
Historia
Cuando Madrid fue Guernica
La noche del 27 de agosto de 1936 tuvo lugar el primer bombardeo de Madrid por parte de la aviación alemana. Un mapa que sigue en progreso recupera la memoria del primer experimento de destrucción sistemática de una ciudad llevado a cabo al alimón por el ejército de Franco y las fuerzas aéreas nazis.
Un ruido estremecedor de algo que parece un avión. Un estruendo seguido de detonación. Humo, fuego y destrucción. Es el centro de Madrid, madrugada del 27 de agosto de 1936. El primer bombardeo aéreo a una metrópoli repleta de civiles que tendría lugar en la historia estaba sucediendo a manos de la Wehrmacht de Adolf Hitler para colaborar con el bando español golpista que respondía a Francisco Franco.
Se cumplen 84 años de una historia poco conocida. De hecho, no se necesita más que salir a preguntar por las calles madrileñas para preguntarle a sus habitantes, gatos o no gatos, si conocen que su ciudad fue bombardeada por flotas de cazas nazis. Esa ignorancia es una herencia cultural más del franquismo, un triste mezquino triunfo falangista que aún sopesa, palpable, pero no por casualidad, sino gracias a un esfuerzo estratégico de los primeros años de la dictadura en borrar el salvajismo cometido por el fascismo, especialmente en la capital.
Pero hay quienes se dedican a descubrir lo que otros quisieron mantener en penumbra. Ese déficit de memoria ─perpetuado durante la Transición─, fue la motivación para que los arquitectos Enrique Bordes y Luis de Sobrón emprendan un estudio pormenorizado durante varios años de las huellas urbanas dejadas por parte de los bombardeos aéreos nazis primero y por los ataques de artillería franquista después. Todo ese trabajo acabó en el desarrollo de un plano de los bombardeos en Madrid en el que llevan ya documentados unos 2.000 siniestros de los más de 6.000 denunciados. Y siguen trabajando en él.
El mapa de la memoria
En entrevista con El Salto, Bordes, ─doctor en Arquitectura y profesor de la Universidad Politécnica de Madrid─ explica que el estudio que culminó en la confección de este mapa ─que sigue alimentándose de nuevos hallazgos─ comenzó por las ganas de conocer más sobre lo ocurrido. Incluso desde el plano familiar, porque su abuelo, según cuenta, fue no de los que bombardeó Madrid: “Su batería era española y la batería de al lado era alemana”.
“La destrucción era de tal magnitud que la gente no podía aprehender lo que ocurría, había edificios que se caían de golpe en medio de la noche, bombas de 200 kilos en mitad de la calle que llegaban hasta el metro”
“La idea nace desde mi sorpresa al ver la magnitud de los bombardeos y las historias que aparecían. Pensar en cómo puede ser que esto haya sido el primer bombardeo aéreo de una gran ciudad y no se conozca tanto. Suelo decir que Madrid fue Guernica y que las crónicas que utilizó Picasso para inspirarse en pintar el Guernica provenían de Madrid porque en Guernica no hubo periodistas. Y eso fue devastador, pero duró un solo día. No tuvo la continuidad del bombardeo a Madrid”, relata.
El combustible que motoriza estos años de trabajo es el interés de Bordes y su compañero en la memoria histórica. “No hay que pasar página, la historia primero hay que escribirla, luego leerla y ya después pasar página. No se puede seguir viviendo ignorando muchas cosas de las que han ocurrido, aunque haga parecer a la Transición no todo lo ideal que quisieron hacer parecer”, opina. Como un ejemplo de este pasado que irrumpe en el presente, cita un hecho emblemático: “En marzo del año pasado apareció un obús de la Guerra Civil mientras arreglaban un aparcamiento en la universidad y toda la escuela (de diseño) tuvo que ser desalojada”.
De Sobrón (también profesor de la Politécnica de Madrid) coincide en que lamentablemente en la Transición “las prioridades eran otras” y resalta que desde hace unos años “está surgiendo la necesidad de retomar esa memoria, ya han pasado suficientes años y no se puede seguir pensando que conocer la historia es enfrentar a los españoles. Es la hora de poner esa historia sobre el papel y asumirla y dejar la falsa disyuntiva entre mirar al futuro y conocer el pasado, porque se pueden hacer ambas”.
A comienzos de 2019, ambos presentaron públicamente este mapa ─cuyo diseño es en blanco y negro con marcas rojas en todos los sitios de la ciudad donde pudieron documentar los ataques─, con motivo de los 80 años de la caída de la Segunda República. El objetivo final es publicar el año que viene un nuevo mapa junto a un libro en el que se detalla la metodología de investigación.

