Deportes
Baloncesto, el gran embajador deportivo de Israel
Las exitosas protestas contra la participación del equipo Israel Premier Tech en la Vuelta ciclista a España pusieron el foco del activismo propalestino en uno de los frentes que el Estado de Israel mejor maneja desde su fundación en 1948: el uso del deporte como herramienta de normalización, reconocimiento y propaganda. Solo cuatro años después, ya estaban participando en los Juegos Olímpicos de Helsinki. En comparación, Palestina no formó parte de la gran cita deportiva global hasta Atlanta 1996, a pesar de tener Comité Olímpico propio desde 1969.
Y si hay una disciplina deportiva en la que, tradicionalmente, ha funcionado el sportwashing israelí es el baloncesto. Con resultados discretos en cuanto a la selección nacional, este papel de gran embajador deportivo lo cumple el club Maccabi de Tel Aviv, uno de los equipos más potentes en las competiciones europeas desde su debut en la antigua Copa de Europa en 1958, máximo torneo que, con sus distintos formatos y denominaciones, ha ganado seis veces.
El baloncesto europeo abrió los brazos a Israel desde el salto inicial: la selección ya participó en el Eurobasket de 1953 y el Maccabi fue uno de los clubes fundadores de la Copa de Europa
Sí, sí, de Europa. Aunque, geográficamente, el Estado de Israel ocupa territorio asiático, su participación en las competiciones deportivas de este continente siempre ha sido polémica y discutida por sus vecinos. Las federaciones y equipos israelíes no han sido definitivamente integradas en el Viejo Continente hasta tiempos relativamente recientes (por ejemplo, se les excluyó de los Juegos Asiáticos en 1981, y el fútbol no se integró en la UEFA hasta 1991). Sin embargo, el baloncesto europeo abrió los brazos a Israel desde el salto inicial: la selección ya participó en el Eurobasket de 1953, y el Maccabi fue uno de los clubes fundadores de la mencionada Copa de Europa, precursora (con muchos matices) de la actual Euroliga.
El Maccabi, embajador deportivo de Israel
El deporte moderno ha sido un aglutinador muy importante para las comunidades judías en todo el planeta desde el siglo XIX. El sionismo, ya en su segundo congreso en 1898 y en boca de su cofundador Max Nordau, apostó por fomentar la práctica deportiva. En ese contexto se encuentra el movimiento macabista, fundado en 1921 con el nombre de Maccabi World Union y que se define como “una entidad sionista que, a través del deporte, busca el acercamiento y la integración de los judíos en sus respectivas comunidades, sobrepasando cualquier barrera política”.
A dicho movimiento, que desde los años 30 del pasado siglo organiza los Juegos Macabeos, se adscribe el Maccabi de Tel Aviv, fundado en 1906 y con sección de baloncesto desde 1932, pero hay muchos más clubes con esta denominación, casi todos fundados en los asentamientos judíos del mandato británico de Palestina en esa primera mitad del siglo XX. Posteriormente, escindidos o inspirados en el macabista, surgieron otros movimientos deportivos judíos, vinculados a otras organizaciones políticas: la asociación Hapoel, que significa “trabajador”, se creó en 1926 vinculada al laborismo y al sindicato Histadrut; y también se agruparon alrededor de clubes deportivos la ultraderechista agrupación Betar o la religiosa pero también obrerista Elitzur. Esto explica la continua repetición de estos nombres de equipos en el deporte israelí.
El Maccabi de Tel Aviv ganó su primer título europeo en 1977, y en 1978 fue el primer equipo de fuera de Estados Unidos en recibir la visita de un equipo NBA (ganando a Washington Bullets, 98-97, en Tel Aviv). Los años 70 son una década fundamental en el mal llamado “conflicto árabe israelí”, y desde entonces sus desplazamientos internacionales van acompañados de un importante despliegue de seguridad, con agentes más o menos de incógnito del Mossad acompañando a los deportistas e imponiendo sus criterios en esta materia a los propios cuerpos policiales de cada país que visitan.
Esto es algo que conocen bien los aficionados al baloncesto, no digamos ya el activismo que lleva décadas aprovechando las visitas del Maccabi para denunciar el sportwashing israelí, con más o menos ahínco según el momento político. Se pudo comprobar en la Final Four de la Euroliga celebrada en Madrid en 2008, donde el equipo de Tel Aviv fue subcampeón ante el CSKA Moscu ruso, y en la que no hubo protestas relevantes. Fuentes que trabajaron en la organización de la misma recuerdan, como anécdota, que “cuando entrenaban se quedaban ellos absolutamente solos, echaban hasta al personal de seguridad privada, algo que no hacían los otros equipos. Y durante el partido, los agentes del Mossad se ponían detrás del banquillo, de pie, sin dejar ver, y cuando el público se quejaba hacían como que no entendían lo que les decían”.
