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Coronavirus
¿Inmunizar la sociedad? El covid19 y el fascismo comunitario
Los procesos de bunkerización y su consecuente alejamiento de los espacios públicos no necesariamente implican una desconexión del mundo, pero sí una mediatización del mismo.
Mi compañera de piso tuvo que pasar la cuarentena. No enfermó, por suerte. Pero durante las dos semanas que duró su encierro, el resto tuvimos que hacer una serie de elecciones éticas. Tuvimos que medir la distancia física prudente y la cercanía emocional necesaria. Tuvimos que acordar cómo poder aportarle todo lo que necesitaba y facilitarle una situación ya de por sí dura. Tuvimos que vigilar con cuidado extra la casa, asegurar la higiene y las precauciones.
Pero lo más importante: tuvimos que idear la forma en la que nuestra compañera pudiese participar en los canales de comunicación, en la toma de decisiones. Seguía dentro de la comunidad, a la vez que habitaba una situación de excepción.
La experiencia del confinamiento está poniendo contra las cuerdas muchas dimensiones de nuestra vida social y emocional. Día a día, la alegría y el positivismo que se vivía al principio parecen ir desgastándose. Junto al cielo, poco a poco también se nublan los ánimos, y comienzan a aparecer los conflictos.
Lxs Justicierxs del balcón
Entre esos conflictos, el que más me llama la atención es el de lo que empezó a llamarse “chivatos del balcón”. Ya se han escuchado muchos casos de increpaciones, abucheos o insultos desde los balcones a trabajadoras que luego son aplaudidas a las 20:00h, a padres con niños con discapacidades, a personas con cargas de cuidado o personas con trastornos mentales graves.
Ya se ha escrito bastante sobre las razones que tienen esas personas para salir. Algo menos se ha hablado sobre las trabajadoras sanitarias a domicilio o sobre las limpiadoras o sobre el resto de trabajos que tienen que lidiar con la precariedad y la incertidumbre: manteros, cuidadoras de ancianos, etc. Tampoco se hablado sobre las razones para salir de casa ligadas a lo os problemas de infravivienda que el confinamiento agrava: hacinamiento, falta de privacidad, humedades, familiares violentos…
Pensar ese conservadurismo comunitario quizás nos permita entender hacia dónde estamos yendo en un momento que está reconfigurando muchos elementos sociales
Queda claro que los incumplimientos no justificados del confinamiento no son defendibles. La irresponsabilidad y poner en riesgo al resto jamás es justificable. Ahora bien, los comportamientos de agresividad por parte de los que cumplen el confinamiento también necesitan una crítica. Pensar ese conservadurismo comunitario quizás nos permita entender hacia dónde estamos yendo en un momento que está reconfigurando muchos elementos sociales: la solidaridad, la co-implicación, pero también el miedo del otro, la vulnerabilidad, la valoración de lo público, entre otros muchos.
Coronavirus
Se activan los mecanismos de culpabilización social
¿Podría ponerse en tela de juicio este modelo bajo el riesgo de que un efecto cascada provocase el colapso del castillo de naipes de la doctrina liberal? Desde la óptica del poder esto es inaceptable, y por ello la activación de la fase de culpabilización social.
Búnkers aislados
En sociología urbana se han estudiado bastante los procesos de bunkerización de los espacios, sobre todo los ligados a las clases altas en entornos residenciales privados. La exclusión y el encierro generan una nueva frontera en la puerta de la casa, considerando extraño a cualquiera que se acerque. El problema es que lo que en principio se ordena como un distanciamiento físico para reducir los contagios puede estar alimentando un distanciamiento social.
A los y las que hayan visto la primera película de La Purga, a mí estos días de Covid-19 me suenan a eso: parapetados en nuestras casas, esperamos pacientes que el caos de muerte y enfermedad cese. En esta película, todo es tranquilidad hasta que la trama se complica. La enseñanza es clara: no abras la puerta y controla a cualquiera que se acerque. Las casas pasan a ser búnkers aislados y nuestra preocupación debe ser la de mantener abastecimientos y no dejar que nadie penetre las defensas.
Los procesos de bunkerización y su consecuente alejamiento de los espacios públicos no necesariamente implican una desconexión del mundo. Pero sí una mediatización del mismo. Ahora la realidad inmediata la percibimos a través de las redes y las noticias. Y lógicamente, debido a los contenidos de éstas, la ansiedad y el neurotismo nos invade constantemente.
