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Italia
Crónica de una crisis sistémica: el regicida Renzi y la vuelta de la tecnocracia
La política italiana es una vorágine constante de asesinatos palaciegos, hombres de paja y sedientos de poder, pactos contranatura, temporadas infinitas y saltos de funambulistas. El laboratorio político europeo ha marcado el inicio de año con una táctica que ya nos tiene acostumbrado desde hace años. Un solo hombre, Matteo Renzi, ha quitado un gobierno, mantenido en vilo a todo su país durante dos semanas, y auspiciado la llegada (previsible) de Mario Draghi al Palacio Chigi, residencia del poder Ejecutivo en Italia.
Renzi es el nombre. Para bien o para mal, la figura del que fue antaño uno de los líderes socialdemócratas con más futuro de Europa, lleva años apartado del poder desde que perdió una reforma constitucional que el mismo diseñó para cambiar la sagrada Constitución y mantenerle en el poder con mayorías cómodas. Como si su objetivo último en política fuera llevar al paroxismo el manual que otro florentino produjo hace cinco siglos, ha evidenciado sobradamente que apartarse del poder no significa no ser capaz de condicionarlo. En 2018 el antiguo alcalde de Florencia llevó a su antigua formación, el Partido Democrático, a los peores niveles de apoyo de su historia (18,7%), y desde el primer momento se negó a entablar cualquier tipo de relación con el Movimiento 5 Estrellas (M5S), ganador absoluto de los comicios. Este veto llevó a Luigi di Maio, exlíder del M5S, a pactar la primera coalición nacional-populista de Europa con Matteo Salvini.
Giuseppe Conte aprendió rápidamente el manual de la política italiana, y cambió todo para no cambiar nada. El Presidente del Consejo que reclamaba con orgullo el adjetivo de populista se cambió la chaqueta para ser un hombre de altura
Salvini nunca lo tuvo más fácil. En poco más de un año fagotizó a sus aliados (que le duplicaban en votos en 2018) y, mojito en mano delante de mujeres en bikini en una fiesta en la playa, pulsó el botón de la crisis institucional. El gobierno “giallo-verde” (amarillo-verde) había llegado a su fin. Las encuestas hablaban de un Salvini imparable con más del 34% de los votos. El Movimiento 5S, llamado a mejorar el sistema y acabar con aquellos que solo buscan la “poltrona” (el escaño), fueron los primeros en ver las fauces del lobo. Unas elecciones en 2019 hubieran supuesto perder la mitad de sus representantes, así que decidieron pactar con su archienemigo del establishment, el Partido Democrático (partido del que poco después Renzi abandonaría para formar el suyo propio, Italia Viva, con varios parlamentarios). En menos de dos años los populistas pactaron con la derecha radical y con el máximo exponente del establishment.
En medio del drama en dos actos, un hombre consiguió sobrevivir. Giuseppe Conte aprendió rápidamente el manual de la política italiana, y cambió todo para no cambiar nada. El Presidente del Consejo que reclamaba con orgullo el adjetivo de populista se cambió la chaqueta para ser un hombre de altura, moderado y capaz de mantenerse con equilibrio en la fina cuerda de la política italiana. Sus índices de aprobación eran lo suficientemente altos para evitar un asesinato a la luz del día. Renzi era consciente, por eso fue él precisamente el arquitecto del pacto entre el PD y el M5S del que surgió Conte II. El florentino guardó la bala.
La crisis del coronavirus durante el 2020 sirvió para mantener la correlación de debilidades que era el gobierno italiano. Los integrantes de la coalición nunca vieron mejorar sus expectativas electorales de forma significativa. El centro-izquierda seguía encallado en el 20% y los populistas del Movimiento continuaban descendiendo con cada contradicción. Únicamente dos figuras se alzaron por motivos bien distintos. A consecuencia de la crisis sanitaria Conte salió reforzado con cotas de aprobación que no se veían en años (60% de aprobación), y a causa de una imagen cada vez más deteriorada de Salvini, Meloni creció hasta cuadruplicar el resultado electoral de su formación dos años antes (del 4 al 16% según la media de estimación actual). El impasse estaba determinado. Una reestructuración de la derecha y una izquierda (donde el Movimiento ya se situaba sin vergüenza) que no podía romper su techo electoral.
Renzi y la muerta anunciada de Conte
En esta situación los fondos europeos aparecieron para romper la baraja. Renzi recordaba la bala que tenía guardada para Conte y decidió usarla. “No quitamos a un hombre que quería poder absoluto para poner a otro” dijo en navidades en referencia a Conte. Su ultimátum era claro. Todo plan de gasto del MEDE (Mecanismo Europeo de Estabilidad) debía ser debatido y votado en el Parlamento. Rechazó frontalmente la task force (un grupo de expertos que Conte pretendía que gestionara de forma técnica el dinero de Europa) y comenzó su campaña. Renzi creyó ver una oportunidad perfecta anteponiendo, teatralmente, los principios democráticos a los suyos personales. Amenazó y volvió a amenazar. Nadie creía que un señor a lomos de un partido que nació muerto (lleva en el 3% más de un año, un apoyo que le dificultaría obtener representación) sería capaz de hacerse el harakiri.
