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Hace ya más de un año, el secretario general de Naciones Unidas, António Guterres, señaló que el sexto informe del Grupo Intergubernamental de Expertos sobre el Cambio Climático (IPCC) era un código rojo para la humanidad. A pesar del escepticismo que suscitaron las palabras de Guterres, hay que reconocer que la ONU lanzaría otra advertencia que, aunque pueda parecer exagerada no se queda corta. En la Conferencia de las Partes en Glasgow (COP 26) pudimos ver un vídeo donde un dinosaurio interpelaba directamente a los humanos:
“La extinción es algo malo. Y provocar su propia extinción en 70 millones de años es lo más ridículo que he oído nunca. Por lo menos nosotros tuvimos un asteroide. ¿Cuál es su excusa? Van hacia un desastre climático. Y cada año los gobiernos gastan cientos miles de millones en subsidios a los combustibles fósiles. Imaginen si nosotros hubiéramos gastado cientos de miles de millones subvencionando gigantes meteoritos. Eso es lo que están haciendo ahora mismo”.
Crisis climática
Nuevo informe global Dura advertencia del IPCC: “El mundo se enfrenta a múltiples e inevitables riesgos en las próximas dos décadas”
Por desgracia, en Glasgow no cambió nada y los Gobiernos de los países más ricos siguieron cruzados de brazos a pesar de que era otra oportunidad única para pasar a la acción. Lo peor de todo es que la situación internacional no ha hecho más que empeorar desde entonces. La invasión criminal de Vladímir Putin nos coloca en una situación extremadamente peligrosa. Si se piensa bien, el momento más peligroso de la historia. Es cierto que la crisis climática no nos matará la semana que viene, pero es un hecho que admite poco debate que las condiciones de vida se irán deteriorando cada vez más rápido y sin ningún tipo de freno a menos que se actúe de inmediato. De momento no hay ningún plan B que no sea reducir drásticamente las emisiones en los próximos años, a pesar de que muchos irresponsablemente quieren apostarlo todo a la geoingeniería.
Es cierto que la crisis climática no nos matará la semana que viene, pero es un hecho que admite poco debate que las condiciones de vida se irán deteriorando cada vez más rápido y sin ningún tipo de freno a menos que se actúe de inmediato
Un breve paréntesis: el problema de la geoingeniería es tanto científico como político. Científico porque no se sabe todavía cuáles pueden ser los efectos secundarios y políticos porque requeriría un nivel de orden mundial muy diferente al nuestro. En un mundo deformado por el poder de superpotencias y en el que predomina el desorden es también una tarea casi imposible en el caso improbable de que la ciencia consiga tal desarrollo.
Lo más triste de todo es que los países más pobres y vulnerables serán los que más sufran. Un hecho que es además muy injusto porque esos son los países que casualmente menos han contribuido al calentamiento del planeta y los que más han sufrido históricamente por la barbarie y destrucción del imperialismo.
Estamos en serios problemas porque la guerra ha acelerado todas aquellas amenazas que ya eran suficientemente aterradoras. Con la excusa de la OTAN, los gobiernos nos han metido en una nueva carrera armamentística, mientras las empresas de la muerte brindan con champán. Ya al margen de nuestras opiniones sobre la guerra, debería haber algunos principios básicos: gastar en armamento en este momento es cavar nuestra tumba y generará problemas a largo plazo. Por mucho que pueda ser una buena noticia que se estén presentando presupuestos expansivos, debería quedar claro que lo que se ha llamado a menudo neoliberalismo se ha hecho con frecuencia con una fuerte intervención estatal. El quid de la cuestión es cómo se hace esa intervención del Estado, y dar cheques a las empresas armamentísticas y contaminantes es precisamente una forma de dañar al público general. Dicho de otra manera: la intervención estatal es para destruir el planeta no para salvarlo.
