Elecciones
La izquierda ante el desafío de Santa Yolanda celestial

Idealizada por necesidad o conveniencia, la vicepresidenta se ha vuelto un reto a digerir en sí mismo para el progresismo español, por todos sus valores y también por sus defectos. Un nuevo liderazgo que pugna con el omnipresente Iglesias, con poderes fácticos apostando a la desunión e intereses de partidos que se entrecruzan. Un escenario complejo que requiere negociación y más, muchas más cautela.
Presentación candidatura Sumar en Madrid - 5
Carla Antonelli y Yolanda Díaz en el acto de Sumar del domingo 2 de abril.

Si se hubiera leído la transcripción taquigráfica de los discursos de los ponentes que precedieron a Yolanda Díaz en su gran acto de lanzamiento de candidatura presidencial, y si se creyera que está hablando de otro líder de las izquierdas, seguramente hubieran llovido las acusaciones de mesianismo, cesarismo, exceso de testosterona y los adjetivos típicos que venimos escuchando.

Pero no fue el caso. Sí hubo lluvia en el escenario, pero fue de elogios sin exigencias (excepto las de la gran Carla Antonelli, que le pidió el cumplimiento irrestricto de los derechos LGBTIQ amenazados por la ultraderecha), de piropos políticos ensalzando la figura de la flamante candidata, y que tuvieron como prólogo un buen caudal de declaraciones tanto en la entrada del Polideportivo Magariños como en los días previos a la convocatoria para anunciar lo que ya todos sabíamos.

¿Es culpa de la abogada coruñense esta oleada de elogiadores acríticos? No. Es algo típico de este momento transicional y ella hace bien en aprovecharlo. En este debate político sobre quién manda a la izquierda del PSOE y cómo se organiza para la batalla electoral hace falta más sosiego y despojarse de dogmas y enconos. Sería mas saludable entender que se trata, lisa y llanamente, de una disputa por el poder típica de procesos de parto de nuevos liderazgos. Especialmente complejos porque los actores así lo desean y su electorado hasta parece que también.

Nuestra señora de Ferrol

Por conveniencia táctica (y monetaria, que del cargo viven muchos), o por honesta anuencia ideológica, muchos dirigentes, parte de la militancia y amplios sectores de votantes de las izquierdas no independentistas han decidido ubicar en un altar momentáneo a Yolanda Díaz. Tanto que hasta da un poco de pudor traer sobre la mesa los recuerdos de traición de Xosé Beiras sobre ella o lo que opinan algunos de sus excamaradas que la conocen de los tiempos en que trabajaba en Galicia.

La construcción simbólica de la exconcejala de Ferrol pasa por mostrarse diferente de Podemos, por entender que la marca electoral es potente pero tiene un techo

¿Le restan esos recuerdos potencia política a ella y su candidatura? En absoluto, esto no es Disneylandia, sino el Reino de España, cuya arena pública muchas veces es cruel y macarra, y los intereses en juego son muchos y complejos. Todos los grandes dirigentes tienen un prontuario de errores y peleas y quien no lo tenga, no tendría la piel lo suficientemente dura para competir por la Moncloa.

Tampoco hay que desdeñar nunca el componente emocional en la política. Ya lo explicaba Sigmund Freud en su libro Psicología de las masas y análisis del yo: la gente tiene necesidad de creer, de sentir unidad y la tendencia instintiva apunta siempre a ello. Es casi imposible de evitar que, en momentos de resaca social traumática como una durísima pandemia, una guerra y una gran recesión hace una década, el simpatizante se incline por respaldar a quienes parecen querer la unidad y no la división permanente.

Se suma a este coro diverso que ve una aureola celestial alrededor de Díaz un aliado no buscado pero que otorga un bálsamo nada menospreciable a todo intento de implantación de liderazgo: los poderes fácticos. Buena parte de la élite periodística y de los medios de comunicación progresistas y conservadores (salvo los más irredentos de la derecha) ven por diferentes motivos con beneplácito el surgimiento de la nueva maestra de orquesta de la izquierda.

Algunos por afinidad (quizás la ven un grado más moderado que la ejecutiva actual de Podemos) y otros por mera conveniencia. Los enemigos de tus enemigos son tus amigos y si Díaz está embarcada en sepultar a Podemos, al menos al gobernado por Iglesias, Irene Montero y Ione Belarra, pues se la respalda.

En el prisma mediático que filtra e interpreta los hechos también influyen los tonos, una deuda pendiente en muchos morados, especialmente Iglesias y Montero. Dos personas que han sufrido procesos de deshumanización y violencia mediática a niveles intolerables para una democracia moderna. Algo que, claro, no ayuda para sosegar formas de comunicar. Las peleas con periodistas son funcionales a una lectura favorable de la vicepresidenta que habla de cariño, diálogo y ternura.

