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Italia
El último gran capo y las costuras de la antimafia
Ha caído el rey, Matteo Messina Denaro, también conocido como “iddu” (“dios”, en lengua siciliana). El Grupo Operativo Especial de los Carabinieri (ROS) lo arrestó el pasado 16 de enero, mientras se encontraba en el bar de la clínica privada La Maddalena, un centro oncológico de excelencia situado en Palermo, no lejos de su pueblo natal. No estaba armado ni llevaba chaleco antibalas. Según fuentes policiales, se estaba tomando una pausa durante el tratamiento de quimioterapia al que estaba siendo sometido por un cáncer de colón que, al parecer, se encuentra ya en metástasis.
Lógicamente, la detención ocupa en estos días un enorme espacio mediático, pero el relato que sigue es aquel —ya clásico— en el que héroes (invariablemente con uniforme) combaten a villanos, sin contradicciones ni grises de por medio, y en el que se obvian sistemáticamente las luchas contra las mafias llevadas a cabo por personas anónimas del mundo asociativo y los movimientos sociales. Pero vayamos por partes.
Quién es Iddu
Matteo Messina Denaro, también conocido como Diabolik, es el último gran capo de Cosa Nostra. La histórica mafia siciliana es actualmente la única organización criminal italiana estructurada de forma piramidal, mientras que las demás se constituyen como federaciones. Según el escritor experto en mafias Roberto Saviano, Messina Denaro es “el último miembro de una mafia que pertenece al pasado, a la vieja generación, y cuyas sanguinarias decisiones han consumido, literalmente, el poder de su organización”.
Nacido en 1962 en Castelvetrano, provincia de Trápani, u siccu (“el flaco”) entró a formar parte desde muy joven de la mafia corleonesa, una feroz y mediática organización —magistralmente romantizada en la trilogía de Ford Coppola— que llevó a cabo una auténtica revolución mafiosa. Messina Denaro fue protagonista de aquel proceso, que inició con una declaración de guerra en nombre de la pureza de los principios mafiosos, supuestamente vejados por los vecinos de Palermo. El resultado fue una suerte de golpe de Estado dentro de Cosa Nostra que llevó al poder a los capos bajo cuya ala se había colocado Messina Denaro, entre los que se encontraba el emblemático Totò Riina, “capo de capos”.
En un momento histórico en que la caída del muro de Berlín aún estaba fresca en la memoria colectiva, las necesidades de la mafia siciliana parecieron coincidir con la de ciertos grupos subversivos de extrema derecha
Tras el éxito de su particular revolución, Riina y el resto de jefes llevaron a cabo una concienzuda limpieza interna, eliminando físicamente a las familias que se oponían a la nueva cúpula de la organización. En ese contexto de reestructuración, Messina Denaro fue muy apreciado, por demostrar dos cualidades imprescindibles para cualquier capo mafioso: crueldad militar y capacidad de gestión económica.
En 1992, un megajuicio llevó a cientos de mafiosos a prisión. En aquel momento, y según investigaciones posteriores, el enfant terrible de Cosa Nostra fue un convencido partidario de la necesidad de transmitir un claro mensaje al Estado italiano: no obstaculicéis los negocios de nuestra organización o no habrá paz para vosotros. En un momento histórico en que la caída del muro de Berlín aún estaba fresca en la memoria colectiva, las necesidades de la mafia siciliana parecieron coincidir con la de ciertos grupos subversivos de extrema derecha.
Según el juez de audiencia preliminar de Palermo Piergiorgio Morosini, “existen elementos objetivos que apoyan la hipótesis de un proyecto subversivo del orden constitucional, que se pretendía llevar a cabo a través de una serie de atentados […] reivindicados por Falange Armata […] En este proyecto, Cosa Nostra parecía estar aliada no solo con grupos mafiosos […] sino también con hombres que harían la función de “bisagra” entre el crimen organizado, la subversión neofascista, ciertos ambientes desviados de los servicios secretos y la masonería”. Los primeros resultados de este proyecto pudieron verse entre el 92 y el 93: los atentados que acabaron con la vida de los jueces antimafia Giovanni Falcone y Paolo Borsellino, el atentado fallido con coche bomba al presentador televisivo Maurizio Costanzo, el asesinato del diputado democristiano Salvo Lima y las bombas colocadas con nocturnidad en dos iglesias de Roma, que provocaron 22 heridos.