Gastar en armamento en este momento es cavar nuestra tumba y generará problemas a largo plazo
Mucho de lo que vemos no tendría lugar si la sociedad no llevara décadas siendo intoxicada por una falsa noción de seguridad que también alimenta la intelectualidad progresista. Esta sigue pensando que fabricar y almacenar tanques y misiles es una condición necesaria para mantener el sistema del bienestar. A ese respecto, el vídeo de la ONU se queda bastante corto: mientras vamos camino de la extinción, los gobiernos del mundo libre despilfarran dinero en misiles (o antimisiles) cuyo resultado final puede ser que la crisis climática no acabará con la humanidad ya que una guerra nuclear lo habrá hecho antes.
Para comprender la dimensión de la crisis climática no hace falta leer textos de Hilary Putnam ni enfrascarse en las teorías de Penrose. Como se dice habitualmente de manera informal “esto no es ciencia espacial”. A pesar de que la ciencia climática es muy compleja y en ella todavía existen grandes incógnitas que necesitan ser resueltas, las previsiones de las que hablamos son relativamente sencillas. Para que se hagan una idea, décadas antes de que la mecánica cuántica y la teoría de la relatividad aparecieran en escena, la ciencia del siglo XIX ya descubrió lo que era el efecto invernadero. A finales de siglo XIX, Svante Arrhenius realizó una predicción muy meritoria sobre el calentamiento que iba a experimentar el planeta si aumentaba la concentración de dióxido de carbono y ya en plena guerra fría empezaron a desarrollarse y perfeccionarse los modelos climáticos. En suma, los hechos están muy claros. Apenas queda margen si queremos cumplir el Acuerdo de París. Cumplir París no evitaría parte del desastre que seguro vamos a ver (y ya vemos), pero al menos reduciría el peligro de experimentar situaciones cada vez más horribles y ciertamente apocalípticas.
Si alguna especie inteligente o deidad observara lo que ocurre en nuestro planeta llegaría a la conclusión de que los humanos han enloquecido totalmente. Es un poco la intención de los guionistas de la película Don’t Look Up que con la metáfora de un asteroide que iba a impactar contra la Tierra describían perfectamente el comportamiento de los gobiernos rendidos a la riqueza corporativa.
Al utilizar la metáfora del asteroide los guionistas no estaban cayendo en ningún delirio izquierdista ni eran sensacionalistas. Simplemente estaban popularizando lo que ya decía hace diez años James Hansen, excientífico de la NASA y uno de los científicos más importantes del siglo XX: “Imaginen un asteroide gigante en camino de colisionar directamente contra la Tierra. Eso es equivalente a lo que enfrentamos ahora. Sin embargo, dudamos de no tomar medidas para desviar el asteroide, a pesar de que cuanto más esperemos más difícil y más costoso se volverá hacerlo”.
La cantidad de esfuerzo
Otro hecho en el que tampoco hay ninguna duda es que si se hubiera actuado racionalmente (cuando tocaba) apenas tendríamos que hacer esfuerzo ahora para desviar el asteroide. Ahora este esfuerzo tiene que ser importante e inmediato. Hay que comunicarlo claramente: si no se hace, estamos acabados. La buena noticia es que tampoco es algo extraordinario que no se haya hecho en el pasado. La mala es que cualquier reforma en el sistema es ya algo extraordinario, se pinta como una utopía imposible. Y no lo es. Por esta razón hacen falta muchos esfuerzos por abajo para obligar a los gobernantes a tomar las medidas racionales para salvar el planeta y salir de esta espiral irracional.
De igual modo, también es ridículo desde el punto de vista de las élites. Quieran o no, estas también sufrirán si el mundo avanza rápidamente hacia lo inhabitable, pero hay un problema: en la ecuación sigue siendo bastante más importante maximizar beneficios a corto plazo, aunque sepan que el impacto del asteroide pueda ser irreversible.