Bordes explica que la primera edición del plano fue editada con apoyo del ayuntamiento que gobernaba Ahora Madrid y fue entregada en forma gratuita. “Creo que tenemos una deuda con la gente de fuera de Madrid que está interesada, y fuera de España. Haremos que el precio sea popular y lo más accesible posible. Ahora hemos encontrado nueva documentación y hemos podido aumentar un 30% los registros de los bombardeos. Si antes teníamos unos 1.600 ahora superamos los 2.000”.
El arquitecto recalca un hecho notable: todos los siniestros fueron recabados a partir de listados parciales (por ejemplo los registros de los bomberos de Madrid) pero nada hay basado en documentación de los propios victimarios. “Una de las claves es que falta la documentación militar, la que detallaría los objetivos y los resultados, lo conseguido tanto por los nazis como por los franquistas. En otros sitios no es así, por ejemplo hace poco indagué sobre el bombardeo (de los aliados) en Milán y ahí tienen todo, los papeles de quienes lo hicieron están accesibles y los tiene un investigador italiano. Estamos investigando un delito a posteriori y con registros que dejaron todos menos aquellos que lo han realizado”, resalta.

Los arquitectos recurrieron fundamentalmente a cuatro fuentes para recabar información: fotorreportajes de la época, documentación del Comité de Reforma, Reconstrucción y Saneamiento (CRRS) de Madrid, los registros de salida del cuerpo de bomberos, y memorias de arquitectos que estaban entre la población.
El CRRS tiene una historia peculiar. Fue constituido en 1937 por las autoridades del ayuntamiento para recabar datos sobre la destrucción y al año siguiente publicó una memoria. Incluso miembros de ese comité fueron hasta Barcelona para denunciar lo que estaba sucediendo en Madrid. “El CRRS tenía una actitud muy naíf porque en sus registros finales dejaron asentado lo que había que hacer con la ciudad cuando acabara la guerra, todo lo que habría que demoler y cambiar. No preveían un escenario de derrota”, recuerda Bordes.
Arde Madrid
“La ciudad fue el conejillo de indias de un experimento. La destrucción era de tal magnitud que la gente no podía aprehender lo que ocurría, había edificios que se caían de golpe en medio de la noche, bombas de 200 kilos en mitad de la calle que llegaban hasta el metro. Cosas nunca vistas, como bombas incendiarias que prendían los tejados de madera haciendo muy difícil a los bomberos controlar el fuego. Todo fue un ensayo que luego se practicó en la Segunda Guerra”, señala.
Hay fotos de madrileños fotografiándose con obuses que tenían escrito ‘mi obús no explota’ como acto de sabotaje por parte de trabajadores alemanes
El experimento del que habla Bordes se refiere a esa teoría bélica de los 30 en la que se consideraba que atacar a la población civil de una gran ciudad acortaría los tiempos de guerra por el daño ocasionado a corto plazo. “Pero esa teoría de destrucción urbana con el objetivo de desmoralizar a la población civil se demostró errónea, porque el pueblo de Madrid se enardeció y esa muerte tan terrible y aleatoria que llegaba del cielo consiguió que esa resistencia se reforzara. La táctica cruel demostró no tener éxito”.
Por su parte, Luis De Sobrón explica que los primeros siniestros en el patrimonio urbanístico madrileño fueron causados fundamentalmente por fuerzas alemanas, siendo el primer bombardeo la noche del 27 de agosto de 1936. Aclara que, a diferencia de lo que algunos creen, la aviación fascista italiana no bombardeó Madrid, sino especialmente el Levante y Barcelona, aprovechando que su base estaba en Mallorca.
“Los golpistas avanzaron desde el sur hacia Madrid y los bombardeos de agosto hasta fines de octubre fueron esporádicos, con pocos aviones y bombas de poca potencia. A finales de octubre es cuando empieza a haber bombardeos más serios. Para el 7 de noviembre, los sublevados toman la Casa de Campo (al oeste del centro) y el Cerro Los Ángeles (sureste) y desde ese momento ya pueden atacar con cañones. Luego comenzó el asalto a la ciudad, con bombardeos de aviación y artillería intermitentemente”, rememora De Sobrón.
Desde ese entonces hasta la primera semana de diciembre se produjeron los bombardeos aéreos más masivos y sistemáticos, día y noche, con madrileños acuartelándose y utilizando el metro como refugio improvisado: “Las bombas durante el día tenían una lógica más militar, iban a objetivos. Durante la noche eran bombardeos indiscriminados principalmente de aviones nazis. Similar al blitz que sufrió Londres. En diciembre los franquistas desistieron de tomar la ciudad porque no fueron capaces de hacerlo y la aviación se va a otras zonas de España. También ayudó a Madrid la flota de cazas que prestó la Unión Soviética en noviembre, que ayudó a repeler los ataques”.
Bordes hace un inciso que eriza la piel. “Hemos incluso sabido de fotos de madrileños fotografiándose con obuses que tenían escrito en alemán ‘mi obús no explota’, fabricados por trabajadores alemanas que lo escribían en la bomba, que construían fallida a propósito, como un acto de resistencia. Lo hemos leído en memorias y hay gente que nos lo ha comentado”.
