivindicación metafórica de “un puerto de mar” para Vallecas.
Esta fiesta sobrevivió a la represión y ha sabido además evolucionar con el barrio, integrando los cambios demográficos y culturales que han convertido Vallecas en una de las comunidades más diversas y multiculturales de la ciudad de Madrid. Un espacio donde todas las músicas se bailan y todas encontramos otra en la que reconocernos.
Este año, la Batalla Naval, coincidía en el tiempo con los terribles sucesos de Torre Pacheco. Mientras el racismo y el odio se expresaban en Murcia en la peor de sus formas, y la tristeza y el miedo nos invadían, el encuentro del domingo en Vallecas nos recordaba que esa identidad única española que defienden algunos es una falacia maldita. España, como Vallecas, tiene todos los colores, formas y cuerpas, y es precisamente eso lo que la hace tan especial y vibrante. Necesitamos recordar que nos unen más cosas de las que nos separan, que estamos entrelazadas por historias, luchas, miedos, amores, crianzas, viajes, exilios y fronteras que nos atraviesan de diferente forma, pero que no podemos olvidar escucharnos y acompañarnos.
Gracias a las vecinas y vecinos de Vallecas y al juego por recordarnos cada año en el puerto vallecano, que otro modelo de convivencia no solo es posible, sino que, sin mucho ruido ni foco mediático, espacios en el que abrazarnos y también protestar juntas, existen.
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