Crisis climática
¿Está el IPCC subestimando la aceleración de la crisis climática? Una eminencia científica dice que sí

James Hansen (Estados Unidos, 1941) es una eminencia en el campo de las ciencias del clima. Es profesor adjunto en el Departamento de Ciencias Terrestres y Ambientales de la Universidad de Columbia. Hasta principios de 2013 dirigió el Instituto Goddard para Estudios Espaciales de la NASA. Muchos de sus colegas lo llaman “el padre del calentamiento global” por su recordada disertación en junio de 1988 ante el Congreso de los Estados Unidos en la que alertó, cuando nadie lo hacía, sobre las consecuencias del cambio climático antropogénico. “Vamos camino a un planeta diferente del que conocemos”, advirtió ante la mirada extrañada de los congresistas. Treinta y siete años más tarde, Hensen lanza otra afirmación disruptiva: el Grupo Intergubernamental de Expertos sobre el Cambio Climático (IPCC) se equivoca y la crisis climática va más rápido de lo proyectado.
La tesis de este científico no es nueva. Lleva desde hace dos años alertando de una preocupante aceleración del calentamiento global, subestimada por la mayoría de los modelos climáticos. Ahora, ha decidido publicar un resumen, un documento de 14 páginas, con los principales hallazgos de sus últimas dos investigaciones científicas.
En su introducción, Hansen explica que los principales objetivos de toda investigación sobre el cambio climático son evaluar la sensibilidad climática —cómo responde la temperatura del sistema climático a un cambio en el balance de energía del planeta— y los forzamientos o perturbaciones que lo impulsan. Por tanto, afirma, comprender el cambio climático actual y futuro requiere acertar en estas dos variables.
Los principales forzamientos del cambio climático son los gases de efecto invernadero y los aerosoles. El efecto de estos segundos estaría siendo subestimado, según James Hansen.
La ciencia del clima lleva décadas analizando dos grandes forzamientos: los gases de efecto invernadero (GEI) y el cambio en los aerosoles, las partículas suspendidas en la atmósfera, que, en un lenguaje sencillo, pueden enfriar el planeta reflejando la luz solar o calentarlo absorbiendo la radiación. Existen otros forzamientos climáticos, tanto antropogénicos como naturales, “pero son menores y se compensan parcialmente”, explica Hansen.
Sobre la medición de los GEI hay unanimidad científica. No se conoce ningún caso en la historia de la Tierra en el que el forzamiento climático de los GEI haya aumentado a un ritmo cercano al del cambio antropogénico actual. “Incluso el aumento de CO2 durante el emblemático Máximo Térmico del Paleoceno Eoceno fue un orden de magnitud más lento que el cambio antropogénico. Por tanto, el futuro cambio climático antropogénico es un territorio inexplorado”, explica Hansen.
Según Hansen, la temperatura global reciente de +1,6 grados choca con la medición “moderada” del IPCC.
Pero sobre el segundo forzamiento, los aerosoles, este científico —que el año pasado disertó ante la Haya en el histórico proceso que terminó con la opinión consultiva sobre las obligaciones de los Estados en relación con el cambio climático— discrepa con las proyecciones del IPCC.
En sus cálculos, las medición “moderada” de este órgano internacional choca con el nivel reciente de temperatura global de +1,6 °C respecto a la era preindustrial. Tampoco explica un aumento de temperatura global de 0,4 °C en los últimos años. “Estos datos generaron consternación en la comunidad de investigación climática, creyendo que algo andaba mal y que ninguna combinación de mecanismos conocidos podía explicar el calentamiento global observado”, recuerda Hansen en su artículo.
El asombro y desconcierto de sus colegas se explica, a su entender, por “el problema en el que se ha metido el IPCC por su excesiva dependencia de los modelos climáticos globales” y su subestimación al impacto “del forzamiento climático de los aerosoles”. Su tesis es que el enfriamiento por aerosoles se ha debilitado en los últimos 20 años por dos motivos: la reducción de las emisiones de China —para mejorar la calidad de su aire— y la regulación impuesta en 2020 por la Organización Marítima Internacional (OMI) a los buques comerciales.

La gran paradoja
Según Hansen, esta normativa, necesaria para la salud humana —se estima que estas partículas de azufre contribuyen a unas 60.000 muertes por año por cáncer cardiopulmonar y de pulmón— ha eliminado un mecanismo de enfriamiento que ha estado “enmascarando” el verdadero impacto de los gases de efecto invernadero.
Su teoría es la siguiente: hasta la restricción de la OMI, los barcos y buques que surcaban los océanos arrojaban a la atmósfera penachos de pequeñas partículas de dióxido de azufre que, al interactuar con el vapor de agua en la atmósfera, creaban nubes bajas, muy reflectantes a la radiación solar.
La reducción de los aerosoles que reflejan la luz solar habría hecho que la Tierra fuera un “poco más oscura” y esté absorbiendo más radicación solar.
Al aumentar su extensión y brillo —las nubes reflejan la luz solar—, estos aerosoles generaban un efecto de enfriamiento en la temperatura del aire. Al reducirse la cantidad de azufre —y, por lo tanto, las nubes de enfriamiento—, la Tierra se ha vuelto un “poco más oscura” y ha empezado a absorber más luz solar, lo que ha aumentado el calentamiento global.