Según De Sobrón, Madrid no sufrirá más ataques de aviación sino que las bombas caerán a diario pero desde los cerros a oeste y sur y por parte de los franquistas. “Lo normal eran unos cuantos disparos durante el día, como para que la población no se olvide. Hubo días en que hubo hasta 800 disparos. Hay una diferencia: el bombardeo aéreo avisaba, se oían los aviones y daba tiempo de ir al refugio. Pero el artillero no avisaba y podías estar en tu casa y entrarte un obús por la ventana sin tiempo a nada. Ningún edificio estaba a salvo y ese aspecto psicológico mantuvo una presión constante todos los días, podía tocarte la lotería de la muerte”.
Cicatrices
Ambos se refieren a lo que dejaron los siniestros como “cicatrices urbanas” y distinguen dos tipos: las relacionadas con escenario de guerra y lógica militar y las que fueron aleatorias, producto de la destrucción para aterrorizar a la población. En el primer caso, “por cada objetivo que se bombardeaba, se destruían otros cien edificios aproximadamente”, subraya De Sobrón, y cita como ejemplo la zona del barrio de Argüelles.
“Hemos visto que hay muchas señales que son visibles pero hay que saber identificarlas, como los vacíos urbanos, es decir, que donde hay ahora una calle o una plaza, antes había edificios. Es muy corriente encontrarse con edificios del siglo XIX y de repente al lado uno de los años 40. Muchos corresponden a edificios derribados por los bombardeos”, afirma De Sobrón.
El respeto fue escaso, especialmente para el patrimonio arquitectónico: los falangistas bombardearon el Palacio Real, la Academia de Bellas Artes y hasta el Museo del Prado
Algunos casos emblemáticos están en el Distrito Centro, como ser el Pasaje de las Cajas de Ahorro, una calle de unos 50 metros que nace en la Avenida Alcalá, la más larga de Madrid. Ubicada a pocos metros de la Puerta del Sol, ese pasaje fue un vacío urbano provocado por una destrucción de alta magnitud. A pesar de estar en el corazón de Madrid, no hubo piedad: la razón fue que allí funcionaba el Ministerio de Hacienda y sus sótanos eran utilizados por el ejército republicano.

Y el vacío urbanístico más grande tal vez sea el de la hoy plaza Agustín Lara, en Lavapiés. “Ese gran solar al lado del Mercado de San Fernando era antes todo edificios, por eso todas las construcciones que la rodean son más modernas. Allí republicanos atacaron la iglesia de al lado (hoy una de las sedes de la UNED). Lo peculiar es que el franquismo luego convierte en plaza la zona destruida por ellos pero deja en pie por mucho tiempo la iglesia dañada, como un símbolo de lo que había hecho el bando republicano, y borrando lo propio”.
De Sobrón desmitifica la leyenda que algunos quisieron instalar sobre los intentos de “humanizar los bombardeos argumentando que Franco respetó una zona neutral sin atacarla, cuando en realidad lo que había decidido era no atacar el barrio Salamanca porque era donde estaban los embajadores ─que habían pedido por esa zona neutral─ y porque allí residía la clase alta madrileña que apoyaba directamente su golpe”. Pero el respeto fue escaso, especialmente para el patrimonio arquitectónico: los falangistas bombardearon el Palacio Real, la Academia de Bellas Artes y hasta el Museo del Prado, con un nulo respeto por la vida civil.

La posguerra también trajo consecuencias en el mapa madrileño. “La ciudad tuvo la ventaja que como era la capital del régimen, la dictadura quiso dotarla de una imagen monumental y si se reconstruyó más rápido que otras ciudades fue por eso. Madrid era, para ellos, la ciudad de la victoria, no querían que nada se recuerde. El último interés de Franco era reivindicar la identidad heroica de Madrid, por eso hubo 40 años de borrado activo y de amnesia”, opina De Sobrón.
“El régimen no quiso transmitir la idea de que Madrid era una ciudad mártir, sino al revés, victoriosa. Quiso instalar que la ciudad apoyaba al fascismo cuando fue lo contrario, resistió hasta el final. De hecho, fue todo lo contrario a la capital del fascismo. El franquismo logró ocultar esa memoria de ciudad castigada y la cambió a ciudad fascista”, concluye, respondiendo en esa frase, sin querer, a mucha de las preguntas sobre el por qué de nuestra desmemoria histórica.
Memoria histórica
La última trinchera
El grupo Arqueología de la Guerra Civil Española, adscrito al CSIC, vuelve a excavar en la Ciudad Universitaria de Madrid. En esta ocasión repite localización debido a la importancia histórica del lugar y a la cantidad de objetos recuperados el año pasado. El Asilo de Santa Cristina fue el emplazamiento donde la República capituló oficialmente.
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