¿Es casualidad que Díaz mencione esas palabras? Claro que no. Varios de sus propios adláteres admiten, ya desde hace más de un año, que la construcción simbólica de la exconcejala de Ferrol pasa por mostrarse diferente de Podemos, por entender que la marca electoral es potente pero tiene un techo y que busca trascenderlo. Construye a partir de polarizar con la vieja guardia morada y, es hora de verlo, en esto Iglesias está actuando casi como su jefe de campaña.

Con el reto delante, Díaz tiene el derecho de conformar una confluencia de partidos a su gusto y sabe, como buena antigua militante del PCE, que poder que se comparte poder que se diluye

Ante cada confrontación verbal, Díaz crece. Al no participar de su acto de lanzamiento, Díaz crece. El mero hecho de exhibirse ante la opinión pública como algo distinto del viejo Podemos la ayuda a construir su nuevo perfil político. Iglesias sabe esto y por eso le lanzó dardos el otro día en la SER recordando que ella calla su pasado anti OTAN u otros posicionamientos, no porque dejara de pensar lo mismo que Podemos sino porque sabe que para este momento no es lo que conviene.

Sería mejor, para todos los votantes progresistas, entender desde el primer momento que Díaz no es una santa (ni mucho menos una diabla), ni una virgen sin pecados ni una versión gallega de Ghandi. Es simplemente una política que está en plena disputa por el poder del margen social izquierdo y que tiene buenos recursos para ganarlo, porque tiene trayectoria, valores, gestión efectiva para enseñarle al votante y una enorme ambición (por suerte, sino tampoco podría pelear por la Moncloa).

En esa pugna, su intención es sepultar al viejo Podemos, asimilándolo. Porque la que quiere mandar es ella y como dice uno de sus amigos personales, “tiene un carácter bravo y más cuando siente que la quieren meter en cintura”. Para ello ha pergeñado una estrategia de desgaste, de pulso permanente en la que, a sabiendas o no, la cúpula de Podemos está siendo plenamente funcional. El tango de la polarización es un arte que se baila de a dos y vaya que están a tope.

La unidad como utopía

“La Fashionaria”, como la han apodado algunos y los propios militantes de Sumar intentan capitalizar repartiendo stickers con esa frase y su rostro, cuenta con importantes aliados en esta táctica. Varios tienen un talonario de facturas que estaban esperando cobrarle a Podemos y ven que llegó la hora. Catalunya En Comú, el errejonismo, Proyecto Drago (del canario Alberto Rodríguez) y Compromís no van a dudar en ser alfiles para que la reina le haga jaque al viejo rey.

Esto no la convierte a Díaz en malvada sino en una política real. Cuando en la entrevista que da a El País todo el tiempo esquiva el conflicto, centra a esa entelequia llamada “la gente” como motor de todo por encima de los partidos y, un poco, miente, está siendo ya una candidata a pleno. No, vicepresidenta, Podemos no se ha levantado de la mesa de negociación. La que se ha levantado de la mesa de Podemos es usted en 2021 cuando aceptó el “dedazo” de Iglesias. Pudo rechazarlo, también vale aclarar.


Y también cabe recalcar que en la vida se puede hacer cualquier cosa menos no pagar las consecuencias. Y cuando un líder saliente elige a su sucesora de manera casi unilateral, sin una negociación y pacto previo para la transición, suceden luego estos caos. Si hubiera habido una charla previa en la que Díaz, tras analizar datos demoscópicos, le informaba a Iglesias que iba a intentar trascender Podemos y dejarlo arrinconado como una fuerza más de las tantas confluencias, quizás el traspaso de la antorcha no hubiera sido tal. Pero lo hecho, hecho está.

Con el reto delante, Díaz tiene el derecho de conformar una confluencia de partidos a su gusto y sabe, como buena antigua militante del PCE, que poder que se comparte poder que se diluye. No está negociando cómo serán las listas electorales ni el proceso de primarias ni el censo ni el programa (ojalá, pero no), se está pugnando por quién manda. Y esto los líderes morados lo saben y por eso es que la confrontación ha escalado. Están luchando por su mejor supervivencia posible.

Y por más que le pese a algunos militantes morados, nostálgicos de un pasado más exitoso, es el momento de Díaz. Pero además de candidata, hay que ser líder, y sería un grato gesto hacia las bases de la izquierda que intente cohesionar y, ya que ha ganado la prisa, al menos evitar los daños colaterales que genera la confusión de un votante que ve a partidos participar conjuntamente el domingo de algo que no competirá el 28M pero que entre ellos sí competirán. Nada fácil de explicar al ciudadano medio, que ya bastante tiene con esquivar la inflación.

