Agricultura
Lo rural y el campo como espacio de lucha: unos apuntes para el debate

Tras las pasadas movilizaciones agrarias, un análisis de posibilidad para políticas desde la izquierda en un sector agrario en vías de demolición.
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Fotografía: Adrian Infernus en Unsplash.

Este mes de diciembre volvían las protestas al campo extremeño y una manifestación convocada por una parte de las organizaciones agrarias recorría las calles de la capital de Extremadura, llamando la atención sobre la problemática que atraviesa el medio agrario, recogiendo el descontento provocado por el abandono en nuestro país de un sector estratégico como es el primario.

El campo está en crisis y no es de ahora, son varias décadas arrastrando las consecuencias de aplicar el neoliberalismo más salvaje en el citado sector primario. Pese a partir de una posición privilegiada respecto al resto de Europa, pues en la península podemos mantener los cultivos nueve meses al año, respecto de otros países en los que únicamente se cultiva tres meses a lo sumo, la realidad es que hoy es imposible sobrevivir en el campo si eres un campesino o pequeño agricultor.

La zarpa del capitalismo ha destrozado todo e impuesto un sistema de producción que trata los productos agrícolas y ganaderos, no como alimentos para satisfacer necesidades del pueblo, sino como mercancía susceptible de acumulación de capital

Esta situación en vez de revertir, empeora cada año y se materializa en la imposibilidad de tener una vida digna trabajando en el sector primario. La zarpa del capitalismo ha destrozado todo e impuesto un sistema de producción que trata los productos agrícolas y ganaderos, no como alimentos para satisfacer necesidades del pueblo, sino como mercancía susceptible de acumulación de capital.

Necesaria batalla de ideas

El problema del campo, y por extensión del todo el medio rural, requiere un análisis de fondo y es un terreno que necesita ser abordado con rigor, sin simplificaciones pseudointelectuales que suelen utilizar el “Paradigma de grupo mínimo” (fenómeno que se produce cuando atribuimos a un colectivo general características que tiene una parte de ese colectivo o grupo, “meter a todos en el mismo saco”) para hacer análisis de situaciones y de colectivos. Esto suele resultar muy dañino, dado que no ayuda a la principal tarea que nos incumbe, que es la construcción de marcos de referencia que, en el mundo rural y en el sector primario,  tienen nombres muy claros y se constituyen en base a intereses contrapuestos.

Así,  podemos construir un marco en el ámbito concreto del mundo rural y el sector primario que tiene un actor protagonista (pequeños productores que cada vez con más dificultad viven del trabajo que desempeñan en el campo o pequeños ganaderos que a duras penas sacan adelante sus explotaciones), actores antagonistas (grandes multinacionales de la distribución, terratenientes, actores políticos y legislativos que sirven intereses corporativos) y actores observantes (gente a la que no afecta el conflicto de modo directo pero se pueden ver afectadas por la problemática, como es el caso de consumidores de productos).

Extremadura
El campo extremeño: mercado internacional o la vida

Un breve análisis estructural del campo extremeño, hecho desde la Asociación 25 de marzo y dibujando el marco previo al I Congreso Extremeño de Reforma Agraria, que tendrá lugar el 24 de octubre en Mérida.

Lo que aquí nos jugamos es una salida de futuro que va más allá de un simple debate táctico, lo que está sobre la mesa es un proyecto estratégico de qué tipo de sociedad queremos construir. Así  tenemos, por ejemplo, una movilización causada por el abandono del mundo rural y la dificultad de pequeños productores para vivir de su propio trabajo, aquello que Marx llamó en su día reproducir sus condiciones de vida.

El coste de recoger un kilo de aceitunas, sin demasiados medios técnicos ni maquinaria, es de aproximadamente 0’85 euros al sumar todos los gastos de mano de obra y medios empleados en la recogida, mientras que el precio medio del kilogramo rara vez sobrepasa los 0’80 euro

Para concretar, podemos señalar que el coste de recoger un kilo de aceitunas, sin demasiados medios técnicos ni maquinaria, es de aproximadamente 0’85 euros al sumar todos los gastos de mano de obra y medios empleados en la recogida, mientras que el precio medio del kilogramo rara vez sobrepasa los 0’80 euros en caso de ser una aceituna de calibre mínimo para considerarse de primera. Esto lleva a una situación en la que el valor (tiempo socialmente necesario para la producción) rara vez se corresponde con el precio (habitualmente influido por leyes cargadas de subjetividad como medio de cambio), suponiendo esto una amenaza incontestable para la supervivencia del mundo rural.

Es preciso plantear un debate acerca del descontento provocado por el sistema actual de producción, que no está enfocado a satisfacer necesidades, sino a producir mercancías. Es por eso que nuestros intereses de clase chocan frontalmente con organizaciones de terratenientes como ASAJA (Asociación de Jóvenes Agricultores), que no viven de su trabajo, sino del trabajo ajeno, y que están tratando de orientar una movilización legítima, que reclama mejores precios de productos para tratar de incidir además en el coste producción, y lo hacen cuando señalan que en Extremadura hay 100.000 desempleados, mientras la producción está en el campo sin coger.