Algunos podemos evitar esta ansiedad a través de miles de dispositivos tecnológicos y digitales a disposición: series, videojuegos, videollamadas... La solidaridad que se siente estos días también es brutal, pero no olvidemos que esto pasa en su gran mayoría en redes sociales y la brecha digital se nota en casos como el de los chicos que quedan fuera de las clases online por falta de recursos. En resumidas cuentas, puede sospecharse que la cotidianidad del recursos no esta pintada de alegria. Sigue habiendo una enorme cantidad de gente cuya cotidianidad está pintada de hastío y ansiedad.
Respecto a esto, no puedo evitar ver los casos de los insultos desde el balcón como una forma de violencia sublimada, fruto de una frustración y malestar creciente. Algunas de las personas que me defienden el escrache lo han hecho usando argumentos emocionales: “Yo estoy jodiéndome en casa todo el día encerrado y va a venir el listo de turno a salir”, y me hace pensar que el odio que se destila hacia las personas que van por la calle viene en parte de una cotidianidad frustrante y ansiosa que ve a cualquiera que vaya por la calle como un “insolidario” y un “traidor”. De hecho, me preguntaba un colega el otro día: “¿Cuánta de esa gente si no fuera por el miedo a la multa, saldrían igual y se la sudaría esa solidaridad que dicen?”.
Esto es consecuencia de una individualización moralista de la problemática, como si la salvación dependiese meramente de comportamientos individuales en vez de decisiones políticas y económicas
Esto es consecuencia de una individualización moralista de la problemática, como si la salvación dependiese meramente de comportamientos individuales en vez de decisiones políticas y económicas como el fortalecimiento de la sanidad pública, el cese de toda actividad laboral no esencial, la aprobación de una renta básica que permita a muchas no tener que salir a arriesgarse para trabajar (en Glovo, limpiando casas ajenas…), entre otras.
Es curioso también el doble rasero que lleva a desviar el foco hacia el chaval que sale a fumarse un porro él solo a un parque al lado de su casa en vez de centrarnos en los cientos de personas que se ven obligadas a meterse en el metro junto a otros para ir a su puesto de trabajo, en el cual sí que hay un riesgo enorme de contagio. ¿Por qué se hacen virales los vídeos de los chavales saltándose el confinamiento y no las empresas que mantienen su actividad y amenazan con despidos a los que no acuden a su puesto?
Salud mental
Niños con autismo son increpados por salir a la calle durante el confinamiento
Padres y madres de criaturas con trastornos del espectro autista denuncian los gritos e insultos del vecindario durante sus paseos, recogidos y autorizados por el estado de alarma.
La comunidad que queda
Con el Covid-19 parece que entramos en lo que Slavoj Žižek llamaba una Bio-política Post-política. “Post-política” en el sentido de que parece que todo debate ideológico ha sido pospuesto y ahora sólo queda la gestión administrativa y de expertos del problema. Y es biopolítica en el sentido de que lo que se juega en última instancia es la seguridad y el bienestar de las vidas humanas.
La cuestión es que si la política pasa a ser pura administración, el compromiso ciudadano sólo se moviliza para Zizek a través de la pasión, en concreto, la de miedo. El miedo es el gran catalizador de la actividad ciudadana y lo que permitiría un cumplimiento eficaz. Pero ese miedo no es inocuo. En estos días leíamos aterrorizados cómo en Cádiz recibían a pedradas a una caravana de ambulancias que trasladaban a 28 ancianos enfermos al pueblo. En La Rioja, el antigitanismo se viralizó cuando se difundió un entierro en el que se contagió una extensa familia. Ese miedo, vemos, puede desatar escenarios de rechazo muy fuertes y catalizar una violencia social que lejos se encuentra de la solidaridad que se busca.
Y el tiempo no juega a nuestro favor. Paolo Virno, a la hora de hablar de la comunidad, menta la distinción entre miedo y angustia. La primera está referida a un hecho bien preciso y delimitado. La segunda es más general y tiene que ver con la incertidumbre y la sensación prolongada de exposición e indecisión. Este confinamiento, junto a las noticias del virus van regando el campo con nerviosismo. Así que la moral no creo que vaya a mejor.
Dado este panorama, es crucial avanzar hacia un paradigma de compromiso y responsabilidad no represivo. Visto los últimos hechos con la policía, vuelve demostrarse que las soluciones policiales abren la puerta al abuso y a la represión gratuita. Las metáforas de la guerra contra un enemigo común ponen en bandeja las lógicas amigo/enemigo que terminan facilitando la bunkerización, legitimando la violencia contra el desacato y desviando el foco hacia la disciplina y no hacia el cuidado.