Si queremos no hacernos trampas al solitario deberíamos seguir afrontando ciertos hechos incómodos. El código rojo del que habla Guterres hacía referencia al informe del IPCC… Y este informe tiene un carácter conservador. No descubro nada que no se sepa. Se explica por razones estructurales como de la propia ciencia. De nuevo no es un misterio oculto, sino más bien las propias advertencias de los científicos. No porque haya un plan diabólico, sino porque la ciencia tiene que construirse así. El grado de incertidumbre que existe en la ciencia, por tanto, no debe ser una excusa para el negacionismo climático, sino más bien para todo lo contrario: es una razón para sentir terror, para lidiar con el miedo y para pasar a la acción. Las consecuencias serán más desastrosas de lo que pensamos y eso también es un hecho.
Al margen de lo que pensemos de las teorías decrecentistas, lo que deberíamos reconocer son varias verdades evidentes: estos límites existen, el crecimiento ilimitado es una idea imposible y hemos causado un importante daño al medioambiente
Por otro lado, al margen de lo que pensemos de las teorías decrecentistas, lo que deberíamos reconocer son varias verdades evidentes: estos límites existen, el crecimiento ilimitado es una idea imposible y hemos causado un importante daño al medioambiente. Mi opinión es que todavía estamos lejos de alcanzar esos límites, pero pienso que no deja de ser una posibilidad encontrarnos con ciertas restricciones que dificulten y entorpezcan la transición verde. Lo más inteligente sería ir explorando soluciones que ya sabemos desde hace tiempo. Los gobiernos deben compaginar las inversiones masivas en renovables con otras apuestas en materia de sostenibilidad, eficiencia energética, reciclaje, una reforma radical del actual modelo de transporte, una reducción del consumo en las sociedades más ricas, etcétera, etcétera. En cierta forma ya se hace, pero es muy insuficiente. La verdad es que lo que puede ser un problema, también podría ser una oportunidad para frenar la destrucción medioambiental y mitigar los destrozos del calentamiento global.
El momento actual es inquietantemente peligroso porque toda esta necesidad de reforma coincide en el tiempo con el declive de la democracia y el ascenso de la extrema derecha. De nuevo, no hace falta estudiar teoría de conjuntos para entenderlo, sino tener el atrevimiento de observar qué está pasando a nuestro alrededor. Para salir del escepticismo sería útil atender a lo que científicos reconocidos están diciendo. En este sentido, vale la pena recordar la última declaración del Boletín de Científicos Atómicos que estima simbólicamente con el Reloj del Apocalipsis lo cerca que estamos del fin del mundo. Según el boletín nunca antes habíamos estado cerca del final, a pesar de que durante la guerra fría la humanidad estuvo por momentos al borde de la guerra nuclear tal como enseñan los registros.
El Reloj del Apocalipsis
Durante años el reloj ha ido oscilando para representar el nivel de peligro que enfrentamos. La medianoche representa el fin del mundo. En el año 53 a 2 minutos de la medianoche con la bomba de hidrógeno; en los años 60s el reloj estuvo entre 7 minutos y 12 minutos y en el año 1991 coincidiendo con la desaparición de la Unión Soviética a 17 minutos. La victoria de Donald Trump en el 2016 llevó a los científicos a colocar las manecillas del reloj a dos minutos en el año 2018 y a abandonar después el uso de los minutos para colocar por primera vez en la historia el reloj a 100 segundos del Apocalipsis en el año 2020. Una decisión que se ha mantenido también en el 2021 y en el 2022.
La última declaración del 2022 se hizo un mes antes de la invasión de Ucrania. Desde ese momento el mundo ha seguido dando pasos firmes hacia la total destrucción, aunque las élites desprecien con desdén esa amenaza tal como se ha podido ver estos días con Joe Biden al advertir del peligro de una guerra nuclear, hablar de Armagedón y compararlo con la crisis de los misiles del año 62. Una afirmación atrevida para un demócrata con la experiencia de Biden, pero bastante certera. Un mensaje que, pretendiéndolo o no, daba la razón a toda la izquierda que lleva desde hace meses advirtiendo que Occidente debe apostar por la paz y explorar negociaciones para evitar que un Putin sin salida recurra a la utilización de armas nucleares.