Si antes poníamos el ejemplo de lo que está pasando en la aceituna, ahora hay que poner el ejemplo de lo que está pasando justo al lado. En una búsqueda rápida en la web de ayudas de la Política Agraria Común (PAC), se puede comprobar como este año Juan Metidieri Izquierdo y Ángel García Blanco líderes de ASAJA en la región han ingresado 179.799,96 euros en ayudas. Una cantidad reseñable para estos señores que han llegado a pedir que no se abone el salario mínimo a los trabajadores y las trabajadoras del campo.

Soberanía alimentaria
“El campo se está arruinando. Dentro de poco nos tendremos que manifestar"
“La situación del campo es muy peliaguda y creo que dentro de poco nos tendremos que manifestar muy contundentemente”, advierte José Manuel de las Heras, coordinador estatal de la Unión de Uniones de Agricultores y Ganaderos.

Es clara la intencionalidad y la atribución de responsabilidad en la persona que se ve obligada a vender su fuerza de trabajo en forma de jornales, y esto debe hacernos pensar qué intereses defienden y qué orientación van a tratar de dar a un descontento causado por unas condiciones en las que grandes multinacionales distribuidoras de productos controlan el modo de producción y son las verdaderas usufructuarias de estos en un sistema en el que los productos agrícolas y ganaderos no tienen la finalidad de satisfacer necesidades de alimentación, sino ser mercancías cuyo objeto es servir a los intereses de acumulación de capital y beneficios.

Juan Metidieri Izquierdo y Ángel García Blanco  ―líderes de ASAJA en la región― han ingresado 179.799,96 euros en ayudas. Una cantidad reseñable para estos señores que han llegado a pedir que no se abone el salario mínimo a los trabajadores y las trabajadoras del campo

De este modo, encontramos entidades a nivel estatal con cuotas de mercado superior al 30% de toda la producción, y por ende con poder suficiente para fijar precio y condiciones de producción, lo que hace que los pequeños agricultores, aunque cuenten con tierras de cultivo, no sean dueños de su producción al no poder disponer de la misma (poseen su propiedad jurídica pero no material), viéndose esta sujeta a las condiciones que fijan las grandes corporaciones.

Conviene,  por tanto, señalar y establecer una diferenciación clave entre quienes viven de su propio trabajo (campesinado y pequeños agricultores y agricultoras), de grandes terratenientes y propietarios que viven del sudor de la clase trabajadora adscrita al sector agrícola. Estos,  además, han estado cuestionando de forma sistemática mejoras como la subida del Salario Mínimo Interprofesional, porque parece que han elegido aumentar sus beneficios ahorrando en coste de mano de obra en lugar de cuestionar un sistema de producción.

Despoblación y concentración

Lo que parece ser evidente es que necesitamos una apuesta estratégica por un mundo rural vivo pero con políticas de fondo, no de forma. Esto hace que tengamos que pararnos a reflexionar sobre un asunto que va en la dirección de elegir qué tipo de sociedad queremos construir, y aquí permítase enmendar la plana a algunas posiciones que dicen que el ecologismo no es asumible en el mundo rural.

La cuestión aquí es qué ecologismo, no si ecologismo o no, porque necesitamos plantear un sistema de producción alternativo e irlo construyendo de forma gradual ya que el actual, en el que entregamos la producción a grandes multinacionales, no resulta ser eficaz ni siquiera para fijar población. La provincia de Cáceres, sin ir más lejos, en los últimos años ha perdido un 14’64% de la población y la región cuenta con una tasa de desempleo juvenil del 55’92%.

Debemos observar la necesidad de plantear un modo de producción diferente, que esté basado en un sistema de producción que busque la soberanía alimentaria, para lo que es preciso una producción ecológica que beneficie precisamente a los pequeños productores, que son los pueden asegurar una producción de calidad. Además, hay que desempolvar la reivindicación de la Reforma Agraria; repartir hoy las tierras es más necesario que nunca. Cualquier persona que quiera dedicarse a la agricultura tiene que tener acceso a la tierra.

Necesitamos plantear un sistema de producción alternativo e irlo construyendo de forma gradual ya que el actual, en el que entregamos la producción a grandes multinacionales, no resulta ser eficaz ni siquiera para fijar población

Esto requiere la implementación de mecanismos que faciliten esa producción, permitan reducir intermediarios y hagan que los productores sean realmente dueños de productos, porque nunca podrán competir con las grandes multinacionales del sector en volumen de producción inmersos en un sistema que produce mercancías y no alimentos.