“Lo que ha ocurrido es solo el prólogo […] Las próximas bombas serán colocadas de día y en lugares públicos, ya que el único objetivo serán las vidas humanas. P.D.: Garantizamos que serán cientos de ellas”, rezaba un mensaje enviado por la Falange Armata, firma que reivindicaría prácticamente todos los atentados realizados durante aquel periodo. Posteriormente ha sido demostrado que Messina Denaro cumplió un importante papel logístico y organizativo en aquellos años, los cuales desembocaron en las famosas negociaciones entre Estado y mafia. En su posterior ascensión dentro de la organización, probablemente tuvo un cierto peso el hecho de que Totò Riina fuera detenido en 1993, acusado de decenas de homicidios y masacres, entrando inmediatamente en prisión y no saliendo de ella hasta su muerte en 2017.
La historia demuestra que el caso de Messina Denaro no es una rareza: la mayor parte de jefes mafiosos arrestados han sido capturados en casa, en un territorio que controlan, donde saben que nadie hablará
Algunos miembros de Cosa Nostra llegaron a considerar excesiva la ola de violencia del 92-93, por lo que decidieron entregarse y colaborar con la policía, asestando así un duro golpe a la organización de la que formaban parte. Un ultraje para una mafia en la que Messina Denaro tenía cada vez más poder, y que respondió vengándose de los pentiti (arrepentidos) a través de sus familias. El culmen de esta venganza fue el secuestro durante 779 días —récord absoluto en la historia italiana— del hijo menor de edad de uno de ellos, el cual acabaría por ser brutalmente asesinado.
En torno a 1993, en pleno proceso judicial Manos Limpias (o Tangentopoli), el cual provocó una profunda reestructuración del régimen político institucional italiano, Matteo Messina Denaro desaparece para siempre. O eso parecía.
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La operación policial y el show
La clínica privada La Maddalena de Palermo, en la que fue arrestado Messina Denaro y donde, según algunos medios, el boss llevaba años en tratamiento oncológico, se encuentra a diez minutos a pie de la División de Investigación Antimafia. Una paradoja, considerando que las investigaciones de los últimos años se han dirigido a buscar al fugitivo en los más dispares lugares del globo: Sudamérica, Suecia, Dubai, Reino Unido, África del Norte, Países Bajos, Europa del Este. Como si de un personaje de película de espías se tratara, Diabolik habría conseguido escapar de sus perseguidores por un pelo en repetidas ocasiones.
Por otro lado, la historia demuestra que el caso de Messina Denaro no es una rareza: la mayor parte de jefes mafiosos arrestados han sido capturados en casa, en un territorio que controlan, donde saben que nadie hablará. En el extranjero se puede desaparecer, pero la sombra de la delación es imposible de evitar. Todo esto, junto con la existencia de avanzadísimos sistemas tecnológicos y la centralización informativa de las policías de todo el mundo, arroja no pocas dudas sobre los esfuerzos efectivamente realizados por el Estado italiano desde que Messina Denaro desapareciera del mapa. Que finalmente se haya entregado o que quien protegía su clandestinidad haya decidido que era el momento de que saliese a la luz cambia relativamente poco.
Intuitivamente se percibe que algo no cuadra en la narración oficial, según la cual la detención es consecuencia de un continuo e incansable trabajo llevado a cabo durante treinta años. Quién sabe si en las próximas décadas, como ha sucedido en otras ocasiones, saldrá a la luz pública alguna verdad más nítida sobre esta cuestión. Considerando la historia italiana más o menos reciente, plagada de conspiraciones demostradas que han involucrado a servicios secretos (nacionales y extranjeros), logias masónicas como la P2, grupos terroristas de extrema derecha, etcétera, resultan razonables las dudas que distintas voces plantean sobre la posibilidad de una cierta calendarización de la captura de Messina Denaro.
El arresto ha tenido lugar exactamente treinta años y un día después de la captura de Totò Riina, y pocos meses después de la investidura del nuevo gobierno encabezado por Giorgia Meloni. “Hoy es un día de fiesta para mí, que empecé la aventura que me ha llevado a la presidencia del gobierno sobre los escombros de via d'Amelio. Y estoy orgullosa de que la primera medida tomada por mi gobierno haya sido defender el 41-bis”. Un regalo pues, para la flamante primera ministra italiana, que inició su militancia política en las juventudes del neofascista Movimiento Social Italiano, del que el juez antimafia Borsellino, asesinado en via d'Amelio, era un gran fan.
