Educación
Mensajes subliminales de la innovación pedagógica

En educación, como en todo lo demás, necesitamos menos publicidad emocional enmascarada y más debate racional
11 jun 2024 06:00

Los mensajes subliminales son comunicaciones unidireccionales imperceptibles para la conciencia de quien los recibe que pueden influir en su voluntad, comportamiento o pensamiento consciente. Por ello, la mera existencia de un mensaje subliminal eficaz puede considerarse manipulación: es una intervención ilegítima en la conducta ajena por medios que se ocultan consciente e intencionadamente.

En el ámbito de la comunicación humana, los mensajes subliminales se vinculan a la comunicación no verbal (en situaciones en las que estamos ante nuestro interlocutor, claro). La comunicación no verbal incluye la coreografía corporal, los gestos sutiles del rostro o de las manos, los cambios tenues de la postura, la mirada (ligera o penetrante) que acompaña a las palabras; la entonación de la voz, el ritmo, la velocidad o el timbre. Quienes han estudiado el asunto aseguran que en las conversaciones presenciales la mayor parte de la información la transmitimos por esta vía, mucho más que por aquello que explícitamente decimos.

Educación “cooperativa”, “activa” e “inclusiva”, o una enseñanza “centrada en el alumno”… ¿Qué mensajes subliminales traslada?

Y en caso de contradicción entre lo que dicen las palabras y lo que trasmite el gesto, el receptor del mensaje entiende perfectamente que lo que en verdad piensa su interlocutora no es lo que está diciendo, porque el lenguaje no verbal  prevalece y desmiente a las palabras. Las palabras pueden mentir; los gestos, mucho menos. Por ahí debe estar el fundamento de los detectores de mentiras. En nuestra época de chats y mensajes de todo tipo vía móvil, se ha generalizado el uso de pictogramas que imitan expresiones faciales, los famosos emoticonos, a través de los cuales transmitimos estados de ánimo (reales o fingidos) y matizamos mensajes que de otra forma podrían resultar ambiguos.

Al parecer, cuando se empezó a investigar el lenguaje no verbal, se hizo pensando en el trabajo de comerciales, directivos y ejecutivos (ajá, nos vamos acercando al meollo de la cosa). Es algo que resulta evidente en las campañas electorales, convertidas en publireportajes para mayor gloria de los candidatos. Esas imágenes propagandísticas, con la candidata o el candidato como si fuera el protagonista de una historia épica, mirando a la lejanía con profundidad metafísica o sonriendo a la cámara con mucha autoestima y seguridad. Esas melodías de fondo. Esas voces narrativas en off. Esas cámaras lentas.

La publicidad utiliza todos los medios a su alcance para vender productos, cualquier producto. “Vender”, aquí, lo podemos entender tanto literalmente como en forma diferida, ya que el objetivo es generar opinión favorable hacia un producto que se venderá literalmente tal vez a medio o largo plazo. Tanto la publicidad encubierta como la subliminal están prohibidas. Pero, en cuanto a esta última, la ilegalidad afecta a su versión dura, es decir, a las técnicas que incorporan expresamente estímulos no perceptibles. Sin embargo, el alma de la publicidad más sofisticada consiste precisamente en trasladar insinuaciones y mensajes indirectos, no explícitos.

Presentan sus propuestas como “aprendizaje activo”, pero no hay ningún aprendizaje que pueda ser pasivo

Y eso no está prohibido, está a la orden del día. A través de colores y formas seductoras, de palabras que generan dobles sentidos, de melodías muy elegidas, de voces sugestivas y sexis…los publicistas consiguen crear en el receptor asociaciones y predisposiciones positivas a favor del producto que quieren vender (lo cual, debo admitir perpleja, no sirve de explicación en el caso de los anuncios chillones y estridentes de la radio, cuyo mecanismo de influencia no consigo ni remotamente explicarme).

Escoles lliures
Una xiqueta i un xiquet experimentant a través del joc a un espai a l'aire lliure en Apapachoa (Castelló) Paola López

En el discurso pedagógico de la innovación hay unas cuantas constantes que se repiten machaconamente que me han llevado a pensar en todo esto. Porque, cuando dicen que la suya es una educación “cooperativa”, “activa” e “inclusiva”, o una enseñanza “centrada en el alumno”… ¿Qué mensajes subrepticios están lanzando realmente? Sí, estoy preguntando qué mensajes subliminales están trasladando a nuestro lado emocional, esquivando los filtros de la racionalidad crítica. ¿No cabe sospechar que cuando presentan sus propuestas como “aprendizaje activo”—por ejemplo— están sugiriendo implícitamente que lo demás es aprendizaje pasivo?