Conte tuvo dudas porque sabía que era más fácil aguantar que volver al poder. Lo aprendió de Renzi. La cuenta atrás para las elecciones comenzó
Renzi cumplió. El 13 de enero retiró ministros y apoyo parlamentario. El farol pasó a ser una amenaza inocua. O eso creían muchos. Conte siguió estudiando su manual de supervivencia, el que le permitió unir a la Lega y al M5S, primero, y al PD y al M5S después. Acudió a una moción de confianza que, contradicción donde las haya, ganó gracias a la abstención del grupo de Matteo Renzi. Era un aviso. O conmigo o sin nadie. El regicida, mientras tanto, continuaba paseándose por televisión y radios para seguir repitiendo la misma historia: no era por Conte, era por el futuro de Italia. Pero los chantajes no sirvieron y Conte, antes de perder una votación clave, dimitió. Cuentan las malas lenguas que fue su grupo más cercano el que le convenció de hacerlo. Él tuvo dudas porque sabía que era más fácil aguantar que volver al poder. Lo aprendió de Renzi. La cuenta atrás para las elecciones comenzó.
La misión fue, desde la renuncia de Italia Viva, la de crear un grupo de renegados. Parlamentarios que abandonaran sus partidos y crearan un grupo de apoyo a Conte. Primero “responsables”, luego “constructores”. Una hazaña que en el país del transformismo no era titánica, pero que no dio resultados. Había demasiado miedo. ¿Recuerdan la frase “quien se mueve no sale en la foto”? Pues bien, durante las últimas semanas, y a diferencia de los últimos 40 años, operó a la perfección en Italia. Sergio Mattarella, Presidente de la República y de los últimos democristianos de pura cepa, tuvo claro desde el inicio la necesidad de evitar elecciones anticipadas. “El país necesita estabilidad”. Durante más de siete días todo fue bien. Se hablaba ya de una vuelta al mismo gobierno Conte II. Sí, con Renzi dentro. En el Movimiento muchos estaban acalorados. ¿No bastaba con tragarse a Renzi una vez? ¿Ahora tenían que hacerlo otra vez? ¿La ciudadanía entendería esta crisis?
La última pregunta tiene respuesta. Entre el 55 y el 70% de los italianos, según la encuesta a la que acudamos, no entendía por qué Italia vivía al borde del precipicio. No comprendía las razones de la crisis o la consideraba inerte. Además, Renzi era señalado por amplias mayorías como un hombre malévolo que solo buscaba su interés personal. Ante este contexto muchos se preguntaban por qué tantas vueltas para acabar en la casilla de partida. El líder de Italia Viva disipó las dudas cuando, horas antes de acabar las consultas del presidente Mattarella, decidió levantarse de la mesa. A última hora la suerte de Conte estaba echada. Renzi había conseguido su objetivo. Mattarella habló esa misma noche consternado. Ya solo quedaban dos opciones. Una figura de consenso o elecciones. Por eso llamó a Mario Draghi, que al día siguiente aceptó.
¿Por qué Draghi? En primer lugar, esta no ha sido la primera vez que el anterior presidente del Banco Central Europeo ha sonado para sustituir a Conte. Ya en verano del 2020 empezaron los rumores palaciegos ante un inminente derrumbe del gobierno. En segundo lugar, Draghi es una de las figuras más respetadas y mejor valoradas en Italia. Romano de nacimiento, personifica la figura del italiano triunfador. De la constancia durante la crisis financiera del 2008 para salvar la economía de Europa y, más concretamente, la de su propio país. El “whatever it takes” resonó en Italia. Draghi, en la mente de los italianos e italianas, no es un hombre de conspiración que busque el poder a toda costa. Su filosofía es la del hijo pródigo que salva los muebles, no el que se los queda. En las encuestas recientes, Draghi aparecía al lado de Conte en preferencia para hacerse cargo del Ejecutivo por parte de la ciudadanía. No es ninguna táctica de última hora, Draghi juega en casa. Su discurso de aceptación fue toda una declaración de intenciones: “El objetivo será vencer a la pandemia y relanzar al país”. Renzi corrió a tuitear que apoyaría a Draghi; “ahora es el momento de la sobriedad”. Tras un mes diciendo a todo el mundo que el problema no era de caras, sino de contenidos, Renzi se quitó la máscara. Ya había cumplido su misión. Un solo hombre, marginado electoralmente, ha condicionado hasta tres gobiernos.
¿Y ahora, qué?
