El laberinto en ruinas
La ciudad desmadejada (IV/IV). La ofensiva de los infraseres

Cuando las calles parecían estar bajo control, un nuevo personaje irrumpe para alimentar la caldera mediática y mantener en tensión a la ciudadanía. No eran específicamente gitanos, ni quinquis, ni navajeros, sino todo a la vez. El ethos cani permitía aglutinar los miedos heredados y transformar de nuevo al colectivo de los jóvenes periféricos en un espantajo que justificaba el retorcimiento de las políticas securitarias. Duraron poco. Ya no hay canis porque todos somos canis a nuestra manera.

Dicen que la Historia no se repite, pero rima. De nuevo, el fantasma de las restricciones pasadas se pasea por las ciudades. Aquellas sacudidas a la vida de calle administradas a partir de los noventa no se detuvieron. Con la perspectiva de los años se nos antoja que aquella gestión, no por escandalosa más eficaz, era una suerte de experimento, de maniobra para preparar a la ciudadanía para lo que pudiera venir. Pero en cualquier caso si algo se aprende de la historia es que los pequeños movimientos represivos se hacen adultos, toman vida propia y se tornan más indiscriminados a la hora de establecer objetivos contra los que actuar. El virus es hoy el elemento a batir, un enemigo real. En su tiempo hubo otro elemento extraño que apareció casi por ensalmo. Un elemento pergeñado por la industria mediática que logró introducir en las calles un pánico no menor al que puede levantar una enfermedad contagiosa: el cani.

Desde 2006 la Junta de Andalucía cuenta con la Ley sobre potestades administrativas en materia de determinadas actividades de ocio en los espacios abiertos de los municipios de Andalucía. Conocida como “ley antibotellona”, el objetivo manifiesto era regular las concentraciones en el espacio y el tiempo, facultando para anular cualquier agrupamiento en la vía pública, se consumiera o no alcohol. Además de las expresiones de sociabilidad a exterminar también podrían domeñar otras manifestaciones festivas callejeras, las reconocidas como propias y las heterodoxas (caso de las multitudinarias fiestas con la llegada de la primavera o las fiestas de fin de año), modulando a placer el conjunto del entramado festivo.

Las formas prohibidas de estar y festejar estaban muy arraigadas, así que no resultaba fácil eliminarlas. Profundizar en la política de estigmatización y persecución requerirá hilar cada vez más fino. Estando ya hecho el trabajo de recorte de la fiesta, solamente cabía ir dando las últimas puntadas. Hemos seguido el proceso de la puesta en control de la calle de modo tangencial, en su intersección con la reestructuración de las expresiones festivas señeras, con la Semana Santa como paradigma. Queda pendiente para un más detenido análisis cómo han ido desactivando las antaño formidables expresiones de sociabilidad sevillanas, aniquiladas al amparo de una críptica lucha contra la movida, la botellona y demás entelequias. Se perdió un hecho social formidable, multitudes sin mediación, en busca de las oportunidades para el encuentro que ofrecían la ciudad y el calendario.

Han ido desactivando las antaño formidables expresiones de sociabilidad sevillanas, aniquiladas al amparo de una críptica lucha contra la movida, la botellona y demás entelequias

Las noches pasarían a presentar un aspecto inquietante, sin el bullicio que las caracterizaban. Las prácticas denostadas sobrevivirán a la entrada en vigor de la “ley antibotellona”, mantenidas subterráneamente. Pero los usos colectivos han sido alterados de modo traumático. Las rutas son truncadas, los principales nodos clausurados, erradicados los focos que resurgían, restando simples grupos dispersos y sin posibilidad de vínculo con el espacio. Lo que deambula por las calles es un espectro de lo que una vez fue. Según se agotan los resquicios no quedan más que callejones y soportales, locales improvisados o no acondicionados y con horas de cierre inauditas, domicilios particulares o salir por los territorios baldíos de las periferias.

Multa por charlar en el silencio de la noche
Multa por charlar en "el silencio de la noche"

La amenaza cani

Cuando la problemática de “la movida” daba muestras de agotamiento por la presión policial, la atención pública se dirigió a un segmento de la juventud soslayado hasta el momento y conocido localmente como “los canis“. La capacidad de este personaje alegórico para ser protagonista puede ser explicada por ocupar el nicho de imágenes y esquemas discursivos tejido en torno a “la movida”, formando parte de ésta como factor agravante. La ciudadanía ha aprendido a integrar cada nuevo tipo de personaje en el hueco que el anterior ha dejado en la escena. Dominados los referentes generales, ahora se trabajaba la identificación de un colectivo particular y lo que antes hubiera sido atribuido al magma informe de “la movida”, en cuestión de meses aparece como producto de la existencia misma de “los canis”.