El caso es que no hay ningún aprendizaje que pueda ser pasivo. Pensémoslo: ¿Cómo iba a serlo? Una cosa es que aprender, en determinados momentos, requiera silencio, paz, concentración ensimismada (es decir, no estar saltando o jugando al corro de las patatas, o poniendo post-it con las amiguitas en una cartulina) y otra cosa es que la estudiante o el alumno sean sujetos (o peor, objetos) pasivos de lo que aprehenden. No es necesario ser kantiana de estricta observancia para reconocer que Kant mostró que el acto de conocer (y por ende, el de aprender) implica necesariamente la participación activa del sujeto que conoce (o que aprende). ¡Es que, si no, no hay conocimiento (ni aprendizaje) ninguno!

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¿Habéis visto la atención absorta de un grupo de criaturas escuchando un cuento? Que estén quietas, ¿quiere decir acaso que están pasivas?

A veces, el marketing pedagogista asocia presunto aprendizaje pasivo al que se produciría en la temida clase magistral. Aclaremos que una clase magistral no es una conferencia, porque la docente interactúa constantemente con el grupo, haciendo preguntas, provocándoles, pidiéndoles que actualicen verbalmente lo aprendido en clases anteriores, para engancharlo con lo que verán hoy. Pero es que incluso lo que aprendemos en una buena conferencia de alguien que habla sobre un tema que conoce a fondo… ¿De verdad podemos considerarlo aprendizaje pasivo? ¿No nos revolvemos en la silla de emoción (o de disgusto), deseando profundizar y saber más (es decir, aprender) del tema en cuestión? ¿No activa nuestras neuronas y—en algunas ocasiones sublimes— hasta eriza los pelos y tensa los músculos de todo nuestro cuerpo?

La tenue sonrisa que se nos instala en los ojos brillantes cuando escuchamos a alguien que habla de forma competente de algo, de-lo-que-sea, ¿no revela un cerebro en ebullición? ¿No salimos de la clase o de la conferencia tocadas, conmovidas, afectadas, desenado aplicar lo aprendido, ver cómo funciona en otros contextos, completarlo, extenderlo, profundizarlo? ¿No nos regocijamos de comprobar cómo lo recién aprendido encaja con otras cosas que ya sabíamos? ¿No nos desasosiega que contradiga a nuestro conocimiento previo porque nos obliga a revisarlo? ¿No desempolva aprendizajes que teníamos relegados en algún rincón de la sesera, reactivándolos gozosamente?

¿Aprendizaje pasivo? ¡Anda ya! ¿Y habéis visto la atención absorta de un grupo de criaturas escuchando un cuento? Que estén quietas, ¿quiere decir acaso que están pasivas? ¿De verdad? Y sí, hay buenos profesores y regulares; y algunos malos. Como hay buenas conferenciantes y otras que no lo son tanto. Como fontaneras o ingenieras. Nada de ello tiene que ver con supuestos aprendizajes activos o pasivos.

El pedagogismo se expresa en clave publicitaria, enviando mensajes subliminales camuflados que rehúyen la discusión razonada

Pues así con todo: aprendizaje colaborativo, educación comunitaria, el alumno en el centro, aprender a aprender, aprender haciendo… Olga García y Enrique Galindo, en su imprescindible Aprendizaje basado en proyectos: un aprendizaje basura para el proletariado (editorial Akal) denuncian el lenguaje biensonante del que recurrentemente se sirve el pedagogismo innovador. Bien: creo que dirigir la atención a las escuelas de marketing y a las técnicas de venta nos dará algunas pistas sobre lo que ese lenguaje esconde. El pedagogismo se expresa en clave publicitaria, enviando mensajes subliminales camuflados que rehúyen la discusión razonada. Y en educación, como en todo lo demás, necesitamos menos publicidad emocional enmascarada y más debate racional. Aunque me temo que, si retiramos de algunos discursos el celofán y los lacitos, poco más que humo nos va a quedar entre las manos.

 

(Texto elaborado por la autora a partir del original en euskera publicado en Argia, “Mezusubliminalak”)

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