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Vamos a dejarnos de medias tintas y vamos a hablar en serio: no, no son igual de importantes todas las muertes. No importa igual que muera nuestro vecino Francisco del 2º derecha a que muera Mohamed, el que habitaba en una chabola en Huelva hasta que un incendio se lo llevó por delante. No importa igual, vamos a reconocerlo. No pasa nada por asumir la realidad. Porque Francisco, da igual que sea tu vecino el del 2º o sea un vecino aleatorio de la otra punta de Andalucía, es de aquí, de los nuestros. Tiene una historia parecida a la que nosotras tenemos y tiene un color de piel similar y un acento también similar. Las televisiones hablarán mucho de la muerte de Francisco si éste hubiera muerto en su piso de Úbeda, calcinado, mientras intentaba abrir la puerta de salida sin éxito. La historia es trágica cuando nos imaginamos el dolor, y más trágica sería si nos enteramos de que Francisco tiene 23 años. Toda una vida por delante, dirían en cada telediario esa mañana.
El programa de Ana Rosa abriría con un directo frente al bloque de pisos donde murió Francisco. Sería un programa amarillista, de esos que les encanta a nuestras cadenas de televisión, pero coparía portadas, abriría informativos y todo el mundo conocería su historia. Si, además de la tragedia de morir ardiendo y la juventud del pobre muerto, nos enteráramos de que las instituciones tienen la culpa de alguna manera, sería el acabose. Imaginen que Francisco murió en un incendio porque en su bloque de viviendas la conexión eléctrica era un desastre. Imaginen que tenía contratado gas natural en casa y una fuga provocó el incendio. Tal sería la ola de indignación que saldría el presidente de la Junta, Juanma Moreno, a declarar que a partir de ahora las inspecciones se multiplicarán por 3 para que esto no vuelva a suceder. Y las empresas responsables, digamos Gas Natural o Endesa o cualquiera fuese, tendrían que emitir un comunicado pidiendo perdón y toda la población nos acordaríamos un poco de los antepasados de los empresarios que hacen fortuna con la precariedad y en cuyas manos está la sangre de Francisco.
Pero no murió Francisco, ya os he contado: murió Mohamed, un joven de Marruecos de 23 años, calcinado no en una casa sino en una chabola, en un lugar donde hay muchas chabolas y muchos jóvenes de 23 años, trabajando el campo andaluz del que tan orgullosos nos sentimos todos. Tenemos el mejor aceite, las mejores aceitunas, las mejores fresas y los mejores pimientos. Pero nuestros campos están labrados con manos como las de Mohamed o como las de Kalima, una de las mujeres que también en Huelva, también en Palos de la Frontera, denunció violaciones por parte de los empresarios en un reportaje para una televisión Alemana. Pero tampoco nos importa demasiado. Como no importó mucho el hecho de que también, esta misma semana, otro empresario abandonara a Ahmed, otro chico marroquí de 31 años, que murió recogiendo aceitunas en Jaén. Lo abandonó porque no tenía contrato. Porque probablemente tampoco tenía un horario digno, ni cobraría según convenio. Ni tendría descansos ni agua o comida suficiente. Lo abandonó, porque su vida vale poco, vale tan poco que seguro que no le tembló el pulso al dejar su cuerpo inerte en un centro de salud y arrancar de nuevo el coche para irse pitando a descansar a casa.
Ni Susana Griso, ni Ana Rosa Quintana, ni los informativos de La Sexta… nadie ha hecho una conexión en directo en estos campos andaluces donde mueren personas trabajando. Personas sin nombre (porque los que he usado son nombres inventados) ni caras conocidas. Nadie ha visto una foto para saber cómo era el joven que murió calcinado. Tampoco conocemos las caras de las mujeres temporeras que denunciaron sufrir violaciones. No tenemos ni idea de si el joven que fue abandonado tras morir en el tajo tenía gafas, perilla o una familia que le eche de menos. Seguro que tiene una historia que contar, pero no nos la han contado.