Pero el Plan Draghi trae consigo turbulencias grandes. Los apoyos esperables son cuatro. Berlusconi y su Forza Italia, el Partido Democrático, Libres e Iguales y Renzi. Esta suma está muy lejos de las mayorías necesarias en ambas cámaras (315 en el Parlamento y 152 en el Senado). Es esperable que varios parlamentarios en los grupos mixtos acudan en socorro de Draghi, pero el plato fuerte está en manos de la derecha y del Movimiento 5 Estrellas.
El Movimiento tiene una relación antagónica con la palabra “técnico”. Sin Mario Monti, el anterior tecnócrata, el Movimiento no estaría donde está hoy. Retrospectivamente, las ganancias electorales fueron claras. Entre el 2011 y el 2013 el Movimiento pasó del 5 al 24%. Todo a lomos de la desafección política. Un eventual apoyo a Mario Draghi amenaza con romper al partido que creó el cómico Beppe Grillo hace más de una década. Esta vez de verdad. Su implicación en la investidura de Draghi supondría el tercer giro copernicano de los populistas en menos de tres años. Los que prometieron renovar la política italiana pasarían de gobernar con la ultraderecha de Salvini a hacerlo con el establishment del PD y, finalmente, favorecer la nominación de un tecnócrata. Todo en menos de una legislatura.
Desde el 2008 no hay ningún Presidente del Consejo que se haya presentado como cabeza de lista a las elecciones. A Berlusconi le siguieron Monti, Letta, Renzi, Gentiloni Conte y, si se confirman los pronósticos, Draghi
La guerra interna ya se ha abierto. El líder interino del partido, Vito Crimi, ya anunció su negativa a apoyar a Draghi. También le siguió Alessandro Di Battista, opositor interno y líder de la corriente populista que clama por volver a los orígenes contestatarios del Movimiento. El problema es que varios parlamentarios ya hablan de ignorar estas consignas. Al fin y al cabo, es su puesto de trabajo y privilegios los que están en juego. Haría falta una deserción de la mitad del partido para que Draghi fuera elegido. No obstante, la última palabra la tendrá Rousseau, una plataforma de primarias internas significativamente opaca.
A pesar de ello, la hipótesis alternativa es la abstención de la Lega de Salvini, que reduciría considerablemente el umbral necesario para Draghi, tanto en Parlamento como en Senado (de 315 a 249). Salvini tiene olfato político, y sabe que ya no está ante Conte, una figura detestada por los suyos. Draghi es una promesa para la fuerte economía del norte de Italia, histórico bastión de la Lega (Nord). En las últimas horas el anterior ministro del Interior ha anunciado que él hablará con quien haga falta, pero, de nuevo, su interés es hablar de contenidos, de políticas. Es probable que esté preparando el terreno para una abstención en el último momento. Apoyo a cambio de elecciones anticipadas a comienzos del 2022 puede ser todo un logro para Salvini.
Suspensión de la política e interregno tecnocrático
Desde el 2008 no hay ningún Presidente del Consejo que se haya presentado como cabeza de lista a las elecciones. Tras Berlusconi, le siguieron Monti, Letta, Renzi, Gentiloni Conte y, si se confirman los pronósticos, Draghi. El sexto político que, como si fuera el resultado de una carambola palaciega, acaba sentado en el Palacio Chigi en la última década.
En el fondo, las críticas no deberían estar dirigidas a ninguna figura concreta. Tampoco hacia Draghi. La cuestión no es de nombres propios, sino la concepción de una forma de hacer política que supura en las venas de las instituciones italianas desde hace quizás demasiado tiempo. Un pensamiento que considera que existen soluciones óptimas para cada problema. La tecnocracia, en última instancia, es la suspensión de las reglas representativas, la negación del pluralismo político. Ante la falta de entendimiento entre los partidos, viejos sabios acuden para decir cómo deben hacerse las cosas. Es como si cada pocos años Italia necesitara suspender las reglas democráticas para que todo vuelva a su sitio. Y esta forma de devolver las cosas a su raíl se vende como receta médica. No hay debate, hay categorización, porque el “experto” es el que sabe.
Ayer La República publicaba una noticia fascinante. Entre el martes y el miércoles más de 400.000 italianos buscaron en Google si Draghi era de izquierdas o de derechas, a qué partido pertenecía o cuál era su ideología. Paradoja donde las haya, aunque los expertos sean vendidos como espíritus que superan el conflicto ideológico, la gente sigue demostrando que la ideología está a la orden del día, y nadie puede escapar de ella. En verano del año pasado nos hicimos eco de los rumores tecnocráticos que se estaban produciendo en Italia, apostando que un nuevo Monti provocaría ya no el crecimiento de un experimento populista, sino el del dúo radical de Meloni y Salvini. Dije que el destino político no sonríe dos veces, y ahora añado que la democracia puede que tampoco lo haga. Italia sigue navegando el río de la crisis sistémica preguntándose cuándo llegará el final.
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