El sistema absurdo en que vivimos consigue, como señalan Alegre Zahonero y Fernández Liria (2010) una competencia que se establece en términos de clase, con una parte de la población estructuralmente vinculada al sector de la fuerza de trabajo (jornaleros y pequeños productores) y que no puede decidir si se presenta en el mercado vendiendo el producto de su propio trabajo (cerezas, ciruelas, fresas y otros productos), por una necesidad estructural donde las grandes corporaciones como Carrefour, con una cuota de mercado superior al 5%, tienen la capacidad de vender estos productos y fijar sus precios incluso aunque estos no se correspondan con su valor real, y el resto de instancias que conforman la otra clase, que tiene el monopolio de la compra de mercancías y que impone unas relaciones económicas que consisten en separar a la población de sus condiciones de existencia, partiendo de lo cual la competencia de la que se ocupan los miembros de la sociedad civil (pequeños agricultores, ganaderos y jornaleros) tiene que ver exclusivamente que ver con la venta de mercancías (productos del campo y carne o leche en caso de la ganadería).

Con este sistema de producción actual afirmamos que la supervivencia del mundo rural está amenazada. Según datos del Banco Mundial, en la actualidad un 55’7% de la población mundial se concentra en entornos urbanos, mientras en la década de los 2000 era de un 46’6%. En el caso de nuestro país este porcentaje aumenta, siendo la población urbana en el año 2019 del 81%, como señala David Harvey. La concentración de población en áreas urbanas no es casual y persigue un objetivo estratégico, que es su agrupación en dichas zonas para aumentar mecanismos de dependencia, dado que la producción de alimentos quedará relegada a grandes corporaciones de la alimentación, produciéndose así una pérdida de soberanía alimentaria.

Con este sistema de producción actual afirmamos que la supervivencia del mundo rural está amenazada. Según datos del Banco Mundial, en la actualidad un 55’7% de la población mundial se concentra en entornos urbanos, mientras en la década de los 2000 era de un 46’6%

Es por eso que necesitamos un sistema de producción alternativo al actual, para que no tengamos un control del espacio concreto por grandes multinacionales y más especialmente en nuestra región, como zona periférica exportadora de productos que suministren empresas agroalimentarias que consiguen productos a bajo coste, pagando precios paupérrimos y aumentando así sus beneficios, mientras la población de sus zonas rurales se ve obligada a aceptar condiciones cada vez peores en las que desarrollar su empleo.

Por ello, es necesario que planteemos iniciativas de carácter cooperativo que permitan enfrentar el poder de grandes multinacionales de la alimentación y que sea capaz de fijar población, mediante un sistema de producción ecológico basado en el fomento de iniciativas que permitan un reparto de tierras para el uso social. Todo ello, además de la articulación de mecanismos públicos que permitan distribuir esa producción, como es el caso de residencias públicas o comedores escolares que permitan así un consumo de calidad de productos que aumente la soberanía alimentaria.

Articulación de una respuesta

En lo relativo a los movimientos que se están dando en el campo, es preciso, establecer una distinción necesaria si queremos hacer un diagnóstico adecuado y alejarnos de infantilismos en el análisis de los problemas que sufre el mundo rural. Aquí es necesario diferenciar la propiedad basada en el trabajo propio (el caso de pequeños productores agrícolas y ganaderos), de la propiedad privada capitalista (grandes multinacionales y distribuidoras como Mercadona y sus prácticas monopolistas, y donde tenemos algún caso concreto, como es el de la leche, donde se paga en algunos casos a 0’32 euros el litro, mientras este sale al mercado a 0’80 euros, a más del doble de lo que se compra).

Para ello, tenemos que dar la batalla y evitar que sean los terratenientes quienes, bajo una supuesta defensa del medio rural, persigan poner en juego una de las tendencias del capital, como es el aumento de la tasa de explotación debido al progresivo aumento de la productividad y aprovechando condiciones estructurales, como la alta tasa de desempleo, especialmente en el sector juvenil (recordemos, del 55’92%) en lo que Marx y Engels llamaban ejército de reserva, que facilita la imposición de condiciones de trabajo, al existir menores alternativas de empleo.

No hay sociedad que pueda sobrevivir a la ruptura de vínculos comunitarios, vecinales o grupales mientras son sustituidos por relaciones de mercado que utilicen a nuestro mundo rural como mera mercancía susceptible de servir a beneficios de grandes corporaciones

Es fundamental articular mecanismos para evitar una construcción social con agentes humanos desvinculados unos de otros, con un sistema de competencia basado en el cálculo de opciones y estrategias enfocadas a reportar la máxima cantidad posible de beneficios individuales.

No hay sociedad que pueda sobrevivir a la ruptura de vínculos comunitarios, vecinales o grupales mientras son sustituidos por relaciones de mercado que utilicen a nuestro mundo rural como mera mercancía susceptible de servir a beneficios de grandes corporaciones, como estamos viendo con las macrogranjas o proyectos mineros en el caso de Extremadura, que se sirven de la alta tasa de desempleo y la falta de oportunidades en nuestra región.

Por eso es preciso trabajar en la construcción de alternativas inclusivas, que sean capaces de canalizar el descontento en construcciones colectivas de personas que realmente trabajan el campo y de consumidores que deben ser sujetos de soberanía alimentaria, consumiendo productos de calidad y aumentando márgenes de beneficio de productores directos.

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