Videojuegos
Del asesinato de Khashoggi a comprar Pokémon GO: cómo Arabia Saudí se ha hecho con la industria del videojuego

El 2 de octubre de 2018, el periodista Jamal Khashoggi entró en el consulado de Arabia Saudí en Estambul con la idea de hacer unos trámites burocráticos que al fin le permitieran casarse con su prometida. Unas horas más tarde, estaba rogando por su vida: “Me ahogo (...) Sácame la bolsa de la cabeza, soy claustrofóbico”. El matrimonio nunca tuvo lugar. Los servicios secretos de Estados Unidos confirmaron que Khashoggi fue retenido, asesinado y descuartizado por orden directa de Mohammed bin Salman, el príncipe heredero y gobernante de facto de Arabia Saudí.
El asesinato provocó llamadas al boicot a lo largo de todo el mundo, forzando a gobiernos y empresas a romper temporalmente sus relaciones con el país. Al mismo tiempo que Google o JPMorgan abandonaron un foro económico a punto de celebrarse en Riad, el Senado de Estados Unidos aprobaba una resolución para detener la venta de armas al reino. El tiempo ha demostrado que las consecuencias prácticas de estas acciones fueron más bien anecdóticas. Aun así, sirvieron para impulsar un gran cambio en el régimen.
Si hablamos de relaciones internacionales, Arabia Saudí siempre había sido un ejemplo perfecto del concepto de hard power o poder duro. Esta es una técnica política que utiliza la superioridad económica o militar de un país para imponer sus intereses de forma coercitiva. En el mejor de los casos es un “como te lleves mal conmigo te quedas sin petróleo”; en el peor un “fíjate lo que está pasando en Yemen”. Ahora, sin embargo, el reino ha cambiado su perspectiva. Aunque aún recurre al poder duro con otros países de Oriente Medio, sus relaciones con Occidente se basan en el poder blando o soft power.
Fácil de entender gracias a la contraposición, el poder blando es la capacidad de un actor internacional para influir en otros a través de la persuasión. El politólogo Joseph Nye, quien acuñó el concepto, lo comparaba con romper mentes en lugar de romper brazos. En el caso de Arabia Saudí, el asesinato de Jamal Khashoggi dio el pistoletazo de salida a una campaña de manipulación masiva con movimientos tan rimbombantes como el fichaje de Cristiano Ronaldo por el equipo Al-Nassr. Sin embargo, hubo un sector en el que el país puso los ojos incluso antes de interesarse por el fútbol: los videojuegos.
Arabia Saudí se adueña de los videojuegos
El Fondo de Inversión Pública de Arabia Saudí, liderado por Mohammed bin Salmán, ha destinado varios miles de millones de euros a realizar inversiones en la industria del videojuego. Primero compraron SNK, la compañía tras la emblemática Neo Geo. Después se hicieron con Scopely, responsable de un Monopoly GO que ha facturado más de 5.000 millones de dólares en sus dos primeros años de vida; con la división de videojuegos de Niantic, creadora del reconocido Pokémon GO; y con ESL FaceIt Group, la organizadora de competiciones de videojuegos más destacada del sector.
Lo mencionado hasta ahora ya sirve para situar a Arabia Saudí como uno de los mayores actores de la industria del videojuego, pero hay mucho más. De acuerdo con diversas fuentes, el fondo soberano es uno de los mayores accionistas de Nintendo (con alrededor del 8% de las acciones), Koei Tecmo (en torno al 9%), Embracer Group (8%) Electronic Arts (6%), Nexon (10%), Capcom (6,5%), Take-Two Interactive (6,5%). También tiene lazos importantes con la vertical de videojuegos de Microsoft, colabora estrechamente con Ubisoft y ha inyectado cientos de millones en la creación de empresas de desarrollo de videojuegos en el país. Los títulos más esperados de 2026, incluido Grand Theft Auto 6, están de un modo u otro relacionados con el régimen.
