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Colombia
Gabriel Marrugo: “La pandemia está sirviendo para ocultar la guerra en Colombia”
Gabriel Enrique Marrugo Ávila tuvo que abandonar su comunidad en Colombia por amenazas de muerte. A la presencia de grupos armados, las plantaciones ilegales de cocaína que acaba en Estados Unidos y los intereses de multinacionales se suma ahora la amenaza del covid-19 en una comunidad sin acceso a servicios básicos por el abandono del Gobierno.
Gabriel Enrique Marrugo Ávila nació en Barranquilla (Colombia), pero cuando era niño viajó al Chocó, que limita al norte con Panamá, en busca de sus raíces —su madre pertenece a la comunidad emberá— y allí detectó “las necesidades de este pueblo, que aunque vive en una zona rica en recursos naturales, selvática y aislada de todo lo que representa estar en una ciudad, se encuentra en total abandono del Gobierno en cuanto a salud, educación, vivienda digna o servicios públicos básicos”. Marrugo explica que esta experiencia le obligó a formar parte activa en la defensa de los derechos de su pueblo emberá y le animó a quedarse a vivir en la comunidad dentro del municipio de Riosucio (Chocó), donde trabaja desde hace 15 años.
Su objetivo de visibilizar y denunciar las problemáticas de las comunidades indígenas le ha valido dos intentos de asesinato. A la presencia de actores armados en su territorio y el abandono institucional se suma la ubicación estratégica de a comunidad que acentúa su exposición al conflicto: la zona del Bajo Atrato es zona selvática y esta cerca de Panamá, lo que ha llevado a los grupos armados a emplearlo para la siembra y tráfico de estupefacientes. “Han colocado minas antipersona en muchos puntos y controlan el tránsito en diferentes sitios, donde no hay presencia gubernamental”, añade Marrugo desde València, donde llegó hace cinco meses a través del Programa valenciano de protección integral de acogida de defensores y defensoras de derechos humanos impulsado por varias ONG valencianas.
El objetivo principal de este defensor de los derechos humanos es hacer del Chocó un patrimonio ambiental de la Humanidad para poder conservar los recursos naturales, pero sabe que para eso necesita apoyos internacionales. Aunque el estado de alarma le ha impedido celebrar parte de los eventos previstos desde su llegada, desde el confinamiento acerca la realidad de su comunidad e intenta dirigir la mirada internacional a problemáticas catapultadas por la pandemia.
Varias organizaciones internacionales llevan años denunciando que la paz de Colombia está firmada pero no es efectiva. ¿Con qué particularidades se refleja esta realidad en tu territorio?
En este territorio hay cultivos ilícitos de cocaína, los paramilitares están obligando a sembrarla para trasladarla a Panamá, Centroamérica, luego Costa Rica y de ahí a Estados Unidos. Es una ruta estratégica porque el departamento del Chocó es el único que tiene acceso a los dos océanos —Pacífico y Atlántico— y además tiene el Tapón del Darién, que es de difícil acceso porque es selvático, uno de los lugares con más diversidad del mundo. Eso, sumado al olvido estatal, hace que los grupos armados permanezcan ahí. Como en la comunidad solo podemos desplazarnos por vía fluvial, cuando se presentan estos agentes con grupos armados (legales o no) nosotros no podemos salir, así que quedamos confinados entre fuego cruzado. Sin olvidar las minas antipersona que colocan los grupos para controlar el territorio, y por las que han caído civiles, incluso niños, de las comunidades indígenas.
Ni siquiera la pandemia ha servido para hacer un alto el fuego...
No, de hecho el pasado mes de marzo el ELN declaró un alto el fuego unilateral, pero el Ejército y demás no hicieron lo mismo, así que como los otros grupos siguieron atacando, el ELN se defendió, con lo que no hay ningún alto el fuego. El Gobierno no sigue los acuerdos que le llevó 48 meses preparar y no reactiva los diálogos, y como nuestros territorios son estratégicos, los grupos siguen ahí sin que el Estado haga nada por salvaguardar la vida de los habitantes de comunidades afro e indígenas.
Colombia
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¿Cómo afecta el extractivismo en vuestra comunidad?
En la zona baja no hay minería, pero en la zona alta hay empresas multinacionales. El mercurio de las máquinas que usan los empresarios está afectando a nuestro río, lo cambia de color y lo contamina. Están apareciendo manchas en la piel de quienes se bañan en él, pero lo más grave es que los peces se están contaminando y las personas que se alimentan de estos peces acaban ingiriendo mercurio, y esto va matando a muchas personas lentamente. Luego también está el tema de la madera y de las siembras ilícitas que están operándose. El narcotráfico está fortaleciéndose un poco, aunque por el difícil acceso todavía no han llegado a penetrar, están en negociación con empresas holandesas y de Colombia, y eso es lo que está afectando a nuestra comunidad junto a la guerra y el abandono estatal.