Lo que antes hubiera sido atribuido al magma informe de “la movida” o “la botellona”, en cuestión de meses apareció como producto de la existencia de “los canis”

Son un producto de la exclusión, pero se huye de toda explicación socioeconómica para ser presentados como una fuerza extra societaria caracterizada por el empleo inusual de la violencia. Su descubrimiento mediático puede ser datado en la primavera del 2005 durante una singular oleada de pánico, pero con un precedente, los disturbios en el verano del 2002. A raíz de la muerte de un atracador por un guardia civil de paisano, la barriada de Los Pajaritos sufrió disturbios similares a los acaecidos en los extrarradios parisinos y otras localidades francesas tiempo después. Tras los sucesos de la madrugá del 2000, infantes y jóvenes de la periferia aparecían como elemento desestabilizador confundidos bajo la amalgama de “la movida”. Una vez eclosionen como figura diferenciada, su visualización se estampa sobre el telón de fondo de la Semana Santa y la Feria de Abril, donde los garantes del orden descubren aterrorizados que en ciertas horas y lugares señeros son mayoría.


Un altercado dará pie al estado de alarma que llevará a su emergencia como acicate del miedo. La agresión a un joven empresario a las puertas de una conocida discoteca de su propiedad, en febrero del año 2005, sin mediar palabra y al parecer seleccionado por su apariencia: era un pijo. La denuncia policial va seguida de la presentación pública del caso, con la decidida apuesta del ABC de Sevilla. Tras hacerse eco de la denuncia ciudadana, recibe “cartas al director”. Sus tertulianos se vuelcan y proliferan los reportajes que permiten de nuevo al lector identificar “canis” por la calle. Otros medios de comunicación seguirán este proceder, explotando el nuevo filón con los viejos equipos conceptuales.

La cuestión de clase, determinante para explicar la eclosión de este fenómeno, se obvia o se caricaturiza y distorsiona para convertirlo en herramienta política. Comenta Beltrán Pérez, entonces joven concejal del PP y portavoz de la oposición (ABC de Sevilla 14/2/2005) : ”Sevilla siempre se ha caracterizado por ser una ciudad pacífica y de convivencia (…) la actuación de esta banda de energúmenos, perfectamente identificables, está convirtiendo la noche de la capital en algo más parecido al Bronx que a la ciudad de convivencia que siempre hemos tenido (…) es un ejemplo más de cómo al Ayuntamiento sevillano se le ha ido de las manos el problema de la movida (…) que se tomen en serio un problema que, de no atajarlo de manera inmediata, podría llevarnos a tener que lamentar alguna desgracia“.

El discurso elaborado en torno a “la basca”, “el vandalismo”, “la movida” o “la botellona” se mantiene vivo

El problema ya no es la masa sino agrupamientos precisos, en una paradójica defensa de la noche que la recubre de tintes aún más temibles. Los sucesos que involucran a “los canis”, se multiplican y para el PP los principales problemas de la ciudad serían el vandalismo y el fenómeno cani. La ciudadanía, bien en “cartas al director” o bien ofreciendo su testimonio a requerimiento del periodista, entra en juego. El padre preocupado ve “canis” en todas partes y descubre que su hijo lo es o intenta aparentarlo. Los articulistas tienen tema, algún experto también. El discurso elaborado en torno a “la basca”, “el vandalismo”, “la movida” o “la botellona” se mantiene vivo. Asistimos al mismo proceder, ejercicios taxonómicos y manuales de instrucciones para reconocer la otredad. Por ejemplo (ABC de Sevilla, 27/2/2005):

“Trabajadores o estudiantes de origen modesto por la mañana y jóvenes peligrosos por la tarde, envalentonados por la seguridad que les proporciona ir en grupo. Esta podría ser la definición de los canis (...) ¿Quiénes son los canis? Sus hábitos o conductas son difíciles de clasificar, porque se trata de un grupo bastante heterogéneo, pero presentan características comunes. Suelen llevar gorras de diversos colores -la preferida es blanca-, ropa deportiva de marca y zapatilla también de deportes. El corte de pelo es similar en ellos, con la nuca y la sien muy rapada y el resto del pelo de punta, aunque las modas van por épocas. Guardan gran aprecio a los adornos de oro, y sus formas de actuar o hablar son fácilmente reconocibles. Su medio de transporte es casi siempre la motocicleta, con la que seleccionan a sus víctimas. Cada viernes y sábado emprenden una especie de “cacería” en zonas de movida. Buscan casi siempre hacerse respetar y con frecuencia el robo con intimidación”.