Cuatro años antes, en 2004, la Final Four de la Euroliga había sido en Tel Aviv, con título del equipo anfitrión, a pesar de las protestas de varias hinchadas organizadas del resto de equipos, que alegaban la inseguridad de disputar un torneo de estas características en plena Segunda Intifada. De hecho, el Valencia Basket, entonces Pamesa, se negó a disputar un partido en Tel Aviv esa temporada, preocupados por la situación tras el asesinato extrajudicial en Gaza del líder y fundador de Hamás, Ahmed Yassin. Pero la organización del torneo hizo oídos sordos, argumentando que tanto el Maccabi como el mismo gobierno de Israel garantizaban la seguridad del evento, que cancelarlo sería “dar alas al terrorismo” y que “Tel Aviv no es más insegura que Moscú o Madrid”, ciudades que acababan de sufrir graves atentados. El Maccabi ganó su cuarto campeonato de Europa sin apenas prensa ni aficionados internacionales, pero sí un contingente de dos mil agentes de policía. Era un contexto diferente al de la anterior Final Four celebrada en Tel Aviv, en 1994, cuando el Joventut de Badalona se proclamó campeón, y donde el horizonte parecía esperanzador para la paz: poco después serían los famosos acuerdos de Oslo simbolizados por la foto de Arafat y Rabin estrechando sus manos, escoltados por el presidente estadounidense Bill Clinton.
Pero, últimamente, al Maccabi Tel Aviv, que además de esos seis títulos europeos es el gran dominador del baloncesto israelí con 57 títulos de liga nacional de 70 posibles, le ha salido competencia deportiva... y compañía en lo político. Aprovechando la caótica configuración de las competiciones europeas de baloncesto, otros equipos han ido ganando importancia: en Euroliga desde esta temporada le acompañan sus vecinos del Hapoel de Tel Aviv y otro Hapoel, el de Jerusalén, lleva años siendo muy importante en la segunda competición, Eurocup. Y, en la miríada de competiciones europeas de otros niveles, encontramos apariciones destacadas de otros conjuntos israelíes que, en sus desplazamientos internacionales, replican ese proceder respecto a la seguridad que explicábamos anteriormente.
La tormenta perfecta
El 15 de octubre se vivió una tormenta perfecta: pocos días después de anunciarse, a bombo y platillo, el acuerdo entre Hamás e Israel para un alto el fuego, tres equipos israelíes jugaban en territorio español en competiciones europeas de baloncesto. Los mencionados Hapoel de Tel Aviv y Hapoel Jerusalén jugaban Euroliga en València y Eurocup en Manresa, respectivamente. Se sumaba el menos conocido Bnein Penilik Herzliya, que jugó en Tenerife partido de Basketball Champions League, otra competición auspiciada por la FIBA (no, no intentes entender cuántos torneos hay). En las semanas previas hubo numerosas llamadas a la cancelación de estos partidos por parte del movimiento en solidaridad con Palestina, así que, con las protestas de la Vuelta aún frescas y, ante la negativa a atender estas peticiones por parte de las autoridades deportivas y políticas, las correspondientes Delegaciones del Gobierno declararon los encuentros “de alto riesgo” y, con muchas dudas, los clubes decidieron que se jugaran a puerta cerrada: sin público en el pabellón.
Baxi Manresa y La Laguna Tenerife emitieron un comunicado conjunto explicando su decisión tres días antes de sus respectivos encuentros, explicando que “rechazamos categóricamente cualquier forma de violencia o vulneración de los derechos humanos” pero “no podemos decidir, de forma unilateral, no jugar los partidos (...) con el consecuente riesgo de sanciones disciplinarias y económicas”. El Valencia Basket, propiedad del empresario Juan Roig, tardó un poco más y fue mucho más escueto al comunicar su decisión, que definieron como “la menos mala”: “Ante el riesgo existente y las recomendaciones de las fuerzas y cuerpos de seguridad (...) el Club se ve obligado a poner por delante la seguridad (...)”, argumentaron, sin mención alguna a la situación política.
Sin público en las gradas, las movilizaciones se dieron en las inmediaciones del Roig Arena valenciano, el Nou Congost manresano y el Santiago Martín lagunero. En València hubo cargas policiales; y en Barcelona las protestas llegaron incluso a la puerta del hotel donde se alojó el Hapoel de Jerusalén, donde los Mossos d’Esquadra usaron gases lacrimógenos para permitir el paso al autobús, bloqueado por los activistas.