Al estudiar zonas de tráfico marítimo intenso en los océanos Pacífico Atlántico Norte, Hansen y su equipo de trabajo encontraron que la disminución de aerosoles habría aumentado la radiación solar absorbida por la Tierra en 0,5 vatios por metro cuadrado, una cantidad equivalente al efecto de calentamiento de una década de emisiones de CO2. “Este tema constituye una parte importante del “bosque” de la ciencia del clima. Los modelos climáticos globales (GCMs, por sus siglas en inglés) son los “árboles” que lo están tapando.
“El bosque de la ciencia climática incluye otras áreas —además de la sensibilidad climática y los forzamientos climáticos— que también son importantes. Por ejemplo, los impactos potenciales del cambio climático incluyen la interrupción de la circulación de vuelco oceánica y un gran aumento del nivel del mar, lo cual podría ser el asunto más importante de todos los temas climáticos”, advierte.
El balance energético de la Tierra
La reducción de la cubierta de hielo marino y la desaparición de estas nubes bajas generadas por los aerosoles están “descompensando” el balance energético de la Tierra, la diferencia entre la energía que llega y la que se pierde al espacio. Un concepto clave es el “albedo terrestre”, el porcentaje de radiación solar entrante que se refleja de vuelta al espacio después de todas las interacciones con la atmósfera y la superficie de la Tierra. “La observación climática moderna más impactante es el cambio del albedo terrestre”, apunta Hansen.
El planeta se ha vuelto menos reflectante porque ciertos tipos de nubes han disminuido. 2023 ha sido el año con el albedo planetario —porcentaje de radiación entrante devuelta al espacio— más bajo.
En este ítem, hay más científicos que respaldan su análisis. El año pasado, un equipo dirigido por el Instituto Alfred Wegener publicó una investigación con esta misma conclusión: el planeta se ha vuelto menos reflectante porque ciertos tipos de nubes han disminuido. Tras examinar en detalle datos de la Nasa y del Centro Europeo de Previsiones Meteorológicas a Plazo Medio (ECMWF), se identificó el 2023 como el año con el albedo planetario más bajo desde que hay registros.
Otro equipo de investigadores, dirigidos por Thorsten Mauritsen, director del Departamento de Meteorología y Centro Bolin de Investigación Climática, Universidad de Estocolmo (Suecia), publicó en mayo de este año un trabajo en la misma dirección. El hallazgo: el balance energético de la Tierra se ha duplicado en los últimos 20 años y el cambio es dos veces más rápido de lo que predicen los modelos. “Esta gran tendencia nos ha tomado por sorpresa y, como comunidad, debemos esforzarnos por comprender las causas subyacentes”, admiten los autores.
A mediados de los 2000, el promedio de desequilibrio energético rondaba los 0,6 vatios por metro cuadrado. Hoy se acerca a 1,3 W/m². “Las observaciones espaciales del desequilibrio energético muestran que está aumentando mucho más rápido de lo previsto, y en 2023 alcanzó valores dos veces superiores a la mejor estimación del IPCC”, se explica. La investigación también señala una “discrepancia” entre los modelos climáticos globales y estas nuevas observaciones. ¿Uno de los motivos? Misma tesis que Hansen: la sobreestimación de los aerosoles. La gravedad del diagnóstico es doble atendiendo al avance del negacionismo político. Dice Mauritsen: “Nuestra capacidad para observar este desequilibrio se está deteriorando rápidamente a medida que se desmantelan los satélites”.
¿Cómo comunicar la aceleración de la crisis climática?
En el cierre de su artículo, Hansen deja entrever que el objetivo de mantener el calentamiento global por debajo de 1,5 °C está muerto. “Esto plantea un interrogante: ¿estamos nosotros, la comunidad científica, informando adecuadamente a los gobiernos y al público?”, se pregunta.
Hansen asevera que los Gobiernos y el público necesitan más información para fundamentar su toma de decisiones, aunque aclara que el trabajo del IPCC es fidedigno y tiene “referencias útiles”.
Más allá de la crítica al análisis científico del IPCC y de las “deficiencias” observadas, el científico aclara que este panel de expertos “está haciendo lo que se le encomendó” y que sus informes “contienen información fidedigna, redactada con esmero por expertos en sus campos, con referencias útiles”. Sin embargo, aclara, “los Gobiernos y el público necesitan más información para fundamentar adecuadamente su toma de decisiones”.
Lamenta que se le tilde de “exagerado y alarmista” por conclusiones que “nadie ha podido refutar”. Por suerte, el consenso sí es unánime en el campo científico respecto a que “el cambio climático provocado por el ser humano está llamado a ser la mayor injusticia de la historia”. “Su alcance es global. El alcance del cambio climático, en el lapso de vida de un joven de hoy, será monumental y trágico si se permite que los Gobiernos persistan en la farsa y la negación”, denuncia.
Y concluye: “El cambio climático es una injusticia intergeneracional, ya que jóvenes inocentes y sus hijos sufrirán las consecuencias más graves. Igualmente, es una injusticia internacional, ya que las naciones que menos han contribuido se encuentran directamente en la trayectoria de la tormenta climática que se avecina”.
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