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Se puede decir que conocí personalmente a Juan José Téllez cuando me lo presentaron en la boda de Vázquez de Sola, allá a finales de los 90 del siglo pasado, pero creo que tuve la suerte de conocerlo antes de estrechar por primera vez su mano. Lo conocí cuando pude leer el primer poemario suyo que cayó en mis manos en aquella biblioteca de Vázquez de Sola en la disfruté de mi primer trabajo remunerado fuera de la vendimia tradicional que hacía con una familia del pueblo.
Téllez tiene la misma condición de entonces, es capaz de conectar con la gente joven siempre. Una cosa fue detrás de otra, y en poco tiempo y cuantas veces pude, me situé siempre a su lado (de forma simbólica) pero en verdad quería ser su amigo (de forma real) … y algo más, quería ser compañero de tribu. Qué ilusión me hacía ir a buscarle como correligionario y llamarle para cuanto hiciera falta a nuestros proyectos. Siempre había un proyecto donde pudiera estar porque no solo es versátil si no que tiene el molde justo para que todo se haga grande con su presencia y marchamo.
Me esforcé en formar parte de esa pandilla mestiza, enorme, difusa, planetaria, plural… que acompaña a Téllez allá donde va. Ese ejército de Pancho Villa del que tanto el poeta en sus charlas nos ha hablado… Como una verdadera revelación de lo que era para mí un poeta, así se mostró la poesía de Téllez, y así descubrí también al hombre (ser). Tenía en mi imaginación a lo que supuso Rafael Alberti para otras generaciones , aunque pude despedirlo cantando la internacional junto a otros jóvenes en el Penal del Puerto, no tuvimos la suerte de tenerlo tan cerca como inspiración para la militancia política.
En la cafetería de la facultad de filosofía y letras de Málaga (me voy a poner en tono papel de cebolleta) a finales los 90, escuchaba a emergentes poetas que saturaban mi universo con palabras caídas en una predecible versificación de cosas mundanas sin alma. Poetas que después crecieron y algunos de ellos prosperaron al parnaso oficial, pero que después han seguido diciéndome poco o nada. Puede ser que ellos no hayan evolucionado o que yo no he evolucionado mucho, pero permitirme la licencia de pensar que han sido ellos. Vamos que no me parecieron más aburridos entonces como ahora. Descubrir al poeta Juan José Téllez y tenerlo a mano gracias a la amistad común con Vázquez de Sola, ha sido sin duda uno de los momentos claves para entender mi concepción de la poética andaluza, la solidaridad entre las dos orillas o aquella búsqueda de humanidad tras los muros de una cárcel. El poeta que trasciende a su obra es el poeta que necesita cualquier civilización, y la del Sur de la Europa Fortaleza necesita de voces que deconstruyan los mitos, los ritos, las palabras, lo cotidiano, … en rimas y músicas que alimenten el alma.
Téllez tiene la suerte de poder trascender con su obra, porque destripa la cruel realidad del capitalismo, y va separando las voces de los ecos, de una manera cadenciosa, como su habla, de una manera luminosa, como su mirada cuando mira hacia el prójimo. Por esto en Los últimos pieles rojas nos regala un universo ya conocido, del que se pueden extraer lecciones históricas o donde podemos lamentar ciertas ausencias. En todo caso un poemario donde la nostalgia tiene suficiente altura para no hacer pie, pero no la suficiente para ahogarte. De este poemario todos salimos a flote, su lectura es como la inmersión en un río grande de aquel Oeste otrora salvaje y hoy domesticado…que él trata con sus versos para que vuelva a la actualidad. “¿Dónde estarán las alegres muchachas/los prófugos felices del té de las cinco/los bravos camareros de la taberna del mar/los ladrones de libros, los poetas del crimen?”
Los pieles rojas han vuelto cabalgando sobre los versos que nos ha regalado esta edición que tiene forma estética de portada de cómic, y que incluye dentro más de una viñeta poética donde retratarnos como especie, vernos y reírnos, porque llorar ¿acaso no es lo mismo?.
He podido ver el alumbramiento de alguno de los poemas, como el de Europa, que lo recitó en el Parlamento Europeo junto a Lucía Sócam, cuando acompañaron estos dos artistas a la familia García Caparrós y otras víctimas de la transición a denunciar la impunidad de los asesinatos de aquel período de transición más violento que modélico. Fernando Lobo lo ha musicalizado muy bien para deleite de propios y extraños.
Porque seguimos creyendo en el ser humano, aunque se diga que tal como va el mundo parece que tenemos ganas de desaparecer. Palestina, cambio climático, postpandemia, ultras, fronteras, más guerras… y aún nos queda espacio para el amor y la esperanza pues gracias a poetas como Téllez no olvidamos que podemos cambiar, mirar y sentir la vida tal cual… para poder cambiarla. Ya lo dice en Credo:
“En eso creo, en los oscuros narcóticos de la vida,
en las páginas de un periódico en los charcos,
en el tremolo lánguido de una guitarra tuberculosa,
en el partido que no busque palacios de infierno”.