Investigación
Las doce pruebas del doctor Hércules

En España se leen más del doble de tesis doctorales que hace diez años. Atendiendo a esta cifra, nos adentramos en el recorrido material y emocional de los investigadores predoctorales para tratar de conocer, de primera mano, las vivencias de sus protagonistas. 

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Foto: U. de Sevilla

Maldita Tesis no es una nuevo apéndice de Maldita.es dedicado a la búsqueda de chapuzas y plagios en trabajos que engalanan (o exageran) la biografía de algunos notables. Es un cómic, editado en 2016 por Grijalbo, en el que la francesa Tiphaine Rivière repasa sus aventuras y desventuras en el universo predoctoral. Sus conclusiones no son demasiado optimistas, pero, a la vista de las cifras, en España no parece que haya calado su moraleja.

Los datos son contundentes. En 2008 se leyeron 7.830 tesis doctorales en España. En 2017, la cifra se disparó hasta las 17.286, es decir, un 127% más. ¿Qué hay detrás de este incremento? Los profesores Javier Ferri y José Emilio Boscá aludían, en este artículo de El Mundo, a dos causas: el desempleo y el plan Bolonia. Ferri opina que los elevados niveles de paro han empujado a muchas personas a regresar a la carrera académica o a alargarla todo lo posible. Y Boscá apostilla que el impulso a los másteres que ha conllevado Bolonia se ha reflejado, a su vez, en un interés creciente por la carrera investigadora. A fin de cuentas, parece un paso lógico, un peldaño más en la escalera formativa. Pero, ¿lo es?

Enrique Blanco (al que, como al resto de investigadores que aparecerán en el texto, citamos con seudónimo) se ha doctorado recientemente. A modo de preámbulo, manda un aviso a navegantes. “Es un cristo, y las tasas de abandono son altísimas. La gente cuando entra no sabe muy bien dónde se está metiendo y qué es lo que está haciendo”. Ana García, doctoranda en lingüística, comparte sus apreciaciones: “Es un trabajo muy vocacional y sacrificado. Yo lo hago, porque me gusta, pero apostaría por dejar de dulcificarlo”.

Preguntados por si se arrepienten, responden que no, pero con matices. García volvería a hacerlo, “pero no con la ilusión que tenía al principio. He perdido mucha por el camino”. reconoce. Blanco, por su parte, cree que si volviera atrás “lo haría mejor, porque ahora he entendido muchas cosas que al principio no entendía, porque vas con un esquema mental que es diferente. Después de estos años de experiencia entiendes ciertas lógicas difíciles de comprender sin experimentarlas por ti mismo”.

el previo

¿De qué lógicas estamos hablando? ¿Qué es lo que hay que entender antes de embarcarse en este proceso? Lo primero, lo básico. Para poder matricularse se ha de haber realizado previamente un máster oficial, ya que no todos lo son. Aunque cada uno es diferente, muchos no se conforman con que el alumno acredite su diploma de graduado: la admisión se decide en base a variables como el nivel medio de calificaciones, el currículum, las recomendaciones académicas o la carta de motivación.

El estudiante, además, deberá estar seguro de poder costear una matrícula que fluctúa según la comunidad autónoma. La más barata está en Castilla-La Mancha, (930 euros), mientras que las más caras se encuentran en Madrid (3.159 euros) y Cataluña (3.952 euros). Se puede, por supuesto, pedir una beca, pero, tal y como muestra este informe de la Comisión Europea, solo el 30% de los alumnos acceden a ellas. En este parámetro España se aleja de Europa. La Conferencia de Rectores (CRUE) señala que el modelo de la Unión tiende a “tasas de matrícula muy bajas o gratuitas” y nuestro país, sin embargo, conserva “uno de los niveles de precios públicos universitarios más elevados de la Unión Europea”.