El control que Riad ha ganado sobre el sector tiene grandes implicaciones potenciales. El 18 de enero de 2022, Microsoft anunció la compra de Activision Blizzard (Call of Duty, World of Warcraft, Crash Bandicoot) por 68.000 millones de dólares para reforzar su posición en el mercado del videojuego. Lo que siguió fueron 20 meses de batalla judicial en varios países del mundo en los que la empresa tuvo que realizar una serie de compromisos con el fin de evitar prácticas monopolísticas. La fusión no fue positiva para la industria del videojuego ni para los usuarios, pero el resultado podría haber sido mucho peor si los tribunales de competencia no hubieran hecho su trabajo.
Llegado el momento, ¿se podría plantear una acción similar contra el régimen saudí? Es muy complicado imaginarlo. Aunque enfrentarse a una megacorporación no debe de ser fácil, parece pan comido en comparación con enfrentarse a un país. Especialmente si tenemos en cuenta que Mohammed bin Salman ya ha utilizado su poder político para asegurar que nada se interponga en el camino del Fondo de Inversión Pública. Según reveló el medio deportivo The Athletic en 2023, el gobierno de Reino Unido promovió activamente la compra del Newcastle United por parte de Arabia Saudí. La administración de Boris Johnson instó a la Premier League a saltarse sus propias normas asegurando que no hacerlo ponía en riesgo las relaciones entre Londres y Riad.
Arabia Saudí también ha demostrado su intención de convertir los videojuegos en un eslabón más de su gigantesca campaña de relaciones públicas. A finales de agosto se reveló un acuerdo de colaboración con Ubisoft para crear una expansión gratuita de Assassin’s Creed Mirage. Esto significa que el juego, publicado originalmente en 2023, recibirá nuevas misiones y contenidos descargables (DLC) que los jugadores podrán disfrutar de forma gratuita. Esto es extraño, ya que Ubisoft suele cobrar —y no poco— por este tipo de contenidos. Sin embargo, cobra sentido al descubrir que el DLC estará ambientado en Al-Ula, una localidad real de Arabia Saudí considerada Patrimonio de la Humanidad que el régimen planea abrir al turismo en un futuro próximo.
La industria del videojuego parece creada a medida del reino absolutista. No solo es un sector capaz de generar ingresos por valor de casi 200.000 millones de dólares anuales, sino también un producto cultural particularmente popular entre el público joven e incomprendido por una parte significativa de la población mayor de 40 años. Es el objetivo de negocio perfecto para esa sociedad pospetróleo que dibuja Saudi Visión 2030, un plan ambicioso que busca diversificar la economía del país y convertirlo en una nación respetada. La adoración que muchos jóvenes sienten hacia Japón nos demuestra que haríamos mal en no otorgarle a este soft power geek la importancia que merece.
Un inversor oportunista
Un factor común en muchas de las inversiones de Arabia Saudí es que el país aparece como una figura salvadora. La compra del Newcastle United es un ejemplo perfecto de esto. El club se consideraba uno de los gigantes dormidos del fútbol inglés: llevaba medio siglo sin ganar un trofeo y estaba al borde del descenso a la segunda división. Aún peor, el dueño era Mike Ashley, un empresario británico acusado por el gobierno de Reino Unido de ofrecer “condiciones de trabajo victorianas” en sus empresas y criticado por maltratar tanto a jugadores como a equipo técnico. Un caso notable es el de Jonás Rodríguez, futbolista al que no renovó el contrato por sufrir cáncer testicular.
Un estudio de Statista reveló que el 90% de los aficionados del Newcastle estaban a favor de la adquisición. Olvidarse de las implicaciones morales era particularmente sencillo al estar en una época de crisis. Arabia Saudí tomó nota de la situación y se ha convertido en un inversor oportunista. Apostó por el golf cuando el deporte atravesaba su peor momento y ahora está llevando a cabo una estrategia similar con el pádel. Algo parecido ocurre con la industria del videojuego que, además de estar sufriendo una adaptación tardía a la realidad pospandemia, tiene su propia versión de un sector en declive: los esports.
Los esports son, básicamente, competiciones de videojuegos. Un café para muy cafeteros que creció imparable desde comienzos de siglo hasta poco después de la pandemia. Atrajo tanto a fondos de capital riesgo como a empresas tradicionales, dispuestas a invertir en publicidad para llegar a un público joven cada vez más inaccesible. Sin embargo, el estancamiento de las audiencias y el contexto económico global hicieron que la mayoría de marcas cerrasen sus posiciones en los últimos años, dando lugar a una crisis a gran escala. Los equipos de esports, que siempre habían vivido con lo justo, de repente tenían agujeros de varios millones de euros.
