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Corine Pelluchon: “Comer es un acto económico, ético y político”

Corine Pelluchon, autora de Manifiesto animalista. Politizar la causa animal, presenta propuestas concretas para terminar con la explotación de los animales, afirmando que “la causa animal es la causa de la humanidad”.

Corine Pelluchon
Corine Pelluchon, autora de 'Manifiesto animalista', filósofa y doctora en filosofía práctica. © DR

Corine Pelluchon (Francia, 1967), nacida en Barbezieux-Saint-Hilaire, a 100 kilómetros al norte de Burdeos, es filósofa y doctora en filosofía práctica. También es especialista en filosofía política y moral, ética aplicada y bioética, y trabaja como profesora universitaria en Paris-Est-Marne-La-Vallée. Además, ha publicado ocho libros de ensayo y dos de ficción, casi todos traducidos a varios idiomas y algunos de ellos premiados por instituciones relevantes en Francia.

Su penúltimo título, Manifiesto animalista. Politizar la causa animal (2018, Reservoir Books), recientemente traducido también al catalán y castellano, muestra que, para ella, la filosofía no se limita a lo racional sino que debe hacerse un hueco en lo práctico: “En el pensamiento, en lo afectivo, en el cuerpo, así como en los otros: humanos y animales, y en el mundo”.

Este breve ensayo es una contribución a la ética y a la filosofía política. En un mundo en el que la violencia hacia los otros animales y la que se inflige a los humanos están tan relacionadas (estudios científicos documentan sus múltiples vínculos), apostar contra el maltrato animal es perseguir un mundo más justo y más sano también para la humanidad.

Esta posibilidad es precisamente la que aborda la autora francesa, a través de lo que llama “politizar la cuestión animal”, que resume en una serie de propuestas prácticas concretas, algunas factibles a largo plazo “cuya meta es el fin de la explotación, [...] acompañadas de un calendario que concrete los plazos necesarios para su aplicación, indicando las compensaciones que permitan el reciclado de los distintos actores afectados” y otras a corto plazo, “durante el cual es preciso tomar una serie de decisiones para mejorar significativamente la suerte de los animales y emprender la transición a una sociedad más justa con ellos”.

Una propuesta práctica y aplicable, presentada en un libro muy conciso en el que trata de conjugar “radicalidad y moderación, firmeza y apertura”. Una obra que es “simple y accesible, pero no simplista y caricaturesca”; portadora de un elemento de denuncia, pero que va más allá, mostrando se puede construir un modelo de desarrollo social, en positivo, basado en una construcción ética y política.

Afirmas que, al maltratar a los animales, estamos también en guerra con nosotros mismos. ¿Cómo relacionas la explotación animal con la violencia ejercida entre seres humanos?
Para seguir siendo cómplices de un sistema que inflige niveles de violencia inauditos a los animales, las personas tenemos que disociar la razón y las emociones, cerrar el corazón y decirnos que ese sufrimiento es necesario, minimizarlo, olvidarlo. Así, nos volvemos insensibles e indiferentes hacia los demás. Esta estrategia psicológica de defensa, que utilizamos para abstraernos de la vergüenza y de las emociones negativas relacionadas con la toma de conciencia de la intensidad del sufrimiento animal, nos deshumaniza.

Esto es hoy aún más cierto, pues hoy en día nadie puede tener dudas de que la crianza industrial de animales o la cautividad de los animales salvajes imponen una vida y una muerte horrible a seres reconocidos como sintientes e individualizados.

Nadie puede afirmar que los animales sean máquinas, y sin embargo, con tal de no reconocer los males y las injusticias que les hacemos, la mayor parte de los seres humanos pretenden no verlo, lo olvidan o no quieren creer lo que de hecho saben. Y actúan así en los otros dominios de la vida, convirtiéndose en autómatas, en cómplices del mal, incapaces de resistir ante un sistema de explotación ilimitado de la Tierra y de los seres vivos, que nos conduce directamente a la catástrofe: calentamiento climático, problemas geopolíticos, sanitarios...

En definitiva, el punto común a todas las violencias, ya sean infligidas hacia los humanos o hacia los animales, es la dominación. La necesidad de aplastar al otro, de negar sus necesidades básicas, de explotarle sin límites, de reducirle a un objeto. Esta necesidad de dominación viene del hecho de que no hemos hecho las paces con nosotros mismos, que nuestra relación con nuestra finitud y con el otro es falsa. Que la conciencia de que nuestros derechos sobre los otros, humanos y no humanos, son limitados no se ha convertido en un conocimiento vivido, en una evidencia, algo que condicione nuestra experiencia de ser con los demás.

Por eso, la clave de la relación con los otros, incluidos los animales, se encuentra en nosotros mismos, como explico en otro libro que acaba de aparecer en Francia, Ethique de la Considération (Seuil).