Más de un mes después, con la actualidad de Palestina ocupando menos espacio en los medios de comunicación pese a los continuos incumplimientos del alto el fuego, ha habido otra visitas israelíes a un equipo de la liga española. Otro Hapoel, en este caso el de Holon (Jolón, en castellano), jugó en cancha del Joventut de Badalona, en partido de Basketball Champions League, también a puerta cerrada “siguiendo las recomendaciones de las autoridades competentes y ante las movilizaciones convocadas”. Hay que mencionar que los ultras del Hapoel Holon ya provocaron graves incidentes en Bilbao en la disputa de la Final Four de esta competición en 2022, llegando a arrancar y quemar banderas palestinas que colgaban de propiedades particulares en las calles bilbaínas, algo que no sucedió en la ciudad catalana. Lo que sí hubo fue un importante despliegue policial en las inmediaciones del Olimpic Arena, donde se reunieron dos centenares de manifestantes propalestinos gritando consignas contra el genocidio.
Las hinchadas se movilizan
En los casos manresano y badalonés es importante destacar que, junto a los grupos locales de solidaridad con Palestina, habían pedido la cancelación del encuentro las propias peñas de los equipos: Grada d'Animació, Fora Dubtes y Zona Roja por Manresa, Dimonis Verd i Negres y La Cantonada CJB por la Penya. En sus respectivos comunicados afirmaban que “el baloncesto no puede vivir en una burbuja al margen de la realidad”, unos, e instaban a su club y a las autoridades deportivas “a actuar con valentía y coherencia, priorizando los derechos humanos sobre cualquier otro interés deportivo o económico”, los otros. Sin embargo, en Canarias y València, la voz cantante la llevaron movimientos cívicos, sin apoyo explícito desde la masa social de los equipos.
Quedan más visitas de este tipo. Ya para el arranque de 2026, en Euroliga, se sucederán las de Hapoel Tel Aviv y Maccabi Tel Aviv a Real Madrid, Barça y Baskonia, de Vitoria-Gasteiz. Antes dependía de sorteos de emparejamientos, pero con el actual formato de competición, cada temporada ha habido vista del Maccabi a estas ciudades, no siendo extrañas las movilizaciones de denuncia de la situación en Palestina. La voz cantante la han llevado fuera del campo los grupos de solidaridad internacionalista locales, pero en los casos del Barça y el Baskonia, hinchadas como Sang Culé, Dracs 1991 o Indar Baskonia llevaron la protesta —en la medida de lo posible— al interior de los pabellones, mientras que ninguna peña madridista ha participado en acciones de este tipo. Los mencionados grupos, junto a Impresentables y Demencia (Estudiantes), Zona Norte (Obradoiro), Fuenlabrada Blues (Fuenlabrada) y Zona Roja (Manresa), firmaron ya en 2014 un comunicado que entregaron en la sede de la Euroliga, sita en Barcelona, solicitando “expulsar al Maccabi (...) en apoyo al pueblo palestino”. No, esto no empezó con la Vuelta ciclista ni el 7 de octubre de 2023.
¿Y dónde se jugarán? Desde el inicio del actual genocidio, los equipos israelíes estaban obligados a jugar en “campo neutral” sus partidos como locales: el Maccabi Tel Aviv y el Hapoel Jerusalén eligieron Belgrado (Serbia); el Hapoel Tel Aviv, Sofía (Bulgaria); el Hapoel Holon, Riga (Letonia); y el Bnein Penilik Herzliya, Opava (República Checa). Pero el 21 de octubre, la asociación de clubes que organiza la máxima competición europea de baloncesto, ECA (Euroleague Commercial Assets), decidió “discutir la situación actual en Israel y Gaza tras el alto el fuego y las iniciativas de paz recientemente anunciadas” y lanzó públicamente “la propuesta de establecer el 1 de diciembre como la fecha para reanudar los partidos en Israel”.
Este anuncio recibió las inmediatas quejas de equipos como el mencionado Valencia Basket, agraviado por haber tenido que jugar contra el Hapoel Tel Aviv sin su público, y de los dos equipos turcos de esta competición, el vigente campeón Fenerbahce y Anadolu Efes: niegan que esta sea una decisión consensuada por todos los clubes. Pero hay más: las dos últimas temporadas, los partidos como locales de los conjuntos turcos contra los israelíes se han jugado fuera de Turquía, en países como Lituania, Letonia o Alemania. Alegan públicamente motivos de seguridad, aunque en el fondo, se trata de una decisión política del gobierno turco. A la hora de escribir estas líneas, no ha habido más comunicaciones oficiales al respecto.