Sirven como indicadores de transformaciones sociales profundas, que permiten reproducir los lugares comunes de la búsqueda de la identidad grupal por la violencia, la falta de modelos y valores, el consumismo, el hedonismo, el presentismo, el fracaso del sistema educativo, la influencia perniciosa de las nuevas tecnologías o la necesidad de endurecer el código penal. El Jefe Superior del Cuerpo Nacional de Policía, el delegado del Gobierno, el Defensor del Pueblo o la Fiscalía de Menores y psicólogos sociales opinarán acerca de este nuevo enemigo público. En Internet divisan toda una constelación “cani”. Cualquier variación argumental es factible: “Como cualquier especie animal, también los ‘canis’, están sometidos a mutaciones para perpetuarse. Les basta con cambiar el ‘uniforme’ de batalla, ponerse ropa normal y quitarse los cordones y sellos de oro. Se convierten entonces en una nueva especie: los canorros” (ABC de Sevilla, 10/3/2005).

El laberinto en ruinas
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Tres meses después de su descubrimiento, según un sondeo el 52% de la población reconoce a “los canis” como fuente de inseguridad (ABC de Sevilla, 8/5/2005). Nueve meses después de activada la alarma son un motivo de atención para las fuerzas de seguridad y se identifica a más de 8.000 “canis”. Los testimonios policiales ofrecen caracterizaciones primarias, cómo reconocerlos, dónde y cuándo (la madrugada es especialmente peligrosa). Si los disturbios a finales del año 2005 en Paris generan alarma ante la perspectiva de su propagación, llegando el Ministerio del Interior español a poner en circulación un aviso de alerta a todas las comisarías, en Sevilla no cabrá sombra de duda pues, como sucediera antes con “la movida”, cuanto acto vandálico suceda en estas fechas será achacado a “los canis”.

Dos años después se publica la primera fase de un estudio piloto comparando 200 jóvenes de “apariencia cani” con otros que no la tienen, por ver si verdaderamente son diferentes al resto . Pero la cuestión fue resuelta con el caso que sirvió de detonante. La inicial puesta en libertad de los “canis” que agredieron al dueño de una discoteca desencadenó una airada respuesta tanto del delgado del Gobierno como del Defensor del Pueblo, y finalmente serán condenados. La Titular del Juzgado Penal número 10 de Sevilla, tras resolver el principal problema (la atribución de la autoría cuando actúa un grupo), condena a tres de los implicados, jóvenes que, sentencia, están “diferenciados de otros por su forma de vestir y comportamiento, conocido en ambientes juveniles por el calificativo de canis”.

No dejes que te quiten la calle

Los científicos sociales británicos se han ocupado de su “underclass”. En Francia los disturbios protagonizados por jóvenes, como los sucesos de Paris en 2002 y 2005, han propulsado un intenso debate. Quizás fuera oportuno las traslaciones a partir de los análisis de las insurrecciones urbanas en Estados Unidos, como las acaecidas en Los Ángeles en 1965 o en 1992. Lo asombroso no es que estos estallidos tengan lugar sino que, dado nuestro tipo de sociedad, no sean más frecuentes. Desde luego “el cani” es real, o al menos hay a quienes se aplica tal apelativo y se exhiben como peligrosos. Por medio de la caricatura han tomado conciencia de sí. El revuelo tuvo el efecto imprevisto de ofrecer por vez primera un protagonismo a estos sujetos que asumirían el estigma y el rol asignado, con lo cual las conductas problemáticas se dispararon. El círculo se retroalimenta con la sobreexposición de cualquier incidente aislado.

El personaje entró en escena para alimentar la caldera mediática, mantener en tensión a la ciudadanía y justificar las políticas de control. Parecía el posible relevo de “la movida” y “la botellona”. Pero a pesar de rebrotes ocasionales, el fenómeno fue corregido gracias a una presión policial sostenida. Al menos así concluía un informe policial, presentado a los medios de comunicación a finales del 2007. Un periodista contextualizaba la noticia apelando a la memoria de lo que habría de ser un capítulo más de nuestra historia reciente (Diario de Sevilla, 10/12/2007): “En aquellos tiempos proliferaban los ataques protagonizados por pandillas de jóvenes que agredían a otros en las zonas de ocio de la ciudad...”.

Aún quedaban capítulos por abrir, siendo el más sobresaliente el asesinato de Marta del Castillo, que desde comienzos de 2009 dará pie a un folletín seguido a escala nacional durante años. El caso es confuso, siendo lo único claro que la sostenida cobertura en los medios de comunicación y una desbordante movilización ciudadana acabarán arropando la modificación de la Ley del menor y la introducción de la cadena perpetua. Si los canis volvieron por la puerta grande, también la movida y la botellona se mantendrán latentes, como tantas otras amenazas al orden que se suceden desbaratando las calles de la ciudad.

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