En tu libro haces un recorrido histórico y dices que estamos en el umbral de la edad de lo viviente.
La edad de lo viviente se relaciona con esa conciencia, que emerge de la necesidad de tener en cuenta nuestra propia vulnerabilidad, nuestra finitud, los límites asignados a nuestro derecho de utilizar recursos y a los otros seres vivos, con los que compartimos una vulnerabilidad común, y con los que estamos relacionados porque cohabitan con nosotros, ocupan el hogar de los terrícolas, sufren las consecuencias directas o indirectas de nuestros modelos de consumo y de producción.

En un libro que precede al Manifiesto, titulado Les Nourritures. Philosophie du corps politique (Seuil, 2015), ya mostré que el hecho de comer subraya el carácter siempre relacional del sujeto, que no está nunca solo cuando come. Incluso cuando nadie comparte su comida, su alimento tiene un impacto sobre los otros humanos: los que producen los alimentos, las personas que sufren hambre y malnutrición, los animales.

Comer es un acto económico, ético y político; muestra el lugar que doy yo a los otros en mi vida. Pero la toma de conciencia de ese carácter relacional de nuestra existencia y la reconciliación con nuestra parte sensible hacen nacer el deseo de construir con los otros una relación que no sea una relación de dominación, sino de respeto, o más precisamente, de consideración, que implique el reconocimiento del valor propio de todos y cada uno de los seres individuales, apreciado en su diferencia.

Esta era de los vivos es la oportunidad de una reconstrucción social y política e incluso la ocasión de volver a comprometerse con un proceso civilizador, que frene esta deshumanización de la que hablaba antes. La causa animal y la ecología, comprendida como la sabiduría de la cohabitación en la Tierra, serían los capítulos principales de este proceso. Es la única posibilidad de luchar contra la forma desinhibida de nihilismo que vemos hoy y que se manifiesta por el miedo al otro, el racismo, el sexismo y la obsesión por dominar.

“La violencia que sufren hoy los animales ilustra las aberraciones del sistema capitalista”. Haces una crítica del capitalismo, como modelo de producción basado en la explotación del otro. ¿En qué sentido aplicas tu crítica en el manifiesto?
En el sentido de que es un sistema que está basado en la explotación sin límites de los otros seres humanos y no humanos y de la Tierra, y en el sentido de que esta explotación no beneficia más que a unos pocos grupos, a los lobbies, a empresas que no están a la altura de su pertenencia a un ecosistema y a un mundo común y confunden riqueza y beneficio.

En el sentido de que ese sistema, que yo denomino también economicismo porque supone una economía pensada como la búsqueda del beneficio de algunos, que dicta su ley a la política, conduce a organizar la producción, independientemente del sentido de las actividades y del valor de los seres implicados.

Reducimos la agricultura y la crianza de animales a la industria; el cuidado al mantenimiento de los objetos manufacturados, etc. Ni siquiera se necesita ser marxista para denunciar este modelo de desarrollo aberrante. Por cierto, yo no soy marxista. No soy ideóloga, sino filósofa.

Corine Pelluchon Manifiesto animalista
Corine Pelluchon. © E. Caupeil


Abraham Lincoln aparece varias veces en el libro como posible modelo. ¿Cómo puede inspirar el trabajo de Lincoln en la historia de la abolición de la esclavitud de Estados Unidos al movimiento de liberación animal del siglo XXI?

Porque él fue visionario y fue generoso. Visionario, pues comprendió que la abolición de la esclavitud era la causa de la humanidad, que sus apuestas eran universales y sobrepasaban el conflicto entre los Estados del Sur y los Estados del Norte.

No confundo en absoluto el destino de los animales y el de los antiguos esclavos negros, yo soy filósofa y por ello soy enemiga de comparativas fáciles. Sin embargo, pienso que la causa animal es también universal, que es algo que concierne a todo el mundo, sean las que sean las consecuencias que cada uno extraiga de sus estilos de vida y hábitos de consumo. Además, pienso que no hay marcha atrás en esta causa, que avanza en el sentido de la Historia, aunque todavía haya muchos obstáculos y escollos que explican las dificultades que tenemos para contribuir a la condición animal y a la promoción de un mundo en el que los humanos reconocerán que la matanza provocada de un animal no está justificada.

En cuanto a la generosidad de Lincoln que mencionaba, es necesario entender si se quiere hacer algo más que ser vegano o activista en Twitter, y es que todo el mundo o casi todos hemos nacido en un mundo especista.