No extraña demasiado que estas importantes declaraciones hayan sido ridiculizadas por la derecha estadounidense. Para el Wall Street Journal los comentarios de Biden habían “socavado la disuasión” y habían “asustado innecesariamente a los estadounidenses”. Tampoco extraña que los medios progresistas hayan quitado importancia a las advertencias de Biden ni que esto sirva para que la intelectualidad empuje para que se abran negociaciones en un momento en el que Putin parece dispuesto a escalar la guerra.
El peligro de la extrema derecha
Después de la victoria de Meloni en Italia, la extrema derecha tiene la oportunidad de conseguir también importantes victorias en Brasil y Estados Unidos. Esto es muy peligroso porque Italia podría conseguir aliados importantes y formar en unos años una internacional reaccionaria nociva para el mundo con los regímenes más reaccionarios del mundo.
Además, una victoria de Bolsonaro aparte de que podría suponer el fin de la democracia en Brasil, también sería una pésima noticia para el mundo ya que el Amazonas, considerado hasta ahora como el pulmón del planeta, va camino de ser destruido por la deforestación. De nuevo, cualquier persona que no haya nacido ayer sabe perfectamente de las terribles consecuencias que podría suponer que el Amazonas termine por convertirse en una sabana como están diciendo los científicos.
Por desgracia, las elecciones en Brasil se parecen bastante a las estadounidenses del año 2020 en el sentido de que una derrota de la extrema derecha podría no ser suficiente para evitar un golpe de Estado. El caso de Brasil es bastante más preocupante porque Bolsonaro puede contar con el apoyo de los militares, algo que no ocurría en el caso de Donald Trump.
Por otro lado, en Estados Unidos la situación no es mucho más agradable. Podríamos hablar largo y tendido del Partido Demócrata y de halcones peligrosos como Antony Blinken que intoxican la política exterior de la administración Biden como se puede ver con el caso de China donde EE UU ha hecho todo lo posible por deteriorar las relaciones con una superpotencia con la que no queda otra que cooperar.
A finales de la década de los 90, el filósofo Richard Rorty hizo una profecía si el neoliberalismo continuaba en Estados Unidos. Rorty pudo imaginar a un presidente fascista declarando la guerra a China. No hace falta ser un genio para saber que la profecía puede cumplirse si alguien como Trump o DeSantis llegan al poder. Hace unos años podría parecer una posibilidad remota, pero ahora es bastante real. La histeria china domina la política estadounidense de una forma completamente irracional. Tanto es así que hasta las medidas progresistas deben ser justificadas desde la paranoia hacia China como se ha podido ver con el propio Biden durante los primeros meses de su mandato. Hay que mejorar la economía no porque la sociedad estadounidense esté colapsando, sino porque hay que competir con China. Después todo ha sido un desastre con constantes provocaciones (como el viaje de Pelosi) que son por cierto incoherentes desde el punto de vista de los Estados Unidos. En un momento en el que resulta vital establecer buenas relaciones con China para que Putin se vea aislado, el plan sigue siendo confrontar y provocar.
El fascismo del que hablaba Rorty es el actual Partido Republicano, pero esto requiere una nueva matización: en este contexto esta extrema derecha es todavía más peligrosa que el fascismo. Sí, el fascismo mató a decenas de millones de personas durante la Segunda Guerra Mundial, pero aplicar las medidas que propone esta extrema derecha implican un nivel apocalíptico e inimaginable de destrucción. El Partido Republicano es la mayor amenaza que existe para los estadounidenses y para el resto del mundo. Nunca ha habido nada remotamente parecido. Si bien es cierto que Trump fracasó en su intento de golpe de Estado, la amenaza sigue siendo extremadamente alta. Esta vez el Partido Republicano parece estar preparando mejor cómo dar un golpe definitivo para instaurar una dictadura rendida completamente a las grandes corporaciones y que no piensa mover un dedo para luchar contra el cambio climático. El resultado de esta política se puede resumir con una palabra: extinción.
