La Tiguerita 1
La Tiguerita, mucho vacileo. Victor Serri

Música
De la Feria de Abril a los chicos de la calle: migraciones y escena trap en la segunda ciudad de Catalunya

L’Hospitalet, segunda ciudad de Catalunya en número de habitantes, vive el estallido de una escena musical nacida entre los hijos e hijas de la inmigración, jóvenes catalanes que reflejan en sus letras y canciones la realidad de sus barrios y, por consiguiente, de una parte de Catalunya.

1 dic 2020 06:00

Ya ha llovido desde aquel día que me llamaron para echar una mano como camarero en una de las casetas de la Feria de Abril de Catalunya. Enclavada en el Parque del Fórum de Barcelona, la feria era un caleidoscopio de colores y un arroyo incesante de multitudes que llenaban las casetas. La verdad es que fui con pocas ganas. Ya se sabe que, en este tipo de eventos, los camareros trabajan a destajo hasta bien entrada la madrugada. Como era de esperar, la noche fue frenética y no paré de servir copas. Pero la verdad es que guardo un buen recuerdo. En los pocos momentos que tenía de descanso me dedicaba a observar aquella explosión de euforia expresada en animadas conversaciones y en la envolvente coreografía de los bailes por sevillanas. No en vano, aquel ambiente me resultaba familiar y aquellos jóvenes tenían mucho en común conmigo mismo: procedían de barrios de la periferia de Barcelona y de familias castellanohablantes de clase trabajadora.

En Estopa, de Cornellà y que habían trabajado en una proveedora de Seat, veían a dos héroes locales con quienes compartían un origen social y unos mismos códigos

Un recuerdo que suelo asociar a aquella noche es una canción: “Tu calorro”, de Estopa. Cuando sonaban los primeros compases de la canción, acompañados de la rugosa voz de David Muñoz, la caseta se venía abajo. Cantada a pleno pulmón como si de un himno se tratase. Y posiblemente lo fuese para muchos. En los hermanos Muñoz, de Cornellà y que habían trabajado en una proveedora de Seat, veían a dos héroes locales con quienes compartían un origen social y unos mismos códigos. Eso era un motivo de orgullo y de cierto sentimiento de pertenencia. Estopa eran como ellos y en sus canciones se veían reflejados. Qué mejor estampa para celebrarlo que la de una noche nostálgica de fin de semana en cuyo horizonte se dibujaban las tres chimeneas de la antigua central térmica de Sant Adrià del Besós y el barrio de La Mina. La poesía de los márgenes o, en palabras de Jorge Luis Borges, “la luna de los suburbios derruidos”.

La Feria de Abril de Catalunya, que se celebra desde 1971 y que en 2009 recibió dos millones de visitas, parece haber pasado sus mejores días. Desde aquella lejana noche no la he vuelto a visitar y las veces que he regresado al Parque del Fórum ha sido para asistir a conciertos de grupos como Sonic Youth y The Cure. Hoy los hijos de la emigración andaluza hemos superado ya holgadamente los 40 años, tenemos un trabajo estable y una hipoteca a tipo variable. Algunos, incluso, dejaron el barrio hace tiempo. Queda en la memoria un imaginario colectivo y simbólico vinculado generalmente a los barrios obreros del área metropolitana de Barcelona. Una banda sonora generacional que podríamos reconocer en las rumbas de Los Chichos o en el desgarrador quejío flamenco de Camarón de la Isla. Esa Catalunya a la que últimamente el moderneo barcelonés dedica festivales de “cultura txarnega”.

El problema es que no solo ignoramos, tan anclados en un pasado idealizado, que en los últimos años los márgenes se han movido, sino que desconocemos por completo nuevas manifestaciones culturales y musicales nacidas entre los hijos de la nueva inmigración. Igual son ellos en quienes deberíamos centrarnos a la hora analizar la vida en las periferias de Catalunya. Básicamente porque, aunque siempre haya desconfiado del concepto, ellos son los nuevos charnegos. 