Crónica
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La vicepresidenta segunda del Gobierno, Yolanda Díaz, anuncia en el acto de Sumar que quiere ser la primera presidenta del Gobierno. La ausencia anunciada de Podemos ha marcado la presentación de hoy en Madrid.


 Según las fuentes consultadas minutos antes de acabar estos párrafos, lo que prima es la desconfianza de la cúpula estatal de Podemos (aunque allí hay diversidad de pareceres), cautela y voluntad pactista por parte de las confluencias y, por parte del sector de Díaz, ganas de dejar pasar unos días de reposo. Un dirigente de inobjetable cercanía con la vicepresidenta aseguraba a El Salto que “no hay ninguna voluntad de ruptura" por parte de ella y de sus estrategas con respecto a Podemos. Pero sí hay determinación de mando y de control de los tiempos, claro.

Hace falta una tila, o simplemente un calendario: ¡Que faltan siete meses para negociar las listas electorales! En términos políticos españoles, eso es muchísimo. Los grandes medios, hambrientos de clics y de división de la izquierda, ayudan a acelerar tiempos que no deberían ser acelerados. También, aunque sea caer en un lugar común, no resta recordar lo que está en juego: enfrente no espera llegar al poder la centroderecha al estilo de Angela Merkel sino un PP escorado a la derecha, con un ayusismo incendiario tira leña al fuego, y una ultraderecha como Vox que no quiere un papel de testigo pasivo sino entrar también a La Moncloa. La unidad no es tanto utopía como necesidad.

Las izquierdas tienen que mantener su pulso, con más discreción y cautela si es posible, porque ambos bandos tienen derecho a confrontar pacíficamente por su espacio. Y el votante se haría un favor a sí mismo si no lo viera como una puja de buenos y malos que acabaría inexorablemente en desilusión. Como dijo Immanuel Wallerstein en su libro El colapso del liberalismo: “No hay motivo para el optimismo ni para el pesimismo. Todo es posible, pero todo es incierto. Tenemos que impensar nuestras viejas estrategias. Tenemos que impensar nuestros viejos análisis. Estaban todos demasiado marcados por la ideología dominante”.

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jb7862
6/4/2023 19:50

¿El viejo Podemos? Pero si algunos vemos en Yolanda al viejo PCE intentando recuperar el control de la izquierda, si quienes estaban en la presentación de Sumar en el estrado, superaban la mayoría los 50 y los 60. Al frente de Podemos vemos en cambio a gente joven y muy valiente que se enfrentan cada día a los poderes fácticos, gente joven que aguanta los envites del acoso y la violencia política por atreverse a decir las verdades a la cara. Sumar es el proyecto que necesita el país para reeditar un gobierno progresista, pero el precio parece ser domestidar a un Podemos demasiado díscolo.

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Acaido
5/4/2023 18:19

Efectivamente, poder que se comparte poder que se diluye. Difícil papeleta la de YD, querer diferenciarse de UP sin ser la muleta del PSOE.

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Hodei Alcantara
Hodei Alcantara
5/4/2023 10:42

Por un lado, este artículo deja bien clara las extremas limitaciones de la democracia representativa: Políticos enfrentados entre ellos por sillones mientras el pueblo no elige nada. O superamos este marco mediante una democracia consejista (directa) o seguiremos por la misma senda.
Pero para ello hay que hacer una revolución (cosa poco probable) o tomar el gobierno. Y para ello hace falta una sumar de TODA la izquierda transformadora, sin peleas ni ataques, pero sin prisas. Tanto unos como otro cometen errores, pero estamos en el mismo espacio: Aliaemonos pues!

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scruky
5/4/2023 9:17

Hiperliderazgo hay aquí pero UPyD no sobrevivió cuando a Rosa Díez se le acabó el crédito y Podemos tampoco va a sobrevivir a Pablo Iglesias que está más activo politicamente ahora que cuando era vicepresidente aunque suene ridículo.
IU sobrevivirá a Yolanda como ha sobrevivido a Anguita y eso debería hacer reflexionar sobre lo malo que son los hiperliderazgos cuando no hay unos mimbres detrás para impulsar una candidatura, Sumar no es un partido es una coalición que, guste o no, ha pegado más de un millón de votos que estaban dispersos por ahí, pero claro, si les restamos el millón de votos de los fieles a Podemos tenemos suma cero, Sumar es una UTE para mejorar los resultados en las generales y si se consolida entonces podrá ser algo más, no antes, el problema es quien malintencionadamente o no juega a confundir las cosas, se pide unión en autonómicas y locales cuando ni aún hoy existe eso entre Podemos e IU, y es positivo, porque eso lo deberían decidir los militantes locales y la dirección nacional no debería meterse demasiado ahí porque muchas veces desconoce la realidad de la situación

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