El encuentro artístico Danza por Gaza llega a Teatro Barakaldo para apoyar a las familias palestinas

Tras la retirada de España de Eurovisión por la permanencia de Israel en el certamen, la institución cultural reunirá el 14 de diciembre a una decena de artistas para transformar el escenario en un acto político.
Danza por Gaza 1
Dani Hernández interpreta Córdoba Drone, una pieza de danza española contemporánea que dialoga en silencio con la arquitectura del Teatro Barakaldo.
11 dic 2025 06:30

Desde hace unas semanas, tras la conmoción internacional provocada por el ataque a la flotilla humanitaria y el enunciado del acuerdo de paz, la movilización social en Europa parece haberse desinflado. Las manifestaciones multitudinarias se han ido diluyendo, los informativos desplazan su atención y la sensación de fatiga empieza a instalarse incluso entre quienes han sostenido la denuncia durante meses. Al mismo tiempo, decisiones institucionales como la retirada de España del Festival de Eurovisión han demostrado que la cultura, incluso desde el ámbito oficial, puede llegar a tomar posiciones que mantengan el pulso contra el genocidio.

En ese clima contradictorio, el próximo 14 de diciembre, en el Teatro Barakaldo, algo se moverá en otra dirección. Será la danza la que vuelva a pronunciar públicamente lo que parte de la sociedad parece estar olvidando. Entre las 17:30 y las 20:30, la Gala Solidaria DanZA por GaZA reunirá a una decena de artistas para transformar un escenario en un acto humanista y político. La fuerza de ese gesto será la respuesta a un tiempo en el que la empatía corre el riesgo de diluirse, incluso cuando los hechos no lo permiten.

Aunque el teatro aún no ha abierto sus puertas, ya sabemos lo esencial: todo lo recaudado se destinará directamente a familias palestinas a través de la Fundación Mundubat. Su labor sobre el terreno, a través de UAWC y UPWC, garantiza que la ayuda llegue a quienes la necesitan sin intermediaciones opacas y con enfoque feminista y comunitario. 

¿Cómo nació DanZA por gaZA?

La iniciativa nació hace apenas unos meses, en agosto de 2025, cuando tres periodistas especializadas en danza —Mercedes L. Caballero, Elvira Giménez y Mamen Muñoz— abrieron una cuenta de Instagram con un nombre sencillo y urgente: DanZA por GaZA.

Querían ofrecer al sector herramientas para expresar su rechazo frente al genocidio en Palestina sin caer en gestos vacíos. Pronto empezaron a recibir vídeos de 30 segundos en los que bailarinas y bailarines pedían, desde el cuerpo, el fin de la masacre. Los vídeos se editaron, difundieron y compartieron hasta superar las 150 aportaciones.

A principios de septiembre se sumó la voz de Almudena Ariza, corresponsal de RTVE. Su lectura empezó a sonar antes de funciones y ensayos en teatros de todo el país. Era un recordatorio simple, casi litúrgico: “Que no se normalice la barbarie”.

La Gala Solidaria en Barakaldo surgió en octubre, cuando el Teatro y el Ayuntamiento ofrecen acoger un evento que, a esas alturas, ya había encontrado una comunidad propia con periodistas, coreógrafos, gestoras culturales, bailarines que colaboran sin remuneración, sin presupuestos, sin dietas. Un equipo ampliado —con Aritz López, Jemima Cano, Jordi Vilaseca y Dani Hernández— se encargó de la producción.

Teatro Barakaldo, además de ceder el espacio, decidió que su propio personal trabajaría de manera solidaria. En un mundo donde la cultura suele sostenerse a base de precariedad y sacrificios invisibles, esta decisión no es menor.

Una velada plural y luminosa

En la gala participan diez artistas y compañías seleccionadas entre 21 propuestas recibidas antes del 2 de noviembre. Cada pieza, de unos quince minutos, traza una pequeña constelación dentro del amplio ecosistema de la danza actual. Carmen Fumero llega con Una ida al canto, una búsqueda íntima de luz y contradicciones. Poliana Lima presenta Monstrua, un estreno absoluto que nace como desprendimiento de Oro Negro: un personaje híbrido, inestable, que recuerda que el cuerpo nunca es una identidad fija. Richard Mascherin propone Vacío espiritual, una ceremonia física donde la caída es lenguaje y la música techno, una especie de exorcismo.