Los Hapoel: del sindicalismo a los oligarcas
A estas alturas de la película, lo de “no se debe mezclar política y deporte” solo se puede mantener desde posiciones de inocencia o de, precisamente, estrategia política... y comercial. Mencionábamos los orígenes obreros de los equipos Hapoel, vinculados desde los años 20 al sindicalismo de la Histadrut que tan importante fue en la creación del Estado de Israel en 1948. De hecho, esta confederación sindical llegó a ser el mayor empleador del nuevo país, siendo propietario directo de empresas y fábricas. Por ello, la tradición de los equipos Hapoel es fuertemente obrerista, y normalmente sus grupos ultras suelen cumplir todos los tópicos estéticos de las hinchadas “antifas” que podamos imaginarnos: retratos del Ché y Marx, campañas contra el racismo... Incluso, en el caso del Hapoel Tel Aviv, sus ultras están hermanados con los del St. Pauli alemán.
Pero el mercado libre todo lo puede. Igual que el resto de la economía israelí sufrió procesos liberalizadores a partir de los años 80 que supusieron la venta de muchos de los activos de la Histadrut, también hace décadas que los equipos Hapoel son empresas deportivas privadas sin relación directa con sindicatos o partidos. Tienen propietarios con nombres y apellidos, aunque en algún caso mantengan por estatutos parte del accionariado para su masa social. Y, en el caso de las secciones de baloncesto de los dos Hapoel que nos ocupan, tienen y han tenido empresarios bastante turbios en sus palcos.
El Hapoel Tel Aviv se fundó en 1935 y en baloncesto fue muy importante en los años 60 (esto es, alguna vez le ganaba al vecino Maccabi), y ahora ha reverdecido laureles gracias a la millonaria aportación del empresario sionista Ofer Yannay, propietario de la empresa de energías renovables Nofar Energy. El típico mecenas que busca protagonismo con fichajes de primer nivel como el del base serbio Vasilije Micic, buenos resultados deportivos (se ganaron la plaza para Euroliga al ganar la pasada Eurocup en la final al Gran Canaria y en unas calientes semifinales contra Valencia Basket) y con declaraciones escandalosas en medios y redes sociales. No solo con piques deportivos, como el que tuvo con el entrenador del equipo valenciano Pedro Martínez, en este calentito octubre, sino que llegó a desautorizar en público al community manager de su propio club cuando puso un tuit en apoyo a la huelga que, el pasado mes de agosto, pedía negociación y esfuerzo diplomático para la liberación de los rehenes de los ataques del 7 de octubre. “No he aprobado esto. Mala decisión, bórrenlo”. Yannay apuesta más por la línea dura del gobierno de Netanyahu.
El otro Hapoel del que hablamos, el de Jerusalén, fue fundado en 1943 y su sección de baloncesto logró hace ya dos décadas discutir la supremacía del Maccabi y ser el primer equipo israelí aparte de ellos en ganar un título europeo, al superar en 2004 al Real Madrid en la ULEB Cup (actual Eurocup). Nada en una ciudad tan simbólica como Jerusalén es casual, y aunque en origen jugaban en el centro histórico de la misma, en los últimos tiempos tienen su sede, el moderno Pais Arena, en la parte occidental que el Estado de Israel considera su capital pese a las negativas internacionales a reconocerla como tal.
Desde 2023, su propietario es el joven millonario israelí-estadounidense Matan Adelson, hijo de los empresarios del juego Miriam y Sheldon Adelson, donantes no solo de la campaña de Donald Trump sino también de diversos lobbies de apoyo al Estado de Israel a través de la fundación familiar. Entre ellos encontramos al Maccabee Task Force, cuyo trabajo se centra en contrarrestar las campañas del movimiento BDS (Boicot, Desinversión y Sanciones) en las universidades estadounidenses.
Los Adelson siguen así una ya reseñable tradición de propietarios del Hapoel Jerusalén con perfiles similares: grandes empresarios de diversos países con intereses “filantrópicos” en Israel. Nombres como el ruso-israelí Arcadi Gaydamak, el brasileño-estadounidense Guma Aguiar o el israelí Ori Allon, quien pasó a la historia por cerrar el fichaje más importante, o al menos llamativo, del conjunto jerosolimitano, el del pívot seis veces all star de la NBA Amar'e Stoudemire. Afroamericano, pero con raíces judías, se fue interesando cada vez más por la espiritualidad hebrea, lo que le llevó a jugar tres temporadas en el Hapoel Jerusalén, entre 2016 y 2019. “Siento que puedo ser yo mismo en Israel. No tengo por qué sentirme como un paria porque quiera llevar una vida religiosa”. Terminó su carrera deportiva en 2020 con 37 años, tras un breve paso por China, siendo el MVP de la liga israelí... pero con el Maccabi Tel Aviv, para que se cumplan las tradiciones.
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