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La semana política
Las hijas de mis amigos

La última encuesta del CIS inaugura una preocupación condensada en la expresión “miedo al futuro”. La crisis climática y la desigualdad presumen un porvenir extremadamente duro.

Pablo Elorduy
19 sep 2020 06:28

Las hijas de mis amigos no son todas niñas, también hay un par de críos. Pero serán las hijas de mis amigos quienes lo tendrán un poco peor dentro de unos años. Quizá cuando sean adultas, allá por el 2030, tengan que dedicar menos de cuatro horas y 49 minutos a trabajos no remunerados. O quizá dediquen más tiempo, pero la brecha salarial, tal vez, estará por debajo del 22%, con lo cual no les penalizará tanto sacar adelante el doble de trabajo reproductivo que los hijos de mis amigos. 

Pero, incluso si tienen que trabajar menos, en casa o en la oficina, y aunque mantengan los mismos sueldos que los hijos de mis colegas durante toda su carrera laboral —y no solo cuando se incorporan al mercado de trabajo—, las hijas de mis amigas, o mi sobrina, tendrán bastante de lo que preocuparse. En 2030, cuando ronden los 20 años, la temperatura del planeta habrá aumentado 1,5 grados centígrados. Dicen los expertos que eso tendrá consecuencias irreversibles sobre distintos ecosistemas, que desaparecerán, y supondrá que aumenten los fenómenos extremos. 

Estarán más expuestas a enfermedades respiratorias —por la contaminación— y a los efectos sobre la salud de la sobreexposición al calor. Desarrollarán nuevas y más largas alergias. Estarán, como toda la humanidad, más expuestas a nuevas pandemias a causa de la deforestación. Su alimentación básica, cuando tengan 40 años, habrá perdido un 5% de sus valores nutricionales. El trigo, la cebolla o las patatas habrán perdido entre un 6% y un 14% de proteínas. Se acordarán de las abejas pero ya no las verán en sus paseos por zonas cada vez más secas y desertificadas. Se habrán extinguido o estarán cerca de hacerlo. Como aproximadamente un millón de especies.

Las noticias que verán y escucharán, los comentarios que leerán, harán hincapié en las guerras del agua pero también en los conflictos más abstractos como el control de las comunicaciones y de internet. La combinación entre el deterioro de las democracias liberales y el negocio de la vigilancia y el control social generará un incremento del autoritarismo. Tal vez el Gobierno de su país sea una excepción. No parece que lo vaya a ser a diez años vista.

Es posible que, cuando estén en la edad adulta, asistan a una explosión nuclear, que probablemente sea accidental. En 2020 estamos a cien segundos simbólicos del fin del mundo, como explicó en enero el Boletín de Científicos Atómicos. En 2030 estaremos un poquito más cerca. Aunque todos esperamos que las hijas de nuestros amigos sean algo más que personas a las que conocemos y apreciamos en la esfera privada y puedan formar parte de una sociedad que haga retroceder las manillas de ese reloj.

Sus hijas hoy

Vivirán más enganchadas a las pantallas, que serán la principal vía de entrada al mercado laboral y será también el dispositivo que las expulse intermitente o definitivamente de ese mercado. En 2025, el comercio mediado por plataformas —las de hoy se llaman Amazon, Netflix, o Uber, las del futuro se llamarán así o tendrán otros nombres que nadie tendrá que enseñarles— moverá 335.000 millones de dólares. Nadie les contará que en 2014 “solo” movía 14.000 millones de dólares. La vida en un entorno digital Disney en un afuera mucho más parecido a distopías de la ficción como Hijos de los hombres.

Es posible que no se acuerden de algunos trabajos que en su infancia eran habituales. Pero los baños seguirán teniendo que ser limpiados, la cocina preparada y, en 2050, si las hijas de mis amigos tienen hijas, seguramente ellas se ocupen de que esas criaturas sobrevivan. No los robots.

Cuando las hijas de mis amigas sean adultas, la concentración en las metrópolis será aun mayor de la que hay ahora. Pero la llegada de migrantes apenas compensará el saldo vegetativo. Se notará menos en las ciudades y las zonas conurbanas, pero la España vaciada estará en vías de ser la España desolada. 