Las propuestas de Olfa Sendení y Amaiur Macías toman el hilo como puente entre el árabe y el euskera, entre dos maneras de nombrar el mundo; una coreografía que cuida la grieta. Victoria P. Miranda, desde Madrid y Bilbao, despliega ROJO, un trabajo sobre la diferencia como motor vital. Dani Hernández revisita a Albéniz con Córdoba Drone, en un tempo contemplativo, casi meditativo, que rehúye el protagonismo para explorar cómo un cuerpo puede resonar con un espacio.

Desde Bizkaia, Olaia Valle López construye un territorio donde lo autobiográfico se funde con lo ritual; el ritmo como una forma de memoria compartida. Julio Ruiz atraviesa las máscaras del personaje con VENDEHÚMO, interrogando las palabras que le vendieron y las que nunca bailó.

Pon su lado, Helena Wilhelmsson, con Trembling Frequencies, lleva a escena una criatura que oscila entre la vulnerabilidad y la fuerza, inspirada en las sirenas de la mitología. Y Juan Berlanga ofrece un fragmento de JUANCABALLO, donde el mito del centauro se vuelve metáfora de deseo, metamorfosis y lucha.

El programa es variado, pero la lógica no es la del festival ni la del escaparate competitivo, se trata más bien de una acción colectiva, una muestra de humanismo y resistencia cultural. En conversaciones previas con el equipo, varias personas insistían en que “la danza es comunicación y bailar es un acto de resistencia”. Es la práctica rebelde de un cuerpo que no renuncia a decir aquí estoy incluso cuando el mundo parece empeñado en borrar otros cuerpos.

Hacia una resistencia cultural

Pero la gala no se sostendrá solo en la recaudación económica. Lo que ocurra en el Teatro Barakaldo apuntará a algo más amplio, la cultura como un espacio para nombrar lo que otros prefieren silenciar. Es previsible que muchas de las personas asistentes lleguen con preguntas, con dudas, con rabias acumuladas frente a un genocidio que sigue avanzando pese a los anuncios de alto el fuego. Y también con la necesidad de encontrar un lugar donde esa indignación pueda comunicarse sin caer en el morbo ni en la saturación informativa. La danza, en ese sentido, ofrecerá un terreno fértil con un lenguaje capaz de hablar del dolor sin explotarlo, de sostener la ternura sin negar la violencia. No será un consuelo, sino un modo de estar juntas ante lo insoportable. Cuando por fin se abre la sala y empieza la gala, la voz de Almudena Ariza vuelve a sonar. Es un minuto. Sólo uno. Pero la densidad de ese minuto crea un silencio difícil de describir. No es solemnidad impostada, sino la conciencia de que la distancia entre Barakaldo y Gaza es, simultáneamente, enorme y mínima. 

En Barakaldo, la gala se sumará a una línea de iniciativas culturales que, en distintos momentos históricos, han intervenido cuando la política institucional ha elegido mirar hacia otro lado. Pasó con las movilizaciones culturales contra la guerra de Irak, con los actos de solidaridad hacia Bosnia en los noventa, con los ciclos urgentes que muchos teatros impulsaron tras el 15M, o con las acciones por Gaza de 2014. No eran gestos heroicos, sino formas de comunidad que aparecían cuando la violencia desbordaba los marcos oficiales.

La tarde del 14 de diciembre, esa tradición tendrá un nuevo capítulo cuando un grupo de creadoras, bailarines y coreógrafas tomará el escenario para alzar una posición política desde la práctica artística. La cultura, precaria y dispersa tantas veces, volverá a organizarse desde abajo. Y esa articulación será lo verdaderamente significativo en el territorio vasco. La constatación de que, frente al genocidio, también el arte tiene una obligación ética de pronunciarse.

Al salir, cuando sea ya de noche, la gente bajará las escaleras en silencio, como si las piezas siguieron resonando en el cuerpo. Es probable que no haya grandes conclusiones, ni una enorme repercusión. Seguramente, el alto el fuego siga siendo un espejismo roto una y otra vez, y la ayuda enviada gracias a esa noche no cambiará lo que ocurre a miles de kilómetros. Pero sí construye un puente. Una forma de pararse frente a  la indiferencia. Quizá la imagen final sea la de un escenario vacío después de la última pieza, con el eco de los pasos aún vibrando en las tablas. No es una metáfora de esperanza ni de derrota. Es simplemente un recordatorio y es que incluso en tiempos feroces, hay gestos que insisten en mantenerse en pie. Y a veces ese gesto es un cuerpo que baila para no olvidar a quienes el mundo intenta borrar.

En el margen
“La danza política sirve para luchar contra las injusticias a través del baile”
Ada Saliou Diop expresa con su cuerpo y su baile desde la experiencia de la migración a la denuncia de las injusticias que atraviesan el mundo.
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