Cárcel de Ventas - 3
Procesión del Corpus en la cárcel de Ventas, 1939. Foto: Santos Yubero

Cárcel de mujeres de Ventas

Desde la calle las podías ver por las ventanas, pero mi madre me decía lo que todo el mundo comentaba en el barrio, que si las saludabas te metían adentro con ellas.
10 nov 2024 05:30

Mari vive en una casa diminuta en la que, hace años, cuando solo había un baño para toda la corrala, cabían seis personas. Está en una zona de la ciudad que antes era de otra manera. Le pregunto por cómo era el barrio cuando era pequeña. Me cuenta que había una cárcel. Una cárcel de mujeres. Le pregunto que dónde estaba. “Justo en frente, cuando sales, pues ahí, aunque la puerta de entrada estaba por otra calle. La tiraron hace ya muchos años y construyeron casas. Ahora parece mentira que ahí hubo una cárcel, cuando nos muramos todas las que la vimos no se va a acordar nadie”.

Me cuenta que, durante la dictadura, había muchas mujeres encerradas, que también había niños y niñas. “Desde la calle las podías ver por las ventanas, pero mi madre me decía lo que todo el mundo comentaba en el barrio, que si las saludabas te metían adentro con ellas, así que nadie les decía nada. Yo casi nunca me atrevía a mirar, me daba mucho miedo que me encerraran”.

Mari habla de la cárcel de mujeres de Ventas, en Madrid. Una cárcel que fue ideada por Victoria Kent dentro de un nuevo proyecto penalista pensado en la Segunda República. Ella quiso hacer una “prisión modelo” donde no fueran los capellanes y las religiosas los encargados de gestionar, sino un cuerpo especializado, la Sección Femenina Auxiliar. En esa prisión, la idea no era corregir y moralizar a través del trabajo de la costura, sino mejorar las condiciones de vida de las mujeres encarceladas y trabajar para su reinserción utilizando la educación como herramienta clave. La dictadura lo cambió todo.

El recuerdo de Mari dista mucho de esto para lo que fue ideada. En 1939 ese lugar acabó convirtiéndose en un sitio en el que encerrar a mujeres, en muchos casos con sus hijos e hijas, hacinadas y con unas condiciones de vida deplorables. “Cuando traían a más mujeres para meterlas dentro algunos niños y otra gente se colocaba en la entrada y les decía cosas, yo fui algunas veces, pero nunca les dije nada. Muchas personas gritaban por miedo, no porque no les diera pena que estuvieran allí”, y continúa, “también a veces sacaban a algunas mujeres que luego ya no volvían, la gente hablaba por lo bajo, decía que las llevaban al lado del cementerio y las fusilaban”.

Seguimos hablando de más cosas. Me cuenta que cerca había otro lugar que le daba todavía más miedo. “Aquí cerca, en otra calle, había un manicomio. La gente gritaba por las ventanas. Cuando era niña caminaba mirando al suelo por no mirar a las ventanas. Pero, en realidad, ahora sé que no me daban miedo esas mujeres, casi ni siquiera los locos, me daba miedo la gente que los encerraba en esos lugares”.

Cuando salgo me fijo en una placa que hay colocada en un pequeño parque en esa calle: “Jardines de las mujeres de Ventas”. Una placa como un intento de que no ocurra lo que dice Mari que pasará cuando se mueran quienes tienen en su recuerdo las ventanas a las que no se podía mirar en el tiempo en el que, en esa cárcel que ya no existe, fueron encerradas miles de mujeres.

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