En 2030, el nivel de dependencia de la población mayor de 64 años —la de sus padres, sus madres, sus tías y los amigos de sus padres— será del 37%. Hoy es del 30%. En 1978, cuando todos esos nacieron, era del 17,6% (INE).

Pero no se tratará solo de las viejas y los viejos que seremos, o de si no se encuentran remedios o curas para las enfermedades agudas que nos afectarán por el cambio climático. La Organización Mundial de la Salud estima que en 2030 los problemas de salud mental serán la principal causa de discapacidad en el mundo. No es algo del futuro, sin embargo, la prevalencia de enfermedades mentales entre la población infantil es hoy de entre un 10 y un 20%.

Para cuando ellas cumplan 20 años, el PIB relativo de la Unión Europea habrá descendido del 15% al 9% (FMI). En 2050, cuando tengan la edad que sus madres tienen ahora, España habrá pasado de ser la economía 16 del mundo a ser la economía 26 en términos de PIB. Lo que significará que, o bien escalan lo suficiente para estar en la cima de la pirámide, o vivirán en un continente empobrecido y, por tanto, en ciudades mucho más desiguales. En la periferia de la periferia del norte global. Si es que esa denominación tiene algún sentido para entonces.

Para muchos cientos de miles, el día a día seguirá siendo el camino. La Organización Internacional para las Migraciones estima que el flujo de migraciones en torno a 2030 habrá aumentado entre un 21 y un 44% respecto a los movimientos dados entre 2007 y 2013, los años en las que ellas nacieron. Son cifras bajas comparadas con el nivel de desplazados internos, que seguramente no llegue al pico de 2020. 79 millones de personas han sido desplazadas de sus hogares en la última década. El agua, la sequía, los tsunamis y los incendios dirán si los flujos cambian. Los muros y las vallas indicarán si se ha evolucionado algo en la concepción de la crisis climática como un problema global.

Miedo al futuro

Siete de cada diez personas no saben, a día de hoy, que existe la llamada Agenda 2030. Da igual. Como otros objetivos de desarrollo sostenible se puede postergar, pueden apagarse las luces de las agendas de esas instituciones proclamando que han sido un éxito. Como en la película La Haine, pueden permitirnos decir “hasta ahora todo va bien” mientras caemos desde un piso 50.

Se pueden manipular las cifras para que la fotografía de cualquier informe que presente la ONU, la Unión Europea, el Gobierno español u otras organizaciones internacionales deje una pequeña puerta abierta a la esperanza. La experiencia con los objetivos de erradicación de la pobreza y la fatuidad del Banco Mundial al celebrar la disminución de la pobreza nominal —un objetivo que solo se consiguió por el descenso de la pobreza real en China— muestran que los informes que aparezcan cuando estas chicas sean mayores serán papel mojado como lo son ahora.

Esta semana, en medio del pico más alto de la segunda oleada del coronavirus, el barómetro del Centro de Investigaciones Sociológicas introducía una nueva preocupación social. Las “incertidumbres ante el futuro, la inseguridad y el miedo al futuro” se abrían paso entre un 1% de la población. 30 personas (de 3.000 encuestadas) a las que el porvenir se les está haciendo bola.

El vértigo ante ese apocalipsis que “se lee entre líneas” —en definición de los autores del ensayo Colapsología, Pablo Servigne y Raphäel Stevens— es más difícil de asimilar que cualquier otro peligro o inquietud actual. Las preocupaciones inmediatas pasan por detener la escalada del paro, incluso aunque eso suponga fabricar más automóviles que harán más difícil la movilidad y afectarán determinante a la salud de las hijas de nuestras amigas—, o de poner coto a la corrupción y el fraude —aunque solo se consiga cambiar los nombres de quienes ejercen una corrupción que es intrínseca al modelo económica que nos ha traído hasta aquí. No es ignorancia, es una razón de tipo cognitivo, explican los autores de Colapsología: “Sencillamente, no estamos preparados para percibir los peligros que representan las amenazas sistémicas ni las amenazas a largo plazo”. 