Coronavirus
Estamos en guerra, pero yo no soy su soldado
Desde la declaración del estado de alarma no dejan de suceder acontecimientos que animan a la reflexión, empezando por la utilización del miedo como método de amordazamiento hasta el análisis de nuestro propio comportamiento personal y colectivo. Pero hay algo que llama poderosamente la atención: las ruedas de prensa que, diariamente, ofrece el llamado Equipo técnico del comité de gestión de la crisis del Gobierno.
En contraposición, convendría cambiar de enfoque. Junto al filósofo Roberto Espósito en Immunitas, frente a un modelo inmunitario donde un cuerpo (social) resiste a una enfermedad para mantenerse inmutable, podríamos entender que el virus ya está en nosotras. Nuestra sociedad ya está en un proceso del que no saldrá intacta. De las decisiones y las dinámicas que generemos se desprenderá un tipo de recuperación otro.
¿Cuál tendría que ser nuestro objetivo? Inmunizarnos de un exceso de inmunización. Que la necesidad de un distanciamiento físico no se traduzca en un quiebre de la vinculación social, sino al contrario: aprovechar el reconocimiento de la vulnerabilidad mutua para fortalecer vinculaciones, permitir la visibilización de esas zonas de lo social que son más frágiles y comprometernos a cuidarlas.
Se ha confundido la distancia física con la distancia social. El reto es poder generar cercanía y solidaridad social a partir de una distancia física
Potenciar la comunicación intergrupal, romper la bunkerización social para no salir de esta crisis como un archipiélago de islas desconectadas abandonadas a su suerte. Se ha confundido la distancia física con la distancia social. El reto es poder generar cercanía y solidaridad social a partir de una distancia física.
Colectivos migrantes, trabajadoras precarias, personas sin hogar, estudiantes becados, cuidadoras informales. No son un afuera, sino que ya estamos dentro con ellas. Vamos a escucharnos. Hablarnos. Fortalecer la comunicación de las partes.
En vez del grito, preguntar a la persona en la calle a dónde va (o claro, dejarla en paz y confiar en que no quiere contagiarse ni contagiar). Revisar las iniciativas del barrio que intentan cuidar de los más vulnerables, donar dinero a las asociaciones y cajas de resistencia que trabajan con colectivos vulnerables, participar en las recogidas de alimentos, en las redes de apoyo mutuo…
Entender la frustración de quien vive la angustia y el malestar en casa, pero gestionar colectivamente ese miedo hacia posiciones comunes. Visibilizar el vínculo para fortalecer lo social. Y tener cuidado, que buscando inmunizarnos del virus podríamos estar inmunizándonos de lo social, matando el vínculo en vez de la enfermedad.
Coronavirus
La app colaborativa para “frenar la curva”
Crean un mapa y una app colaborativa para tender un puente entre personas con necesidades debidas a las medidas de aislamiento contra el coronavirus y personas voluntarias, instituciones y comercios que puedan solucionarlas.
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Lo qué realmente, a mí entender.. hemos hecho...es ponérselo en bandeja..
Nos han encarcelado.. literalmente y lo qué más chirría..es qué la ciudadanía les aplaude
Hemos normalizado"" el tener que llevar..un salvoconducto.. para salir"" increíble, jugada
Magistral
Y por si fuera poco, lxs mismxs presxs.. colaboran
Y mientras ahí afuera...
Lxs señ@s de la Guerra.. continúan manejando, nuestro esfuerzo, por tener..el llamado estado del bienestar..arruinandonos, tanto económicamente, cómo espiritualmente
Jugada maestra..ninguna otra guerra"" fue tan efectiva, y fulgurante
Abramos los ojos..YA
Salu 💜💜💜
El título del artículo lleva la palabra Fascismo... No sé chico, aparte que no hablas de ello en el artículo creo que solo lo has puesto para llamar la atención.. Eso o no sabes lo que es el fascismo en realidad y lo empleas a la ligera de una manera absurda.
Si no entiendes dónde se ve el fascismo en los comportamientos que cuenta el chaval, no es su culpa. A mí me quedó claro: esos miedos, esa moralización y esa violencia en los vínculos comunitarios son precisamente la base de cualquier comportamiento fascista. Que no lo haya puesto tal cual en el texto no quita nada.
Una amiga empezó a defenderme el ponerse a llamar a la policía cuando veia gente fuera. Y empezó que si los gitanos son lo peor... Muchisimo antigitanismo con estos temas...
Y lo peor es que mi amiga es de entornos anarquistas... Esto nos hace sacar lo peor de nosotras...
Tengo dos hijos de 3 y 6 años y mi vecino de abajo, que vigila desde su ventana el barrio cual gran Torino, llamó a la policía porque le molestaban corriendo por el pasillo. Lo peor es que la policía vino, y nos instó a reflexionar sobre la vida en comunidad. Fascismo comunitario, si