Agroecología
El colapso de la razón (im)pura: tiempos de prácticas

Unas líneas reclamando el descenso a la realidad de lo concreto, a la actuación desde la base frente a las emergencias climáticas, alimentarias, sociales, que ya nos rodean.



5 dic 2022 07:00

Lo que va a suceder ya viene sucediendo. La reciente cumbre de Egipto sobre cambio climático evidencia el peso en las agendas y en los foros de los actores detrás del mismo: la civilización petrolera se resiste a perder negocios, sólo quieren pintarlos de verde. Incluso un gigante del superávit comercial como es Alemania puede estar a las puertas de un duro invierno económico y climático. Pero la vieja Europa mira para su lado más oscuro, para que todo parezca “bien y normal”, como diría el ensayista Antonio Turiel. En Italia, la fortificación implica negar la solidaridad por decreto. Ya sean inmigrantes que vienen de salvarse del “cementerio del Mediterráneo”, como la ciudadanía italiana que pierde derechos frente al desempleo. No hay alternativa, nos dicen. Pareciera que no hay otros presentes, cuando precisamente lo que urge es ensanchar el terreno en el que construir, o en el que se viene ya construyendo, la relocalización de nuestros sistemas económicos y políticos.

¿Es tiempo de colapsos y por tanto de impulsar un ecologismo social y activo cuya virtud sea renegar de los parches protofascistas y adviertan de las cascadas mortales por las que se despeñarán muchos y muchas tras estas primeras aguas turbulentas? ¿O por el contrario se deben concentrar fuerzas en cómo nadar a contra corriente y, particularmente, arrimar toda esperanza hacia un Pacto Verde institucional para la transición parcial de nuestras economías? Parte de este debate, en su esfera más intelectual, ha saltado estas semanas en varias publicaciones entre personas que contribuyen generosamente al ensanchamiento de escenarios. Mi punto de vista acá no será ofrecer un nuevo argumento ni una razón de optimismo, sino intentar advertir de elementos que escapan al debate Colapsismos-Pactos Verdes, por denominarlos de algún modo. Rescataré, hablando de sinergias entre la cooperación y la co-gestión política, de realidades emergentes en este momento de bifurcación industrial y civilizatoria por el que atravesamos.

Agroecología
La agroecología no es un (viejo e insostenible) Nuevo Plan Verde
¿Qué nos están proponiendo esos “pactos verdes” dentro de la llamada Europa Verde y Digital? ¿Es posible la transición ecológica en ese marco?

Viajemos hasta Colombia. La escena post-covid ha reforzado el papel de comunidades indígenas y campesinas en sus resguardos, donde no se han visto (tan) arrastrados por colapsos víricos y materiales. Desde hace décadas, en zonas como las que visito actualmente en el Valle del Cauca vienen armándose estrategias hacia la autonomía alimentaria, aumentando la diversidad local en competencia con monocultivos que les rodean. Han conseguido implantar sistemas de salud indígenas reconocidos incluso por el propio Estado. Caminar con pensamiento y economías propias, dirían por acá. En el lado más urbano, los paros de 2021 arroparon en gran medida la victoria electoral de Gustavo Petro y Francia Márquez. El diálogo rural-urbano se articula aquí con la presencia de mercados campesinos en las ciudades, muy extendidos. Es de destacar las simpatías que despertaron las movilizaciones del Paro nacional agrario en 2013, defendiendo la dignidad del campo y alzándose contra el control de semillas autóctonas por parte de gigantes ahora agrupados en Bayer-Monsanto. Es, en este contexto de colapsos anunciados por la globalización capitalista, donde se puede explicar el decálogo frente al cambio climático que lanza el presidente Petro en la cumbre COP27 celebrada en Egipto: “Es hora de la Humanidad, no del Mercado”.

Por supuesto, un futuro digno para la humanidad no podrá estar compuesto de islitas. Pero cada contexto reclamará ese músculo cooperativo para propulsar saltos de escala o será solo carne de relatos urbanos y académicos

Regresemos a este país. Ciertamente, no veremos “caracoles zapatistas” germinando a partir de las colas del hambre, los desahucios o el hundimiento de buena parte del tejido sanitario, ahora más visible en la Comunidad de Madrid. Pero sí se observa que, incluso entre los grises del miedo, se cuelan propuestas palpables. Numerosos informes nos han relatado la solidaridad alimentaria y de apoyo mutuo en tiempos de pandemia.

El vuelco climático llenará el planeta de personas desplazadas y muertos por inundaciones. No se trata de destacar, sin más análisis, la presencia de algún paraíso en el infierno, siguiendo a Rebecca Solnit. Hablo aquí de recoger las emergencias que ya nos rodean. Y saber algo más de cómo se han construido. Vivo en el Valle del Jerte, donde el agua da nombre a una comarca y es elemento vital para su agricultura de montaña y en régimen de semisecano. Éste es el año de los miedos y por lo tanto de acudir más a los pozos de sondeo como salida individual. Pero es también tiempo donde comunidades de regantes cobran fuerza y justificación, muchas veces en contra del propio Estado renuente a ceder controles, proclive a ordenar la solidaridad y el territorio sin más consideraciones en muchos casos que reforzar su monopolio de legalidad y de gestión, cuando no de exclusión y violencia.

Sigue imponiéndose una democracia “digital” (marketing virtual y elecciones a dedo) y no una emergencia desde la articulación a través de territorios, desde luchas concretas, inspirándose en otras economías morales

Concluyendo. Hay muchos presentes que no están en los debates políticos o intelectuales. Hay demasiados abusos en dirección al “Estado resolverá” con intencionalidades de hacernos comulgar con el partido X o el partido Y, cuando el desenlace de esta tradición será un juego que parta, en gran parte, de otros terrenos más sociales; condiciones necesarias para un cambio, más allá de agendas institucionales incluso, aunque nunca al margen de ellas. Observamos que, en el mejor de los casos, en las corrientes políticas se habla de “escuchar”. Pero sigue imponiéndose una democracia “digital” (marketing virtual y elecciones a dedo) y no una emergencia desde la articulación a través de territorios, desde luchas concretas, inspirándose en otras economías morales: base del contagio cooperativo que precisa la solidaridad a gran escala, siguiendo a E. P. Thompson.

Por supuesto, un futuro digno para la humanidad no podrá estar compuesto de islitas. Pero cada contexto reclamará ese músculo cooperativo para propulsar saltos de escala o será solo carne de relatos urbanos y académicos. Y sólo dicho contagio cooperativo, que adopta formas de protesta ocasionalmente, podrá inclinarnos hacia Italia o hacia Colombia en lo que a políticas y prácticas de solidaridad y transición (agro)ecológica se refiere.

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