El campo andaluz es una tierra de explotación. Empresarios y grandes terratenientes obtienen cientos de millones de beneficios al año mientras aluden que no pueden subir el sueldo porque sino el negocio no es rentable. Ellos viven en adosados y chalés cerca de las fincas y de las chabolas donde sus trabajadores malviven. Esta semana se incendió una chabola y en unos meses se incendiará otra mientras que sus empleadores viven cómodos y calentitos en una casa de 3 plantas y chimenea. Y no le importa a nadie. No sale en ningún medio de comunicación. Al gobierno de la Junta le da exactamente igual lo que pase porque ni ellos ni sus familiares votan en las elecciones. Los medios de comunicación instauran un silencio cómplice. Todo sea por la economía andaluza. Todo sea por el puñetero PIB. Un silencio cómplice del que nos piden que seamos partícipes los andaluces y andaluzas de a pie, como si ese beneficio fuera a repercutir de alguna manera en nosotras. Como si no fueran unos pocos los que se llenan los bolsillos con la mano de obra esclava de personas migrantes que vienen aquí a ganarse la vida como pueden.
Empresarios y grandes terratenientes obtienen cientos de millones de beneficios al año mientras aluden que no pueden subir el sueldo porque sino el negocio no es rentable
La ultraderecha impone un discurso hipócrita sobre los inmigrantes que vienen a robarnos el trabajo, las ayudas o a cometer delitos. Esos discursos infames y mentirosos sí salen en la tele. Sí abren noticias, sí aparecen en el programa de Ana Rosa. Ignorando que ellos vienen aquí a hacer el trabajo que un español no puede hacer. Porque si un español, llamémosle Francisco, trabajara 12 horas al día, todos los días sin descanso y todos los días durmiera en una chabola, tal vez sí abriría las noticias. Se llenarían algunos de discurso patrio y nos indignaría mucho que muriera calcinado en un incendio. Pronto conoceríamos su cara y sus hermanos o sus hijos saldrían en televisión a denunciar lo ocurrido.
Ningún español va a trabajar en esas condiciones porque esas condiciones de esclavitud están hechas paras las personas que vienen de fuera, que no conocen sus derechos, que no entienden el idioma. Que están solas porque han venido aquí a salvar a sus familias de la pobreza más absoluta. Y sufren vejaciones en silencio, porque no quieren contarle a sus familiares que viven a miles de kilómetros que están pasándolo mal. Y sufren violaciones y callan. Porque necesitan seguir trabajando para alimentar a sus hijos, a sus padres mayores. Y no reciben ni una puñetera ayuda porque, aunque trabajan nuestra tierra y levantan nuestra economía, no son dignos de tener nuestra nacionalidad. Y les acusamos de cometer delitos aunque no haya mayor delito que tenerlos ahí, al frío y la intemperie, cultivando fresas o recogiendo aceitunas por dos duros, en silencio, mientras van muriendo uno a uno y sin abrir noticiarios.
(Mientras se escribía este artículo me entero de que un hombre también inmigrante ha sido apuñalado en Jaén por el patrón al exigir la locura de querer trabajar en el campo con unos mínimos niveles de seguridad)
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Esto ocurre también con los atentados terroristas, mueren más árabes y musulmanes a manos del terrorismo que nadie, y nadie se acuerda de ellos, nada de aniversarios, nada de flores recordando las matanzas, como dice el articulo, no todos los seres humanos son iguales, esto se llama, hipocresía humana.
Ya han detenido al autor del incendio con intencionalidad criminal. Se ve que la muerte de Mohamed si inportaba. Por cierto el presunto autor es un africano subsahariano. Parece ser que intentaba matar a otros dos marroquíes y mato al que no era. Descanse en paz. Un saludo
Verdades como puños que nos sirven a todos para hacer autocrítica.