Están apareciendo manchas en la piel de quienes se bañan en el río, pero lo más grave es que los peces se están contaminando y las personas que se alimentan de estos peces acaban ingiriendo mercurio
Yo personalmente sufrí amenazas por los grupos armados, pero algunos tienen complicidad con empresarios. Estos empresarios se saben cuidar, ellos no tocan directamente: meten a un segundo o a un tercero, para que sea un eslabón. Claro que esas personas tienen culpa, pero más culpa tienen los que planean cómo acabar con las comunidades indígenas o obtener sus riquezas comprando a otras personas.
A estos problemas que cuentas que enfrentan las comunidades indígenas se añade ahora el covid-19, ¿cuál es la situación al respecto en vuestro caso?
En la comunidad no tenemos respiradores ni médicos preparados para estas enfermedades. Además, llegar al casco urbano implica un viaje de dos días de duración y allí, cuando llegan muy graves, hacen una remisión para otro departamento que es otro día más de viaje.
En cuanto a la incidencia de la enfermedad, una señora de sesenta años y una niña de trece que han fallecido en la comunidad de Peña Blanca presentaron síntomas compatibles con el coronavirus. Había 80 personas más que presentaban este tipo de síntomas, pero tras estudiar estas dos muertes, se descartó que fueran por covid-19... En cualquier caso, la situación evidencia que hay una necesidad urgente de mejorar el acceso a la atención para la salud en las comunidades indígenas en el Chocó, porque las condiciones sanitarias son muy precarias.
Ante la falta de respuesta institucional, y sabiendo que el virus sí ha llegado a otras comunidades indígenas de Colombia, ¿se están organizando sus habitantes de alguna manera?
Bueno, algunos utilizan sus medicinas naturales de la selva, pero tenemos necesidad de alimentación ya que no podemos sembrar mucho por la presencia de minas antipersona ya que el Gobierno, que declaró emergencia sanitaria el 16 de marzo, todavía no ha garantizado a estas comunidades ni la seguridad sanitaria ni acceso a alimentos.
Además, los grupos al margen de la ley están aprovechando la presencia del virus para confinar más y someter más a las poblaciones indígenas. Pero no solo: la pandemia les está sirviendo para ocultar la guerra, ya que el Gobierno no responde, pero además los ojos de todo el mundo están puestos en el virus y con eso se está omitiendo todo lo que pasa en estas comunidades tan alejadas del Pacífico, donde la gente se está muriendo de otras muchas enfermedades que no son covid-19.
Se mueren más personas de hambre que de coronavirus en todo el mundo. O por las guerras: en Siria, no solamente en Colombia. Pero como esto está afectando a economías...
Porque además, ¿cuántas personas se mueren de hambre en el mundo? Se mueren más personas de hambre que de coronavirus en todo el mundo. O por la guerra: en Siria, no solamente en Colombia. Y uno dice, “¡guau!”. Pero como esto está afectando a economías... A los grandes poderes políticos y empresarios lo que les interesa es su dinero, no las vidas de los más débiles, porque esos débiles no les aporta nada.
Coronavirus
El ‘mal venido de fuera’ amenaza los pueblos indígenas de Colombia
La comunidad nasa lo llama Wee wala. Los awá lo llaman Wisca. Así denominan los pueblos originarios en el sur de Colombia al mal que les acecha en esta pandemia mundial. Una enfermedad altamente contagiosa que se suma a las múltiples violencias que resisten y combaten desde hace siglos.
¿Cómo se puede hacer para que el Gobierno garantice que estas comunidades vivan bien evitando, al mismo tiempo, que esta intervención tenga un impacto negativo en su forma de desarrollo y cultura?
Bastaría que se implementen medidas tanto en el plan de seguridad alimentaria como de salud y educación. Como Gobierno tiene que hacerlo, para eso están los gobernantes de turno en cada país, para garantizar como mínimo la seguridad y el poder vivir dignamente de sus habitantes, transcurrir en sus territorios sin ningún peligro. Y eso empieza por garantizar una soberanía alimentaria fortalecida, una forma de vida digna en cada territorio y el acceso a servicios básicos, para poder ejercer lo que conlleva el buen vivir.
De hecho, se está evidenciando que el modelo de desarrollo de las sociedades occidentales y sus consecuencias han contribuido en la rápida propagación del virus.