Los chicos de la calle                                      

Escribía Najat El Hachmi en el prólogo de la edición no censurada de Els altres catalans de Francesc Candel sobre los recelos entre la emigración de los años 60 y la inmigración actual. Como apunta la autora de Jo també sóc catalana, la relación no siempre ha sido fácil y un lugar muy común entre los emigrantes que llegaron a Catalunya hace ya más de medio siglo es el de comparar ambas oleadas migratorias para constatar que el suyo fue un proceso mucho más duro y que, a pesar de las dificultades, supieron integrarse y prosperar.
Hay barrios, no solo en el área metropolitana de Barcelona, cuyas heridas abiertas nos advierten de la necesidad de abordar el problema a fin de evitar que se consolide una Catalunya de dos velocidades

Lejos de romantizar la realidad de los barrios, como habitualmente hacen quienes no viven en ellos, no podemos obviar los conflictos que en ocasiones se generan, por ejemplo, por la utilización del espacio público. Las frágiles políticas de acogida de las administraciones, así como el paternalismo y la criminalización de la pobreza, han propiciado que la interrelación entre las diferentes comunidades no sea tan idílica como pudiéramos pensar. Y no es idílica porque la realidad social dista mucho de serlo en barrios donde los índices de vulnerabilidad se han disparado en la misma proporción que los desahucios. Hay barrios, no solo en el área metropolitana de Barcelona, cuyas heridas abiertas nos advierten de la necesidad de abordar el problema a fin de evitar que se consolide una Catalunya de dos velocidades.

En 2016 se estrenó la serie The Get Down sobre el nacimiento del hip hop en el sur del Bronx a finales de los años 70. En un barrio castigado por la pobreza y la marginalidad, bandas de jóvenes afroamericanos deambulaban entre edificios abandonados a la espera de la demolición y fue en ese paisaje urbano en ruinas donde surgió un género musical que conquistaría el mundo. Un estilo que germinó de la desesperación y la falta de expectativas de futuro. Porque hay realidades que suelen ser terreno abonado para la creatividad como expresión de rabia de una comunidad. O la necesidad como motor de la inspiración. Recordemos cómo en España, y también en Catalunya, la rumba flamenca hizo visible a la comunidad gitana a finales de los años 70 y principios de los 80.

Varias décadas después, asistimos en Catalunya a una eclosión similar pero cuyos protagonistas son jóvenes de familias procedentes del Magreb y de Latinoamérica. Una realidad que nos han querido esconder y que teníamos a la vuelta de la esquina.

Morad nació en L'Hospitalet hace 21 años. Hijo de marroquís, hoy es el máximo exponente de un movimiento musical radicado, casi en exclusividad, en los Bloques de La Florida de su ciudad y que debe sus influencias al afrobeat, al trap y al hip hop francés de los barrios periféricos de ciudades como París y Marsella. Morad es un referente entre los suyos. Lo es porque en él hay autenticidad y porque, a través de sus letras y composiciones, se ha visualizado una realidad, la de los Bloques de La Florida, que es una de esas heridas abiertas de Catalunya a las que hacíamos referencia en líneas anteriores. Morad no es solo un ídolo musical para los suyos, es un espejo en el que se miran los chavales de los Bloques que, como él, crecieron en la calle y para los cuales la música es, a la vez, una válvula de escape y un medio de denuncia de la realidad que viven a diario.

Morad publicó en 2019 su primer disco de larga duración titulado M.D.L.R, acrónimo francés de Mec de la Rue, es decir, chico de la calle. Algo más que un título, la alusión hace referencia a una comunidad compuesta por el propio Morad y la que podría definirse como su segunda familia, los chicos de la calle. Ellos son sus hermanos, su gente, una red de apoyo que transciende de lo musical y que jamás le fallará.