Del mismo modo que Lincoln era consciente de la profundidad de los prejuicios racistas y esclavistas y por eso estableció una estrategia para imponer la causa de la abolición de la esclavitud en esa guerra terrible que fue la Guerra Civil de Estados Unidos, las personas que desean que la causa animal se imponga deben hacer gala de una visión amplia, estratégica y generosa. De lo contrario, ¡nada avanzará!

En Francia, hay activistas en internet que hacen comentarios contraproducentes, llamando de todo a las personas que no son veganas, lo que hace que al movimiento animalista le cueste imponerse.

Afortunadamente, los activistas de internet no tienen, en general, una gran legitimidad. Yo soy vegana, pero trato de inspirarme en el gran Lincoln para pensar una estrategia que permita convencer a aquellas personas que aún no están convencidas por nuestra causa. Pues es convenciendo a los actores económicos, a los políticos y a la ciudadanía para que se hagan preguntas el modo en que conseguiremos que las cosas cambien para los animales, aquí y ahora y espero que para siempre.

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Qué es el veganismo
Existe una sensación de que cada vez hay más veganos, pero los hechos son crudos: día a día se incrementa el consumo de cuerpos de otros animales.

Piensas que el activismo no será suficiente para ver la abolición de la explotación animal. Hablas de politización y de dos plazos en la lucha política frente al binarismo abolicionismo y bienestarismo.
Una de las estrategias para avanzar en este momento, para salir del atolladero en el que nos encontramos, pues debatimos la causa animal pero en realidad no avanza nada, se resume en tres palabras clave: transición, reconversión e innovación.

Transición: construir un mundo en el que nos demos los medios concretos, políticamente, para que los intereses de los animales en su diversidad sean tomados en cuenta en todas nuestras políticas públicas. Pensar en un largo plazo, que implique el fin de la explotación animal, y un corto plazo, que suponga ir suprimiendo ciertas prácticas. Trabajar con los diferentes actores y proponer una estrategia de reconversión de las personas que trabajan en la explotación animal, con el fin de que un mundo más justo hacia los animales sea un mundo en el que los seres que solían explotarles puedan tener también su lugar, dejando de explotarles.

La reconversión es importante sobre todo en el caso de la ganadería y exige una voluntad política. Lo que yo describo no es bienestarismo, pues yo propongo la supresión de numerosas prácticas y sobre todo apunto al final de la explotación animal, ¡pero este fin no se decreta así sin más!

Del mismo modo, no vamos a enviar a prisión a las personas que comen carne. Tienen que disfrutar cambiando su alimentación y tienen que poder encontrar alimentos hasta en la cafetería del Parlamento.

Tenemos que asegurarnos que, de forma progresiva, en los planos cultural y económico, las personas tengan cada vez más fácil hacer el bien, haciendo el mínimo mal posible a los animales. Las innovaciones en la cocina, en la moda, en las alternativas a la experimentación animal, permiten a su vez mostrar que la causa animal puede ser una oportunidad para una prosperidad económica importante.

Te niegas a ver a los ganaderos como “enemigos”. Hablas de vergüenza colectiva, de soberanía del lucro.
La generosidad es fundamental cuando se aborda una causa tan difícil como la causa animal. Yo tengo 50 años, soy vegana desde hace dos años, después de haber sido vegetariana durante 15 años. Así que hasta que tuve 35 años no abrí los ojos al sufrimiento animal. Pienso que mucha gente es así: no han abierto los ojos, se han preocupado por otras cosas, tienen prejuicios... ¿Y quién no?

La conciencia de las propias limitaciones es clave para tener amabilidad para con los demás y ayudarles a abrir los ojos a una realidad a la que ahora son insensibles. Además, me acuerdo muy bien del día que me di cuenta de la intensidad del sufrimiento animal. Fue un viaje a través del espejo del que no he vuelto.

Es muy duro pasar por las emociones negativas asociadas a la vergüenza que produce asimilar lo que los humanos les hacemos cada día a los animales. Es necesario acompañar a las personas que miran de frente esta realidad, para que transformen esa vergüenza en compromiso.

En cuanto a los ganaderos, a menudo son víctimas de un sistema que les impone, para subsistir, explotar a los animales sin límites. En Francia hay multitud de ganaderos que se suicidan y pienso que ciertos veganos que tienen un salario a final de mes se comportan muy mal tratándoles de verdugos. ¡No nos equivoquemos de enemigo!

Avanzaremos con los ganaderos, en ocasiones empujándoles, pero sin olvidarnos de ellos ni condenándoles al paro o al suicido. Hay que ayudarles a detener el movimiento de la ganadería intensiva, hacer imposibles las granjas de 1.000, 3.000 vacas, esas granjas industriales. Los consumidores tienen también su responsabilidad. Cuando todos dejen de comer productos de origen animal, habrá una demanda importante de alimentos de origen vegetal y la economía avanzará a su vez.

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