Estando aquí me puse a pensar que no estoy pudiendo hacer nada de lo que vine a hacer porque me encontré con el confinamiento, todo ha cambiado de un momento a otro. Hablando y conociendo un poco de la realidad de los países de primer mundo, siento que hay un poco de egocentrismo con las personas latinoamericanas. No son todas, no se puede generalizar, pero creo que hay que incidir en que somos iguales y libres, y que tenemos autonomía. La pandemia nos enseña a enfrentarnos en el “y ahora qué”, pero para mí la reflexión, como indígenas que soy, es que debemos pedirle perdón a la madre Tierra, a la naturaleza, a todo lo que realmente representa para nosotros vida. Sin los recursos naturales no podríamos estar sobreviviendo ahora.
En este momento los imprescindibles son los que trabajan la tierra y los sanitarios, pero después se olvidará. Es importante que los políticos fortalezcan la soberanía alimentaria a nivel mundial. Y el cambio hay que hacerlo para siempre, no para ahora
En estos momentos, los imprescindibles son los que trabajan la tierra y los sanitarios. Pero es por ahora, porque estamos en esta crisis, después nos olvidaremos de eso. No debería ser así: tenemos que ser consciente de que tenemos que sembrar, porque si no nos alimentamos bien nos enfermamos y morimos, ¿no? Imagínate esta pandemia si no existiera el campo, encerrado y sin comida en los supermercados. Es importante que los políticos fortalezcan la soberanía alimentaria a nivel mundial. Y el cambio hay que hacerlo para siempre, no para ahora.
En relación con la soberanía alimentaria, no falta quien afirma que la desescalada está evidenciando que las ciudades están hechas para trabajar, no para vivir.
Nosotros como pueblo no aprobamos el desarrollo de carreteras ni buscamos los mejores edificios porque para nosotros eso destruye los recursos naturales. Ese desarrollo es el que ve la clase del ser humano que solo se basa en lo material y no en lo espiritual o en la riqueza de vida. Hay mucha contaminación a nivel mundial, pero en nuestras comunidades aún podemos respirar porque es selvática: llegar a una ciudad y encontrar que todo es de cemento, aunque haya infraestructuras muy bonitas, te hace pensar en la vida que se le está quitando a la naturaleza. Por eso en nuestras comunidades cuidamos los ríos y la diversidad, y eso, por determinados intereses, nos cuesta nuestra propia vida
Tu caso, por desgracia, no es único entre los de defensores de derechos humanos que sufren amenazas: de hecho, Colombia se ubica a la cabeza en número de asesinatos al colectivo.
No hay que olvidar que en 2016 se firmaron los acuerdos de paz y hubo un respiro, pero el partido del Gobierno hizo entonces una campaña al no para estos acuerdos. Y ahora el poder presidencial los está haciendo trizas, desde el inicio de este proceso hasta la fecha van más de 700 asesinatos de defensores y defensoras de derechos humanos. Eso es un exterminio que sigue sucediendo a día de hoy: recientemente mataron a un líder en Cauca, a su mujer y a sus tres hijas.
Acuerdos de Paz de La Habana
Colombia: los caminos de la vida, los sonidos de la guerra
Dos periodistas de El Salto han formado parte de la misión internacionalista de verificación de derechos humanos que durante nueve días ha recorrido tres focos del conflicto que vive hoy Colombia. Mil días después del plebiscito sobre los acuerdos de paz, la voz de los grupos armados legales e ilegales sigue entonando el presente político del país. Los movimientos sociales exigen justicia y reparación y alertan del incremento de la violencia contra el campesinado y el hostigamiento de los movimientos sociales.
Varios organismos internacionales, de hecho, están pidiendo que no se rebaje la protección de defensores de los derechos humanos en el marco de la pandemia.
Sí, es que les están quitando la seguridad. Es complicado, hay cosas que depende de los políticos y de las instituciones, que tienen que garantizar de la seguridad, pero nuestro Gobierno tiene el poder absoluto. Mientras siguen asesinando a líderes, ellos siguen llenando sus bolsillos, porque esa es la realidad: sus intereses son el poder político y el poder monetario. Y es duro luchar contra todo eso cuando hay un poder que no hace lo que tiene que hacer para brindar el bien común que necesitan los ciudadanos. Pero mientras pase todo eso, vamos a estar en la resistencia como pueblo haciendo todo lo que podamos.
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Sólo en Colombia, en todo Oriente Medio, en el norte de África, como Libia, y casi toda África.
Desde aquí, un saludo y toda la energía a todo el pueblo campesino e indígena que lleva una larga y durísima lucha frente a un poder corporativo que, controlando a políticos, grupos armados y representantes, asola todo el ecosistema y sus condiciones de vida. Las consecuencias de esta Colombia capitalista y neocolonial son muy claras, pero poco se habla de ellas en los medios y gobiernos liberales