Aunque el contador de la extinción del ser humano sobre la tierra haya adquirido un ritmo acelerado, siempre nos quedará el tecnoptimismo: inventaremos los dispositivos necesarios para volver a ralentizar el reloj. El coche eléctrico, las máquinas de cuidados que cambien los pañales y aporten el afecto que no nos da tiempo a dar, la fusión fría. Algo.

Si no, los habrá entre nosotros que echen la culpa a las nuevas generaciones de lo que pase. No faltaron en los 80, ni en los 90, ni faltan hoy quienes culpan a la juventud de que un virus haya puesto patas arriba nuestro mundo.

Incluso desde una visión izquierdista radical, nos parece imposible creer que las proyecciones científicas vayan a cumplirse. Aunque sepamos que vamos hacia ese punto límite hay otras urgencias. Es normal que las haya; en el nivel colectivo solo pensando en su futuro inmediato, derogar la reforma laboral, trabajar en una alternativa al neoliberalismo en la Comunidad de Madrid, recuperar el gasto público en educación y situarlo, al menos, en los niveles de 2008; en el privado-familiar: encontrar empleo, sufrir menos el trabajo, acceder a una vivienda (reducir la parte del salario destinada a ella), comprar un abrigo, pagar una limpieza buco-dental, reducir el estrés, aguantar las ganas de llorar cuando sea posible. Seguir adelante nos permite seguir pensando que el futuro no está escrito. 

El vértigo ante lo que está por venir no debe hacernos colapsar, tampoco mirar hacia otro lado. Quizá nuestro papel sea simplemente dejar el testimonio y la memoria de lo que vimos venir, de que lo vimos venir. Ordenar esa información para que sean ellas, no como individualidades sino en su conjunto, reconstruyendo la sociedad bajo las nuevas condiciones que les va a tocar vivir, quienes empiecen a pensar en otras formas de examinar sus miedos y ver, a partir de ahí, qué pueden hacer con ellos. Cómo pueden superarlos juntas. Nosotros, les dirán sus padres, solo pudimos asomarnos a ese abismo, mirar unos minutos hacia el futuro y, rápidamente, ocuparnos de lo que considerábamos urgente. Para no colapsar.

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#70358
20/9/2020 13:07

Gracias a dios ya soy algo mayor y espero no ver el desastre madmaxiano que está empezando a cocerse. Lo siento por la juventud e infancia que son las generaciones van a tener que pelearse con esta realidad. Suerte y ánimo.

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#70266
19/9/2020 16:08

Como que va a haber exergía para que casi todo el trabajo sea digital...

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#70265
19/9/2020 16:08

Como que va a haber exergía para que casi todo el trabajo sea digital...

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#70242
19/9/2020 13:44

Querido Sr. Elorduy, esto no pita, a ver por lo menos... peta.
R78 el serial:
Las únicas medidas efectivas, prioritarias y urgentes que ha tomado #elgobiernomásprogresistedelahistoria son las gatopardianas que protegen al R78 (Aka el Capital en España S.A.) y las otras, un buen puñado de propaganda para sestear;
* Calviño (orden neoliberal), Marlaska (control social), Robles (industria militar) y Calvo (agujeros negros y tapa-grietas varias; Iglesia S.A., Franquismo S.A., Monarquía S.A. periferias, charcos y marrones varios) trabajando a pleno rendimiento con plenos poderes, presupuestos y 100% de operatividad.
¨Nota: Menos mal que tenemos al coronavirus como agente anticapitalista en plena forma... Hasta reventar, hasta hacer reset...

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#70232
19/9/2020 12:14

“El mercado sigue siendo el principal enemigo de la cohesión social (y de la cohesión mundial), pues su lógica sólo concibe una sociedad dividida en dos grupos: los solventes y los insolventes. Estos últimos, que ni producen ni consumen, no le interesan en absoluto; están, por decirlo así, fuera de juego. Por naturaleza, el mercado es un productor de desigualdades, lo que no le impide exhibir una arrogancia pasmosa.”
― Ignacio Ramonet, Wars of the 21st Century: New Threats, New Fears

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