Coronavirus
Coronavirus: doctrina del shock, excesos represivos y electoralismo

El autoritarismo con que se ha afrontado la epidemia actual en los últimos días con la declaración del estado de alarma no tiene una justificación sanitaria. Obedece a una política que busca reforzar la actitud social pasiva, aislada, temerosa y dependiente, hoy en día hegemónica en las sociedades occidentales. Desde un punto de vista sanitario, la participación activa comunitaria es bastante más efectiva.
18 mar 2020 19:28

Marlaska comparece flanqueado por dos militares de alta graduación y, mientras, la policía se dedica a perseguir a caminantes solitarios por calles y parques desérticos. El ejército en la calle y, mientras, los representantes públicos sintiéndose simbólicamente al timón, haciéndose la ilusión de que esta vez no se limitan a cumplir con el guión que escriben los poderes económicos.

No creo que debamos infravalorar una epidemia global que se difunde con rapidez por todo el planeta, y cuya gravedad no es despreciable, aunque en estos momentos su letalidad se esté probablemente sobreestimando. Es una pandemia en la que confluyen cuatro factores: un microorganismo virulento, la ausencia de inmunidad en la población, la carencia de una vacuna y la facilidad de transmisión de persona a persona por secreciones respiratorias, tanto de forma directa como a través de superficies contaminadas. Se trata de un virus peligroso cuyo origen no es ajeno a nuestro hábitos de producción y consumo. Nuestras formas de vida urbanas, metropolitanas y globales han facilitado la difusión acelerada por los mismos caminos que transita el capital.

El Gobierno anuncia medidas enérgicas y algunas dudosamente justificadas. ¿Cuál es el riesgo de pasear por la calle, por la playa, o por un parque, para contagiar o para sufrir un contagio? Tiende a cero. Entonces, ¿por qué se prohíbe? Al parecer, se crea alarma social para evitar otras actividades que sí son de riesgo. Y todo ello parte de considerar a la sociedad insensata, ignorante y poco responsable, y necesitada de autoridades fuertes y decididas para imponer medidas con todo el peso de la Ley y toda la coerción del monopolio de la violencia a manos del Estado.

Pero esa lógica soslaya que toda la Ley desarrollada sin proporcionalidad y sin justificación tiende a propiciar su incumplimiento o, al menos, la falta de compromiso con su aplicación. Cuando el límite de velocidad de un tramo de carretera es de 80 km/h, muchos conductores no creen que ese limite refleje el riesgo real y se sienten tentados de rebasarlo si creen que pueden sustraerse a la vigilancia policial. Los semáforos son muy útiles para regular el tráfico, pero a las cuatro de la mañana, en una ciudad desierta y en una calle con buena visibilidad, la tentación de no obedecer se multiplica. Por lo tanto, la credibilidad de cualquier medida depende de una credibilidad que las incoherencias pueden debilitar de forma rápida y completa. ¿Un trabajador no puede pasear por la calle, práctica de bajo riesgo y, sin embargo, sí que puede ir a trabajar? En el caso del COVID-19, el peligro es que algunas medidas muy discutibles hagan que se produzca la tentación de no respetar otras que son necesarias.

Desde un punto de vista sanitario, y frente a las medidas paternalistas del Estado, la participación activa comunitaria es bastante más efectiva.

El autoritarismo con que se ha afrontado la epidemia actual en los últimos días con la declaración del estado de alarma no tiene una justificación sanitaria. Obedece a una política que busca reforzar la actitud social pasiva, aislada, temerosa y dependiente, hoy en día hegemónica en las sociedades occidentales. Se incita a un refugio bajo el manto de la autoridad que recuerda a la conocida doctrina del shock. Las sociedades desarticuladas incapaces de poner en práctica su propia acción autoorganizada toleran más fácilmente las medidas autoritarias. La propuesta del Estado neoliberal frente a la crisis sanitaria exacerba el modelo social vigente: aislamiento individual, preocupación exclusiva por los intereses personales, percepción de los demás como competidores, autoridades que toman el control absoluto del espacio, ciudadanía obediente. Desde un punto de vista sanitario, y frente a las medidas paternalistas del Estado, la participación activa comunitaria es bastante más efectiva.

Llama también la atención la actitud cambiante del Gobierno, y el giro brusco que ha experimentado, pasando de no tomar casi ninguna medida durante varias semanas a tomarlas todas. Sin entrar a evaluar la idoneidad de cada una de ellas, no parece razonable que se hayan adoptado decisiones draconianas en comunidades autónomas y localidades cuando, en algunos casos, podrían haberse tomado, incluso con anterioridad, medidas centradas en evitar la actividades de riesgo alto y moderado (contactos cercanos y múltiples a cortas distancias) y en fomentar hábitos de higiene publica y privada. En lugares como Madrid quizás deberían haber sido reforzadas con otras de mayor alcance. No debemos perder de vista que el objetivo no es erradicar el virus sino ralentizar su difusión. Dado que es improbable que contemos con una vacuna antes de un año (aunque quizás sí con antivirales efectivos) la única barrera es aumentar el numero de personas que han superado la infección. Cuando se defiende el confinamiento se recurre al ejemplo chino que ha logrado disminuir la difusión del virus, pero se omite que ello no ha eliminado el peligro de que se den nuevos rebrotes que obliguen a reinstaurar la paralización total de la vida ciudadana.

Volviendo al giro brusco del Gobierno, la declaración del estado de alarma puede ser fruto de la presión política de una oposición que ha convertido el acoso al Gobierno Sánchez en su única estrategia, y le ha obligado a evitar aparecer como “blando”e incompetente, con el consiguiente costo electoral. En los próximos días y semanas veremos cómo evoluciona la epidemia, sus consecuencias y quién obtiene réditos políticos de la crisis. Y veremos el alcance de la recesión económica que se puede desencadenar, no tanto por la virulencia del virus como por el difícil estado actual de la economía capitalista. Porque si algo debemos tener claro es que el coronavirus no es la causa de la próxima depresión sino, en todo caso, su precipitante.

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#51616
22/3/2020 19:32

Una interpretación a mi entender cabal de las decisiones que estamos padeciendo.

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1
#50996
21/3/2020 11:59

Angeles Maestro siempre es una sabia
https://www.lahaine.org/est_espanol.php/a-maestro-es-momento-de

2
4
#50886
21/3/2020 0:51

Suscribo desde la primera palabra hasta la última.
Un análisis excelente y necesario.

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