Opinión
Pongamos mechas
Pongamos que un grupo de personas que forman parte del mundo educativo, de distintas partes del estado, se reúne durante el verano. Pongamos que acuerdan que no pueden empezar el curso con normalidad. Que no quieren hacerlo. Que piensan que como docentes y personal de administración y servicios, es su responsabilidad hacer algo. Pongamos que deciden reconocerse bajo el nombre “Marea palestina: la educación contra el genocidio”.
Pongamos que acuerdan proponer a los claustros de todos los centros educativos del estado firmar una declaración para exigir al gobierno que decrete el embargo integral de compraventa y tránsito de armas al estado de Israel y rompa las relaciones diplomáticas y comerciales. Pongamos que deciden hacer una lista con los nombres de todas las niñas y niños asesinadas en Gaza y que no podrán nunca comenzar su año escolar, pongamos que deciden “pasar lista” leyendo en voz alta los más de 18.000 nombres. Pongamos que acuerdan promover encierros en distintos lugares.
Pongamos que pasan allí una primera noche. Pongamos que no son muchas al principio pero que, cada vez, se suma más gente. Al día siguiente. Y al otro. Y al otro. Y al otro…
Pongamos que un grupo de personas que forman parte de esa marea decide hacer suya esa iniciativa de hacer encierros. Pongamos que el martes 2 de septiembre comienzan una asamblea permanente en el Círculo de Bellas Artes de Madrid. Pongamos que lo hacen público a los medios y, sobre todo, a todas las personas que quieran sumarse a permanecer en ese lugar hasta que el gobierno se comprometa a llevar a cabo sus demandas.
Pongamos que el encierro se hace indefinido hasta, al menos, el siguiente martes, cuando el consejo de ministras y ministros se reúna y sepan si han accedido a sus demandas.
Pongamos que pasan allí una primera noche. Pongamos que no son muchas al principio pero que, cada vez, se suma más gente. Al día siguiente. Y al otro. Y al otro. Y al otro…
Pongamos que en ese espacio en la quinta planta de un edificio ubicado en el centro de la ciudad, se encuentran personas que no se conocían y otras que sí, porque se llaman unas a otras. Se invitan a participar de las asambleas y de la indignación que se hace colectiva. Pongamos que hay abrazos en esos encuentros. Pongamos que la gente empieza a autoorganizarse y se hacen grupos para organizar la logística, las actividades para hacer en esa sala, la comunicación, las acciones que se hacen cada día. Que se deciden y se rotan las portavocías que atenderán a los medios y las personas que moderan las asambleas y las que informan a la gente que va llegando. Pongamos que hacen listas en las que se apuntan los nombres de las que pasarán el día y las que dormirán sobre colchonetas en el suelo en la noche.
Pongamos que cada vez se suman más personas pero también más colectivos. Porque ya hay mucha gente haciendo cosas por Palestina hace mucho tiempo. Mucho. Un tiempo que ya fue demasiado desde el inicio.
Pongamos que se piensan acciones de un calado profundo. Acciones de presión al gobierno. Pongamos que tienen la determinación, tenaz, de que no pararán hasta que pare el genocidio. Que no quieren un gesto, que no quieren algo pequeño por parte del gobierno. Pongamos que lo quieren todo.
Pongamos que hay personas a las que se les rompe la voz cuando toman la palabra en la asamblea. Porque es emocionante compartir la rabia, la indignación, la determinación de no permanecer en silencio
Pongamos que hay personas a las que se les rompe la voz cuando toman la palabra en la asamblea. Porque es emocionante compartir la rabia, la indignación, la determinación de no permanecer en silencio. Pongamos que es esa forma de estar juntas lo que les da fuerza.
Pongamos que en ese espacio ocurren también cosas pequeñas. Una mujer que la primera noche trae una bolsa con chocolates y una vela y té con vasos de cristal, un gesto que llena de calor la mecha que se está encendiendo. Pongamos que uno de los guardias de seguridad dice “gracias por quedaros aquí, por hacer esto”. Pongamos que comienzan a llegar mensajes de personas que quieren sumarse, que quieren ayudar. Mucha gente que pregunta ¿qué necesitáis? Mucha gente que dice “gracias a las que estáis ahí”.
Pongamos que esas cosas pequeñas, que ocurren a cada rato, hacen que las pieles se ericen. Y que eso transforma a las personas. Que las llena de una determinación imparable. Una determinación que se queda pegada a la piel.
Pongamos que la voz de una chica que está en Gaza llega a la asamblea. Pongamos que su hermano que está allí físicamente traduce sus palabras. Pongamos que dice que siente que la Sumud Flotilla va a llegar. Que dice que en realidad ya ha llegado, porque sabe que ha salido y eso es una forma de llegar, que no siempre hace falta llegar al destino para conseguir cosas. Pongamos que dice gracias a las personas que están en ese encierro, a las que se quedan muchas horas y a las que solo pueden ir un rato, a las que paran sus vidas para apoyar a Gaza, a las que saben que no hay otra opción que parar este genocidio, a las que van a las manifestaciones, a las que resisten, a las que se indignan, a las que reenvían los mensajes, a las que hablan sobre Palestina en sus conversaciones cotidianas, a las gritan, a las que ponen sus cuerpos en la Vuelta, a las que saben que esta lucha no se va a perder. No se puede perder.
Pongamos que la mecha de una comunidad educativa que no va a empezar el curso con normalidad, junto con las demás mechas que llevan tiempo encendidas, con las que se suman a encenderse cada día, no se van a cansar. No se van a agotar. No van a parar hasta conseguirlo todo.
Pongamos que la gente, con sus pieles erizadas, sigue encendiendo mechas.
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