Su primer disco convirtió a Morad en una figura emergente y mediática en el panorama musical del trap nacional. Él mismo suele recordar cómo las mismas salas de conciertos y discotecas que hace unos años le prohibían el acceso ahora lo llaman para actuar. El ascenso ha sido tan meteórico que solo hace falta echar un vistazo a sus redes sociales y a su cuenta de YouTube para certificar que Morad es un fenómeno global. Para hacernos una idea, en la primera semana de noviembre de 2020, coincidiendo con el lanzamiento de su nuevo single, “Motorola”, Morad fue el artista español con más visitas en YouTube por encima de nombres tan comerciales como Aitana, Rosalía y Pablo Alborán. Por ejemplo, utilicemos como referencia a Los Planetas, grupo por excelencia del indie español con más de 25 años de carrera a sus espaldas, por el que uno mismo y tantos otros de mi generación hemos profesado autentica devoción. En YouTube, el vídeo musical más visto de Los Planetas es el de “Un buen día”, una canción de hace 20 años y que es todo un himno generacional para muchos. Tiene cerca de cuatro millones de visualizaciones. El vídeo más visto de Morad es el de “Aguantando”, con más de 16 millones de visualizaciones y otros dos videos suyos superan los 15 millones. Todo ello en poco más de un año.


Como se puede apreciar en los vídeos musicales de Morad, los Bloques de La Florida toman especial protagonismo para convertirse en un actor principal. Sus bloques y su comunidad de chicos de la calle. Sirve, al mismo tiempo, para visualizar una realidad que se presenta desde un prisma objetivo y real. Morad y los chicos de la calle no necesitan aparentar. Ellos se muestran tal y como son, a diferencia de otras figuras del trap español que han cimentado su carrera en una “estética de barrio” basada en el disfraz y en el cliché tan recurrente de las bandas callejeras. En el caso de Morad no hay marketing alguno. Esa realidad que él vive no la expresa en sus canciones ni la muestra en sus vídeos como algo decorativo o sencillamente para epatar. No ha necesitado crear un relato ficticio sobre “el ser de barrio”, el suyo es un proceso de observación, cuenta lo que ve a su alrededor. Su realidad cotidiana es precisamente la que refleja en sus canciones.

Beny Jr es otro de los chicos de la calle de los Bloques de La Florida y el compañero inseparable de Morad. Su tarjeta de presentación fue, como no podría ser de otra manera, un feat con Morad titulado “#FreePeke”, un alegato contra las apariencias y los postureos que tanto abundan en el mundo del trap y del hip hop. Su primer disco, Trap and Love, le ha situado como otro de los nombres de la escena musical de los Bloques más allá de su amistad con Morad. Al igual que su fiel amigo, Beny Jr describe con incisivo y afilado verbo las realidades tangibles y sin aditivos de su día a día: el racismo institucional, la falta de oportunidades, el desempleo, la pobreza, los trapicheos en las calles, las redadas policiales. Volvemos a la observación como ejercicio de denuncia. Pero no desde una perspectiva política sino desde el enfoque del narrador que no es otro que el mismo que sufre esa realidad.

Beny Jr estrenó hace un mes nuevo single con el título de “Mafioso”, cuyo vídeo vuelve a mostrar el esqueleto urbano de los Bloques de La Florida como zona desgajada del resto de la ciudad y de su propio barrio. Por ello merece una mención especial el joven Iván Salvador, realizador de los vídeos de Morad y Beny Jr que de manera tan diáfana ha retratado el universo callejero de los Bloques como elemento esencial de la música de ambos.


De Jensel King lo primero que llama poderosamente la atención es su juventud: 15 años. De nuevo estamos ante un talento, en este caso de gran precocidad, surgido de la cantera musical de los Bloques de La Florida. De registros sonoros más cercanos al afrobeat y con ciertas reminiscencias del gansta rap, Jensel King aúna el orgullo y la reivindicación del barrio con la crónica de la crudeza diaria de las calles. Asimismo, la denuncia de los operativos de las fuerzas de seguridad y del papel de la prensa está presente en sus letras como esbozo de una realidad. Sin duda, se trata de uno de los artistas con mayor proyección y futuro dentro del trap hecho en L'Hospitalet y Catalunya. Veremos cuál es el dictamen del tiempo en alguien tan joven pero tan sobrado de cualidades para alcanzar las cuotas de reconocimiento y éxito de sus vecinos Morad y Beny Jr.