Este es el contexto en el que tendrá lugar las elecciones intermedias en Estados Unidos. Según las encuestas el Partido Republicano se hará con la Casa, mientras que los demócratas tienen más posibilidades de retener el Senado. Si eso ocurre significaría que los Republicanos convertirán los siguientes dos años de Biden en un infierno y tendrán opciones reales de hacerse con el poder en el año 2024. Sin embargo, podría ser peor. Las encuestas dicen que hay un 38% de posibilidades de que el Partido Republicano gane también el Senado, lo cual sería, como ha señalado Jaime Caro, “una catástrofe para la presidencia de Joe Biden porque quedaría totalmente muerta”. Esto tendría un resultado también desastroso al retrasar el tímido, pero importante plan de Biden para hacer frente a la crisis climática y que podría reducir las emisiones de gases de efecto invernadero en un 40% para el año 2030 (desde niveles del año 2005).
No obstante, tal como ocurre con Lula, esto podría ser una oportunidad para el inicio de un periodo de reformas. A este respecto hay que tener en cuenta que el plan climático de Biden fue tímido por la alianza pérfida entre el Partido Republicano y dos demócratas ligados al poder corporativo como Joe Manchin y Kyrsten Sinema. Una victoria de los demócratas (una posibilidad pequeña, pero real) podría suponer el comienzo de una era de reformas mucho más profundas que pueda hacer posible el cumplimiento del Acuerdo de París entre otras cosas.
En cualquier caso, el mundo en el que vivimos está plagado de incertidumbres y de sucesos imprevisibles. Una de las cosas más sorprendentes es la facilidad con la que se ha naturalizado a la extrema derecha y lo extraño que resulta si se compara con otros momentos. A este respecto, vale la pena recordar que el siempre agudo Patrick Cockburn pensaba que después de los sucesos del 6 de enero, el Partido Republicano lo tendría difícil para volver al poder. Según Cockburn, el Partido Demócrata podría explotar “la invasión caótica del Capitolio durante años, tal como lo hicieron los republicanos el 11 de septiembre”. No es que Cockburn no haya acertado, sino que el sistema político estadounidense se ha vuelto completamente loco. Cualquier previsión está condenada a fracasar en un país en el que una tercera parte de los votantes del Partido Republicano piensan que los “verdaderos patriotas” pueden necesitar recurrir a la violencia “para salvar el país”.
El fenómeno Trump es único en la historia de los Estados Unidos. Tiene tanto poder que puede burlarse en la cara del FBI y no ir a la cárcel. No hay que olvidar que a Nixon le echaron por mucho menos. Toda esta tragedia surrealista no es más que un símbolo de lo deterioradas y amenazadas que están las instituciones en el país más importante del mundo.
En definitiva, estas perspectivas son las que enfrentamos. Muchas de ellas aterradoras, aunque también hay espacio para la esperanza. La lucha por un mundo mejor sigue siendo honorable y posible como bien nos muestra el feminismo y el ecologismo. Sin embargo, debemos reconocer que si la extrema derecha alcance el poder el margen de reforma será casi imposible. Como se dice en matemáticas: la derrota de la extrema derecha sigue siendo una condición necesaria. Los Trumps, los Bolsonaros y los DeSantis no pueden ganar. Una condición necesaria, pero no suficiente.
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«[H]ay un problema: en la ecuación sigue siendo bastante más importante maximizar beneficios a corto plazo, aunque sepan que el impacto del asteroide pueda ser irreversible». El capitalismo es más importante que la supervivencia de la especie Homo sapiens. Dice Marx que el capitalista no es libre de producir y crecer: tiene que hacerlo o desaparece por la competencia. Lo que ocurre es que la destrucción del capital no lleva (por mediación de una dialéctica interna) al comunismo, sino a la extinción. La vida a este nivel de complejidad es muy frágil; lo normal es que simplemente no haya vida en un planeta o bien que sea de un grado muy simple, a nivel bacterial. En cuanto la vida evoluciona hacia organismos pluricelulares (animales), mantener la vida en esa complejidad es muy transitorio. Nuestro cerebro es lo más complejo del universo, hasta donde sabemos. Lo normal es lo que nos ha pasado: 200 000 años de duración como especie Homo sapiens. Y gracias por el viaje.