En un contexto de impagos, equipos desaparecidos y organizadores de torneos que bajaban la persiana, Arabia Saudí presentó la Esports World Cup. Esta competición se celebra anualmente en Riad y se presenta como una especie de Juegos Olímpicos de los esports. En la última edición se organizaron 25 torneos de más de una docena de videojuegos repartiendo un total de 70 millones de dólares en premios. La cantidad está ridículamente fuera de mercado, especialmente teniendo en cuenta el contexto actual del sector. En este sentido, el objetivo es evidente: que ningún equipo del mundo pueda resistirse a ir.
La Esports World Cup es una modernización del concepto de sportwashing, utilizando las competiciones de videojuegos en lugar del deporte tradicional para mejorar la reputación del país. Esto es más fácil de entender al descubrir que Movistar KOI, club de esports del que Ibai Llanos es cofundador y copropietario, fue una de las organizaciones con mayor presencia en la competición. El club participó en cuatro torneos diferentes, ganó 328.500 dólares en premios, hizo viajar a decenas de aficionados al país y retransmitió sus partidos más importantes a través del canal de Twitch de Sergio García Maroto, más conocido en internet como Knekro (1,3 millones de seguidores).
La idea es sustituir el deporte tradicional por los esports y los atletas por creadores de contenido y jugadores profesionales de uno u otro juego. Movistar KOI no está ni mucho menos solo en esta fiebre por el oro saudí. Team Heretics, otro equipo español fundado por creadores de contenido con cientos de miles de seguidores, también acudió al torneo y llevó a cabo grandes streamings a través del canal de Twitch de Oscar Cañellas, Mixwell (1,2 millones de fans en Twitch). Youtubers de otras partes del mundo, el cinco veces campeón del mundo de ajedrez Magnus Carlsen o Cristiano Ronaldo también ejercieron como embajadores de la Esports World Cup.
Sin espacio para la disidencia
La industria del videojuego es muy particular ya que, aunque genera cantidades de dinero aberrantes, son unas pocas empresas las que controlan el mercado. En este sentido, Arabia Saudí está obteniendo una posición dominante que no deja espacio para la disidencia. La prensa del videojuego ya tiene problemas para ejercer sin censura, ya que criticar a una compañía puede significar quedarse sin entrevistas o perder ingresos publicitarios. ¿Cómo empeorará la situación ahora que la mayoría de empresas más importantes están cayendo en las manos del régimen? Lo cierto es que ya tenemos un ejemplo de ello: Frankie Ward.
Frankie Ward comenzó su carrera en los esports en 2018 y se convirtió en una de las presentadoras de eventos más destacadas de la industria hasta que Arabia Saudí compró la empresa para la que trabajaba. Firme defensora de los derechos del colectivo LGTBI+, tomó la difícil decisión de abandonar su fuente de ingresos principal. “No puedes trabajar en esta industria si no eres parte del sistema. Eso es algo con lo que he tenido problemas durante el último año y medio (...) Cuando me posicioné en contra de la compra de Arabia Saudí, sabía que BLAST [otra compañía del sector que no es propiedad de Arabia Saudí] probablemente tampoco me llamaría para más eventos… y no lo han hecho”, explicaba en una entrevista a NME.
Arabia Saudí ha ganado control sobre todos los sectores que forman parte de la industria del videojuego: desarrollo, comercialización, competiciones y contenido. Como en la música o el cine, siempre han existido y siempre existirán alternativas independientes, pero el régimen se ha convertido en algo casi inevitable tanto para los usuarios como para los profesionales que aspiren a trabajar en el sector. En palabras de Xavier Greenwood, periodista de The Observer: “Hay poco margen para que los jugadores con conciencia social puedan responder o expresar su opinión sin ser censurados”.
Cada vez hay menos voces críticas contra la inversión de Arabia Saudí en el videojuego y, sobre todo, cada vez hay menos espacios en los que el discurso resuene. Todos saben que está mal, pero nadie quiere ser la próxima Frankie Ward.
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