Quieren ser calle, pero no lo son

Pubilla Cases es un barrio limítrofe con La Florida. En la zona norte de L'Hospitalet se hallan los barrios con mayor densidad de población, una de las mayores de Europa, y con una concentración más elevada de inmigrantes. En Pubilla Cases, barrio lleno de vida y conocido por sus bares de tapeo andaluz, hay una notable comunidad de origen latinoamericano. En este contexto aparece la extraordinaria figura de La Tiguerita.

Catalana de origen dominicano, Melissa Peralta utiliza el nombre artístico de La Tiguerita en un claro guiño a sus orígenes y a la tierra de su padre. En República Dominicana, un tiguere es alguien que se busca la vida. Melissa, de apenas 19 años, es la tiguere de L'Hospitalet y está dispuesta a comerse el mundo. En unas calles y en un movimiento musical donde tanto predomina la testosterona masculina, su presencia adquiere un valor doble desde una clave de género y de feminizar la escena del trap y del hip hop de su ciudad.

Música
La Tiguerita: suave pero al lío

A sus 18 años, La Tiguerita es uno de los secretos a voces del rap del área metropolitana de Barcelona.

La Tiguerita es de las que no se calla. Clama contra quienes quieren ser calle, pero no lo son y lo hace con un estilo directo y autosuficiente. Una constante tanto en los chicos de la calle de los Bloques de La Florida como en La Tiguerita es el rechazo a esa impostura tan coetánea de hacerse pasar por lo que uno no es. Ver cómo los barrios de las periferias urbanas se han convertido casi en una moda y en un tótem en entornos intelectuales y musicales ajenos a esas mismas realidades ha provocado la réplica de quienes sí viven en esas ciudades dormitorio donde la vida no es solo un fetiche o una manera de vestir, sino que se manifiesta en la angustia diaria por salir adelante y sobrevivir. Pero desde ciertos ámbitos del mainstream se ha tendido a idealizar lo marginal, y por lo tanto la pobreza, como productos de consumo. El revival del “cine quinqui” y la aproximación a los barrios de la clase trabajadora como quien va de safari urbano parecen confirmar una tendencia que no solo se pierde en la superficialidad y el tópico, sino que se construye desde el clasismo tan interiorizado en las clases medias urbanitas y academicistas.


La Tiguerita está en racha. En 2019 protagonizó el cortometraje Beef de Ingride Santos en el que interpreta a una joven estudiante que cuestiona el sistema pedagógico en los institutos de educación secundaria. La producción ha sido nominada para los próximos premios Goya en el apartado del mejor corto de ficción. Seguro que su barrio estará en vilo la noche que se celebre la gala de los Goya. Y es que, haciendo honor a nombre artístico, La Tiguerita es de las que saben buscarse la vida.

L'Hospitalet, segunda ciudad de Catalunya en número de habitantes, vive el estallido de una escena musical nacida entre los hijos e hijas de la inmigración. Pero lejos de hablar de cantantes de origen marroquí o latino deberíamos referirnos a ellos como lo que realmente son: jóvenes catalanes que reflejan en sus letras y canciones la realidad de sus barrios y, por consiguiente, de una parte de Catalunya. Sería importante que desde los medios catalanes se prestara atención a este fenómeno hecho por catalanes y catalanas como algo propio. Mientras se invisibilice lo que está pasando en algunos barrios de Catalunya, no tendremos una idea precisa de la sociedad catalana, tan cambiante y en transformación continua desde que llegaron las primeras migraciones hace ya varias décadas.

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