Las tasas de doctorado son menos prohibitivas. A tiempo completo, en Cataluña se aproximan a 500 euros, en Madrid a los 400 y en otras comunidades, como Galicia o el País Vasco, a los 200. No obstante, lo fundamental, en todos los niveles de estudios es el peso de los gastos corrientes y vitales del día a día. Si el trabajo y el tiempo del investigador predoctoral (unos cuatro años de dedicación intensiva) no son financiados por un contrato, este deberá, si quiere funcionar a pleno rendimiento, disponer de ahorros o ser mantenido por otros. En caso contrario, tendrá que compatibilizar la tesis con otro empleo, asumiendo la dificultad y el sacrificio que ello conlleva.

El abanico de ofertantes de contratos para investigar es relativamente amplio: comunidades autónomas, las propias universidades, fundaciones privadas… El grueso de plazas, no obstante, corre a cargo del Ministerio de Ciencia, y se reparten en dos modalidades básicas: las FPU (Formación de Profesorado Universitario) y las FPI (Formación del Personal Investigador). Para la primera es necesario demostrar una nota media que abarca desde el 6,82 requerido para la rama de Ingeniería y Arquitectura al 7,47 necesario para la de Ciencias de la Salud.

Aquí aparece un dato importante: aunque es el máster el que habilita para el doctorado, el expediente valorado para conseguir el FPU es el del grado. Dicho de otro modo: en la mayoría de los casos no se tiene en cuenta el rendimiento más reciente del alumno en su último curso, esto es, en las materias que se supone son más cercanas a su futuro objeto de estudio y especialización.

En 2008 se leyeron 7.830 tesis doctorales en España. En 2017, la cifra se disparó hasta las 17.286, es decir, un 127% más

Ana García, doctoranda que accedió a un contrato, cree que esta circunstancia provoca que sea difícil acceder a una FPU si no te has planteado investigar desde el principio o si tu media no ha sobresalido. Julio Ros, que acaba de terminar un máster en teoría de la comunicación, opina que son exigencias “demenciales”. Este estudiante alerta, además, que esas notas de corte no se corresponden con las reales, y estima, basándose en las conversaciones que ha mantenido con sus profesores, que es prácticamente imposible contar con posibilidades de acceder a un FPU si tu media es inferior a 8.  

Maratón

Andrea Jiménez es una bióloga marina recientemente matriculada en la escuela de doctorado. Lleva un tiempo buceando entre diferentes opciones de financiación, tratando de ser aceptada por alguna que le permita continuar profundizando en un proyecto de largo aliento en el que lleva años inmersa. Tanto ella como Jara Sánchez, que está finalizando el trabajo final de un máster en psicología, reconocen que sus calificaciones en la carrera dieron un buen salto en cuanto despertó su interés por la investigación y se informaron de las condiciones. Jiménez, que no lo ha tenido fácil, es optimista: considera que lo fundamental de este maratón es tenerlo claro, y que quien presenta una vocación sincera y comprometida acaba gozando de oportunidades. Sánchez, por su parte, se inclina más por mencionar factores que ayudan (tomar una decisión temprana, disponer de buenos canales de información) y factores que lastran (la duda, la indecisión o llevar en la mochila algún cuatrimestre de notas más bajas).

En el caso de las FPU es el estudiante el que, de acuerdo con su tutor, propone un tema o una línea de investigación. No sucede lo mismo con su homóloga ministerial, la FPI, pensada para la incorporación del alumno a un proyecto “en marcha”. Para concurrir a estas convocatorias basta con estar matriculado en la escuela de doctorado, pero esto no significa que sea más sencillo. Aquí irrumpe con fuerza una de las cuestiones clave en el devenir de todo investigador: su capacidad de moverse y relacionarse.

A Ana García no le convencen los procesos de adjudicación de algunos de estos contratos. “Si no tienes ningún contacto es prácticamente imposible. Lo elige el grupo, que crea la propia convocatoria, muchas veces ad hoc, a medida de un candidato que ya tenían”, explica.

