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Coronavirus
Pandemias globales: la contribución del embudo agroalimentario
El 95% de nuestro consumo acaba concentrándose en tan solo 19 cultivos y 8 especies ganaderas. En este país, por ejemplo, uno de cada cuatro productos que llegan a nuestra mesa ha pasado por el embudo de Mercadona, que pretende sumar 200 supermercados a los 1.500 que ya tiene.
El coronavirus no es una distopía, es la consecuencia real de la falta de utopías concretas y del exceso de liquidez social (la que nos ha venido disgregando a través del consumo) y de liquidez monetaria (inversiones a futuro ávidas de extracción exponencial de recursos naturales). El COVID-19, como cualquier otra pandemia global, no tiene capacidad de reproducción por sí mismo. Necesita salir de su entorno, invadir otras células, capturar proteínas a su favor y continuar su huida hacia la deforestación de otros organismos.
Más deforestados, más vulnerables somos. La depredación forestal en el planeta ha supuesto una disminución de 130 millones de hectáreas en las últimas dos décadas. En América Latina o en África los mercados de materias primas o del llamado “oro verde” (la soja) son los principales responsables de la erosión y desestabilización de ecosistemas. Soja para la ganadería que satisface un consumo insustentable de carne en los países centrales. Materias primas para desarrollar un sistema productivo y tecnológico que no deja de ofertarnos novedades y con ello un crecimiento exponencial de nuestra huella ecológica. Detrás de estos grandes flujos están grandes empresas, detrás de las cuales están grandes fondos de inversión. Como nos recuerda el catedrático de economía aplicada, Manuel Delgado Cabeza, solo en la primera década del presente siglo el capital especulativo pasó de invertir 5.000 millones de dólares a 175.000 millones.
Comemos tres veces al día, luego “food is gold”, anunciaba un titular del New York Times. La crisis inmobiliaria de 2.008 no hará sino enviar señales para canalizar inversiones especulativas en el sector de la alimentación
Comemos tres veces al día, luego “food is gold”, anunciaba un titular del New York Times. La crisis inmobiliaria de 2.008 no hará sino enviar señales para canalizar inversiones especulativas en el sector de la alimentación. Se generarán entonces nuevas alianzas entre el sector químico y el farmacéutico, como la absorción de Monsanto por Bayer en 2016; y la adquisición en 2017 de ChemChina por Syngenta en el ámbito de las semillas y los agrotóxicos. Crecer y concentrar la oferta en forma de “regímenes corporativos” para controlar oferta y demanda a escala mundial (Harriet Friedmann y Philip McMichael). Entre tres compañías, estando a la cabeza John Deere, se reparten el 75% del pastel de la maquinaria agrícola.
Este embudo inversor facilita un embudo en la distribución alimentaria, con la consiguiente pérdida de biodiversidad en nuestros campos y en nuestros paladares. El 95% de nuestro consumo acaba concentrándose en tan solo 19 cultivos y 8 especies ganaderas. Desde el embudo distribuidor se informa a los clientes de la oferta posible, oferta que ellos controlan a través de la publicidad, las marcas blancas o los contratos donde el riesgo recae en el pequeño proveedor. En este país, por ejemplo, uno de cada cuatro productos que llegan a nuestra mesa ha pasado por el embudo de Mercadona, que pretende sumar 200 supermercados a los 1.500 que ya tiene. Los contratos de compra a la pequeña producción contienen condiciones para su devolución según intereses de la empresa receptora.
El resultado, ya pueden ver, no es una “agricultura inteligente”. Es una cosa estúpida, desigual, injusta y que amenaza con reproducir pandemia tras pandemia
El resultado, ya pueden ver, no es una “agricultura inteligente”. Es una cosa estúpida, desigual, injusta y que amenaza con reproducir pandemia tras pandemia. Como indica Vandana Shiva al establecer un vínculo entre la gestación del coronavirus, la gripe aviar o el Ébola: “a medida que nos cargamos nuestros bosques y nos dedicamos a producir tóxicos en nuestros monocultivos industriales… nos estamos conectando directamente con las enfermedades”. O, como señalan Altieri y Nicholls, expertos en temas de agroecología, con respecto a la actual pandemia: “los patógenos previamente encajonados en hábitats naturales, se están extendiendo a las comunidades ganaderas y humanas debido a las perturbaciones causadas por la agricultura moderna y sus agroquímicos e innovaciones biotecnológicas”.
Coronavirus
COVID-19: la salida agroecológica
Tiempos desgraciadamente interesantes y que suscitarán el interés renovado por cómo nos alimentamos. Aún queda mucha proporción a escala mundial (dos tercios) que no depende de estos imperios agroalimentarios, que es capaz de hilar otros canales que hablen más de proximidad y de relaciones no dominadas por el simulacro que ofrecen productos transformados envueltos en colorines. Tras las medidas a la restricción de movimientos y actividades económicas contenidas en los sucesivos decretos que el gobierno español dictaba en el mes de marzo, varios cientos de organizaciones del mundo rural y agroalimentario (sindicatos, plataformas, universidades, centros de investigación, redes locales) apoyaban un manifiesto para reivindicar la comercialización local y la agroecología como camino para un abastecimiento alimentario saludable y seguro de la población. Protocolos como los marcados por el Gobierno de Baleares o el de Canarias permitían dicho apoyo, frente al olvido que manifestaban otras regiones y el propio gobierno central.
Desde organismos como la FAO, el Panel Intergubernamental de lucha contra el Cambio Climático y en ocasiones la propia Unión Europea, se asume la relocalización de sistemas agroalimentarios como un elemento esencial en la seguridad
No existen por ahora pruebas científicas que relacionen la propagación del coronavirus con el consumo (o no) de determinados alimentos, pero la OMS sí viene recomendando, para desafiar enfermedades crecientes (alergias, tumores, obesidad, cardiovasculares), una dieta amplia, a veces referida como “dieta mediterránea”, que la producción local puede surtir: frutas, hortalizas, legumbres, cereales y sus productos derivados como el pan o la pasta, arroz y otras semillas, principalmente en sus variedades integrales, frutos secos y aceite de oliva, especialmente el virgen extra. Y desde organismos como la FAO, el Panel Intergubernamental de lucha contra el Cambio Climático y en ocasiones la propia Unión Europea, se asume la relocalización de sistemas agroalimentarios como un elemento esencial en la seguridad (calidades, regularidades) en el abastecimiento alimentario frente a crisis como la que atravesamos. Recordemos el informe del relator especial de la ONU sobre el derecho a la alimentación, quien en el 2010 escribiría un informe que liga necesariamente el derecho a la alimentación y la potenciación de sistemas agroalimentarios locales y ecológicos.
Cuidar de nuestros bosques y relocalizar nuestros sistemas agroalimentarios o alimentar el coronavirus. Retirar la confianza a los imperios agroalimentarios o seguir apostando por la especulación en torno a la comida. Agroecología o barbarie, aún más en tiempos de pandemias globales.
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No somos libres ni para comer ni para gastar nuestro dinero, comemos lo que ellos quieren y gastamos donde mejor les viene. Hay que salir de las grandes ciudades para volver a ser libres. Con la comida no se juega, decian en mi casa y estos días se me viene edta frase a la cabeza todo el rato.