Opinión
Cincuenta años no son nada

De un lado, la impunidad con la que se han ido yendo los verdugos del régimen; y del otro, la judicialización de causas justas. Sin reparación no hay verdad y sin verdad no hay justicia. Las vulneraciones de derechos se suceden impunemente ante la manga ancha de la historia y el poder de las togas.
Juan Antonio González Pacheco, Billy el Niño
Álvaro Minguito Juan Antonio González Pacheco, Billy el Niño, oculta su cara tras un casco de moto a su salida de la Audiencia Nacional en 2014.

Aunque los cristales estaban tintados se intuía la oscuridad. “Te vamos a violar y te vamos a soltar aquí mismo”, le escupía con aliento misógino al oído. “Guarra, si te va a gustar, no te quejes”, bramaba desde adelante el copiloto. Rosa García Alcón recorría la Casa de Campo de Madrid dentro de un furgón policial. Los miembros de la Brigada Político Social, que llevaban torturándola dos días, la habían sacado del calabozo para “llevarla de excursión”. Buscaban pisos francos y querían chivatazos de Rosa a golpe de amenazas. Aprovechaban también para burlarse de ella. Lo que estaba sucediendo en ese momento era una estrategia de terror sexual, una tortura específica que usaban contra las mujeres. “Ya hemos traído a otras. Tus padres nunca encontrarán tu cuerpo”, continuaban con susurros amenazantes. 

Un día de 1974, García Alcón salía del piso de unos compañeros rápido y sin mirar atrás. Pertenecía a la Federación Universitaria Democrática de España (FUDE), organización que se incluía en el FRAP (Frente Revolucionario Antifascista y Patriota). Se dedicaba a la agitprop: agitación y propaganda. O, en otras palabras, Rosa ponía carteles y repartía panfletos contra el régimen en la Universidad Complutense. En aquel Madrid que vivía los últimos coletazos del franquismo entre rebeldía universitaria y elevadas dosis de represión había que moverse ágilmente. Pero ella no consiguió zafarse de las garras de la policía política.

Cuando llegó a la Dirección General de Seguridad (DGS), donde hoy está el despacho de Isabel Díaz Ayuso, fue recibida a golpes. Quien lideraba la paliza era un policía con una pistola en lugar de mano, conocido como Billy el Niño. Su verdadero nombre era Antonio Pacheco y se fue de este mundo en plena pandemia, sin ser juzgado por sus crímenes. Pero Rosa no olvida. “Como yo era muy pequeña, al mínimo golpe me caía al suelo y él me levantaba de los pelos”. ‘Zorra’, ‘guarra’, ‘puta’, escupía desde su boca”, relata.

Rosa fue duramente torturada en la DGS y luego pasó por la cárcel de Yeserías. Ya en democracia, presentó una querella por ser víctima de los crímenes del franquismo. Una denuncia que fue archivada, como la de todas sus compañeras y compañeros que se han atrevido a dar el paso. Un paso infructífero: cincuenta años después de la muerte del dictador hay cero torturadores juzgados. Cero.

Rosa fue una presa política. Una persona que fue detenida y encarcelada solamente por sus ideas. Solamente por luchar por lo que consideraba más justo. Algo que en teoría ya no sucede. O sí. A primeros de junio de 2025 se conocía que seis sindicalistas cumplirán más de tres años de prisión por protestar frente a una pastelería donde denunciaban explotación laboral y acoso contra una trabajadora embarazada. Son 'Las seis de la Suiza', y sobre ellas ha recaído el espíritu de la represión franquista que aún perdura en comisarías y tribunales.

Antes de 'Las seis de la Suiza', cuatro chavales atravesaban el umbral de la cárcel de Zuera. Los conocidos como 'Seis de Zaragoza' fueron detenidos tras participar en una manifestación contra la ultraderecha. Dos condenas ideológicas coetáneas en un país del que se presupone que dejó atrás la represión. De un lado, la impunidad con la que se han ido yendo los verdugos del régimen; y del otro, la judicialización de causas justas. Sin reparación no hay verdad y sin verdad no hay justicia. Las vulneraciones de derechos se suceden impunemente ante la manga ancha de la historia y el poder de las togas. 

“Mi historia no ha sido reparada ni se ha hecho justicia, no se ha investigado. Nosotras denunciamos torturas que son delitos de lesa humanidad, que no prescriben. Que investiguen quiénes fueron los policías que nos agredieron. Hay policías vivos porque hay algunos que eran de mi edad. Que se les juzgue”, pide Rosa García Alcón. “Cuando la condena se hizo firme tras la ratificación del Supremo, algo que me preocupaba era la posibilidad de que el miedo a movilizarse se extendiera, que nuestra condena sirviera como efecto disuasorio para otras causas”, explicaba desde Zuera, Javitxu, uno de 'Los seis de Zaragoza', en una entrevista para El Salto. Medio siglo separa sus historias, pero están tan cerca que casi pueden tocarse. Como el miedo aquella noche en la Casa de Campo cuando el terror sexual viajaba a bordo de aquel furgón policial.

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