Enrique Blanco, que percibe ventajas y desventajas en esta cultura relacional, entiende que estos fenómenos derivan de causas estructurales: “La academia se basa mucho en relaciones personales. No deja de ser una comunidad formalmente autoreconocida y autoorganizada. Las relaciones personales son fundamentales, porque sin ellas no es posible que se genere esa comunidad”. El investigador pide no demonizar ni idealizar este modus operandi. “Yo entiendo que pueda chocar un poco, pero no es tanto una cuestión tiránica, de mecenazgo o de relaciones feudales como de reconocimiento. Tú estás presentando un trabajo, que es tu apuesta, y lo tienes que dar a conocer, encontrarte con las personas que tienen algo que decir respecto a ese algo que tú estás trabajando. Son relaciones personales pero son, también y fundamentalmente, relaciones profesionales”, asevera.

Guía y acompañante

La primera relación, básica para el doctorando, es la que establece con su tutor, la figura que lo guiará, lo avalará y lo acompañará. Si no pertenece a la universidad en la que el estudiante se ha inscrito deberá compartir la dirección de la tesis con un compañero que sí pertenezca a la casa.

Ninguno de ellos cae del cielo. Normalmente son los alumnos los que deben llamar la atención del mentor e interesarse por sus proyectos. El éxito de ese acercamiento, la química entre las partes o la pericia e implicación personal del profesor son factores tan o más importantes que los méritos y capacidades que demuestre el pupilo. Ana García forma parte de las excepciones: hasta ahora no ha contado con una “referencia” clara y evidente. Su ausencia, admite, ha dificultado su progreso, ya que, como explica, es fundamental estar acompañado de “alguien que dé la cara por ti” aunque “no todo el mundo lo consiga”. García se muestra favorable a que se puedan explorar otros modelos, ya que entiende que, con el actual, “parece que te cierras, que te tienes que quedar con esa persona”.

“En mi facultad es lo más importante”, comenta Jara, que trabaja, además, en el departamento de doctorados de una universidad madrileña. “La cosa es ver cómo se consigue ese contacto con ese profesor, y qué personas y que trayectorias son las que acaban entrando y cuáles no entran tan fácilmente. Yo intuyo que hay mucha gente que se queda en ese proceso”, relata. “Es un poco informal: unos se enteran antes, otros después, a un profesor le llamas la atención... Al final, hablamos de que muchos grupos son enormes. Esa parte de la relación con el director es fundamental, no es un proceso para nada abierto en el que todo el mundo tiene las mismas posibilidades de enterarse ni de participar”, confiesa.  

“Si no tienes ningún contacto es prácticamente imposible. Lo elige el grupo, que crea la propia convocatoria, muchas veces ad hoc, a medida de un candidato que ya tenían”, explica Ana García

No es, desde luego, un fenómeno que se ajuste a los modelos clásicos de la empresa. Enrique Blanco la define como “muy peculiar, porque quien es tu jefe no es necesariamente tu pagador, ni te va a decir qué es lo que tienes que hacer”. Blanco recuerda, además, que las tutelas funcionan dentro de un espacio más amplio, trufado de actores e “instituciones que van a condicionar lo que haces”. Recuerda, además, que “no todas ellas dependen de la voluntad de tu empleador, sino de esa cosa tan laxa como la comunidad científica o la academia”.

Artículos, ponencias y... dinero

Y es que para hacer carrera y conseguir un nombre dentro de la academia se requiere presentar un currículum repleto de artículos en revistas y ponencias en congresos (cuánto más internacionales, mejor). Y eso significa dinero, mucho dinero. Desde la generalización del acceso libre (la posibilidad de que cualquiera pueda leer online las publicaciones científicas) se ha extendido un modelo por el cual es el autor el que paga por publicar en la revista. Y no son precios simbólicos. Los investigadores preguntados apuntan a un precio que no baja de los 1.500 o 2.000 euros.

En ocasiones estos gastos son sufragados por la institución que ampara al autor (si es que la tiene), por el tutor o por el grupo de investigación mediante alguna fórmula. Pero incluso en estos casos puede pasar mucho tiempo desde que el doctorando paga hasta que le devuelven lo adelantado. Con los congresos la situación es similar, e incluso peor, ya que los costes de las estancias y, sobre todo, de los desplazamientos, pueden resultar inasumibles. Para los investigadores con sueldo estas circunstancias son problemáticas (ganan 1.400 euros al mes desde la aprobación de su nuevo estatuto), pero para aquellos sin contrato pueden convertirse, directamente, en obstáculos imposibles de sortear.

