La comuna viva

La exposición ‘La Comuna vive’ exhibe en Iruñea hasta final de año en Katakrak 12 carteles de artistas entre el homenaje y la reivindicación.
Por qué el dinero lo estropea todo
Ilustración de María Jiménez Moreno para la exposición ‘La comuna vive’.
13 dic 2021 06:20

Hace 150 años, en 1871, la Comuna de París se convirtió durante 72 días —del 18 de marzo al 28 de mayo— en la esperanza de la naciente clase obrera. Lamentablemente, fue aplastada por el ejército de Thiers que, tras la llamada semana sangrienta, dejó un balance 30.000 fusilados y 100.000 exiliados.

Uno de los mayores fracasos de la Comuna fue no haber logrado prender la rebeldía en otras ciudades hasta alcanzar la República universal. Su semilla, por ejemplo, no arraigó en la bucólica Iparralde, ni en Baiona. Lo cual no ha impedido su vinculación a la cultura vasca, como reflejaron algunos de sus creadores.

Prosper-Olivier Lissagaray, de origen vasco, fue testigo de los hechos y el autor de la canónica Histoire de la Commune de 1871. El alavés Daniel Urrabieta Vierge fue uno de los reporteros gráficos de la Comuna. Hasta nuestro prolífico Pío Baroja noveló su historia en Las tragedias grotescas. Y todavía recordamos el cómic Los apaches de París, de Pedro Osés y Javier Mina, editado en 1999, cuyas planchas originales acaban de exponerse en el Salón del Cómic de Iruñea.

Siguiendo su estela, la exposición La comuna vive, coordinada por el colectivo Cabeza de artista, dentro del ciclo Comuna, comunidad, común, exhibe 12 carteles de artistas vascos, entre el homenaje y la reivindicación: Babylon Fell, Ione Arzoz, Alfredo Murillo, Pedro Osés, Jule Kosta, Marijostai, María Jiménez Moreno, Mireya Martín, Fermín Díez de Ulzurrun, Elba Martínez Etxeberria y Patxi Aldunate. La exposición se puede visitar hasta finales de año en el centro social y librería Katakrak, de Iruñea.

“Reinventar la comuna hoy significa sembrar comunidades en lucha”

La comuna ayer y hoy, bajo la mirada del arte contemporáneo. Una muestra en la que destaca la vindicación de la figura de la mujer como sujeto revolucionario, en homenaje a líderes como Louise Michel, André Léo o Elizabeth Dimitrieff, y a miles de petroleuses, como eran denigradas las comuneras. Y también la del propio arte, como avanzada práctica revolucionaria. No en vano el gremio de artistas y artesanos fue uno de los más activos en la defensa de la Comuna, de ese “lujo comunal” (Kristin Ross) que pretendía ofrecer arte para el pueblo. Sin embargo, su símbolo, el derribo de la infame columna Vendôme, levantada a mayor gloria del imperialismo francés, fue restituida y su coste imputado al artista comunero Gustave Coubert.

Como señala Henri Lefebvre, el filósofo del derecho a la ciudad, en la fundamental La proclamación de la Comuna, “su fracaso en si mismo está provisto de más significados que algunas victorias”, pues “su inmensa experiencia, negativa y positiva, de la que todavía no hemos encontrado ni integrado toda la verdad (…) su apuesta por lo posible y lo imposible”, siguen plenamente vigentes.

La Comuna, como fiesta revolucionaria asociada al drama, nos conecta con la aspiración a ese “habitar es más fuerte de la metrópoli” de Tiqqun, que, desde Mayo del 68 al 15M y al municipalismo, define nuestra lucha por los comunes urbanos, de la vivienda a los centros sociales.

No queremos “repetir Lenin”, como proponía Žižek, sino “reinventar la Comuna”, como sugiere Emmanuel Rodríguez. Y eso, en estos momentos, significa sembrar comunidades en lucha a la espera de la primavera (post)revolucionaria que nos traerá el colapso. De París a Bilbao, de Iruñea a Lakabe, con el arte y la vida, siguiendo el irónico consejo de Samuel Beckett: “Fracasaste. Da igual. Prueba otra vez. Fracasa otra vez. Fracasa mejor”.

La cribleuse, de Marijostai
La cribleuse, ilustración de Marjostai para la exposición La comuna vive
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