Además, tal y como celebraba la líder del partido Hermanos de Italia, el arresto de Messina Denaro es también una magnífica excusa para reforzar la legitimidad del régimen penitenciario de aislamiento, similar al FIES español, instituido por el artículo 41-bis del Código Penal. Este fue inicialmente ideado para aislar a jefes mafiosos de sus organizaciones, pero en los últimos años se ha convertido en un instrumento de represión de la disidencia política, como demuestra el caso del anarquista Alfredo Cospito. Una historia que ha llevado el régimen de aislamiento penitenciario italiano —considerado inconstitucional por numerosos juristas y una auténtica tortura por diversas organizaciones humanitarias— al centro del debate mediático, con cotidianos pronunciamientos en contra en numerosos medios y continuos actos de protesta.
La épica de la antimafia en Italia
En estos treinta años, han corrido ríos de tinta, y no solo, sobre Messina Denaro: se han publicado decenas de libros, documentales y piezas periodísticas para contar la caza de uno de los diez fugitivos —teóricamente— más buscados del planeta. En la narración dominante que se ha ido conformando existe un evidente contraste entre hipótesis más que arriesgadas —como que el capo de Cosa Nostra se había sometido a varias operaciones de cirugía plástica para hacer irreconocible su rostro—, con otras consideraciones extrañamente ausentes, como la evidente cobertura social y política —a niveles presumiblemente a la altura del personaje— que le habrían permitido hacerse invisible durante tres décadas. Por no hablar de las múltiples ineficiencias, voluntarias o involuntarias, cometidas por los investigadores policiales, las cuales sin duda han retrasado su captura, y que son frecuentemente olvidadas.
En palabras de Dario Fiorentino, “el viaje narrativo en torno a la figura de Messina Denaro ha seguido una trayectoria paradójica […] en la que el registro narrativo de la mafia ha contagiado todas sus características al de la antimafia: sensacionalismo, personalismo, centralismo del mito y símbolo del héroe-antihéroe, e invisibilización del contexto social, político y económico en el cual se desarrollan las interacciones entre los protagonistas [...]”. Tal y como señala este académico, el mismo Roberto Saviano —autor del best seller Gomorra—, es un ejemplo de “producto mediático que aleja los focos del auténtico movimiento social antimafia, compuesto y vivido por personajes casi desconocidos que, sin recursos y a menudo obstaculizados por las instituciones y la burocracia, llevan a cabo batallas cotidianas de sensibilización y apoyo en territorios de alta densidad mafiosa, en estrecho contacto con los problemas sociales que alimentan el fenómeno de las mafias”.
Así, en estos días se celebra a bombo y platillo, en todos los grandes medios, la tenacidad de las fuerzas policiales, una celebración totalmente acrítica que no hace referencia alguna a las zonas grises de esta historia, a la par que refuerza el relato de un Estado sin culpa alguna. “A esto lo llamo yo el método Dalla Chiesa”, declaraba a los periodistas un dirigente de los carabinieri, en referencia al general del ejército fundador del Núcleo Especial Antiterrorismo —germen del grupo operativo que ha arrestado a Messina Denaro— que en los años 70 cosechó múltiples éxitos en su lucha contra el “terrorismo”, con una especial predilección por los grupos armados ligados a los movimientos sociales de aquel convulso periodo (mientras la subversión neofascista campaba a menudo a sus anchas).
Italia
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Como apuntan desde la web de información Infoaut, “la épica de la mafia y, consiguientemente, de la antimafia institucional, ha representado durante décadas un dispositivo de legitimación del Estado, de colonialismo interno y justificación del estado de excepción permanente en que vivimos. Véase el uso instrumental del régimen carcelario del 41-bis, o la aplicación, cada vez más frecuente, del delito de asociación para delinquir en el ámbito de la represión de los movimientos sociales. Mientras tanto, la relación entre capitalismo “legal” y criminalidad organizada sigue perpetuándose, como bien saben quienes conocen de cerca las luchas que se llevan a cabo en los almacenes del sector logístico o la defensa de los territorios contra la devastación medioambiental y los inútiles proyectos faraónicos (como el tren de alta velocidad Turín-Lyon). Una relación que, sin duda, se ha modernizado desde un cierto punto de vista, pero de la que el sistema de desarrollo en que vivimos sigue teniendo una necesidad estructural [...] En este contexto, el Estado funciona como herramienta de regulación, como mediador de intereses”.
Probablemente Matteo Messina Denaro —que no la mafia— sea ya inservible a estas alturas. O, quizás, la única utilidad que puede tener sea la de ser agitado como un trofeo de caza, reforzando relatos que ayuden a mantener el statu quo, en un momento de crecientes temblores sociales y económicos.
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