Andrea Jiménez va a asistir a un congreso en California. Solo en estancias el montante supera los 1.000 euros. Si quiere hacerse un hueco, ser alguien y darse a conocer en su ámbito de investigación no puede permitirse no acudir. Se lo va a pagar con sus ahorros. A cambio, por ejemplo, deberá seguir viviendo con sus padres. En el caso de Julio Ros, que trabaja a tiempo parcial mientras termina el master, esa posibilidad no habría existido.

Ros lleva dos años pensándose si preparar la tesis. Finalmente se ha decidido y en septiembre se va a matricular en la Escuela de Doctorado. Su situación no es sencilla: arrastra una media en la carrera que imposibilita que acceda a un contrato FPU, al menos, este curso. Si no quiere depender de su familia tiene que compatibilizar la tesis con otro empleo. Espera, durante el año, recabar méritos (publicaciones en revistas, ponencias y participaciones en congresos) que le permitan optar a una beca el año que viene. Es un reto complicado, lleno de pequeñas y grandes zancadillas. A Ros le resulta muy difícil acudir a cualquier congreso “que dura varios días” y al que debe “asistir completamente para que te den acreditación de asistencia”. “Para la gente como yo, que trabaja, es simplemente imposible”, se queja, “pero sin acreditación de asistencia no sumas puntos en el currículum académico y su no sumas puntos es menos probable de que te den una beca”.

“Todo lo que tenga que ver con ordenar el sistema nacional de ciencia e investigación es muy problemático, ya que todo el mundo se va a quejar para que no toques sus intereses”, indica Enrique Blanco

A Julio su experiencia le invita a cuestionar la igualdad de oportunidades del sector. “El mundo académico no solo es precario, implica una competitividad y unos niveles de esfuerzo y sacrificio brutales que, básicamente, no es hijo de médicos, empresarios o profesores universitarios”, critica. “Llegar a mi casa y decir que quiero meterme a hacer una tesis doctoral, sabiendo que el primer año seguramente no me den la beca, es enfrentarse a unas circunstancias a las que yo no me había enfrentado jamás. Si ya de por sí tomar la decisión es muy dura, muy radical por las consecuencias que te trae en la vida (por ejemplo, mi tiempo de ocio va a ser nulo) hacerlo cuando eres hijo de trabajadores puros y duros de barrio implica un enfrentamiento con una posición y unas formas de vivir que no se ajustan a las del mundo académico. Eso genera mucho dolor y mucha tristeza”, reconoce el estudiante. 

Carlos Gutiérrez, de Comisiones Obreras, asocia estos problemas a un momento anterior. Cree que el sistema de becas, que debería servir para “amortiguar las diferencias de origen social”, no solo peca de insuficiencia, sino de mala orientación. “No se pone el acento en las primeras etapas educativas, que son las más importantes, las que luego van a derivar en bloqueos u obstáculos para las personas. Las estadísticas hablan de un sesgo social muy evidente”. Lo cierto es que, según datos del año 2015, las probabilidades de que un hijo de padres con estudios superiores accediera a la universidad eran un 27% superiores a las de uno con padres que no los tuvieran. 

Este filtro (el de clase) no es el único que opera en la academia. Varios de los investigadores preguntados cuestionan el sistema de selección de objetos de estudio. Denuncian la tendencia a privilegiar metodologías, invisibilizar planteamientos críticos e ignorar temáticas tabú. García es contundente: “La investigación crítica es muy difícil que entre, y me refiero a cualquier cosa que arrastre un poco de contenido político. Te juzgan y les das pereza, piensan que vienes a tocar temas que no tocan”, lamenta resignada.

La filósofa Marina Garcés, en Nueva ilustración radical, alerta, en esta línea, contra lo que denomina “estandarización de la producción cognitiva”, esto es, que “ciencias que no se comunican entre sí se enseñan y se investigan con los mismos parámetros temporales, desde unos mismos dispositivos institucionales y según unos mismos criterios de valoración”. “En la universidad ni siquiera comprendemos de qué hablan nuestros vecinos de departamento, pero lo que está garantizado es que todos, en todas las universidades del mundo, sabemos funcionar de la misma manera”, añade. 

