Opinión
De aquellos narcotráficos, estas migraciones

Las derechas de todo el mundo han conseguido aplicar el reduccionismo al debate migratorio: o se está a favor o se está en contra, y cada vez es más difícil generar una reflexión decente y veraz sobre las causas que fuerzan los desplazamientos masivos de población.
Desde 2006, la guerra contra el narco en México ha dejado 400.000 muertos, 120.000 desaparecidos y millones de desplazados.
Emma Zafón Desde 2006, la guerra contra el narco en México ha dejado 400.000 muertos, 120.000 desaparecidos y millones de desplazados.
24 nov 2025 05:00

A principios de este pasado mes de octubre, el youtuber Jordi Wild afrontaba una peliaguda polémica tras haber afirmado, durante una de sus entrevistas, que tiene por costumbre llevar una “vida sana” pero que de vez en cuando se da el gusto de meterse una rayita de cocaína. Los pistoleros habituales del viejo Twitter no tardaron en desenfundar: qué despropósito, ¿cómo puede decir que se cuida si luego se droga? ¿Es que nadie va a pensar en los niños?  

Como siempre, el barullo tuitero se quedaba en la superficie, en la anécdota, y nadie fue capaz de reparar en el verdadero mal mayor que se escondía tras el planteamiento de Wild. Esto es: hay que ser muy hipócrita para reconocer que consumes cocaína mientras te dedicas a esparcir discursos de odio contra la inmigración a través de tus diferentes canales. 

Hay que ser muy hipócrita para reconocer que consumes cocaína mientras te dedicas a esparcir discursos de odio contra la inmigración a través de tus diferentes canales

Por si acaso queda algún despistado, la producción, la manufactura y la distribución de cocaína —así como de otras drogas sintéticas— lleva más de cuatro décadas bañando en sangre el suelo de Latinoamérica. La ONU, en su último informe World Drug Report, documenta que en el conjunto de países que integran América Central y Sudamérica se produjeron más de 291.000 crímenes y delitos relacionados con el tráfico y la posesión de drogas durante el año 2023, el último del que se tienen registros. 

En menos de una semana, entre finales de octubre y principios de noviembre, México vivía un tiroteo a plena luz del día en la Colonia Tepito de la capital con un saldo de tres víctimas mortales. Poco después se producía el sonado asesinato del alcalde de Uruapan, Carlos Manzo, quien había mostrado su firme intención de combatir el crimen organizado. Entremedias, en Río de Janeiro, el gobernador bolsonarista Claudio Castro daba la orden de asaltar una favela del norte de la ciudad y causaba más de 130 víctimas mortales, la mayor masacre de estas características en la historia de Brasil.  

La ley de la sangre y la demanda

Los procesos de violencia que sacuden Latinoamérica no son homogéneos, ni permanentes en el tiempo, pero sí que son transversales y se enquistan latentes en el territorio. Todo depende del auge, de la expansión y del declive de los cárteles. O del escenario geopolítico. En los años 80 y 90, Medellín era el punto más caliente del continente, con casi 7.000 personas asesinadas durante el año 1991. Tras la caída de Pablo Escobar, la ciudad fue dando pequeños pasos hacia la paz y la convivencia y actualmente es hasta destino turístico. 

Lo que fue bueno para Medellín fue malo para las regiones cercanas. El periodista hondureño Óscar Estrada, en su libro Tierra de narcos, afirma que el desmantelamiento del cártel de Escobar acabó expandiendo la guerra contra las drogas al resto del continente. “Para inicios del 2000, la guerra que ya se reconocía como una estrategia fracasada, fue exportada a México a través del Plan Mérida, que tendría grandes repercusiones en Centroamérica”, explica. 

Los cárteles mexicanos asumieron parte de la cuota de mercado de Pablo Escobar y, según el periodista guadalajarense Antonio Nieto, el narco conocido como ‘El Abuelo’ llegó a entrar 35 toneladas de cocaína anuales a los Estados Unidos a través del aeropuerto internacional de la Ciudad de México. 

El recorrido de la mercancía concluye en los los big five de recepción y de consumo de cocaína a nivel mundial: Estados Unidos, Francia, Países Bajos, Bélgica y España

El reguero de violencia se produce al conectar las zonas productoras con las rutas de tránsito hacia los destinatarios finales. De acuerdo con el mismo World Drug Report de la ONU, a excepción de Chile, todo el continente está a merced de esta actividad mercantil. Colombia, Perú y Bolivia son los ejes productores y cada año incrementan sustancialmente la superficie de cultivo dedicada a la planta de coca: de las 120.000 hectáreas destinadas en 2013 se había pasado a las 375.300 en 2023.

El resto de países, sobre todo Brasil, Venezuela y Ecuador, son el punto de gestión intermedia hacia el destino final de esta cadena de distribución. También lo es Honduras, convertido en puerto de entrada y de salida de la droga cuando Nicaragua se salió del circuito en los años 80 tras el triunfo de la Revolución Sandinista. Desde entonces, suma más de 30.000 víctimas de asesinatos y un presidente, Juan Orlando Hernández, condenado a 45 años de prisión por asociación “con algunos de los traficantes más grandes del mundo para transportar toneladas de droga hacia Estados Unidos”.  

El recorrido de la mercancía concluye en los los big five de recepción y de consumo de cocaína a nivel mundial: Estados Unidos, Francia, Países Bajos, Bélgica y España. Para que los ciudadanos del norte desarrollado tengan acceso a sus golosinas del fin de semana, hay un continente entero que debe vivir bajo la tiranía de los cárteles. 

Farloperos de pueblo y sobredosis de racismo

Dos fotografías. La primera, de sobras conocida, es la del actual líder del PP Alberto Núñez Feijóo a bordo del yate del narcotraficante Marcial Dorado. La segunda, solo conocida a nivel local, es la de un edil de un pueblo de Castellón, José Vicente Adsuara, pintando una raya de coca sobre una mesa que sostiene media decena de cubatas. 

La primera imagen no impidió que Núñez Feijóo se hiciese con el liderazgo del PP tras la liquidación de Pablo Casado y la segunda imagen no ha impedido que Adsuara haya sido recompensado este verano con un puesto de asesor en la Diputación de Castellón. 

Si los ricos se drogan, a los pobres no les queda más remedio que ponerse a traficar o, con suerte, salir por patas de donde se está traficando

El PP que deja estos sonados rastros de compadreo con el narcotráfico es el mismo PP que jamás titubea a la hora de subirse al carro de los cuestionamientos demográficos. Con la ultraderecha pisándole los talones, los líderes populares agitan a diario el mantra de la inmigración. Ahora bien, lo hacen limitándose a vociferar conceptos relacionados con la seguridad y con la delincuencia, para luego ponerse a exigir que no venga ya nadie más. 

En ningún caso ponen sobre la mesa el origen del fenómeno. Más que nada, porque eso obligaría a señalar que tanto el yate de Marcial Dorado como el pollo de cocaína de José Vicente Adsuara reposan sobre las extorsiones, la corrupción y los asesinatos que fuerzan el grueso de las migraciones procedentes de Latinoamérica. Si los ricos se drogan, a los pobres no les queda más remedio que ponerse a traficar o, con suerte, salir por patas de donde se está traficando.

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