Según datos del año 2015, las probabilidades de que un hijo de padres con estudios superiores accediera a la universidad eran un 27% superiores a las de uno con padres que no los tuvieran

Blanco lo dibuja como una colisión de intereses múltiples: “Se mezcla todo: desde las perspectivas académicas a los conflictos en las áreas de autoevaluación de la Agencia Nacional de Evaluación de la Calidad y Acreditación; sobre los criterios, entre la gente más estabilizada o menos, entre los intereses de la gente de un estadio X o Y de la Academia; la institución que quiere lo que le cueste menos dinero; y las instancias políticas, que lo que ven aquí es una patata caliente, nada a lo que se le pueda meter mano y se vaya a salir airoso. Todo lo que tenga que ver con ordenar el sistema nacional de ciencia e investigación es muy problemático, ya que todo el mundo se va a quejar para que no toques sus intereses. No hay que poner el grito en el cielo, es lo normal y habitual cuando intentas regular cualquier sector”, concluye.   

Este paisaje, contradictorio y poliédrico, dificulta la organización y las reivindicaciones de los propios doctorandos. Sin embargo, colectivos como Dignidad Predoctoral UAM han sido fundamentales para la puesta en marcha definitiva del Estatuto del Personal Investigador en Formación (EPIF), que ha supuesto, según el comunicado del Ministerio de Ciencia, “una mejora clara de las condiciones retributivas y de las condiciones de trabajo de muchos jóvenes investigadores, al imponer un salario mínimo superior y otorgar un régimen jurídico adaptado a la realidad de los doctorandos”.

Blanco, no obstante, lo percibe como uno de los “ámbitos menos conflictivos que existen”. La razón estriba, a su juicio, en que “no puedes mostrar debilidad; si muestras debilidad es que no te estás yendo bien las cosas, y si no te están yendo bien las cosas es porque no eres suficientemente bueno”. Él apuesta por “reducir los criterios de competitividad e introducir más criterios de cuidados” para “pensar una carrera académica más sana, más eficiente y más productiva”, o, lo que es lo mismo, cuestionar y mostrar una alternativa a “la victoria del neoliberalismo en la profesión académica”. 

Contra todo ello previene Remedios Zafra en su ensayo, que ya es casi un clásico, El entusiasmo. El entusiasmo, de hecho, es lo que para la autora sostiene “tantas noches sin dormir, los procesos de evaluación permanentes, el agotamiento (...) convirtiéndose en motor para la cultura y la precariedad de muchos que buscan vivir de la investigación y la creatividad en trabajos culturales y académicos”. Es, en el fondo, una lucha por dar rienda suelta a una vocación, una batalla por el tiempo y las condiciones materiales que empieza a parecer utópica. Sería bueno no continuar aproximándonos al pesimismo de Mark Fisher, un agudo crítico que legó este consejo macabro: “Solo los prisioneros tienen tiempo para leer. Si quieres participar en un proyecto de investigación creado por el Estado tendrás que matar a alguien”.

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#38802
27/8/2019 8:30

Es sabido que la mayoría de las tesis terminarán en un cajón y ahíbse quedarán cogiendo polvo. Esto es sólo un ejemplo de la burbuja que es la universidad, el negocio de los títulos y la falta de oportunidades.

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#38838
28/8/2019 13:31

Dependerá de que tipo de tesis sean pero al menos para las de biología necesitas haber publicado artículos científicos, de manera que el conocimiento obtenido durante la tesis es de dominio público aunque la tesis quede olvidada en un cajón.
Yo creo que el auge de las tesis tiene que ver también, con la precariedad de los contratos a los que optan los recién graduados. Según consigues un contrato son 3-4 años de estabilidad con un sueldo bajo pero aceptable teniendo en cuenta los sueldos de un recién graduado con un contrato de prácticas.

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